Los de abajo

Es necesario conocer la dimensión de la pobreza a fondo para encarar la batalla épica para erradicarla

 

Como describe el escritor mexicano Mariano Azuela en su novela revolucionaria Los de abajo, los pobres de pobreza absoluta son generalmente víctimas de vejaciones y atropellos por parte de los poderosos. Las penurias de Demetrio en el pueblo El Limón podrían haber ocurrido en cualquier otro país de Latinoamérica. En todos nuestros países, el atropello a los pobres ha sido, y sigue siendo, la norma. El pobre o se doblega como nuestro Don Segundo Sombra, o pelea hasta morir como Demetrio en México. La justicia es, para los pobres, una entelequia que casi nunca los protege, e incluso muchas veces los condena sin razón. Es necesario conocer la dimensión de la pobreza a fondo para encarar la batalla épica para erradicarla.

A lo largo del tiempo, las ciencias sociales han desarrollado ingentes esfuerzos para desgranar a fondo el significado de la pobreza, atento las implicancias y el impacto que la misma presenta respecto de la consolidación de sociedades y estados democráticos. En un trabajo minucioso, Paul Spicker desarrolla doce sentidos diferentes de abordaje sobre la pobreza. Si se la analiza como un concepto material, incluirá nociones vinculadas a las necesidades –básicas, mínimas, aceptables en un entorno social, entre otras— y a la limitación de recursos para cubrirlas; requerirá identificar, también, un patrón de privaciones o carencias que permita delimitar la categoría de pobre, contemplando tanto la falta de un bien o servicio en sí mismo como la extensión en el tiempo de las circunstancias de dicha privación. Si se analiza la pobreza como la situación económica de una persona, deberán considerarse aspectos tales como el nivel de vida –asociado, asimismo, al grado de cobertura de necesidades consideradas básicas—, la desigualdad o situación de desventaja de unas personas respecto de otras en el seno de una sociedad, y también la posición económica. Pero si se encara el análisis de la pobreza desde las condiciones sociales de las personas, Spicker detalla cuatro aspectos a considerar: la clase social, determinada por los roles sociales y ocupacionales de los involucrados; la dependencia o no a subsidios o ayuda del Estado; la dificultad para satisfacer las necesidades básicas de la vida, sea por falta de recursos propios o de otra índole, por ejemplo, inexistencia de red de agua corriente; y el nivel de acceso a bienes y servicios dado por la existencia o no de “titularidades”.

La carencia de vivienda es el resultado de la falta de acceso a la vivienda o a la tierra, no de la inexistencia de viviendas en sí. El análisis incluye también algunas consideraciones respecto a la pobreza como un juicio moral, marcando que la pobreza es una privación severa y considera que las personas son pobres cuando se juzga que sus condiciones materiales son moralmente inaceptables. De esta forma, el término “pobreza” lleva consigo un juicio y un imperativo moral de que algo debería hacerse al respecto.

Respecto de las aristas morales que atañen a la pobreza, vale la pena rescatar uno de los Diálogos de Platón, en la IV República, escrita 400 años A.C. Sabido es que para Platón la razón del Estado es hacer felices a los ciudadanos, condición que requiere, a su entender, la inexistencia de clases, siendo tan perjudicial la condición de riqueza como la de pobreza. Creo que aún no hemos tomado conciencia que Platón nos regaló, dos mil cuatrocientos veinte años atrás, tres conceptos tan simples que aún hoy, con la tecnología y avance científico y social, no hemos logrado comprender plenamente, ni obviamente aplicar de manera eficiente:

  • La función del Estado es asegurar la felicidad de los ciudadanos
  • Ello se logra facilitando a cada uno lo que necesita, y no a todos lo mismo («…considera si, al aplicar a cada una lo adecuado, creamos un conjunto hermoso»)
  • Los extremos de pobreza y riqueza son perjudiciales para el desarrollo armónico de las personas y de las sociedades.

