Lo que vendrá

El gobierno profesa una fe sólida en ideas poco sólidas

 

El oficialismo libertario viene de atropello. Todo lo que se interponga en su marcha triunfal hacia la Argentina nada grande con la que San Martín no soñó debe ser —al menos— cauterizado. De corriente, maltratado. Semejante actitud y curiosa baja gradación de aptitud política se manifiesta sin ambages en los groseros singulares del decreto y la ley, identificados cada uno con la metonimia de ómnibus. De esta manera, el Gran Hermano afirma la impronta megalómana que articula su gestión de gobierno.

Están girando fuerte sobre una cuenta que no tiene fondos. Dar cuenta de la debilidad intrínseca de la aproximación conceptual que le indica al gobierno el camino a seguir, por ser pura ideología (falsa consciencia), sugiere que está puesta la condición necesaria para que la realidad les cobre la factura de la historia. Las bravuconadas de estos días que corren, desagradables de cabo a rabo, continúan comprando todos los boletos y las acciones de esta farsa.

Lástima que la onerosísima cuenta del porvenir será pagada tanto por los pecadores como por los justos. Incluso, no es seguro que el oficialismo libertario pueda zafar del trompazo de la realidad, si son algo más que rumores y murmuraciones los que sindican que el secretario de Política Económica, Joaquín Cottani, está preparando la convertibilidad para abril. Muy alto desempleo, horrible distribución del ingreso, pero con el sosegate de una a la inflación, se esperanzan en que les devuelva el espacio político que les fue vaciando su abnegación revolucionaria de me ne frega  el prójimo y las instituciones y lo que raye.

La serendipia de la tasa de interés global junto a la desorientación que exhibe el gobierno en la búsqueda de la deflación para motorizar la actividad —cuando la acción deliberada es hundirla— ilustran sobre la debilidad conceptual en la que se asienta su accionar. La compadrada libertaria tiene pies de barro. Un problema político serio es que los opositores comparten con el oficialismo —en buena proporción, aunque con matices y no pequeños— el enfoque teórico sobre los motores de la acumulación de capital del actual gobierno, tal como se encarna en el vértice del ejecutivo. Los opositores se considerarán menos extremistas, con voluntad de preservar la democracia en vez de estropearla y —por lo tanto— con más muñeca política para el imprescindible consenso, pero para transitar por los mismos caminos. A decir verdad, los matices, incluso los más fuertes, no son de gran peso a la hora de la verdad. Así es como se va confluyendo hacia una crisis política, que madurará en sentido de superar la mala hora, cuando el reemplazo tenga visos de seriedad y factibilidad.

 

 

Tasa, tasa

El último trimestre de 2022, la cosecha de los análisis de los expertos de Wall Street acerca de lo que había que aguardar en 2023 no dejaba lugar a dudas: el año entrante venía con una flor de recesión a declararse en alguna semana de los 12 meses siguientes. En cambio, fueron sorprendidos por varios indicadores de fortaleza financiera, como el desempleo históricamente bajo, ganancias corporativas sólidas e incluso el creciente precio del cartón.

“Según las proyecciones del nuevo modelo de Bloomberg Economics, es efectivamente segura una recesión en Estados Unidos en los próximos 12 meses, un golpe al mensaje económico del Presidente Joe Biden antes de las elecciones intermedias de noviembre”, consignaba la agencia Bloomberg el 17 de octubre de 2022. La sabiduría convencional no tenía dudas, a partir de que la Reserva Federal en 2022 había subido la tasa de interés de referencia siete veces (y planeaba seguir haciéndolo) en su lucha contra niveles de inflación del 6,5 % anual.

