Linchamiento vecinal y gatillo policial

 El cuerpo de los pibes es el mensaje

 

Los cuerpos de los jóvenes se han convertido en otro bastidor para mandar mensajes al resto de la sociedad, prueba de ello son los cuerpos de Facundo Ferreira, el niño de 12 años fusilado por la espalda de un tiro en la cabeza por un agente de la policía tucumana, y Cristian Cortez, otro joven de 18 años molido a patadas por diez vecinos en la ciudad de San Juan, acusado de haber intentado robar un teléfono celular.

Estos jóvenes no eran cualquier joven, se trataba de jóvenes morochos, que vestían ropa deportiva y vivían en barrios pobres. ¿Qué relación hay entre el gatillo policial y el linchamiento vecinal? No sólo el destinatario de la violencia es el mismo, se trata de violencias extremas que se van relevando: cada una de ellas encuentra en la otra un punto de apoyo para desplegarse. Si no hay gatillo policial habrá linchamiento vecinal. Cuando los policías tienen las manos atadas, los vecinos darán rienda suelta a la bestialidad entrenada frente al televisor, liberándoles la zona a la saña vecinal, no investigando los hechos. El linchamiento no es la expresión de la ausencia del Estado sino la expresión de una frustración ciudadana: el policía no está presente como los vecinos quieren que esté, a través de la mano dura. Por eso, cuando llega la brutalidad policial será rápidamente celebrada por los vecinos alertas: “Uno menos”, “Este no jode más”, “Corta la bocha”. Esos suelen ser los clichés a través de los cuales se aplaude y legitima el gatillo policial.

Tanto los linchamientos como las ejecuciones policiales no constituyen una reedición de la Ley del Talión. En este país la venganza siempre está desequilibrada. No es ojo por ojo y diente por diente, sino ojo por diente y diente por ojo. Acá el robo de un celular puede costar una vida, y si no respetás la “voz de alto” policial podés terminar con una bala en la cabeza. Son violencias que, a diferencia de las antiguas ejecuciones a las víctimas expiatorias en los ritos sacrificiales, no tienen la capacidad para detener la venganza. Por el contrario, le agregan violencia a la violencia, empujándola hacia los extremos.

Los linchamientos o tentativas de linchamiento, la justicia por mano propia, las golpizas en comisarías y el gatillo fácil son la expresión de la inhospitalidad vecinal y la hostilidad policial. El linchamiento y la caza del pibe chorro son alguna de las formas que asume la violencia en la Argentina. Una violencia que hay que pensar al lado de otras violencias: la patriarcal, la estructural, la interpersonal entre jóvenes, la encapsulada al interior de distintas instituciones. La violencia es el telón de fondo de muy distintas experiencias sociales. Esta crueldad es la expresión de una violencia acumulada socialmente, pero también la manifestación de un reclamo sórdido de la vecinocracia.

Como bien señaló Rita Segato, la violencia extrema tiene un componente cultural que no hay que soslayar. En la violencia siempre hay una dimensión expresiva, una voluntad de comunicar algo a alguien. El victimario articula un mensaje que manda a través del cuerpo del otro, eligiendo a los actores más vulnerables. El cuerpo de la persona linchada, como de la mujer ejecutada, es considerado un bastidor para mandar mensajes al resto de la sociedad. Es la superficie de control donde se inscriben las relaciones de poder. Tanto los linchamientos como el gatillo policial no operan fuera de estas estructuras de poder, pero lo distintivo es que se trata de una violencia que sucede en los márgenes, articulando un hartazgo muy fuerte a lo que se considera injusto.

 

 

 

Los linchamientos, que imitan la violencia policial, terminan reproduciendo ciclos de violencia que subalternizan más aún a la comunidad. Una violencia que dispara otras violencias hegemónicas. Por eso, lejos de representar prácticas contra-hegemónicas, formas de justicia popular o de articular una protesta en los sectores populares, los linchamientos refuerzan la hegemonía blanca, vigorizando las formas de control policial o parapolicial.

La violencia avivada por este gobierno a través de las declaraciones de sus principales funcionarios demuestra que las soluciones punitivas ponen a los barrios en callejones sin salida. No sólo desautorizan su entramado organizacional, sino que lo debilitan aún más. Una sociedad sin mediaciones o solo con mediaciones clientelares o regulaciones policiales será una sociedad con menos palabras para seguir dialogando, con más miedo y mucho menos pacífica, que apunta con el dedo y de vez en cuando se amontona para matar al prójimo, sobre todo cuando es un joven morocho de los barrios más pobres.

 

 

  • Las ilustraciones son acuarelas de Gabriel Glaiman.

 

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