Lo que hace al monje

Discursos sobre la sexualidad desde la Conquista

Francisco de Loyola, nacido Catalina de Erauso, primer trans de las Indias, 1626.

 

Ya nadie sabe desde cuándo la indumentaria funciona como portadora de indisimulables señales clasistas, aún previas al establecimiento de la división en clases propiamente dicha. Mucho antes de adoptar la neta condición de mercancía fetichizada, un solo detalle en la pilcha denotaba alguna característica de su portador, un valor: no en vano la recompensa ofrecida por Cristóbal Colón al tripulante primero en avistar tierra, no era un doblón de oro sino un jubón de seda. “Superficie de contacto cotidiano con el ojo ajeno, evidencia de la imposibilidad de escaparle a la obsesión clasificatoria de las sociedades”, la ropa queda incorporada como segunda (o tercera, o cuarta, depende de la temperie) piel; parte del cuerpo.

Lingüista de la UBA y una universidad pública checa (Palacký de Olomuc), docente, investigadora, analista del discurso, Marina Estefanía Guevara (Buenos Aires, 1982)  se zambulle en las voces cuando representan la pilcha nada menos que en las primigenias narraciones de la invasión europea en el actual territorio americano, más de cinco siglos atrás. Ni propiamente literatura ni estrictos testimonio históricos, aquellas crónicas portan resonancias que algunas veces el tiempo ha transformado en cicatrices, cuando no bastardizado en pintoresquismos pretendidamente antropológicos, chucherías, souvenirs para turistas. Guevara limpia de tales incrustaciones parásitas los textos a fin de establecer los guiones temáticos dominantes de aquellas épocas. Sin quedarse quieta, pone en perspectiva esos “dominios semióticos” en inevitable proporción comparativa con los nunca menos arbitrarios parámetros actuales.

 

Marina Guevara, la autora.

 

Adaptados a la normativa gramatical contemporánea, los fragmentos de las crónicas de Indias conservan esa gracia y encanto propios de la generosa lengua castellana antigua, facilitadores de inteligibilidad. Se posiciona la autora: “Nadie pone en peligro al lenguaje por el hecho de usarlo, más bien lo hacemos florecer según las necesidades de cada época y territorio. Tampoco vamos a dejar de comprendernos por el hecho de enriquecer o adaptar una lengua a lo que queremos expresar, para entendernos solo hace falta un poco de voluntad”.

“Luego vieron gente desnuda. Y el Almirante salió a tierra en la barca armada…” (…) Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide una farto moza, y todos los que yo vieran todos mancebos, ninguno vide de edad más de treinta años, de muy hermosos cuerpos, y muy buenas caras”. Ya en el primer viaje el mismo Colón instala como rasgo general diferencial la desnudez, con lo cual le otorga al término “descubrir”, “descubrimiento” (de América), una polisemia más allá del hallazgo, hacer patente, manifestar, etc. Puntualiza la investigadora: “¿Des-cubrir puede llegara significar llegar a conocer a otra persona? El discurso de los colonizadores europeos se fijó desde el principio en la desnudez de la alteridad y dio lugar a una distinción: las personas se visten o no se visten, asociando ‘más ropa’ a ‘más cultura’” (…) “… se nombra por primera vez en un documento escrito a la alteridad humana luego llamada americana. Así se realiza el acto de habla asertivo y performativo inicial en este género, las llamadas Crónicas de Indias”.

La picarona mirada de invasor, contabiliza Guevara, se detiene “22 veces tan solo en el Primer Viaje”. El lugar recurrente de la desnudez está ligado a la inocencia y a la obediencia, y a su vez, relacionado con el mito del paraíso. Lo cual, coincidente con la ocasional atmósfera templada del trópico, motiva a Colón a “estar seguro de haber descubierto ‘el fin del Oriente’ y por consiguiente el Paraíso Terrenal”. Refuerza tamaña convicción constatar que la desnudez libre de culpa, obediente de los mandamientos aún sin conocerlos, “tiene que ser necesariamente previa al pecado,  y no se interpreta como ausencia de vestidura sin como un ‘vestido de gloria’, otra capa que separa la mirada del cuerpo”. Relevadas las limitaciones del modelo epistemológico occidental inaugurado por Colón, incapaz “de salirse del esquema de pensamiento propio de su propia cultura, descubrió América pero no logró descubrir a los americanos”. Alarma sin sorprender si, agregamos, el fenómeno persiste aún en altos mandatarios de este lado del Atlántico.

