Lo mío es mío y lo tuyo es mío

El acuerdo UE-Mercosur profundiza la condición de país subdesarrollado

 

Por voluntad del gobierno, no se conoce el o los documentos oficiales donde se plasmó el acuerdo firmado por el Mercosur y la Unión Europea (UE). La información disponible proviene de la sobrecargada declaración de los funcionarios, trascendidos parciales de fuentes diversas, algún que otro resumen hecho por los europeos y reuniones de las más altas autoridades argentinas con cámaras empresariales para comentar lo pactado. Eso no impidió a los partidarios del gobierno cantar sus loas a los pasos dados y a los opositores expresar sus certezas sobre el mal rumbo estratégico elegido.

El diablo y su tradicional encarnación en los detalles importó poco o nada a los agonistas, enfrascados como están en dirimir  la controversia de siempre: crecer tomando como eje al mercado interno o convertir a este país en una factoría de bajos salarios. En todo caso, es un asunto subordinado a esa definición previa, sopesar a posterioridad y en concreto qué se pierde y qué se gana y en cuáles sectores se avanza o retrocede, a partir del hasta el momento misterioso entendimiento comercial.

El gobierno argentino, embalado con el acuerdo con la UE al que considera una bandera electoral de fuste, dio a conocer por medio de declaraciones periodísticas de su canciller, Jorge Marcelo Faurie, que ha entablado conversaciones con los Estados Unidos para alcanzar un tratado del mismo tipo que el pactado con los europeos. El peludo de regalo cae en la muy espinosa travesía por la coyuntura global no solo aguzada por la disputa china-norteamericana y los vaivenes del estrecho de Ormuz, sino también porque los Estados Unidos quieren más aranceles aduaneros sobre las exportaciones de Europa en represalia por el apoyo gubernamental de la UE a los fabricantes de aeronaves, de acuerdo a lo señalado por Reuters (01/07/2019).

La comisión de comercio de la cámara baja del Congreso norteamericano indicó que está estudiando colocar aranceles a 89 artículos europeos con un valor comercial anual de 4.000 millones de dólares; grupo de productos entre los que se encuentran quesos y whiskys. Se sumarían a los 21.000 millones de las exportaciones de la UE a los Estados Unidos que en abril fueron señaladas como pasibles de ser alcanzadas por eventuales represalias comerciales.

“Los Estados Unidos y la UE se han amenazado recíprocamente con imponer aranceles a miles de millones de dólares en aviones, tractores y alimentos en una disputa de casi 15 años en la Organización Mundial de Comercio (OMC) por los subsidios a los aviones otorgados tanto al fabricante estadounidense Boeing como a su rival europeo, Airbus”, consigna Reuters. La investigación de la OMC en el ámbito de la mayor disputa comercial corporativa del mundo, concluyó que los dos fabricantes de aviones recibieron miles de millones de dólares en subsidios aunque la UE parecería que se fue de escala.

Los Estados Unidos piensan ser compensados por el fallo a salir en los próximos meses y es lo que lleva a los funcionarios del gobierno de Trump sin ningún prurito y a viva voz, conforme se observa en los medios norteamericanos, a sostener que este caso es diferente al resto de la política comercial pues cumple con las formalidades de la OMC. Al equilibrio que debe hacer la política exterior argentina en la disputa china-norteamericana y en el ojo por ojo diente por diente europeo-norteamericano, se le agrega que Brasil tiene intereses muy concretos con Embraer en el sector fabricante de aeronaves.

 

 

Empate hegemónico

En el ámbito del acuerdo Mercosur-UE, poner el foco en uno u otro sector —el automotriz y el farmacéutico, a la cabeza de los estratégicamente comprometidos por sus incidencias cuantitativas y cualitativas— es una parte del examen de este afán del gobierno por convertirnos en una factoría de bajos salarios. Sin embargo, las acciones para revertir la potencial situación de menoscabo completo al mercado interno no emanan del análisis de la secreta letra chica del acuerdo. La hoja de ruta para la salida la trazan las enmiendas a la falta de poder político del movimiento nacional.

Es esa insuficiencia por donde se filtró, actuó y actúa la reacción. Esa insuficiencia fue generada por la incomprensión histórica de las reales contradicciones que se enfrentan. Es eso lo que trae como consecuencia lo que se supone, con buena intuición, significa esta clase de acuerdos. También lo que abre espacio para que hasta episodios muy menores como la tilinguería frívola y spenceriana de Gustavo Grobocopatel sea expresada sin temer otra consecuencia política que la amable disensión de los eventuales perjudicados.

La trama histórica de las actuales circunstancias tiene como eje la sustitución de importaciones. Es este presente —su negación como posibilidad a partir de abrazar un dudoso acuerdo comercial—, el que organiza el pasado con el potencial de ser capitalizado como experiencia por el movimiento nacional. Delimitado ese plano del análisis, debe considerarse que la sustitución de importaciones fue reconvenida ni bien comenzó a profundizarse. El propio Rogelio Frigerio (el abuelo), responsable político e intelectual de tal profundización, lo pone de manifiesto cuando señala a Guido Di Tella y Raúl Prebisch como los bastoneros ya en 1960 de sostener que la etapa de sustitución de importaciones había llegado a su fin.

