Libros, barrios y derechos humanos

El Conurbano repasa historias de luchadores locales de los ‘70

 

En una época se llevaban presos a los libros. Algunos represores secuestraban los ejemplares de contenido contestatario (o algo parecido, según ellos) y los metían en una celda. Así lo relató hace décadas Lucrecia Lombán, secretaria de la APDH de Quilmes, esposa del historiador Juan Carlos Lombán, socialista de una época en que los libros eran el único vehículo material de conocimiento. Cuando se dictaba estado de sitio o alguna asonada, la policía les allanaba la biblioteca, tiraban los ejemplares dentro de un calabozo de la Comisaría 1ª y, cuando pasaba el temblor, los llamaban para notificarles su liberación. Allá iban las mujeres como Lucrecia a coserles las tapas desprendidas.

En este mes de la memoria, a casi medio siglo del último golpe de Estado, los libros vuelven, con nuevos autores y contenidos, en un intento por reinstalar en el imaginario colectivo a aquellos que no optaron por el llanto sino por la lucha.

Sus presentaciones llenan los lugares de convocatoria, en lo que parece un renovado interés en la coyuntura de un gobierno que prefiere la memoria de los vencedores.

Se sabe: la dictadura fue el poder económico usando al poder militar para acabar con el poder popular. ¿Qué otra cosa podía esperarse ahora de quien aspira a congraciarse con el capital para que le comparta sus inversiones?

Allá el Poder Ejecutivo y su política con rumbo de colisión. Acá, los vecinos que buscan en su historia algunas claves para la resistencia necesaria ante la etapa que se inicia.

 

La bandera de Tres de Febrero, donde contabilizan 345 víctimas.

 

En el oeste

Hace una semana, presentaron una historia de la militancia revolucionaria en Tres de Febrero. El autor, Edgardo Cambá Fontana, fue acompañado por Carlos Maco Somigliana, del Equipo Argentino de Antropología Forense, organismo que contribuyó a la identificación de algunos de los enterrados en forma clandestina mencionados en el libro.

Como la Casa de la Memoria les quedó chica, debieron acudir al Club de Leones en Villa Bosch para albergar a todos los anotados. Allí se habló de que revisar los ‘70 implica reparar en la resistencia de los ‘60. Así se halló un paralelismo con los ’90, “que vinieron a ser como la resistencia de lo que estallaría en 2001 y 2003”, por lo que “hay que recuperar estas militancias”.

Militante desde aquellas décadas, Cambá (Negro, en guaraní) había compartido labores con Diego Sztulwark en la editorial Tinta Limón, donde encaró la confección de libros. Otra escritora, Mariana Eva Pérez, reparó en el título: Jamás Esclavos. “Me pareció oportuno para este momento en que es imprescindible preguntarnos qué hacemos ahora con estas historias, cómo las ponemos a circular, sobre todo entre los jóvenes, para ofrecer otra forma de ser joven que no sea la crueldad y el éxito”.

Otro invitado, Mario Santucho, director de la revista Crisis, señaló la originalidad de que no relatase tanto historias de famosos sino de luchas barriales, y subrayó “hasta qué punto la memoria es inagotable; si bien muchas veces se vuelve solemne, nostálgica, incluso –aunque pueda sonar polémico– convertirse en una herramienta del poder, la memoria está llena de pliegues en los cuales uno puede encontrar fuerza, inspiración e incluso señales de lo que está por venir”.

Sin embargo, su intervención más estruendosa, interrumpida por aplausos, fue cuando planteó: “Tirar abajo un gobierno injusto, violento y antipopular como éste es un acto democrático. No es golpista; es la expresión popular cuando hay que defender los derechos”.

Las 400 páginas que motivaron el encuentro tienen algunas particularidades: está dividido por barrios, no en el orden alfabético de las personas secuestradas, y agrega una lista de 55 civiles de inteligencia que marcaban compañeros. “Evitamos poner las direcciones”, adelantó el autor, aunque figuran sus DNI y hasta el caso de un represor que retiene una casa tomada al ERP.

Libres o muertos, jamás esclavos: Historia de la militancia revolucionaria en Tres de Febrero, puede comprarse contactando a la Comisión de Familiares y Compañerxs de Detenidxs Desaparecidxs a [email protected]

 

Mariana Eva Pérez, Mario Santucho, Cambá Fontana y Maco Somigliana.

 

Sur, paredón

Otro autor que siempre buscó priorizar las luchas de los de abajo fue Enrique Arrosagaray, quien rescató esas historias en cada libro de su prolífica producción. El último es Luche y Vuelve, donde repasa qué hicieron para recibir a Juan Perón en 1972.

La Universidad de Quilmes compiló las fichas de gran parte de las víctimas de su zona, aunque el colectivo de derechos humanos llegó a contabilizar 400, lo que obliga a multiplicar esfuerzos (ver Las 400 víctimas).

La misma UNQ reeditó hace meses Los pibes del Santa, publicado hace años por la Comisión Angelelli de Florencio Varela, que también compiló Los que no están. Desaparecidos y dictadura cívico-militar en Florencio Varela, de Hernán Pacheco y Pablo Carrera.

En el último distrito antes de llegar a la capital bonaerense, el Encuentro por la Memoria la Verdad y la Justicia acaba de reeditar Presentes: desaparecidos y asesinados en Berazategui durante la última dictadura militar, el trabajo de 2011 que compendia al centenar de víctimas que vivieron, trabajaron, estudiaron o militaron en ese distrito. Esta vez agregaron nuevos casos y explicaron que “este libro es incesante, en perpetua construcción, presenta la labor del EMVJB en pos de la reparación del tejido de la memoria y la búsqueda de Justicia”.

