LOS CALLADITOS HABLARON

Me cuesta decirlo, pero sospecho que si uno rasca la piel de un calladito asoma un brote fascista

Suelo aclarar: no soy político, ni politicólogo, ni investigador y mucho menos experto en encuestas. La única chapa oxidada que puedo mostrar certifica 20 años de periodista profesional dedicado a la política. Pero lo que reivindico para escribir esta nota es mi condición de veterano porteño que mira pasar la vida por la ventana de un bar. Hay algo que siempre me llamó la atención: los que hablan de política, los que la practican, los que la analizan suelen referirse al pueblo, a la gente, a los votantes con una mirada unívoca, como si cada uno de los 35 millones de argentinos y argentinas que integramos el padrón tuviéramos claridad sobre sus opiniones políticas y –llegado el caso– sobre el ejercicio del voto.

El ex Presidente de Bolivia los llama los calladitos. Son los que nosotros solemos mencionar como la mayoría silenciosa. ¿Son mayoría? No creo. ¿Cuántos son? Difícil saberlo. Son calladitos, pero más de una vez decidieron un resultado electoral. Tampoco es posible que todos piensen igual. Que a la hora de votar unos vayan hacia la derecha y otros hacia la izquierda. Un borracho del bar me dijo una noche: un día votan a Hitler y otro al Che Guevara.

¿Se puede saber qué los identifica? Quieren vivir tranquilos, como cualquiera, pero como si fuera una aventura personal. Suelen decir: “a mí la política no me da de comer”. “La política es una porquería”. Respetan a los patrones “porque dan trabajo”. Muchos son buenos ciudadanos, un día donan sangre para un vecino y al día siguiente matan a patadas a un pibe chorro. Suelen preferir a un gobierno autoritario que ponga orden. No les gustan los cambios que alteren su mirada sobre la vida. Vivir tranquilos es la consigna.

En los últimos tiempos me tomé el trabajo de realizar mi propia encuesta, los calladitos que me rodean, compañeros de trabajo, algún taxista o un mozo del bar. Esta vez, limitado por la pandemia, pude consultar apenas a siete varones y mujeres, todos trabajadores. Uno de ellos, que había votado al Frente de Todos en 2019 esta vez eligió a Facundo Manes. Cuando se lo pregunté no se acordaba el apellido. Su mujer, enfermera, no vota por el peronismo. Le tiene miedo; el peronismo es quilombero. Su hijo mayor votó por Milei “porque le gusta la sangre” (sic). Le encantó la idea de prender fuego al Banco Central. Otra señora cercana, tradicionalmente antimacrista, votó por Vidal. De los tres restantes dos no fueron a votar. El sobrino que nunca laburó votó al FIT. No pretendo que esta muestra tenga alguna significación. Sólo los pongo como ejemplo de esa cantidad de compatriotas que votan al margen de las circunstancia políticas que vive el país. Durán Barba di0 clase magistral de cómo se convence a los calladitos.

Me llamó la atención que una periodista tan lúcida como Noelia Barral Grigera descalificara la importancia de la prensa hegemónica para crear el sentido común, por lo menos, de los calladitos. Posiblemente la prensa de papel no ejerza mayor influencia, pero la televisión y la radio manejan la información que llega a los calladitos y que los calladitos toman en serio. Sería bueno que se pudiera hacer una encuesta: la mayoría de los calladitos está convencida de que Cristina robó.

¿Qué opinan los calladitos de aquéllos avances que nos enorgullecen? El aborto legal, el matrimonio igualitario, el reconocimiento de las diferencias sexuales. ¿Qué opinan muchos calladitos del terrorismo de Estado?

Me cuesta decirlo, pero sospecho que si uno rasca la piel de un calladito asoma un brote fascista.

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