Lecciones de la semana

Nuestros investigadores están en condiciones de abordar casi cualquier problema que se les presente. 

 

Esto no es un artículo, o al menos, no es un artículo convencional.

Estas son algunas notas de lo que (me) fue pasando durante toda la semana a propósito de la pandemia. Algunas reflexiones.

Días atrás leí un artículo en el New York Times en donde se hacía la siguiente referencia: frente a la necesidad de comprar material imprescindible para entregar a los hospitales en todo el mundo, hay varios de ellos que no son de producción masiva, o mejor dicho, lo son, pero por un pequeño grupo de empresas. Por ejemplo: respiradores. Otro ejemplo: reactivos para hacer los tests, es decir, grupos de drogas necesarias para poder implementarlos.

Pero también hacen falta barbijos, máscaras, protección para los trabajadores de la salud, todos. Y naturalmente, sucede lo obvio. Llama un país (y bien digo, ‘un país’) a una de estas empresas, digamos una de las que produce respiradores. No importa dónde esté ubicada la empresa, pero sí importa donde está ubicado el país. Si al Presidente de este ‘país que llama’ le tocó estar geográficamente en el Hemisferio Sur, por ejemplo, una buena porción de Latinoamérica, o África, entonces la empresa proveedora, que la semana anterior se había comprometido a entregar los aparatos en siete días, ahora, tiene que cambiar la fecha de entrega. ¿Razones? El dueño sostiene que ha recibido pedidos de países europeos y Estados Unidos, que requieren de los mismos respiradores que el país latinoamericano, pero están dispuestos a: a) comprar mucha mayor cantidad, tanto que les han comprado todo lo que produzca esta empresa por los próximos seis meses; b) estos otros países están dispuestos a subir cualquier oferta que pudiera hacer él (el Presidente de este país latinoamericano).

¿Qué haría usted si fuera el presidente de este país latinoamericano?

A continuación, haga lo siguiente: tome el texto que leyó acá arriba. Reemplace la palabra ‘país latinoamericano’ por el que se le ocurra. Ubique el nombre de cada Presidente y úselo en la frase que está escribiendo. Busque (por internet eventualmente), los nombres de las empresas que fabrican respiradores. Si le hace falta, busque el nombre del CEO de esa empresa. ¡Listo! Tiene todos los datos que necesita. Eso sí: haga una excepción. Excluya a la Argentina. La Argentina está en condiciones de producir los respiradores que —eventualmente— llegara a necesitar.

Después toca el turno de las diferentes cepas de los virus. Me explica Alberto Kornblihtt que este tipo de virus muta muy seguido, no tanto como la gripe, pero muta. Esto tiene que ver con que ambos son virus del ARN y no del ADN. Los del ADN se portan mejor, cometen menos errores cuando se reproducen. Los del ARN, no. ¿Por qué importa esto? Es que los que llegan a la Argentina, o los que llegaron a la Argentina vinieron desde —al menos— tres zonas geográficas distintas: Asia, Europa y Estados Unidos. ¿Cómo sabemos? Porque lo descubrieron científicos que trabajan en el Instituto Malbrán. ¿Qué hicieron con esos datos?

Por un lado, servirá para que cualquier tratamiento y/o vacuna que se produzca, tenga en cuenta que ‘estos’ serán los tipos de virus que nos importará a nosotros, a los argentinos. Por otro lado, los científicos argentinos contribuyeron con una base de datos mundial, adonde todos aportan, independientemente del país que los provea, porque esto que nos pasa a nosotros les pasa a todos.

Sin embargo, hay una enorme diferencia: la Argentina tiene los científicos que lo pueden/pudieron hacer. La mayoría de los países del Hemisferio Sur, no. Dependen de los otros, de aquellos que no solo tienen economías más poderosas, sino que tienen la ciencia y tecnología para abordarlo. Afortunadamente la Argentina Científica logró salir suficientemente ilesa del ataque descomunal que le produjo al sistema el gobierno de Macri.

Por un instante, y sólo por un instante, ¿se imagina lo que sería la epidemia con el gobierno anterior? Y no es nada más que una conjetura: ¡¡fue un gobierno que le quitó la categoría de Ministerios a Salud y Ciencia!!! Pero no importa: sigo.

