Leones y corderos

El diverso mundo evangélico

"Cordero de Dios", Francisco de Zurbarán, 1640.

 

El encuentro religioso del Presidente Milei con un nutrido grupo de pastores miembros de una de las federaciones de Iglesias evangélicas suscitó comentarios y conjeturas de todo tipo, muchos de ellos basados en yerros informativos dignos de una yerra.

Los comentarios generales compitieron entre el cielo y el infierno. Para los unos, fue una señal divina y, para los otros, el avance de una secta tenebrosa.

 

 

La crónica

El pasado lunes 3 de noviembre, el Presidente de la Nación, Javier Milei, su hermana y secretaria de la presidencia, Karina, y algunos de sus ministros participaron con varias decenas de pastores de una reunión religiosa en el Salón Sur de la Casa Rosada. Según el diario Clarín, fue el primer evento de este tipo en la sede del Poder Ejecutivo nacional.
De esta manera, conmemoraron el Día de las Iglesias Evangélicas, el cual fue instituido por la Ley 27.741, votada por la Cámara baja en septiembre de 2023. El diario La Nación recuerda que, en aquella sesión, el entonces diputado Milei se abstuvo en la votación.

La crónica cuenta que el Presidente escuchó oraciones, fue bendecido y, con la voz quebrada, atribuyó el triunfo electoral “al uno”.

 

 

 

Evangelistas

Algunos periodistas, que insisten en llamar evangelistas a los evangélicos, afirmaron su terror por el avance de una secta que tuvo su origen en el segundo mandato del Presidente Perón. Ignoran que el general José de San Martín contó, tanto en la Argentina como en el Perú, con la labor del pastor Diego Thompson para desarrollar el sistema educativo de las naciones nacientes. Pasados los años, la tarea educativa continuó con la evangélica Juana Manso, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento. Carecen de historicidad, por lo que ignoran que cuatro de las centenarias Iglesias protestantes evangélicas se establecieron en nuestra patria antes de su constitución en 1853, es decir, son preconstitucionales.

Con firmeza, algunos han aseverado que el avance evangelista queda evidenciado en un decreto por el que se exime a las “Iglesias evangelistas” de la presentación de balances. Desconocen que la norma reglamentada por dicho decreto pertenece a uno de los artículos del Código Civil y Comercial reformado en 2014, que permite a todas las religiones organizarse de acuerdo con sus creencias. De esta forma, conservan su personería jurídica, por lo que rinden cuentas, con sus memorias y balances, a la Inspección General de Justicia.

 

 

Puchereando

La comparación con la estructura de la Iglesia católica apostólica romana dificulta a muchas personas entender la forma diversa y plural de la Iglesia evangélica, compuesta por muchas iglesias denominacionales sin contar con una autoridad máxima que las rija.
Una noche de invierno, puchereando en El Globo, “el Canca” Dante Gullo me dijo:
—A ustedes los evangélicos no los entiendo.
—Es fácil —repliqué—, ¿Menem es peronista?
Ante su respuesta afirmativa, continué preguntando:
—¿Kirchner es peronista?
—Ya está, me quedó claro cómo son ustedes —me dijo entre risas.

El ex Presidente Mauricio Macri, en cierta ocasión, también me expuso su imposibilidad de comprender la organización de la Iglesia evangélica; “no sé con quién hablar”, me dijo desorientado, por no contar con un único referente.

—Tu problema es mi tranquilidad —respondí. —Con nosotros tenés que hablar con todos y todas, somos amplios y diversos, nadie posee la voz evangélica autorizada.

Tratar de uniformar la opinión evangélica es un error muy habitual, tanto que algunas y algunos evangélicos sufren lapsus pretendiendo ocupar un trono ficticio e irreal.

Las y los pastores que acudieron a la invitación del Poder Ejecutivo son miembros de la Alianza Cristiana Evangélica de la República Argentina (ACIERA) y representan a las congregaciones que la integran. Existen otras, como la Federación Confraternidad Evangélica Pentecostal (FeCEP), o la más antigua de todas, la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), para mencionar las más significativas.