Ahora bien, más allá de la filosofía y los análisis técnicos vinculados a la pobreza, el enfoque más difundido y popular de su acepción es el que identifica a la persona pobre con aquella que no tiene lo necesario para vivir. De esa manera, la pobreza representa una categoría arquetípica para la conformación de prejuicios de todo tipo en cabeza de los distintos integrantes de la sociedad, independientemente de considerarse, ellos mismos, pobres o con recursos. Arraigadas en el seno de la comunidad, la encuesta realizada para documentar el informe “La pobreza en los ojos de los argentinos”, de la consultora Voices! para el Proyecto Redes Invisibles de la Fundación La Nación, da cuenta que:

  • Seis de cada diez argentinos están de acuerdo con que “la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos";
  • Cinco de cada 10 están de acuerdo con que "los pobres suelen tener más hijos para cobrar más planes sociales" y con que "los chicos pobres prefieren estar en la calle entes que en la escuela”;
  • Cuatro de cada 10 están de acuerdo con que "los delincuentes en su mayoría son pobres".

La aceptación y posterior reiteración cotidiana de estas afirmaciones deberían llevarnos a la reflexión, no sólo por el gran componente discriminatorio que encierran (el mismo estudio indica que el 77% de los entrevistados reconoce que los pobres son discriminados por la población), sino porque la mayoría, aun siendo consciente de su actitud discriminatoria, no puede deconstruir sus creencias. El informe también brinda un dato llamativo al mostrar que son los sectores de bajos recursos los que en ocasiones manifiestan esos prejuicios, y como explica una ejecutiva de la consultora Voices!, “el promedio de mitos en los que creen los argentinos crece a medida que aumenta la edad y a menor nivel de instrucción”.

Un párrafo aparte merece el arraigo que tiene la idea de “meritocracia” en nuestros conciudadanos: el 54% considera que “si la gente trabajara más duro, podría escapar de la pobreza”. Esta idea desconoce el impacto y condicionamiento general que representa, para una persona, el medio y el contexto donde nació y se desarrolló, simplificando sólo en una cuestión de voluntad individual la opción para obtener su sustento, su formación y su inserción laboral y productiva. De esta forma, se los condena a la vulnerabilidad por partida doble: su lugar de nacimiento les cierra muchas puertas y los prejuicios amarran el candado.

En este sentido, según los focus groups realizados por Voices! para complementar la encuesta cuantitativa mencionada, emerge un cierto grado de naturalización de la pobreza que la reduce, puntualmente, a “vivir en la miseria”, cuando en realidad se trata de un fenómeno multidimensional que responde a carencias materiales y sociales múltiples signadas, principalmente, por la falta de oportunidades y aún en presencia de ellas, por la carencia de posibilidades reales: "La naturalización de la pobreza sedimenta prejuicios sobre el pobre, lo invisibiliza y hace que se lo trate con indiferencia. La indiferencia garantiza que la persona piense que nada de lo que haga servirá para modificar esa realidad. Para lograr desnaturalizar la pobreza es necesaria la empatía. Solo el 11% de los encuestados señaló tener ese sentimiento", indica Constanza Cilley, directora de Voices!

De más está decir que la realidad, con sus números estadísticos fríos e inapelables, ofrece la versión real de estas creencias, mayoritariamente autoimpuestas, que dan por tierra la mayoría de los prejuicios arraigados citados:

  • El 52% de los y las titulares de la AUH tienen sólo un hijo a cargo, el 28% tiene dos hijos a cargo y el 13% tres hijos;
  • El 96% de las titulares son mujeres, de las cuales más de la mitad trabaja;
  • Sólo el 9% de los jóvenes incluidos en el estrato de trabajadores marginales tiene un consumo problemático de sustancias y el 7% integra un hogar con algún integrante privado de su libertad.

