Las puebladas desacomodan a propios y extraños

El 2018 será un año intenso, de mucha resistencia, incertidumbre y lucha callejera

 

Los días previos a la convocatoria, el gobierno desplegó todo su poder para invisibilizar la protesta generando escenarios donde los diversos dirigentes sindicales, que de una u otra forma controlan, desistieran de convocar o de concurrir.

La semana que precedió al 21F mostró los programas políticos de la TV en consonancia con su estilo: desde los alocados intratables hasta las solitarias reflexiones de Morales Solá tratando de dilucidar si se trataba de un profundo malestar popular o de una maniobra moyanista para eludir la justicia. La prensa escrita editorializó en el mismo sentido y la noticia se instaló en centro de la escena política.

La gente en la calle lo puso en su lugar. Cuatrocientos mil presentes en la 9 de Julio consagraron, en esa marcha de la bronca, su rechazo a la política del gobierno de Mauricio Macri. Marcha pacífica, autocontrol eficiente y coordinado y discursos de variada intensidad. Atrás quedaron los esfuerzos del gobierno y los derroches de palabras de los medios. ¿Qué pasó en realidad?

Con la masa movilizada se pueden hacer varias cosas salvo una: quedarse a mitad de camino. Este gobierno pensó, desde el inicio, que debía implantar un principio de autoridad. Cresta Roja y los empleados públicos de la Plata no nos dejan mentir. Esta fue la constante en un empinado camino de ascenso que lo hizo creer que había descubierto la pólvora. Discurso de diálogo y de unidad y represión efectiva a la protesta social. En eso no ahorró palos. Santiago Maldonado y Rafael Nahuel son dos mártires, Milagro Sala es el ejemplo del ensañamiento donde concurren todas las discriminaciones: mujer, india, pobre y activista. Y así llegamos al 14 de diciembre con la iniciativa de recortar los haberes de los jubilados. Ese día el gobierno jugó a fondo. El despliegue policial, la aplicación del protocolo Bullrich y las instrucciones sobre el terreno intentaron producir el escarmiento definitivo. No fue posible, el 18 el gobierno local intentó aplicar la contención racional de la marcha y fue sobrepasado. Las fuerzas federales repitieron la cacería y la gente no retrocedió. En realidad si comparamos este fenómeno con las viejas puebladas históricas, lo único diferente fue el comportamiento pacifico de los manifestantes. La policía fue siempre igual. El Cordobazo se hizo con mucha menos gente en la calle y con mucha más violencia en la resistencia. Tenerlo en cuenta ayuda a entender cómo este gobierno juega con fuego sin aprender de la historia.

Durante los días posteriores, en términos generales los medios siguieron atrapados por la misma lógica. Elisa Carrió, termómetro mediático del pensamiento oficial, acusó a los Moyano de asesinos seriales. ¿Un dislate, una provocación? Un grito de impotencia, tal vez la prueba más visible del impacto de esa marcha. Los debates televisivos no aportaron mucho más. El gobierno ensaya, como de costumbre, jugadas distractivas, los dirigentes sindicales presionables guardan un vergonzoso silencio.

Macri tiene dos opciones: o ajusta en serio a la medida que le requiere su monumental endeudamiento y se juega a reprimir para inmovilizar la oposición, o cambia los ejes de su política económica y social con la renovación ministerial que lo haga creíble. No puede navegar en tanta contradicción. La gobernabilidad que le reclama a la oposición debe generarla su gobierno. La presión sobre el Poder Judicial para seguir cazando opositores se le va a volver en contra.

El movimiento obrero en particular y el campo popular en general son, tal vez, los sujetos más coherentes de los últimos tiempos frente a la historia. Los dirigentes sindicales están en un dilema sin retorno. O asumen la conducción o pierden el tren.

Sorprende el silencio. La crisis laboral está al rojo vivo. Se cierran fábricas, se despiden y suspenden trabajadores. Los estamentos inferiores de los sindicatos que conviven con las bases repiten como una letanía la consigna del verano, coreada en los conglomerados deportivos y festivales populares. Los dirigentes de más arriba no hablan porque la presión del gobierno y la realidad de los trabajadores van acortando tanto la distancia que les produce vértigo. Una vez más el viejo y pesado carro de la historia en medio del pantano, unos pocos sentados arriba tratando de no embarrarse los pies, la mayoría del pueblo empujando. Los gendarmes con los garrotes en bandolera y los buitres de nuevo oscureciendo el sol.

Mirado desde aquí el 2018 será un año intenso, de mucha resistencia, incertidumbre y lucha callejera. Para el gobierno será el tentador momento de ajustar por no tener que afrontar un calendario electoral. El presidente Mauricio Macri padece el mismo vértigo que los mencionados dirigentes sindicales. La práctica de pedir prestado acentuó la sospecha de que no le preocupa pagar las deudas.

La oposición política empieza a esbozar un debate que le permita transitar el duro camino de la unidad. No habrá autocríticas ni pedidos de disculpas. Si miran más las encuestas que la calle difícilmente se derrote a la derecha explícita que representa el oficialismo.

 

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