La sabiduría convencional observaba que los costos de endeudamiento se estaban disparando por primera vez desde antes de la crisis financiera de 2008, e infería que la situación amenazaba con obstaculizar la inversión empresarial y suprimir el gasto de los consumidores. La realidad fue por el carril contrario, tanto para la economía norteamericana como para la economía mundial. La economía estadounidense creció a un ritmo anualizado promedio del 3,2 % en los primeros tres trimestres del año y se proyecta otro 1,3 % para el cuarto trimestre. La caída de la inflación al 3,1 % interanual en noviembre y las sólidas cifras de empleo hicieron que se caracterice a la situación de “aterrizaje suave”, es decir: de inflación controlada sin recesión.

El FMI, fiel a su filosofía de austeridad über alles, en las “Perspectivas de la economía mundial” de octubre de 2023, caracteriza que “la recuperación mundial es aún lenta, con crecientes divergencias regionales y poco margen de error para las políticas”. En el informe del FMI se sostiene que “el pronóstico de base es que el crecimiento mundial se modere de 3,5 % en 2022 a 3,0 % en 2023 y 2,9 % en 2024, muy por debajo del promedio histórico (2000–2019) de 3,8 %. Se prevé que, en las economías avanzadas, la desaceleración sea de 2,6 % en 2022 a 1,5 % en 2023 y 1,4 % en 2024, conforme el endurecimiento de las políticas empiece a surtir efecto. Para las economías de mercados emergentes y en desarrollo, se proyecta una disminución moderada de 4,1 % en 2022 a 4,0 % en 2023 y 2024 (…) Se pronostica que la inflación mundial se reduzca a un ritmo constante, de 8,7 % en 2022 a 6,9 % en 2023 y 5,8 % en 2024, debido al endurecimiento de la política monetaria y con la ayuda de los menores precios internacionales de las materias primas”.

El lunes 23 de octubre los rendimientos de los bonos del Tesoro a diez años subieron por encima del 5 % por primera vez desde la crisis financiera de 2008. Los bonos del Tesoro son el principal activo financiero de la economía mundial. Son de rendimiento fijo, por lo que un aumento de su rendimiento significa que su tenedor está perdiendo capital (y en gran forma). El mercado de bonos del Tesoro venía mal y esto puso a todo el mundo nervioso, dada su incumbencia mundial. Buena parte de las reservas de los bancos centrales se colocan en bonos del Tesoro.

Las especies de renta fija están en contradicción con las de rendimiento variable, esto es, las acciones de empresas que cotizan en la bolsa. En épocas inflacionarias, el rendimiento de las segundas tienden a subir y el de los bonos a bajar cuando se considera la pérdida de capital. Es lo que pasó por una inflación en baja y con el consumo en alza. Para el tercer trimestre, el mercado de bonos del tesoro ya había caído lo suficiente y los operadores empezaron a recomprar aguardando la reversión de la tendencia, en medio de récords de los índices bursátiles más enjundiosos. Es lo que viene sucediendo. Además, el índice bursátil S & P 500, el más representativo de la economía norteamericana, en 2023 ya al finalizar recuperó casi toda la pérdida del 19 % de 2022.

Pero lo que talla en todo esto es el consumo. Gran parte de la recuperación bursátil se debe a las llamadas tecnológicas, las que están a la vera del consumo masivo. Y si bien la emisión de nuevas acciones en la bolsa más grande del mundo (la de New York) fue en 2023 aproximadamente un sexto de los 600.000 millones de dólares recolectados en 2021, esto se debe mucho a la transición e incertidumbre alrededor de la salida de China del capital multinacional. Casi nueve décimas partes del dinero extranjero que ingresó al mercado de valores de China en 2023 ya salió. Los fondos externos puestos en el mercado de valores chino alcanzaron un máximo de 33.000 millones de dólares en agosto, desde entonces la inversión extranjera neta en acciones cotizadas en China no ha dejado de caer por un total del 87 %, según cálculos del Financial Times.