Los investigadores argentinos están en condiciones de abordar casi cualquier problema que se les/nos presente. No hay nada que se sepa ‘afuera’ que no lo puedan entender nuestra gente, nuestros investigadores, nuestros científicos. Puede que nos falten aparatos suficientes para hacer la cantidad de tests que serían necesarios, pero tenemos la capacidad de producir ‘otros’ que los reemplazarán, mientras el mundo de la ciencia se unió en todo el mundo en búsqueda de tratamientos y vacunas. Pero quiero repetir esto: ¡no hay nada afuera que no tengamos nosotros! La Argentina ES INDEPENDIENTE. Esto, dicho así, parecía algo abstracto. Hoy es bien concreto, bien específico, tiene nombres y apellidos. E instituciones. Y horas de preparación. No es posible hacer un curso acelerado para purificar las proteínas del virus. No se puede aprender en un día, o en una semana. O en un mes. Pero nosotros sabemos hacerlo. El país sabe hacerlo. 

Y mientras tanto, mientras el mundo (y nosotros, obviamente) aprendemos sobre diferentes abordajes, las personas que dentro del país estudian y proyectan con modelos matemáticos (sí, matemáticos), esto permite planificar el futuro. Predecirlo (con diferentes niveles de precisión) y planificarlo. Mirar las curvas. Todos los días. Entender cómo seguirlas, qué esperar de ellas. Y me quiero detener un minuto en esto. Me consta personalmente que hay múltiples investigadores argentinos, cuya área específica no es esta. Por ejemplo, Jorge Aliaga. Otro: Juan Pablo Paz. Ambos son físicos. Roberto Echenique. Es químico. Y créame, son solamente tres casos. Uno (Juan Pablo) es funcionario público, a cargo de una de las secretarías del Ministerio de Ciencia. Pero los tres… ¡los tres! están trabajando en temas que no son específicamente de sus especialidades pero que son imprescindibles hoy. Están/estamos formados todos en la universidad pública. Ellos tres y yo también. Pero es injusto que nombre nada más que a tres, pero me emociona que todos los días nos veo a todos interconectados, discutiendo, intercambiando información, en cooperación con el Ministerio de Salud, con Ginés y con Carla Vizzotti y con la gente del interior, y ¡todo el país científico tirando para el mismo lado!

¿Se imagina si no los tuviéramos? ¿Se imagina si no pudiéramos fabricar y/o producir nuestros propios tests? ¿Nuestros propios kits? ¿Habrá dejado de ser un tema abstracto para convertirse en algo específico?

Jorge Aliaga, con su análisis descubrió lo siguiente. La Argentina tenía 500 casos el 15 de marzo. Si no hubiera habido cuarentena, los casos se habrían decuplicado (multiplicado por diez) cada diez días. Esto es, hubiéramos tenido 5.000 (cinco mil) el 25 de marzo. Y 50.000 diez días después. ¿Quiere comparar con los datos de hoy?

Espere: ¡no cantemos ninguna victoria! Como no hay ni tratamiento ni vacuna, lo único que sirve es establecer distancia, quedarse en casa (si es posible).

Por último, cada país, cuando esto pase (porque sí, alguna vez va a pasar) tendrá gobernantes que asumirán responsabilidades (así espero). Trump y Boris Johnson se harán responsables de las muertes que no debieron ser. Pero también habrá alguno/s, como Alberto Fernández, que seguramente podrá decir que él… sí, él, ayudó a salvar muchas vidas. Si salvó una sola, ya valió la pena.

Los médicos, enfermeras, los que trabajan en los hospitales, los que manejan las ambulancias, los que trabajan como paramédicos, los “todos” que trabajan en la asistencia pública, todos aquellos que entregan el único capital que tienen que es significativo (sus vidas) para cuidarnos a nosotros, están ciertamente en la primera línea, no solo del reconocimiento, sino de la gratitud: ¡son los que nos están cuidando! Ni hablar de eso.

Pero déjeme que termine estas líneas con mi gratitud también a la Argentina Científica… a toda. Chapeau para ellos también.

 

 

 

 

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