Presencias o ausencias que determinan posturas y creencias de una manera empírica.

 

 

Vino y mirra

Por ser un acérrimo militante de la separación de la Iglesia y el Estado —incluyendo en este concepto a toda religión—, no concuerdo con ninguna actividad religiosa o cúltica promovida por el Estado, llámese tedeum, reunión para bendecir o cualquier otra denominación. Por la misma razón, no acepto que los lugares públicos y/o gubernamentales estén presididos por símbolos religiosos de ninguna clase. Los gobernantes, en forma personal, pueden acudir a las reuniones religiosas que deseen, pero el Estado no debe “sostener” ninguna religión.

Aquí entramos en un terreno sinuoso y pantanoso, esquina por la que la Iglesia ya pasó una infinidad de veces.

Un día del año 312 d. C., tras atribuirle al favor divino la victoria en una batalla —excusa remanida—, el emperador Constantino se convirtió al cristianismo. En aquella hora, lejos de la Iglesia entrar en Roma, fue Roma quien penetró el alma de la Iglesia, transformando en cruel perseguidora a la otrora santa perseguida. Entre tropezones y caídas, lacerados por martirios y guerras, atravesamos los siglos marcados por mares de dolor, esclavitud y sangre, frutos de la ambición humana enmascarada en dogmas religiosos.
Si nos remitimos a la historia, cuando el profeta Samuel, juez y caudillo de Israel en el siglo XII a. C., llevó ante Dios la petición del pueblo que pretendía tener un rey, recibió una contundente respuesta antimonárquica. Podemos decir que fue el Señor quien inició el actual y creciente movimiento “no king” (1 Samuel 8).

Jesús le dijo a Pilato que su reino no era de este mundo (Juan 18.36), y a sus discípulos les negó información sobre la restauración del reino israelita, encomendándoles una misión que es la definición acabada de su reino, el de los cielos (Hechos 1.6-8), que se acerca a la tierra toda vez que lo pedimos (Mateo 6.10) y queda en manifiesto cuando él interviene con poder (Marcos 1.15). Eso sí, nunca se establece en esta tierra.

Aproximadamente tres lustros después de la resurrección, las iglesias debieron juntarse en el primer concilio (Hechos 15). Allí se puso freno a la avanzada de los de Jerusalén, que pretendían imponer al mundo pagano la legislación político religiosa hebrea, lucha que, a pesar del claro dictamen antijudaizante, siguió tal como lo reflejan las cartas a los gálatas y a los romanos. Pablo expone esa controversia durante el presidio previo a su ejecución (Hechos 28.17-31).

El poder terrenal para la Iglesia es similar al vino mezclado con mirra que Jesús rechazó antes de la crucifixión. Tras el amargo trago, se pierden hasta las santas vestiduras, tal como los soldados romanos hicieron al disputarse la ropa al pie de la cruz (Marcos 15.22-24).

Por ejemplo, es muy amargo tener que aceptar una cruel reforma laboral a cambio de la promesa de derogación del artículo 2 de la Constitución, copa que debemos rechazar de plano.

Hace un tiempo, vi en la plataforma Netflix el documental Apocalipsis en los trópicos, en el cual se analiza la participación de los pastores en la vida política de Brasil durante la presidencia de Jair “Mesías” Bolsonaro. El excelente trabajo de producción nos permite conocer en intimidad el pensamiento de los principales actores de la avanzada clerical que propugna la imposición de su interpretación del Antiguo Testamento como base de la legislación secular.

Igual sabor al del dulce vino mezclado con la amarga mirra se aprecia en las seductoras propuestas de políticos ávidos de conseguir los favores de los pastores para así hacerse de los votos evangélicos. Ellos saben edulcorar su mensaje con temas que movilizan a sus presas, las cuales, en el mejor de los casos creyendo en esas proclamas, se enfervorizan, llegando a justificar lo injustificable.
La añeja ambición de poder completa el cuadro; quienes se autoperciben restauradores de la moral, afrontan como una misión divina la toma del poder.
Al presenciar este dantesco espectáculo, veo borronearse las palabras de Mateo 20.26-28: “Jesús los llamó y dijo: Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen al pueblo y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás, así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”.

