LIBROS QUE LADRAN Y MUERDEN

Badiou lo hizo de nuevo.

 

Es leyenda en Filo, Económicas, Psico o Sociales de la UBA que el profesor Blas Manuel Alberti (Sierras Bayas, 1930 - Buenos Aires, 1997), cuando daba su primera clase sobre Karl Marx (Treveris, 1818 - Londres, 1883), pelaba de su portafolios el grueso tomo, lo paraba sobre el escritorio y preguntaba “¿Qué es El Capital?”. Aguardaba que los estudiantes se despacharan a gusto con aproximaciones más menos que más certeras. Entonces decía: “El Capital es un libro”… y arrancaba.

Porque los libros han sido escritos para ser leídos, y recién ahí es factible realizar interpretaciones, que son las formas de disfrazar las dudas. También formular versiones, derivar teorías, en fin, ingresar a una galaxia generada a partir de ese núcleo central, la lectura. A treinta años de la caída del muro de Berlín y la consiguiente disolución del bloque soviético, el retorno a los textos de Marx requiere incorporar la experiencia histórica que en buena medida fue su efecto, así como considerar las particulares condiciones en que fueron concebidos. Convocan el esfuerzo de intentar comprender que el materialismo dialéctico y el materialismo histórico constituyen herramientas destinadas a implementar un método de análisis destinado a modificar de algún modo aquello que se pesquisa. Volver a esas páginas primigenias resulta entonces la condición de posibilidad para, por un lado, evitar andar con pavadas y, por otro, desarrollar un mínimo de rigor. En particular cuando durante décadas la teoría marxista ha sido transmitida a partir de la glosa, la cita y la referencia, al modo en que se imparten las sagradas escrituras. También en momentos en que retorna desde lo más hediondo del Averno el más hermético macartismo que falsea el sustantivo en adjetivo y procura transformar a quien se le aplica en portador del estigma indeleble: Micky Vainilla, el candidato a vice de Mauricio, se lo achacó a Kiciloff apenas ayer. O para el primo presidencial Jorge, a quien se creía inteligente, el marxismo es una enfermedad que se puede curar.

Es que el gorilismo macarto en este país garpa para los sectores cambiemitas, milicos y resaca afín que vienen haciendo de la ignorancia un culto. Ni siquiera una versión, como la que bien puede realizar un grupo, un partido, aún un individuo. Es el caso el Alain Badiou (Marruecos, 1937), de quien se acaba de publicar una conferencia bajo el título Qué entiendo yo por marxismo, lo que de por sí depara una auspiciosa humildad que al mismo tiempo que personaliza, anuncia que se trata de una naranja capaz de ser cortada desde distintos lados y siempre será jugosa.

 

El autor, Alain Badiou.

 

Oportuno resulta entonces agregar a este filósofo comprometido políticamente, discípulo de Louis Althusser (Argelia, 1918 - La Verriêre, 1990), que hace tres décadas elevó el sustantivo “acontecimiento” a la categoría de concepto, moviéndole la estantería al discurso académico y aledaños. Charla con los alumnos realizada en la École Normale Supérieur de Paris en 2016, se inscribe en el seminario iniciado en 2009, cuando las revueltas sociales incorporaron a los estudiantes de las universidades francesas. Momento en que constataron la necesidad de constituir una instancia de formación y elaboración colectiva “en que la actividad teórica se asume como tal a la vez que permanece orientada hacia la actualidad de las luchas sociales”, para lo cual la lectura crítica de los textos marxistas resulta ineludible. A tal fin, convocaron a docentes y pensadores de los más grossos de las inmediaciones, que por allí también —como en estas pampas– abundan.

Badiou, en lenguaje fresco, casi coloquial, arranca con el reconocimiento de que la palabra “marxismo” es para nada unívoca y ejemplifica mediante el box retórico planteado con Toni Negri (Padua, 1933) que le acusaba de “ser comunista sin ser marxista”, mientras que este retrucaba al italiano “ser marxista sin ser comunista”, lo que es peor. Folklore europeo donde los partidos comunistas aún ostentan cierto peso parlamentario y, cada tanto, nutren el debate ideológico. Parámetros por cierto inconcebibles en la Argentina donde el desarrollo de las fuerzas políticas ha sido muy distinto. Con todo, esa disputa un tanto teatral sirve a Badiou a fin de introducir el problema de la verdad y de allí saltar al estatuto de la ciencia, sosteniéndose en textos del propio Marx, Hegel , Ẑiẑek y Mao. Planteados ambos materialismos, histórico y dialéctico, pasa a preguntarse sobre el lugar de la práctica y del sujeto político, distinguiéndose de la “masa” en el desarrollo de la tarea revolucionaria en la que choca contra la paradoja de desmantelar un Estado al mismo tiempo que lo ocupa.

Filósofo al fin, el autor instala por encima de la lucha de clases como herramienta articulatoria entre teoría y práctica, una estructura asentada sobre una idea de Lenin; el trípode filosofía, ciencia y política; sostenido en otras tantas fuentes: el idealismo alemán (Hegel), la economía política inglesa (Ricardo) y el socialismo obrero francés (del siglo XIX, claro). De lo que desprende una “gran alianza que es casi el contorno de la Europa actual: la alianza de lo francés, lo inglés y lo alemán. ¡Como problema, es uno que conocemos bien!” Sí, claro: se mataron entre ellos y a buena parte del resto de la humanidad durante toda la primera mitad del siglo XX.

Surtido de etnocentrismos variopintos aparte, Badiou apunta a resignificar el concepto de “clase”, con lo que “el aporte del marxismo al pensamiento revolucionario moderno no sería la descripción del carácter de clase de los diferentes niveles de la acción humana, sino antes bien la manera en que esta índole de clase transforma radicalmente los niveles mismos”.

Pensamiento alternativo que subsiste atravesando los campos de la filosofía, la ciencia y la política, el marxismo “se revela útil para la construcción del lazo entre el discernimiento y sus consecuencias prácticas, en forma de consignas asumidas colectivamente”, en la vía de generar una nueva modernidad que desplace la capitalista. Tras lo cual Badiou discute con  los estudiantes, alza el puño en alto y entona La Internacional, con singular brío en ese párrafo que reza: “¡No somos nada, seamos todo!” (u: “¡Hoy nada sois, todo seréis!”, o “Los nada de hoy todo han de ser”, según versionan las distintas traducciones).

Oportunidad para reabrir la discusión, también los brolis, estudiar un poco o mucho y espantar necedades, como esa teoría sexual infantil que sostiene que a los intelectuales los traen de París. Más pedestremente, no hay Ser marxista como no hay Ser newtoniano ni Ser euclidiano, siguen firmas. Porque, de haberlos, entonces existiría la ocasión de no serlo, ninguna revolución sería jamás posible; seres y cosas faltarían por los aires; la avenida Corrientes chocaría con la avenida Santa Fe, etc. También, poner en duda los supuestos asertos del libro de cabecera de Micky Vainilla, Jorge Macri y tantos otros “Acerca de cómo los marxistas se comen a los niños y cuando están enojados ni siquiera les escupen los botones”.

 

 

FICHA TÉCNICA

Qué entiendo yo por marxismo

Alain Badiou

 

 

 

 

Buenos Aires, 2019.

85 págs.

 

 

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