Lo del cartón también es inequívoco. Los analistas del mercado de cartón para hacer cajas de embalaje, un insumo clave del consumo, refieren que el precio de la tonelada de este material entre 2018 y 2022 fluctuó en 20 y 210 dólares. Es la primera vez que los precios del cartón aumentan desde que comenzó el último ciclo de alza de la tasa de interés de la Reserva Federal, lo que refleja un cambio significativo en la dinámica del mercado pospandemia. El precio del cartón, normalmente utilizado para cajas, ha aumentado entre 70 y 75 dólares por tonelada. Los precios del cartón mediano acanalado (esos revestimientos ondulados que a veces se encuentran en los envases) han subido aún más, entre 100 y 110 dólares por tonelada. Los fabricantes de cartón atribuyen el aumento de precios a los costos de la materia prima, así como a la creciente demanda. Lo cierto es que, históricamente, el aumento de los precios del cartón ha precedido al crecimiento económico. El cartón envasa bien la idea de que la inversión es una función creciente del consumo, por así decirlo.

La sabiduría convencional sigue firmemente anclada en la creencia de que la tasa de interés tiene una relación inversa con la inversión. Más tasa, menos inversión y viceversa. ¿Y entonces por qué la economía norteamericana y la global crecieron? Porque la tasa de interés no es determinante de la inversión. Un aumento de la tasa de interés puede bajar el ritmo de la tasa de inversión, pero no mucho más. Pero eso a condición de que no mejore el consumo. Normalmente (contra la sabiduría convencional), aumentar la tasa de interés y los impuestos tiene efectos reactivantes siempre que a la par se sigan políticas de mejora en la distribución del ingreso, porque los sindicatos no quieren que los trabajadores paguen la factura. Obligan a subir los precios y eso financia parte de la inversión para abastecer el consumo creciente (por la mejora en la distribución del ingreso) cuando lo hay como en 2023 en los Estados Unidos, o en la misma Europa y partes de Latinoamérica. ¿Pero la inflación cayó? Porque el efecto de las economías de escala es muy poderoso: más unidades se producen, menos cuesta cada una. La inversa es cierta.

El impulso al crecimiento lo da la demanda, cosa que los libertarios hoy en la Argentina están frenando, con la intención de que retroceda. Como abrevan de la fuente de la sabiduría convencional, suponen que el aumento de la tasa de interés aplaca la inversión. Entonces tratan de subsidiar la tasa de interés de los préstamos para que la inversión no se estanque. Esos subsidios son la medida del fracaso porque se los embolsa la empresa que de todas formas invertiría porque tiene mercado.

 

 

Estanflación

La recesión en la que están metiendo a la economía tampoco va a apaciguar los precios. En una situación donde no hay absolutamente excedente sino más bien falta de demanda (como lo indica el sufijo “estanflación”), combatir los factores-demanda imaginarios conduce a efectos reales desastrosos sobre los costos y finalmente sobre los precios. Pero, ¿por qué los libertarios insisten con un expediente de política económica que ha demostrado con creces su capacidad de fracasar? Porque abrevan también aquí de la sabiduría convencional neoclásica.

Lo que impide ver esos efectos “perversos” de las medidas deflacionistas es el postulado de los costos crecientes que, en el campo neoclásico, aleja todos los sufrimientos, tanto los de los monetaristas como los de los otros. Creen disponer de una ambivalencia positiva. Si la austeridad no hace bajar los precios por la compresión de la demanda, los hará bajar por la disminución del volumen de la producción y, por lo tanto, de los costos unitarios.

Así no sucede en la vida de las empresas. La noción de un capital fijo metido dentro de una unidad de producción, cuyo costo de uso marginal sería nulo o casi nulo, en todo caso inferior al costo medio, y no solamente para la sociedad, sino para el propio empresario, es una noción imposible para los neoclásicos. Razonan en los hechos sobre la base de una suerte de leasing universal. Como si los factores fueran divisibles sin límite, el empresario comprando todas las mañanas exactamente las cantidades necesarias para la producción proyectada del día: un cierto número de horas-hombres, una cantidad de horas de administración, una fracción de edificios, de máquinas, de vehículos o el uso de todo eso, de manera que a la noche se reencontrará con nada más que un stock de mercaderías que vende para recomenzar a la mañana siguiente la operación a una escala variable según la coyuntura del momento.