Los dos perseguían ayer el Santo Grial (en rigor: un mito pernicioso) que deslumbra al gatomacrismo hoy, de poner las economías de la región a tono con la eficiencia internacional. Diferenciaba a Guido Di Tella de Raúl Prebisch en que para el segundo la meta se alcanzaría por medio del reordenamiento del comercio mundial, mientras el primero la suponía generada por la minimización de costos como norte de la política industrial. Se comprueba así que más allá de la ramplonería que lo caracteriza, el gatomacrismo justifica su comportamiento actual como una explicación acabada de las mejores credenciales históricas de estos dos antepasados.

En vez de tomar nota de que la gran contradicción que el movimiento nacional tenía que sintetizar a favor del mercado interno estaba ahí y la tarea política era la de mantener a raya a las diversas variantes del librecambismo, las fuerzas en pugna se tentaron en el contexto internacional de Guerra Fría con tomar partido. El diagnóstico que racionalizaba esa práctica enunciaba que el estancamiento argentino obedecía a la mutua obliteración entre bloques históricos de poder, trabados por un empate hegemónico no resuelto y sin posibilidades de resolver por esa misma razón. En esta perspectiva eso era lo que impedía la conformación en el plano institucional de unos hacedores de política con previsión y proyectos de largo plazo.

Esta estilizada apreciación de los hechos chocó con varios escollos hasta revelar su carácter de inadecuada. El peronismo no sabía bien cómo se debía gestionar el nuevo capitalismo engendrado por la experiencia desarrollista. Sus contradictores tampoco. Mal podía entonces ser proscripto por ser una salida al conflicto distributivo. Era un boleto seguro al desorden político, razón por la cual el partido del orden, sin más programa y objetivo que conservar penosamente un estado de cosas insatisfactorio para la mayoría de la sociedad civil, en razón de ello consiguió el espacio político que detentó hasta agotarse en su patética hibridez como alternativa. Es verdad que ni unos ni otros veían al desarrollismo como la única opción disponible para hacer viable a la Argentina. Esto atenúa pero no exime al desarrollismo de su tragedia de no saber cómo articular al peronismo en el frente nacional que afanosamente perseguía, y de fallar una y otra vez en la conquista de los caudillos militares para que se vaciara de poder el partido del orden.

La dinámica de la situación así concebida le quita entidad a la idea del empate hegemónico, puesto que materialmente no había ningún tipo de proyectos de largo plazo. En esta visión de las cosas implícita, cuando no explícitamente, se supone como nervio motor del cambio al socialismo y como negación del cambio al capitalismo. El problema, el verdadero problema tanto ayer como hoy, es el de la acumulación de capital. Sigue sin aparecer en el planteo del gatomacrismo como el de los que lo desafían postulándose como confiables conservadores compasivos. Y seguirá mientras el movimiento nacional no se conduzca con la claridad de objetivos que imposibilite a la reacción hacer pie en el Estado.

 

Contradicción principal

Por supuesto que en el ámbito de la Guerra Fría, y las zonas de influencia determinadas en Yalta y Postdam, la aventura socialista era directamente un imposible. Pero más allá de este ineludible dato de las relaciones de fuerzas operantes, si es que hubo alguna vez algo más allá, criticar a la experiencia desarrollista por ser contraria a la instauración del socialismo era por lo menos bufo, tanto como lo es ahora cuando se quiere llevar agua hacia el molino del pacto firmado con la UE invocando la supuesta restauración de los lazos con el mundo, la mayor calidad de la producción nacional por efecto de haber sido sometida a la competencia internacional y expresiones por el estilo.

Todas estas afirmaciones resultan absolutamente alejadas de la dinámica de la acumulación de capital, que tiene como núcleo la expansión del mercado interno; por eso no son más que slogans con poco o ningún fundamento. El proceso de desarrollo supone un grado de administración del comercio exterior que se encuentra muy por encima de lo que los standards que se ventilan en acuerdos tipo UE-Mercosur admiten.

Así como para el movimiento nacional la contradicción principal no era entonces entre el capital monopolista versus el proletariado industrial, tampoco lo es ahora entre protección versus acuerdo comercial. La protección o administración del comercio es un mero instrumento que hace posible como condición necesaria encarar el proceso de desarrollo. La cuestión primordial sigue siendo la misma: entre el desarrollo y el subdesarrollo.

Y esto se traduce en que ningún acuerdo del tipo UE-Mercosur será beneficioso para el país porque “[…] independientemente de cualquier otra consideración o antagonismo, en las condiciones naturales y tecnológicas objetivas de hoy y del futuro previsible, los pueblos de los países ricos puede consumir todos esos artículos a los que están tan apegados únicamente por que otros pueblos consumen muy pocos o incluso ninguno de ellos. Esto es lo que rompe la solidaridad entre las clases trabajadoras de los dos grupos de países”, subraya Arghiri Emmanuel en un artículo académico. Ilusionarse con que de una situación así se sale abogando por un acuerdo comercial entre el centro y la periferia, es al menos y por lo bajo muy ingenuo, cuando no francamente cínico.

Es verdad que del dicho del tratado al hecho de ponerlo en práctica hay un larguísimo trecho donde puede quedar en nada. Quizás sea lo más probable. Sin embargo, el solo episodio de que un gobierno que dejó atado de pies y manos al país con el endeudamiento externo se dé el lujo de intentar sujetarle la soga al cuello con un tratado con la UE, dice mucho sobre las luces y sombras de la conciencia nacional en este particular momento.

 

 

 

 

 

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