LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

¿Es posible que las palabras tengan tanto poder como para destruir pueblos, naciones, y sueños?

 

La palabra

La indignación me viene de lejos, pero en estas últimas semanas se está convirtiendo en miedo y eso, valga la paradoja, me asusta. Trato de recuperar la furia, la bronca, sentimientos que no paralizan, que llevan a la acción.

Volviendo a lo que alguna vez alegó William Bourroughs, si el lenguaje es un virus del espacio exterior debemos prestarle gran atención a su capacidad de contagio. En reglas generales se trata de un contagio positivo que nos abre a la comunicación, la empatía, la solidaridad, la capacidad de crear. Pero en ciertas nefastas situaciones el lenguaje puede convertirse en el más virulento de los virus.

Ya conocemos el poder devastador del SARS-Cov-2 y somos sus rehenes. No seamos rehenes de un discurso ajeno que manipula conciencias en defensa de sus propios intereses espurios; que intenta, y muchas veces logra, plantarnos palabras cargadas de odio, de desprecio, de rechazo, obnubilando nuestra innata capacidad de reflexión y decisión.

Se impone hacer algo al respecto, sólo que nuestras acciones, las de quienes estamos –quiero entenderlo así— del lado de la cordura y la sensatez, no pueden ser vocingleras y esperpénticas como esas a las que asistimos casi a diario, acciones y voces contaminantes en más de un sentido, a cual más nocivo.

Con un leve pase de magia convierto este artículo común y corriente en columna de opinión y hablo desde lo personal, porque desde este humilde rincón del ring un primer paso ha sido dado y está resultando muy positivo

Poco más de un mes atrás tuve algo así como un satori, una epifanía a decir de Joyce, una iluminación para usar el término de Benjamin. Y decidí que PEN Argentina necesitaba un Comité por la Libertad y la Responsabilidad de la Palabra, primo hermano de otros comités de los diversos centros PEN en el mundo: el Freedom To Write Committee, el de Escritores/as en prisión. Me siento orgullosa, confieso, de haber elegido tan bien a los integrantes. Por lo pronto, extraordinarios poetas de la talla de Leopoldo “Teuco” Castilla y María Casiraghi, quienes se echaron nuestro comité al hombro y se pusieron de inmediato en acción, proponiendo una serie de Zooms para enfocar el tema desde variadas disciplinas. Se optó porque fueran diálogos, un espacio ágil de profunda reflexión, entablados siempre entre un y una especialistas para sumar indirectamente la mirada de género.

El primer jueves de este mes de septiembre tuvo lugar el lanzamiento, a cargo de les seis integrantes del comité. Carlos Skliar (educador, escritor y vicepresidente de PEN Argentina) dio la voz de aura hablando del acto de tomar la palabra, en muchos casos pisoteada o desdeñada. “Palabras como libertad o como responsabilidad que se han dejado de usar o se han dejado malversar o, simplemente, se ocultan tras los muros visibles del libre mercado. Como si las palabras solo valieran si fueran dichas por los mercaderes y por los consumidores y, cuando rehúyen de las garras de la compra-venta del lenguaje, son vistas como partículas de polvo de una destrucción ya acontecida hace tiempo”.

Leopoldo Castilla, gestor de este magno emprendimiento, empezó por anunciar lo más acuciante: “La instrumentalización de la palabra en otros órdenes será en estos coloquios también materia de análisis. Y esperamos que esta propuesta no sólo abra sino también propague una revisión urgente de la malversación del lenguaje y de sus catastróficos efectos en la sociedad contemporánea”.  Así, la palabra siempre como tema central de sus exploraciones, la misma que “también le ordena al hombre, desde su origen, la desencadenada creación que le toca habitar. Al designar, individualiza y fragmenta al caos y de ese modo lo civiliza. Al nombrar anima lo desconocido, lo separa y lo incorpora al mundo”.

María Casiraghi, poeta y narradora, planteó una inquietante y muy vigente pregunta:

“¿Es posible que las palabras tengan tanto poder como para destruir pueblos, naciones, y sueños?” Su indagación a llevó a un punto preocupante por demasiado vigente: “Hoy, el vértigo mediático y social hace cada vez más difícil saber cuándo algo es verdad y cuando no lo es, día a día escuchamos discursos esquizofrénicos que nos enfrentan no sólo a los otros, sino que muchas veces producen un estado de desequilibrio constante en el interior de cada uno”.

Voy releyendo los lúcidos textos para citar algunas breves frases y no deja de asolarme el fantasma de quienes vociferan y mienten y especulan y azuzan a una grey desinformada y adicta en su desesperación por acabar con un gobierno que no los beneficia sólo a ellos

“A nadie se le escapa que estamos atravesando una crisis de conjunto que permea los organismos, los recursos, las relaciones sociales, las formas de consumo, los modos de vivir, de producir y de pensar. Vivimos un trance terminal que amenaza la vida misma del planeta y que va de la mano con la nefasta superstición de que puede existir un crecimiento económico omnipotente, irresponsable e ilimitado”, afirmó Mirtha Amores, científica y narradora, durante la presentación de los diálogos.