Bajo estas condiciones, está claro que los neoclásicos tienen razón. Más fuertes serán las ventas, más importante serán las cantidades de factores demandados y compradas por los empresarios, en consecuencia, en el margen, más baja su calidad y más altos sus precios. Y viceversa. Pero en la realidad, las cosas no suceden de esta manera. Los medios de producción pueden ser divisibles y móviles antes de su adquisición, una vez que una parte de ellos es comprada, notablemente el capital fijo, e incorporada en una empresa, es inmovilizada. Su costo financiero entonces es indivisible e independiente de su puesta en marcha. Si se agrega a esto la proporción creciente en las economías modernas de estructuras administrativas y gerenciales más o menos inamovibles y la rigidez de algunos otros gastos, se obtiene un punto muerto tan elevado, que la mínima caída de la producción provoca un agravamiento importante de los costos unitarios.

Entonces, durante la primera etapa del plan de austeridad, cuando los resultados son contrarios a los anticipos, es decir, cuando la inflación se agrava en lugar de calmarse, hay dos reacciones posibles:

  1. darse cuenta del carácter inadecuado de esta política y frenarla,
  2. concluir que las restricciones aplicadas hasta el momento no han sido lo suficientemente drásticas y reforzarlas.

Por todo tipo de razones, esencialmente unidas a la credibilidad política, los libertarios prefieren ampliamente la segunda opción. Mientras la falta de crecimiento para los libertarios se debe a que los costos no han bajado lo suficiente —lo que causa “inflación”—, las medidas deflacionistas se convierten en algo así como un proceso que se auto-justifica produciendo la situación misma que las vuelve necesarias. Sobre llovido mojado y el credo monetarista sostiene que para frenar la inflación hay que controlar la cantidad de dinero. El circulante se desmadró (y por eso se alza el nivel general de precios) porque el populismo, en su afán de engañar demagógicamente al inocente ciudadano, hizo crecer más allá del límite financiable el gasto público. Dado que es el volumen del dinero que circula el que se acomoda al aumento del nivel general de precios (para financiarlo), el volumen que circula lo determina ese nivel y de ninguna manera ese nivel lo determina el volumen de dinero que circula, como reza la teología monetarista. 

Ante el fracaso práctico de su abordaje de la inflación, los monetaristas pusieron en juego una coartada. Dicen que si uno aumenta la cantidad de dinero hoy, se refleja en la inflación dentro de dos años o, a la inversa, que si se corta la cantidad de dinero hoy se ven los resultados en un bienio; es una petición de principios. Si dos años después del intento de bajante de circulación, el nivel general de precios sigue subiendo persistentemente, siempre se le puede echar la culpa a la falta de compromiso con la austeridad.

La triquiñuela exhibe bien que están corriendo con la vaina al movimiento nacional. Lo que vendrá es un emocionante tango de Astor Piazzolla (¿cuál no, en verdad?), también se titula así la película argentina de ciencia ficción estrenada en 1988 dirigida por Gustavo Mosquera R. y protagonizada por Hugo Soto, Juan Leyrado y Charly García. Soto es herido de bala en una manifestación de protesta en una Buenos Aires del futuro que vive asfixiada por un Estado policial. El maldito policía protagonizado por Leyrado, que lo hirió en la manifestación, quiere liquidarlo para que no hable. Charly García, el enfermero, lo salva en el hospital. Soto dice saber que el mundo que le toco vivir “es un delirio”. Soto —en el soliloquio— reflexiona: “Algo teníamos que hacer”, y se pregunta “qué es lo que vendrá”. Depende de nosotros, mientras las bellas notas del bandoneón nos recuerdan que hasta en chiquero puede nacer una flor. 

 

 

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