Las últimas palabras de Federico Sturzenegger

La solución es política: 2019

Una vez más, Macri nos jorobó (quién escribe esta frase fue educado por una madre que aborrece las malas palabras; quién la lee es libre de sustituir el sinónimo que le resulte más atinado).

Tras padecer 916 días de gestión desquiciada de Federico Sturzenegger al frente del Banco Central, con gusto la hubiésemos tolerado 24 horas más a cambio de consagrar el día jueves, y todo el espacio de esta nota, al festejo de la media sanción en la Cámara de Diputados del proyecto que legaliza la interrupción voluntaria del embarazo. Una conquista sublime que le debemos agradecer a la lucha tenaz de generaciones de mujeres feministas. Desde las pioneras de la campaña, como la recordada Haydée Birgin del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), hasta las miles de pibas que hoy la encarnan. Y también la prueba elocuente de cuán eficaz resulta salir a la calle para pelear por nuestros derechos, una bella tradición cívica argentina que nos honra y distingue como nación.

Pero Macri nos jorobó de nuevo y eligió justo ese día para despedir a Sturzenegger y reemplazarlo con el hasta entonces Ministro de Finanzas, Luis Caputo. Cuatro de los directores del Banco Central afines a Sturzenegger también renunciaron para que Caputo pudiera ocupar esas vacantes con hombres de su confianza (mal que le pese a Madame Lagarde, siguen cortos de mujeres en el equipo económico). En otras palabras, sale un directorio de académicos que pecaban de optimistas y entra un directorio de timberos que la van de expertos.

El despido de Sturzenegger se formalizó el jueves pero en la práctica ya había renunciado una semana antes, cuando en la conferencia de prensa para anunciar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que compartió con el ahora titular de la cartera unificada de Economía, Nicolás Dujovne, reconoció que ya no tenía sentido estimar una meta específica de inflación para este año y, por lo tanto, su nueva meta sería intentar que el aumento de los precios fuera “lo más bajo posible”. Difícil que pudiera sostenerse en el cargo por mucho tiempo después de admitir que el andamiaje teórico sobre el cual había construido toda su gestión carecía de cimientos.

La Carta de Intención dirigida a Lagarde, que el propio Sturzenegger y Dujovne firmaron en nombre del gobierno argentino el 12 de junio, y cuyo borrador, sin duda, ya conocían en detalle cuando brindaron la conferencia de prensa cinco días antes, calcula el rango de inflación que padeceremos los argentinos en 2018 con la especificidad que el pudoroso Sturzenegger prefirió no revelar. En la página 13 de la Carta se dice que el Banco Central ha resuelto establecer nuevas metas de inflación “realistas y significativas”, incluyendo una meta “para el final de 2018 de 27 por ciento”, pero en una tabla incluida en la página 18 se aclara que esa “meta central” podría escalar hasta 29% o 32%. “Nos comprometemos a hacer todo lo necesario para cumplirlas”, aseguran los firmantes de la Carta. Más les vale, porque en la página 30 se establece que los técnicos del Fondo revisarán el cumplimiento de esa promesa cada tres meses y, en caso de que adviertan que la inflación anualizada supera el 29%, el Banco Central deberá “discutir” con el staff del Fondo la “respuesta de política apropiada”, y, si llega a exceder el 32%, los desembolsos podrán suspenderse hasta que las autoridades argentinas le expliquen satisfactoriamente a la Junta Directiva del FMI los motivos del desvío y las políticas que aplicarán para corregirlo. Ambos topes se tornan más exigentes a partir de 2019, disminuyendo a un ritmo trimestral desde el 26% al 19%, en el caso del límite inferior, y desde el 28% al 21%, en el del límite superior.

Sturzenegger se aleja de la función pública habiendo acumulado más de 80% de inflación durante sus treinta meses al frente del Banco Central. Un resultado calamitoso, sobre todo si se recuerda que en su primer día como presidente del organismo anunció que su objetivo primordial sería alcanzar la estabilidad monetaria, soslayando su responsabilidad de promover el empleo y el desarrollo económico con equidad social, fines que el objeto múltiple de su carta orgánica también le encomienda al Banco Central.

En una columna anterior, (Puede fallar: https://www.elcohetealaluna.com/puede-fallar/), publicada a fines de febrero cuando un dólar todavía se podía comprar con veinte pesos, alerté que la política económica de Macri provocaría una devaluación descontrolada antes del final de su mandato. Expliqué entonces que, por distintos motivos explicados en la nota, ninguna de las tres alternativas a las que podría echar mano el gobierno para intentar neutralizar la crisis – vender reservas, aumentar el endeudamiento, o restablecer restricciones a las operaciones cambiarias– sería fácil de implementar ni le garantizaría el resultado buscado. La última semana de abril se disparó la corrida cambiaria y el gobierno apeló a las dos primeras opciones sin conseguir frenarla. Desde entonces, ni la venta de  miles de millones de dólares de reservas (cayeron de 61.000 a 48.500 millones de dólares) ni el anuncio de un crédito stand-by del FMI por 50.000 millones han impedido que el dólar oficial aumente su cotización más del 40%. Por ahora, la tercera opción, en cualquiera de sus variantes, nos la deben.

La desorientación programática de los funcionarios del equipo económico provoca ciclotimia analítica en los consultores económicos. Martín Redrado, por ejemplo, pudo escribir en El Cronista a fines de abril que el Banco Central “debe darle al tipo de cambio más volatilidad e imprevisibilidad... a veces debe correrse y otras debe intervenir fuerte”, y esta semana declarar al mismo medio que “sin dudas el Banco Central perdió credibilidad con tantas idas y vueltas” porque “estas marchas y contramarchas no hacen bien”.

La misma aflicción parece aquejar a esa entelequia llamada “los mercados”, que por la mañana del primer día de trabajo del nuevo presidente del Banco Central anticipaban una mejoría, al menos transitoria, de todas las variables relevantes, y al final de la tarde se habían desmentido a sí mismos provocando un nuevo aumento del dólar minorista, que cerró en $28,85, y una suba del riesgo país hasta los 551 puntos, el peor registro desde mayo de 2016.

Todo lo cual ocurría mientras Dujovne nos ofrendaba otra conferencia de prensa para anunciar que “a pesar del cambio de nombres, el programa económico es el mismo”, un sincericidio que califica para la antología de los peores furcios de los ministros del rubro.

Además, ni falta que hacía la aclaración del ministro. A esta altura queda claro que la crisis económica que nos devasta ya no tiene una solución económica. La solución es política y llega con las elecciones del año que viene. Porque como nos recuerda Sturzenegger en la carta de renuncia que contiene sus últimas palabras como funcionario público, “el camino del progreso no es un camino lineal, sino que está lleno de avances y retrocesos”. En 2019 nos toca volver a avanzar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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