 

 

Leones majestuosos o corderos inmolados

En una fotografía del citado encuentro político-religioso, vi que le obsequiaron al Presidente de la Nación una Biblia que en su tapa tiene la imagen de un león.
Recordé el excelente comentario de Søren Kierkegaard sobre Apocalipsis, capítulo 5.
Ante el llanto inconsolable de Juan por no haber quién pudiera abrir los libros, invocan al León de Judá, que cuando aparece en medio del trono es un cordero inmolado, es decir, degollado. Imagen elocuente por el contraste entre la fuerza y la ternura.

Esto nos lleva a meditar de qué lado estamos, en qué vereda caminamos. ¿Pretendemos imponernos con la fiereza del león o con empatía procuramos levantar a los que sufren? ¿Priman en nuestra vida la ley y el orden o la misericordia y el amor por el prójimo?

Leones majestuosos o corderos inmolados, solidarios del amor que bregan por la salvación de todas y todos.

Somos muchos los que, cada miércoles de represión, estamos con los jubilados, solidarios con el hambre y las necesidades que padecen. Incluso, en medio de los golpes y los gases, les predicamos a las y los integrantes de fuerzas de seguridad destinadas a esos impíos operativos. Hemos visto llorar a muchos de ellas y ellos teniendo que ser reemplazados por sus jefes, al verlos conmovidos.
Estar con las y los obreros, las personas con discapacidades, profesores y universidades, las y los desocupados y la gente en situación de calle es nuestro lugar. Rechazar los ajustes, hijos de deudas ilegales e inconstitucionales contraídas y validadas por la corrupción política, es nuestra tarea. Creer en la justicia social por sobre la caridad es nuestro fundamento. En un mundo intemperante, nuestra fe todavía mueve montañas.

Cuando conocí a Jesús, un anciano me dio un sabio consejo: “Cada vez que dudes qué debés hacer, pensá qué haría el Señor en tu lugar”. Así de simple y pragmático.
Estamos donde está Jesús, junto al que sufre, al dolido, al quebrado, al abatido, al necesitado, es decir, al pueblo, confiando en su promesa: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” (Mateo 5.6). 

En nuestros días, suelo recomendar la relectura del Apocalipsis, texto de tremenda actualidad. En él vemos bestias imponer por manipulación toda clase de horror. Juan, desde su clandestinidad en la desértica isla de Patmos, nos advierte cómo vivir en tiempos de tiranías.

Encuentro en las palabras del filósofo Byung-Chul Han la tendencia que encamina a la sociedad actual que, inerte, marcha hacia el sometimiento bajo el imperio de los monstruos de Apocalipsis, capítulo 13: La ilimitada libertad individual que nos propone el neoliberalismo no es más que una ilusión. Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, donde todo se regula mediante prohibiciones y mandatos, sino en una sociedad del rendimiento. Uno se imagina que es libre, pero, en realidad, lo que hace es explotarse a sí mismo voluntariamente y con entusiasmo, hasta colapsar. Eso es un espejismo de libertad. La autoexplotación es mucho más eficaz que ser explotado por otros, porque suscita esa engañosa sensación de libertad”.


El Evangelio, "nuestro Evangelio”, como Pablo se refiriera a su/nuestra lectura de las enseñanzas de Jesús, es liberador; esta es la libertad que nos hace verdaderamente libres (Juan 8.32).
"En tiempos de profundas grietas, felices aquellos que, cuando venga el Señor, los encuentre con las manos en el arado, haciendo lo que les encomendó" (Lucas 12.42-43).

 

 

* Guillermo Prein es pastor pentecostal en el Centro Cristiano Nueva Vida y es miembro de la Secretaría de Promoción de un Estado Laico de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos (APDH).

 

 

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