Los buscas (cuarta entrega)

 

                                                            O me das el diamante... o van a ocurrir cosas.

                                                         Indiana Jones y el templo de la perdición

 

Caminamos por el casino como dos cuadras. Cuando llegamos al fondo, los muchachos me mostraron una máquina pintada con unos perritos. Para mí era una tragamonedas más, no veía diferencia con las demás. Por todos lados las máquinas, separadas en islas, representaban distintos temas, sobre todo del cine y la televisión. Había del Hombre Araña, de Batman, de Sex and the City, de Game of Thrones y muchas más.

—Mirá bien —me dijo el Pelado—, a ver si lo descubrís…

Una señora jugaba en los perritos por 125 créditos el tiro. Como la denominación de la máquina era de 10 centavos, su apuesta equivalía a doce pesos con cincuenta cada vez. Estos datos los fui aprendiendo de a poco aquel mismo día, gracias al Pelado, a Abel y a Carita de auto que me explicaron todo, con paciencia y ejemplos. Lo que no entendía era por qué compartían conmigo las cosas que sabían, ya que pronto iba a convertirme en una competencia, pero por el momento no dije nada sobre el asunto y traté de aprender más.

—La verdad no me doy cuenta, ¿qué es lo que tiene? —pregunté.

—¿Ves esos numeritos en la parte de arriba de la pantalla?

Sobre la parte superior, el juego tenía unos números chiquitos que iban variando por alguna razón a medida que la señora tiraba.

—La gran mayoría de los slots —me explicó el Pelado— no sirve para nada, tarde o temprano perdés plata. Todos los que están jugando —dibujó en el aire un círculo horizontal con el dedo— van perdiendo, todos se van a pelar. Puede ser que alguno gane, pero va a volver mañana y lo va a perder. La suerte no sirve.

—El sistema —agregó Carita de auto— está programado para que gane el casino. Nosotros, en cambio, aprovechamos algunas pocas máquinas que tienen ventaja, como los perritos.

 

—La gente no tiene idea de esto —dijo Abel—, juega a ciegas.

—Esos numeritos que ves ahí —señaló el Pelado— son acumulaciones. Cuando alguien juega, trata de sacarse el bonus, que generalmente son tiros gratis y te pueden pagar bien. Los bonus se consiguen cuando te sacás tres o más scatters, que son unas figuras especiales que tiene cada juego.

—Hay jugadores que dejan fortunas buscando el bonus —dijo Abel.

—Y a veces nunca llega —agregó Carita de auto.

—Pero en los perritos —continuó el Pelado—, el bonus abre de otra manera: no por scatter sino cuando esos números llegan a 10. Nosotros nos paramos atrás de la máquina y dejamos que los demás jueguen, que gasten plata y acumulen. Cuando está en 7 o en 8, nos sentamos y jugamos sin riesgo.

—Hay que gastar un poco para llegar a 10 —explicó Abel y yo sospeché que quizás me querían estafar, que ahora me iban a pedir que pusiera plata.

—Pero después lo recuperamos —dijo el Pelado— y hacemos una diferencia cuando empiezan los juegos gratis, ¿entendés?

Yo sentí desconfianza y no respondí. El Pelado se me acercó y me dijo, serio:

—Cuando termina el bonus, no te tenés que quedar jugando por nada del mundo, porque si no la dejás. Tenés que levantarte y esperar que se acumule de nuevo. Y así, una y otra vez.

Yo asentí con la cabeza y después pregunté:

—¿Y cuánta plata hacés por día?

—Depende… He llegado a hacer cinco lucas. La mayoría de las veces me voy con dos lucas.

Puro cuento, pensé, y enseguida me acordé de Un tal Lucas, de Cortázar. Los buscas lo nombraban todo el tiempo: “Voy dos lucas arriba”; “Ayer perdí tres lucas porque me puse a jugar”; “Tengo que recuperar cuatro lucas”; “¿Me prestás cinco lucas?”.

—Che, pero si ganás tanto, ¿para qué salís a vender por la calle?

—Porque esto es muy inestable. En cualquier momento se dan cuenta y vuelan los perritos, las curitas, las burbujas y todas las máquinas que nos sirven a nosotros. Ha pasado. En otra época, habías unas de Indiana Jones que dicen que eran espectaculares. Yo no las conocí, porque entré acá un par de años después. Pero me contaron que hubo buscas de aquella época que se compraron autos y tengo entendido que el viejo Juan se compró una casa. Cuando en Palermo se avivaron, las sacaron a todas y les avisaron a los demás casinos y bingos. Con Carita estuvimos recorriendo algunas provincias para ver si las encontrábamos. Pero no queda una sola Indiana Jones en todo el país.

 

(CONTINUARÁ)

Juan Diego Incardona es escritor

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