El carácter de “continua elaboración” se debe tanto al habitual silencio de los represores como al miedo residual de algunos familiares, muchos de los cuales no supieron cómo pararse frente a la enorme propaganda dictatorial que presentaba como culpables a quienes “por algo será” que fueron desaparecidos.

De igual modo incide la falta de registro de algunos abusos, como el sufrido por José Luis Fernández Santa María, de quien su familia relató a El Cohete que no pudo obtener la fecha precisa en que cayó a manos de la Policía. De Juan Carlos Flores, secuestrado en 1977, no es correcta la foto que consta en los archivos nacionales, lo que fue corregido por su hijo en diálogo con El Cohete. Tampoco hay imágenes de Horacio Orué y Raúl Aguirre, muerto uno y desaparecido el otro por efectivos de la Comisaría 1ª, como acaba de probarse en el juicio que este 22 de febrero condenó al ex ministro de Gobierno Jaime Lamont Smart (ver El primer civil).

Otras víctimas que muchas veces quedan fuera de las recopilaciones son las previas al golpe, como el obrero Juan Lachowski, entregado por Peugeot en abril de 1972 a efectivos policiales que, por la tortura que devino en su muerte, fueron condenados en 1974.

 

Lachowski, Flores y Fernández Santa María.

 

Los rostros de más de un centenar de víctimas incluye la bandera roja confeccionada por estudiantes secundarios que la donaron al EMVJ de Berazategui. Es la que llevan a las marchas y que una alumna vio en el Instituto de Formación 50, donde reconoció a su abuelo, a quien sabía muerto pero del que la familia, por miedo, nunca le había contado nada.

Ese tema también había sido abordado por Mario Santucho, quien dialogó con El Cohete: “Hay miedo en la sociedad; ese miedo es porque ha habido olvido. Había capacidades en la sociedad que se han perdido y hay que recuperar. Hay que saber que eso es así y ver cómo se hace para militar sabiendo que está eso también”.

 

La bandera roja de Berazategui, en la biblioteca Belgrano.

 

Desde otra sureña localidad, Villa España, Juan Domingo Javier es el primer sobreviviente del genocidio de la ciudad que escribe sus memorias, con una particularidad: luego de refugiarse en Salta transformó su militancia cuando fue uno de los precursores de los piquetes, desde los albores de los ‘90 a los primeros años de este siglo. En apretadas 80 páginas discute con “los adulones a quienes jamás les interesó ir a las fuentes y, así, el traspaso del hecho al dato concluyó en una deformada y falsa representación de la realidad que condenó los hechos a una arbitrariedad. Al no haber una investigación seria, profunda y objetiva, las tesis y publicaciones periodísticas que muchos tomaron como válidas sobre los estallidos sociales y cortes de rutas se basaron en rumores, negando cualquier información que pudiera darle significado político”. Su libro Relato sobreviviente, si bien fue editado en pandemia (2020), se está distribuyendo ahora (puede contactarse a su autor por aquí).

Cerca de su casa vivía Miguel Sánchez, el único atleta federado del país desaparecido, por quien también acaba de presentar un libro el autor Ricardo Fernández.

 

Juan Domingo Javier y la portada del libro de Fernández.

 

 

Aquí, allá y en todas partes

Otras bonaerenses compendiaron sus experiencias de sobrevivientes en un volumen que se ofrece junto a seis más de otras regiones, a la par que lo comparten en una bonita web donde se puede leer de modo aleatorio cada relato: Nosotras en libertad.

Esta epopeya editorial es sucedánea de Nosotras, presas políticas (2006), el volumen –en todo el sentido de la palabra– escrito por dos centenares de mujeres que compartieron la cárcel de Devoto, caro y difícil de encarar. Ahora, desde 2021, elaboraron este material interactivo que puede comprarse a modo de colección o ser leído en línea, gratis, como un modo de acercarse a las nuevas generaciones.

 

 

 

En busca de un norte

En Tigre, sus 182 desaparecidos fueron recordados por el Municipio y la Comisión de Memoria, Verdad y Justicia de Zona Norte para un acto con la orquesta popular La Barbarie y una adhesión muy sentida del intendente. El director de Derechos Humanos, Alejandro Rumberger, indicó: “Tenemos la suerte de que el Municipio, con el intendente Julio Zamora, tenga como premisa la defensa de los Derechos Humanos y sean parte de las políticas públicas”. La concejala Gisela Zamora participó de la marcha, que incluyó el testimonio de Taty Almeida, Madre de Plaza de Mayo, y de trabajadores de Télam que debatieron sobre “La comunicación como resistencia”.

 

Nutrida convocatoria en Tigre.

 

Otro militante destacado que escribía en Tigre, Rodolfo Walsh, dejó textos dispersos en revistas y boletines que acaban de ser compilados por Roberto Baschetti y Fabián Domínguez en un dossier titulado Un hombre que se anima. “Este es un trabajo silencioso; nos mueven las ganas de dar a conocer las luchas de nuestro pueblo, en este caso el hallazgo de textos olvidados de Rodolfo Walsh”, explicó Domínguez.

 

 

En Pilar, las páginas de la memoria han sido compiladas en cinco capítulos que junto con fotos, recortes y otras fuentes se comparten en el sitio Desaparecidos Pilar. Desde allí se recuerda a la veintena de desaparecidos, más ocho previos al golpe y cuatro asesinados allí a los que hay que sumar los 30 dinamitados en la masacre de Fátima.

A quienes quieran reeditar las quemas de libros de 1976 (ver Todos los fuegos el fuego) les aguarda una ímproba tarea para que la memoria arda.

 

 

 

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