Espesa y caudalosa, la ciénaga etnocéntrica va clausurándose a cada paso en que emerge la diversidad nativa “sin dejar ninguna grieta por la que se pueda colar la diferencia”, a medida que aplasta y domina técnicas corporales y formas de conocimiento. El hábito, ese que hace al monje y al lego; así como el ritual del bautismo y el vestido, en su repetición logran convertir lo incomprensible en aprehensible. Los fragmentos de diversas crónicas permiten a la autora desplegar las varianzas culturales en función de los generadores de sentidos: revestir, cubrirse, investir, vestirse, trans-vestirse, des/cubrir, etc.

 

Fragmento Lienzo de Tlaxcala, 1522.

 

Pormenorización indispensable ante una riqueza cultural como la americana que, “a diferencia de la cultura española premoderna, donde lo masculino es el referente absoluto y lo femenino y lo andrógino son despreciables, el paradigma cosmológico andino es relativista, es decir que los conceptos se definen en relación a otros” y no en sí mismos. En efecto, hace cinco siglos y hoy en parte, “las categorías de género (…) eran más diversas, múltiples y fluidas que la binariedad normativa occidental”. Sin ir más lejos, hoy “la trevestidad tiene un potencial crítico relacionado con la desestabilización del “régimen de verdad del sexo que prevalece’”.

Resulta curioso cómo cierta alteridad acepta excepción de clase dentro del acto social de afirmación del dogma. En 1585 llega al mundo en Guipúzcoa doña Catalina de Erauso quien a los cuatro años es entregada a un convento dominico con fines educativos. A los doce años huye del claustro, escondiéndose en un castañar donde se corta el pelo, rehace sus ropajes, lanzándose como varón a los caminos. Hasta presentarse frente al obispo “me desnudé, me vestí, me corté el cabello, partí allí y acullá; me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé, hasta venir a parar en lo presente y a los pies de Su Señoría Ilustrísima”. Es de lamentar la ausencia de detalles del trámite, salvo el cumplir el requisito de constatar su virginidad por las matronas y, realizado esto, el purpurado expresó: “Hija, ahora creo sin duda lo que me dijisteis, y creeré en adelante cuanto me dijereis; os venero como una de las personas notables de este mundo, y os prometo asistiros en cuanto pueda cuidar de vuestra conveniencia y del servicio e Dios”. A partir de allí fue “llamado Antonio, pero también Francisco de Loyola, Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, etc. Fue posiblemente el primer hombre trans visible en las crónicas de Indias”.

Vulgar excepción que confirma la regla, de modo alguno evitó que de la hoguera inquisitorial a la violencia machirula hayan martirizado a las sexualidades divergentes, o que lo parecieran. El hábito, librito abrebochos (100 páginas minipocket de 12 x 14 cm), aplica una acorde sistemática transdisciplinaria, única herramienta capaz de atravesar discursos canónicos y prejuicios paganos. Origina roces conceptuales generadores de agazapadas iluminaciones en parajes opacados por la ausencia. En la síntesis de Marina Estefanía Guevara, a partir de la conquista “las divergencias de género y sexualidad de los indígenas, como las que representan los practicantes del tercer género, desafiaron el sistema de género binario europeo. La intensa necesidad de clasificar de algún modo a les otres está directamente relacionada con los derechos y las jerarquías que se les aplicarán y con el lugar que ocuparán en tamaña redefinición del universo social”.

 

 

FICHA TÉCNICA

El hábito, vestimentas y sus transiciones en crónicas de Indias

Marina Estefanía Guevara

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2025

100 páginas

 

 

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