En el plano espiritual, la Biblia destaca que “bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”, la cual brinda esperanzas respecto de que no debe preocupar a las personas las necesidades que puedan padecer a lo largo de su vida ya que tendrán la posesión del reino de los cielos en el futuro. Esta creencia ha sido utilizada para ejercer, y hasta justificar, el abuso del hombre por el hombre, llevando a los pobres a padecer brutales tormentos como la esclavitud, la servidumbre, el derecho de pernada, la violación sistemática y otras tantas atrocidades más, pero sobre todo a realizar los trabajos más indignos a favor del señor o del patrón.

Si pobre es aquel que no tiene lo necesario para vivir, ¿qué es, entonces, lo necesario para vivir? A priori no parece una pregunta sencilla de responder, y quizás su dificultad obedezca a la sensación de subjetividad que entraña la palabra “necesidad”, por lo que conviene intentar desglosar ese concepto.

La necesidad es una sensación de apetencia de un determinado objeto que puede tener un origen biológico o psicológico. Una necesidad básica fundamental, por su parte, representa la carencia de algo considerado como imprescindible para el desarrollo y el buen funcionamiento del ser humano, y su resolución o satisfacción puede ser de índole física, psicológica o social dependiendo del tipo de carencia a cubrir.

De manera usual, se ha creído que las necesidades humanas tienden a ser infinitas, que se encuentran en constante cambio, que varían de una cultura a otra y que son diferentes en cada período histórico. Sin embargo, estas suposiciones entrañan un error conceptual al confundir las necesidades con los elementos que las satisfacen. Las “necesidades humanas fundamentales” son, en primer lugar, finitas, escasas y clasificables, pero además son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos. Lo que varía, a través del tiempo y de las culturas, es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de esas necesidades.

Las ciencias sociales han clasificado y agrupado estas necesidades para un mejor abordaje de las mismas, identificándolas en las siguientes categorías: subsistencia (salud, alimentación), protección (sistemas de seguridad y prevención, vivienda), afecto (familia, amistades, privacidad), entendimiento (educación, comunicación), participación (derechos, responsabilidades, trabajo), ocio (juegos, espectáculos), creación (habilidades, destrezas), identidad (grupos de referencia, sexualidad, valores), libertad (igualdad de derechos). Todas estas necesidades son igualmente importantes, lo que varía es el grado de urgencia ante la satisfacción de esa necesidad y las carencias que haya saciado anteriormente: las personas nacemos con necesidades congénitas o hereditarias que son las fisiológicas, y a medida que crecemos y nos desarrollamos se presentan nuevas necesidades de nivel superior.

Asimismo, los aspectos subjetivos vinculados a la palabra necesidad estarían vinculados no sólo a los diferentes estadios de las personas respecto del grado de satisfacción de sus necesidades, sino también al modo y al contexto en que esa satisfacción tuvo lugar. Por ejemplo, cuestiones como dónde se reside —en un ámbito rural o urbano— o la edad cronológica que se tenga —se trate de una persona mayor o un joven—, o cuestiones culturales como por ejemplo, una persona que ha vivido con escasísimos ingresos logrados de manera aleatoria mediante trabajos por “changas” y alcanza un ingreso mensual regular por su jubilación podrá sentir que ya no es pobre porque tiene lo necesario para vivir, mientras que quien ha vivido de un ingreso medio/ alto y pasa a tener un ingreso mínimo con su retiro sentirá que le falta lo necesario para vivir.

Hace más de doscientos años Manuel Belgrano enseñaba que “el mejor medio de socorrer la mendicidad y la miseria es prevenirlas y atenderlas en su origen, y nunca se puede prevenir si no se proporcionan los medios para que se busque su subsistencia”. Por eso, que en la Argentina sea necesario repartir 11 millones de raciones diarias de comida entre los más pobres, mientras los más ricos y poderosos florean sus fortunas con absoluta impudicia, resulta ética y económicamente inaceptable.

 

 

 

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