Lastres del presente

El retiro de la Argentina del Grupo de Lima y los gobiernos de derecha como obstáculos a la integración regional

 

La unidad de América Latina, de los pueblos de nuestra América ubicados al Sur del Río Bravo, continúa siendo el sueño incumplido de Bolívar y otros próceres de la guerra de la Independencia.

La historia de este largo proceso se refleja en las relaciones interamericanas y –según Helio Jaguaribe– se desdobla en cuatro fases bien definidas:

“La primera, que abarca el período que va del Congreso de Panamá en 1826 al de Lima en 1864, expresa el esfuerzo de México, de los países centroamericanos y de los septentrionales de América del Sur por integrarse en un sistema más amplio, principalmente para resistir el expansionismo territorial de los Estados Unidos. En la segunda fase, malogradas estas tentativas de integración latinoamericana, tal como la había concebido Bolívar, el predominio norteamericano en la vida del hemisferio se consolidó y aumentó. Las conferencias panamericanas que, a partir de la iniciativa de Blaine en 1889, se reúnen bajo la dirección de Estados Unidos, destacan, por parte de éstos, una política consecuente de conquista de los mercados latinoamericanos para la industria estadounidense. La tercera fase, de 1938 a 1958, se caracteriza por la tentativa por parte de Estados Unidos de estrechar sus vínculos económicos con América Latina, convirtiéndola en un sólido bloque político, integrado en su propia estrategia internacional; estrategia orientada inicialmente contra Hitler y el fascismo europeo, y a partir de la guerra fría contra la Unión Soviética y el comunismo internacional. La cuarta fase de las relaciones interamericanas, ahora en curso, se destaca por la creciente toma de conciencia, por parte de América Latina, de su condición real y de sus verdaderos intereses… En esta nueva visión que de sí mismos tienen los latinoamericanos, han surgido proyectos más efectivos de integración económica, como el de la zona de libre comercio o el de la financiación en gran escala del desarrollo regional, conforme a la llamada Operación Panamericana, predecesora de la Alianza para el Progreso de Kennedy”.[1]

 

La contradicción entre el panamericanismo y la unidad latinoamericana

La periodización de este proceso que expone el sociólogo brasileño, muestra la permanente contradicción entre los frustrados procesos de integración de nuestros pueblos y el panamericanismo que –siguiendo la doctrina Monroe: “América para los americanos”– fue resuelta a partir del pacto de Chapultepec a favor del último con la creación de la Organización de Estados Americanos.

El organismo, con sede en Estados Unidos, fue durante seis décadas la única unidad en la que podían coexistir las naciones del sur del Río Bravo.

Luis Ignacio “Lula” Da Silva, Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Evo Morales fueron los principales arquitectos de la UNASUR y de la CELAC, organismos que –por primera vez en nuestra historia– integran a todos los países latinoamericanos, con exclusión de Estados Unidos y Canadá, reafirmando una voluntad opuesta a la doctrina Monroe y al panamericanismo.

Quienes diseñaron estos nuevos organismos se unieron en el objetivo común de construir un mundo multipolar en el que América Latina actuara como bloque autónomo en la geopolítica mundial. Por supuesto que se trata de un camino que no podía recorrerse sin disputar con las potencias dominantes, en especial con Estados Unidos y la Unión Europea. Pese a las asimetrías evidentes en el bloque (Brasil, México y Argentina frente a naciones con un PBI considerablemente menor) hubo durante la primera década del siglo XXI un nivel de unidad que nunca habían alcanzado los pueblos de nuestra América, con hegemonía de los gobiernos revolucionarios y progresistas, que se expresa vigorosamente en el rechazo del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) en Mar del Plata (2005), impulsada por Estados Unidos, infligiendo una dura derrota a las ambiciones imperiales de Bush.

A partir de ese rechazo, un grupo de países de la región pudieron encarar procesos de crecimiento con equidad y desarrollar los nuevos instrumentos de la integración: UNASUR y CELAC.

La Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) se constituye en el 2007 con doce países de América del Sur: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Uruguay, Venezuela y Paraguay, que en total sumaban una población de 392 millones de habitantes.

Tuvo una intervención muy importante contra los golpes de Estado, duros y blandos, llevados a cabo por las derechas y los grupos económicos dominantes en varios países de nuestra América:

  1. El golpe militar de junio de 2009 en Honduras que derrocó al presidente Manuel Zelaya, planeado con intervención de Estados Unidos, que una vez producido el mismo bloqueó a la OEA a fin de que no tomara medidas efectivas contra el gobierno golpista;
  2. El intento de golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales a través de la acción de la extrema derecha separatista de Santa Cruz de la Sierra y otros departamentos de la Medialuna boliviana. La inmediata y firme respuesta diplomática de la UNASUR, a través de los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, José Mujica y Chávez, hizo posible el fracaso del intento golpista;
  3. El golpe de Estado contra el presidente del Paraguay, Fernando Lugo, consumado el 22 de junio de 2012, a través de un juicio político express que fuera calificado de atentado contra la democracia por todos los mandatarios de los países del UNASUR.

