Lo que aprendimos de Rodolfo Walsh

El reclamo por la libertad de los presos frente a la sede de la ignominia

 

Una sociedad que ha padecido los efectos perniciosos de las políticas liberales de nuevo cuño debe ser consciente de las extremas urgencias que requieren ser atendidas para redimirse, porque las consecuencias más evidentes que dejan son siempre — irremediablemente— la reducción de millones al hambre y la miseria.

Sin embargo, este breviario no está destinado a describir una abstracción, sino una realidad concreta: la nuestra, la de nuestros días, la de un territorio arrasado, plagado de injusticias e iniquidades, como resultado del saqueo al que fuimos sometidos en estos cuatro años. La faena por delante es enorme y demandante y su reparación obliga a nuestros mejores empeños.

En la esperanza y en la convicción de volver mejores nos reconocemos. Esa debería ser una de nuestras primeras certezas, y la memoria, nuestra perpetua compañía. Resistir, resistir y resistir ha sido la tarea, en el convencimiento de que en las viejas y en las actuales resistencias, nos fuimos encontrando con pequeñas y grandes  victorias.

Venimos de los tiempos de los desterrados de la Ley de Residencia, los masacrados de Vasena, los fusilados en el sur profundo, los caídos en el bombardeo de la Plaza, los ejecutados en José León Suárez, del Cordobazo, Trelew, lxs 30.000.

Aprendimos de Rodolfo Walsh que cada lucha continúa otras anteriores, que hay que valerse de las experiencias colectivas y que las lecciones que recibimos no deben olvidarse. Aprendimos también, no sin dolor, que la historia no es propiedad privada de los dueños de todas las otras cosas.

Y hubo en ese aprendizaje enormes ejemplos de lucha y de compromisos inclaudicables. El de los Organismos de Derechos Humanos ha sido y es por lejos uno de los más emblemáticos.

No por casualidad hace casi cuatro años constituimos un espacio que congregó a 13 colectivos, al que hoy todxs reconocen como “La Mesa de Organismos”; a veces diversos en sus acciones pero estrechamente unidos en la defensa irrestricta de los derechos humanos y de las conquistas alcanzadas en todos estos años, convencidos de que no estábamos dispuestos a resignarlos.

Lo hicimos también ante lo evidente, porque era un imperativo de la hora enfrentar la barbarie que comenzó a desplegarse en nuestro país a partir del 10 de diciembre de 2015. Claro que no fuimos los únicos. Hubo otros muchos actores que se sumaron, plantándose frente al plan de ajuste que el régimen macrista desplegó tempranamente. Ese plan para sostenerse reprimió a mansalva, criminalizó y encarceló a militantes populares y confinó a dirigentes y a ex funcionarios, con la connivencia de una runfla de jueces y fiscales, cuyas responsabilidades habrá que revisar más temprano que tarde.

Todxs ellxs pasaron a ser rehenes de este régimen, que al amparo de los relatos y las mentiras montadas por la prensa canalla, fueron estigmatizados hasta el hartazgo por profanos, fabuladores y alcahuetes a sueldo.

Pero si en algo efectivamente fracasaron fue en la presunción de que así nos disciplinarían. Ilusos, no contaron con que había un pueblo memorioso, un pueblo que, una y otra vez, ganó las calles para espetarles en sus cínicas caras que no se rendiría.

Sabemos que el hambre de nuestrxs hermanxs no puede esperar, urge subsanar tamaña injusticia, y tantas otras padecidas en este tiempo. Una tan apremiante e igual de infame es la cárcel que sufren las presas y los presos políticos del macrismo. Un crimen que debe cesar lo antes posible. Lo hemos denunciado a lo largo y a lo ancho de nuestro país durante estos cuatro años. No hubo un solo día en el que no levantásemos la voz para gritar bien fuerte que no hay democracia con presxs políticxs.

Ese grito se volvió a escuchar el jueves 28 de noviembre frente a los tribunales de Comodoro Py, sede privilegiada de la ignominia en la que buena parte de la corporación judicial se abocó a sepultar el Estado de Derecho.

Miles fuimos los que nos reunimos allí para pedir por la libertad de quienes habían tenido la osadía de enfrentarse al poder real, los y las que promovieron y ampliaron derechos en beneficio de los más vulnerables durante los gobiernos kirchneristas, contrariando las políticas de miseria planificada que tenían destinadas para nosotros, esas políticas con las que hasta hoy nos gobiernan.

Entre esos miles, una delegación de compañeros y compañeras representando a la Mesa de Organismos de Derechos Humanos, encabezada por Taty Almeida, Lita Boitano, María Elena Naddeo, Raquel Witis, José Schulman, Charly Pisoni, Fernando Suárez, Adolfo Mango y quien esto escribe, montados sobre un escenario improvisado, nos convocamos una vez más para exigir por la libertad de todxs ellxs. Gritamos fuerte, para que nos escucharan Milagro Sala y sus compañeros y compañeras presas en Jujuy y el eco de  nuestras voces llegase igual al Penal de Ezeiza y a todos los rincones de la Patria.

Entre la multitud, en esa calurosa mañana, a pocos metros frente a nosotros, una enorme wiphala se elevó de golpe ondeando por sobre otras. Casi como un designio, esa bandera nos evocó en esta hora aciaga para los pueblos de nuestra America que en las calles de Bolivia, de Chile, de Ecuador, de Colombia, de Haití, se está jugando también nuestro destino.

 

 

* Abogado. Integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos
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