Las pibas verdes de la noche

También en el turno nocturno del Buenos Aires las egresadas de 2016-2017 se hicieron oír

 

El domingo pasado publicamos el video de las pibas egresadas del Buenos Aires que en el acto de recepción de diplomas denunciaron los menoscabos que sufrieron por ser mujeres. Ahora reproducimos el acto realizado por las ex alumnas del turno noche. Aquí no hay nombres de acosadores, que tanto deleitan al periodismo, sino una radiografía precisa del problema, con un elevado nivel de reflexión, que contrasta el privilegio de quienes pueden asistir a un colegio de élite con las privaciones de aquells que estudian en los abandonados establecimientos del conurbano bonaerense.

 

Nosotras, ex-alumnas del CNBA promoción 2016-2017, escribimos esta carta para redoblar la apuesta de lo que significa pararse acá: entendemos que nuestras vivencias tienen mucho en común y que en el "Colegio de la Élite" ser mujer y disidencia tiene sus costos. Somos muchas y no podemos escapar al deseo de expresarnos y manifestarnos. Firmamos esta carta porque nos queremos hacer ver: acá estamos, unidas, luchando por la libertad de nuestros cuerpos gracias a esa marea feminista que hoy pone en jaque cada rincón. Esta entrega de diplomas no es una excepción, y los años vividos de nuestra secundaria tampoco.

En un momento histórico como el que estamos viviendo, se nos hace imposible que acá, en este lugar donde sucedió gran parte de nuestra adolescencia, no se nos venga a la mente este interrogante: ¿Qué implicó para nosotras haber asistido a este colegio? Es inevitable sentir que nuestro género y sexualidad condicionó una enorme parte de nuestra educación. Y es irresponsable pasar por alto la cantidad de situaciones que tuvimos que vivir a causa de esto: nos hicieron creer que las calzas, los shorts, las musculosas distraían a los compañeros; que una autoridad podía humillarte por cómo estabas vestida; que un escote podía significar una mejor nota; que ante los comentarios machistas de algunos profesores, debíamos bajar la cabeza. Que ni esa tan famosa frase “el campo es nuestro” nos pertenecía: ¿cómo iba a serlo si mientras nuestros compañeros disfrutaban realizar deportes en cuero, a nosotras no nos dejaban ni quedarnos en corpiño deportivo? ¿Sí frente a los chiflidos, los comentarios obscenos que provenían del lado de la calle, nos prohibían responder?

Hoy nos damos cuenta de que hasta los espacios institucionales que debían educarnos y cuidarnos, hacían agua: porque nos enseñaron a poner un preservativo en diapositivas pero nunca qué hacer si el varón nos insistía para no usarlo, o peor, si nos insistía cuando ellos querían tener relaciones y nosotras no. Y ni hablar de que nunca nos enseñaron a cuidarnos en una relación no heterosexual.

Nos enseñaban, desde arriba de una tarima, a no tomar alcohol de más en las fiestas, pero jamás pusieron el foco en cómo, hasta en esas circunstancias, no debía faltar nunca el consentimiento y el respeto hacia el otre: y nuestros cuerpos lo pagaron.
Nos sabían objeto de burla de algunos grupos de pibes: porque estar con muchos, estar con pocos, ser gorda, ser deseada, ser rara, era motivo para que tu nombre e intimidades fueran expuestos en carteles en el claustro central, redes sociales o descripciones de fiestas.

Se sabía también la enorme cantidad de trastornos alimenticios que existían en cada aula y nunca fueron atendidos como era debido. ¿Realmente pensaban que en un TP de dos horas, dándonos una explicación científica sobre la anorexia y bulimia, iban a tratar la masiva cantidad de casos?