En noviembre de 2011 se constituye la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con la exclusión de Estados Unidos y Canadá.

En 2004, por iniciativa de Venezuela y Cuba, se había conformado la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), como alternativa al ALCA impulsado por Estados Unidos, al que se sumaron Nicaragua, Honduras, Dominica, Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda, Santa Lucía, Surinam y San Cristóbal y Nieves.

Habían surgido nuevos bloques soberanos que se constituían como alternativas frente al papel jugado por la Organización de Estados Americanos, como expresión del dominio de Estados Unidos sobre los países del sur del Río Bravo.

 

La vuelta atrás: ¿fin de ciclo o breve interrupción?

Después de diez años de victorias políticas electorales de las fuerzas revolucionarias y progresistas, la conspiración permanente de la derecha y los grupos económicos transnacionales, a fuerza de golpes blandos, lawfare y campañas de prensa, provocan la caída de los gobiernos populares, a excepción de Venezuela.

El gobierno de Macri junto a los golpistas Michel Temer de Brasil y Horacio Cartés de Paraguay, ambos presidentes como consecuencia de la destitución ilegal de Dilma Roussef y Fernando Lugo, se fijan como objetivos centrales  impedir que Venezuela ejerciera la presidencia pro témpore del Mercosur y luego excluirla del organismo; anular el funcionamiento de la Unasur y la CELAC; y realinear a América Latina con los intereses económicos y geopolíticos del imperialismo norteamericano.

Se habló hasta el cansancio de un “fin de ciclo”, que condenaría a los países de América Latina a un neoliberalismo perpetuo.

Dice al respecto García Linera que, como ocurriera con el “fin de la historia” erigida en los 90 como nueva doctrina imperial frente a la disolución de la URSS y el bloque socialista europeo “que predecía el fin de los grandes relatos heroicos anticolonialistas y anticapitalistas que habían caracterizado el siglo XX, hoy el 'fin de ciclo' constituye el aborto ideológico de esa teleología histórica que pretende hacer creer que las sociedades se mueven impulsadas por leyes independientes y por encima de las propias sociedades, a modo de principios cuasirreligiosos que pretenden explicar la dinámica del mundo” y que “busca mutilar la praxis humana como motor del propio devenir humano y fuente explicativa de la historia, arrojando a la sociedad a la impotencia de una contemplación derrotista frente a unos acontecimientos que, supuestamente, se despliegan al margen de la propia acción humana”.[2]

El 11 de octubre de 2015 un grupo de once países, incluidos tres latinoamericanos, firmaron el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), una reedición corregida y aumentada del ALCA sepultado en Mar del Plata en el 2005. El gobierno de Donald Trump retiró a Estados Unidos del Tratado pero los objetivos siguen siendo los mismos: tratar de erigir un poder corporativo mundial, que avasalle la independencia de los pueblos, que amplíe los derechos de propiedad intelectual de las transnacionales farmacéuticas, haciendo imposible la investigación científica en cada nación, prohibiendo la venta de medicamentos genéricos.

En la etapa actual de expansión mundial de Covid-19 se expresa crudamente la ambición de los países que acaparan millones de vacunas en una cantidad superior a diez o más veces el número de sus habitantes y la de los mayores laboratorios pertenecientes al gran capital que no cumplen con sus compromisos. Como consecuencia de ello, el 75% de las vacunas que se han administrado hasta ahora se han dado en diez países desarrollados. El gran capital sostiene a rajatabla el derecho de propiedad intelectual sobre las vacunas contra quienes plantean la necesidad de que se liberen las patentes con el objeto de salvar vidas.

 

Los nuevos gobiernos populares

Confirmando que el “fin de ciclo” no era un proceso ineluctable, en 2019 el Frente de Todos le gana las elecciones al bloque derechista encabezado por Macri, frustrándose su reelección, objetivo central del gobierno de Estados Unidos, que pretendió asegurarlo a través del mayor préstamo otorgado por el Fondo Monetario Internacional durante toda su historia. En 2020, el Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, con la candidatura de Luis Arce, gana las elecciones en Bolivia, derrotando a la derecha que había organizado el golpe de Estado del año anterior. En Ecuador, el candidato del frente correísta, Andrés Arauz, gana la primera vuelta de las elecciones presidenciales.

Aunque no pueda predecirse el resultado de las elecciones a la Asamblea Constituyente en Chile, ni las elecciones presidenciales del Perú, ni lo que pueda ocurrir finalmente en Brasil frente a la catástrofe humanitaria, agravada por la irresponsabilidad criminal del gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro, es evidente que el “fin de ciclo” triunfalmente proclamado por los voceros de la derecha no se ha producido o fue más corto de lo previsto por pretendidos intelectuales y voceros mediáticos que hacen gala de objetividad, confundiendo sus deseos con la realidad.

 

El retiro del Grupo de Lima y la reunión del Mercosur

En su discurso ante el Congreso, el 1° de marzo de 2021, el presidente Alberto Fernández había planteado la necesidad de potenciar el MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC, retomando el camino iniciado por Néstor Kirchner, seguido y profundizado por Cristina Fernández y que fuera interrumpido durante el gobierno de Macri.