Y como si hubiera recogido el guante, Adolfo Colombres, antropólogo y novelista, pareció continuar la idea:

“Si la palabra verdadera crea el ser de las cosas, la mentira no constituirá un simple mal hábito sino algo abominable, puesto que puebla el mundo de seres falaces, siembra desavenencias y rencores, confunde los límites, degrada lo sagrado, quiebra el equilibrio de la vida”.

Por mi parte voy desglosando en esta columna lo que dije cundo me tocó el turno.

Les seis hablamos desde la palabra sincera, “sin cera”, sin máscaras, ajena a aviesas intenciones. Porque de las otras tenemos de sobra, no faltan soeces insultos y sinrazones, y hasta ingeniosos neologismos desestabilizadores y falaces como el término infestadura.

 

 

Las inseparables

Libertad y responsabilidad son dos conceptos que se apoyan mutuamente, casi podría decirse que no funciona el uno sin el otro. La libertad sin responsabilidad nos lleva a esos bordes ominosos por los que circulan hoy les anticuarentena, les quemadores de barbijos, les despotricadores sin sustancia. Fogoneades, claro está, por los poderes en la sombra o no tan en la sombra. Hay nombres propios, hay instituciones y publicaciones, no vale la pena darles más visibilidad.

Mejor acudir a la sensatez establecida, es decir al diccionario de la RAE:

« LIBERTAD. Facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad».

Y para mayor claridad, buscar la definición en el nuevo Diccionario Panhispánico de Español Jurídico, también de la RAE:

Libertad: Facultad y derecho de hacer todo aquello que las leyes no prohíben y que no perjudique a los demás.

La responsabilidad, por su parte, es definida como la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente.

Ya lo dijo Rousseau en su momento y se sigue repitiendo sin que muchos, creyéndose superados, le presten atención: “La libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro”.

Pero la furia desestabilizadora no se va dejar arredrar por nimiedades de sentido si es eso precisamente lo que aborrecen, el sentido. El sentido común. Si hasta la palabra “común” les debe dar erisipela. Todo para elles, nada para les otres. Sólo el coronavirus en el que descreen pero riegan a destajo.

 

 

Los diálogos

El ciclo de diálogos sobre la libertad y la responsabilidad de la palabra, organizado por el Centro PEN Argentina junto con Lectura Mundi y la Universidad de San Martín, invita a la reflexión. De la mejor y más ecléctica manera posible. Así, el último jueves y al filo del 11 de septiembre, por un problema de conectividad Rafael Toriz lamentablemente no pudo dialogar con Ivonne Bordelois sobre Educación, pero la conversión se entabló y Jorge Nedich hizo su aporte sobre la discriminación que en las escuelas hacia el pueblo gitano al que él pertenece y gracias a Nina Jaramillo supimos de las aspiraciones de sus hermanos originarios.

En los subsiguientes jueves de septiembre Silvia Hopenhayn y Carlos Skliar se centrarán en la lectura, y Nora Veiras y Vicente Muleiro en el hoy tan candente e insoslayable tema del periodismo.

Pueblos originarios, política, poesía y ensayo, al ritmo de dos diálogos por mes, completarán este año 2020 que más allá de la pandemia, de sus desconciertos y desestabilizaciones, es para el Centro PEN local motivo de festejo. Se cumplen noventa años del nacimiento del prestigioso, entrañable PEN Club Argentino, tan querido por Borges y por Victoria Ocampo entre otras muchas figuras señeras de nuestras letras, para decirlo en una frase larga y pomposa. Pero es así, qué duda cabe. Y nosotros, en la versión actual en la cual me toca —habiendo cumplido mi mandato— ser presidenta emérita, nos sentimos a la altura. Quizá no tanto por laureles literarios sino por capacidad de lucha. El nuevo PEN (poetas, ensayistas, novelistas) es hoy un observatorio a favor de la verdadera libertad de expresión y de quienes la ejercen, desde cualquier rubro o posicionamiento. Así lo quiere PEN Internacional con sede en Londres, así lo ponen en práctica los 133 centros que funcionan en el mundo entero.

Hablando de lo cual, el año entrante continuarán los diálogos (narrativa, ciencia, antropología, psicología, diversidades…) y continuarán los festejos porque entonces el viejo club llamado pluma con sigla de oficios, creado en Londres por una poeta, Catherine Amy Dawson Scott, y presidido por primera vez por el gran John Galsworthy, el de La Saga de los Forsyte, cumplirá cien años de intensa vida dedicada a la defensa y protección de las letras y de sus cultores en todo el mundo.

Al lema global de PEN, Por la libertad de la palabra, nosotros en la Argentina le agregamos en 2014, cuando despertamos al capítulo local de su largo letargo, el término responsabilidad. Tan necesario entonces y más ahora. Ahora más que nunca.

 

 

 

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