Es doloroso recordar cómo algunos compañeros pasaron por alto nuestro consentimiento, es doloroso ver el silencio y la complicidad de quienes pudieron tener un papel fundamental en frenarlo. Es doloroso cuánta violencia psicológica, simbólica y física aprendimos a callar y cómo, por estas mismas acciones, se nos enseñó a sentir culpa. Pero más doloroso es seguir haciendo de cuenta que nada de todo esto ocurrió. Que ser varón, mujer o disidencia, acá, daba lo mismo.

Hoy les decimos: no daba lo mismo.

Y poder ponerlo en palabras, poder desnaturalizar ciertas prácticas, poder ver a las nuevas generaciones, a esas pibas que hoy se encargan de encabezar una lucha feminista autogestionada en este Centro de Estudiantes, es reparador. Nos reconforta, nos da esperanza, nos hace reflexionar acerca de cómo seguir ahora en nuestros nuevos espacios colectivos, en nuestras facultades, en nuestras casas, en nuestros vínculos, en nuestras relaciones sexo-afectivas, en la calle. No es menor dar cuenta de que todo esto sucedió al mismo tiempo que transcurrían años cruciales de nuestras vidas, en los que nos empezamos a forjar como personas, a recorrer nuestra sexualidad, nuestros deseos, nuestros goces; y que no de miedo decirlo: nosotras también gozamos.

Sabemos que todo lo que acabamos de mencionar no pasa sólo acá. Pero denunciar, criticar e incomodar, forma parte de lo que implica ir a un colegio donde las condiciones de cursada nos permiten el debate y la reflexión. No somos ajenas a la realidad, eso también lo reconocemos. Somos mujeres, disidencias, estudiantes y trabajadoras. Somos parte de las instituciones que habitamos. Somos parte de las calles que transitamos. Esto significa una doble responsabilidad: luchar por las reivindicaciones de nuestro género y luchar por condiciones de vida dignas para quienes nos rodean. Reconocemos que haber cursado acá fue un privilegio: nuestras estufas no explotaban y la mayoría teníamos recursos para poder bancar lo que significa estudiar en una institución de élite. ¿Cómo en otras escuelas puede haber departamentos específicos que atiendan las cuestiones de género, cuando al mismo tiempo no hay gas, luz, agua? ¿Cómo poder sentarse a hablar de feminismo con las panzas vacías? ¿Cómo recibir una educación amplia, integral, contenedora, con un presupuesto de miseria? Con desprestigio, vaciamiento y bastardeo a la educación pública, los espacios para la introspección, para pensar nuestra relación con un otre, para pensarnos colectivamente, no existen.

Como mujeres, disidencias, estudiantes y trabajadoras, ponemos el cuerpo aunque este sistema nos condene a los márgenes y a la exclusión. Hace poco más de un mes, una docente y un no docente de la escuela 39 de Moreno murieron por una explosión a causa de una fuga de gas. Hace meses que las docentes de universidades públicas paran por un sueldo digno, porque el pan no se compra con vocación. Y las estudiantes acompañamos su lucha en asambleas, marchando o tomando las facultades.

Nuestro deber es no ser indiferentes porque no sólo somos feministas, somos las hijas de la educación pública. Y mientras las paredes de este colegio nos sumergían en las discusiones teóricas, abstractas y alejadas, con una mirada estrábica, decidimos poner el ojo más allá. Hay una otredad, la otredad existe.

Al Buenos Aires le agradecemos encontrarnos, hacernos más humanas; al feminismo, hacernos hermanas. Al Buenos Aires le agradecemos lo que nadie jamás debería tener que agradecer: una educación de calidad. Al Buenos Aires le queremos devolver que eso sea para todes. Y porque fuimos educadas en un colegio donde se nos permitió desarrollar en nuestras subjetividades inclinaciones por la ciencia, el arte, la medicina, la historia, la política y la docencia, aceptamos el compromiso de construir desde estos espacios, ya sea individual, colectiva o interdisciplinariamente, una realidad distinta. De obtener de una vez por todas lo que nos corresponde como mujeres, disidencias, estudiantes y trabajadoras, pero también lo que corresponde al pueblo: vivir libre y dignamente.

 

 

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