Con respecto a la política internacional, cabe destacar que –antes de ser elegido Presidente– Alberto Fernández realizó enormes esfuerzos, con la colaboración del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a fin de organizar la salida de Evo Morales de Bolivia cuando corría peligro su vida como consecuencia del golpe de Estado; y le dio asilo en nuestro país, acompañándolo luego a la frontera en el regreso a su Patria. Cuando aún era candidato, visitó a Lula preso en Curitiba y reclamó públicamente su libertad, ordenada en fecha reciente por el Tribunal Supremo de Brasil.

La Argentina reconoce al gobierno constitucional de Nicolás Maduro como único legítimo de Venezuela. El actual gobierno nunca reconoció al autoproclamado Juan Guaidó. No obstante ello siguió integrando formalmente el llamado “Grupo de Lima”. La designación de Guaidó como “presidente encargado” de Venezuela, ungido por el gobierno estadounidense, reconocido por la Unión Europea y por varios países latinoamericanos gobernados por la derecha, pero no por el pueblo venezolano, sin que pueda invocar la representación de ningún órgano del Estado, puesto que –hace tiempo ya– ha dejado de ser presidente de la Asamblea Nacional, constituye un claro ejemplo del grado de descomposición política y moral del imperialismo y sus aliados. Ya no les preocupa esconder la ilegalidad manifiesta de su nombramiento. El fracaso de Estados Unidos en la utilización de la Carta Democrática de la OEA contra el gobierno venezolano lo lleva a instrumentar el Grupo de Lima, integrado por 14 países, entre ellos la Argentina durante el gobierno de Macri. Se trata de un grupo constituido con el objeto de desestabilizar y derribar al gobierno constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, siguiendo una estrategia económica, diplomática y militar diseñada por Estados Unidos.

El 24 de marzo de 2021 la Cancillería de nuestro país formaliza su retiro de dicho Grupo debido a que “las acciones que ha venido desarrollando el Grupo buscando aislar a Venezuela y a sus representantes no han conducido a nada”, y que “la participación de un sector de la oposición venezolana como un integrante más del Grupo de Lima ha llevado a que se adoptaran posiciones que nuestro Gobierno no ha podido ni puede acompañar”. La declaración condena las sanciones y bloqueos impuestos a Venezuela así como “los intentos de desestabilización ocurridos en 2020”, que “no han hecho más que agravar la situación de su población y, en particular, la de los sectores más vulnerables”.

La reunión para conmemorar los 30 años del Mercosur, bajo la presidencia pro tempore de Alberto Fernández, comenzó con fuertes discusiones entre los mandatarios de los cuatro países miembros. Uruguay, Paraguay y Brasil pidieron flexibilizar las relaciones comerciales con el resto del mundo. Bolsonaro, Luis Lacalle Pou y Mario Abdo Benítez se manifestaron partidarios de la revisión del Arancel Externo Común y la reducción de las barreras comerciales internas.

El presidente de Uruguay, Lacalle Pou, planteó que “nuestro pueblo nos exige avanzar en el concierto internacional y por eso vamos a proponer formalmente que se discuta en la mesa el tema de la flexibilización”, y que si bien la producción del Mercosur pesa mundialmente, “lo que no debe y no puede ser es que sea un lastre”.

Alberto Fernández explicó que la propuesta en materia de revisión del Arancel Externo Común se basa en “preservar el equilibrio entre los sectores agroindustriales e industrial, corregir las actuales inconsistencias para lograr un mayor estímulo a la agregación de valor, tomando en cuenta las negociaciones del Mercosur con terceros”.

El Presidente le respondió al mandatario oriental, reivindicando con fuerza la importancia del bloque: “Si nos hemos convertido en una carga, lo lamento. Si somos un lastre, tomen otro barco”.

 

 

La realidad es que la derecha que gobierna en Brasil, Uruguay y Paraguay no tiene ningún interés en sostener el Mercosur como bloque soberano y avanzar hacia una unidad más amplia. El reclamo de flexibilizar las negociaciones con otros bloques, reducir el Arancel Externo Común y producir modificaciones en el sistema de decisiones, apunta a autorizar los acuerdos bilaterales con Estados Unidos y la Unión Europea.

Los gobiernos democráticos y populares de nuestra América deberán reforzar los bloques soberanos: Mercosur, Unasur, CELAC, ALBA, dejando atrás las viejas estructuras de la dependencia, con el claro objetivo de construir una unidad de los pueblos.

La unidad de nuestra América se construirá sobre las bases del intervencionismo estatal para enfrentar el desafío de transformar las estructuras productivas, para recuperar y defender nuestros recursos naturales, para avanzar hacia la segunda y definitiva independencia, en la lucha por un nuevo internacionalismo de los pueblos.

 

[1] Helio Jaguaribe, “Condiciones Políticas del desarrollo latinoamericano”, en América Latina. Ensayos de Interpretación sociológico-política, Colección Tiempo Latinoamericano, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1970, p. 320/321.
[2] Alvaro García Linera, “¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias?”; Rebelión, 24/06/2017.

 

 

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