Los desafíos de la escuela

El futuro de los jóvenes no puede quedar a merced de quienes proponen menos derechos

 

A mis colegas:

Desde hace siete años ejerzo la docencia en el nivel secundario en escuelas del partido de Tres de Febrero, al noroeste del Conurbano. Como el de ustedes, mi rol social consiste en desarrollar una práctica especializada y rigurosa para acompañar trayectorias educativas y motivar el aprendizaje de lxs adolescentes. La tarea no es fácil ni sencilla. Además de ordenar y sistematizar, requiere planificación, tiempo, paciencia y sobre todo diálogo. Para escuchar y ser escuchado. Y justamente transitamos semanas en las que escuchamos al candidato Javier Milei hablar de la educación pública y gratuita, no como una inversión, sino como un gasto innecesario del Estado. Frente a su propuesta es que decidí intervenir y lo hago porque esta es mi época y mi lugar. Escribo porque estoy situado y convencido de que quienes ejercemos la docencia somos sujetos comprometidos en el presente con el desarrollo del futuro de la humanidad. “Ser profesor es una forma particular de estar en el mundo”, nos dice Philippe Meirieu en Carta a un joven profesor. Somos docentes porque en algún momento tuvimos el sueño de enseñar. Por tal motivo, considero que cada palabra nuestra repercutirá igual que el silencio. Si no escribimos hoy, será tarde mañana.

 

La escuela, la enseñanza y el saber

“Enseñar es una situación social. Siempre implica al menos dos y está claro que se liga con situaciones de asimetría: alguien sabe algo que otro no sabe”, nos ayuda a pensar Daniel Feldman en el documental Escuela de maestros, y agrega: “Hay una tradición jasídica que dice que el mundo es lo que quedó de los pliegues del manto de Dios cuando se retiró. O sea que Dios no hizo al mundo interviniendo, sino retirándose, dándole lugar; y a mí siempre me pareció una metáfora extraordinaria para la enseñanza, que es una actividad de ir pero para retirarse, no para quedarse; porque el otro tiene que aparecer en ese espacio donde uno se va”.

 

 

Pienso cómo desarrollamos nuestra tarea, de qué manera enseñamos y me pregunto: ¿Entendemos a lxs adolescentes? ¿Pensamos que la mayor parte de su desarrollo la viven en la escuela? En el encuentro con lxs otrxs el sujeto se conoce y aprende a interactuar y relacionarse. ¿Sabemos qué buscan y cómo quieren que sea su trayectoria educativa? Necesitamos una propuesta de enseñanza colectiva, cuya planificación incluya a lxs estudiantes. Enseñamos para transformar. Este presente, de discursos individualistas y autoritarios, propagados por las redes sociales, obliga a repensar estrategias. Meirieu, en diálogo con Gonzalo Gutiérrez, director del Instituto de Capacitación e Investigación de los Educadores de Córdoba, sostiene: “Creo que el desafío principal de la escuela en este tiempo es encontrar en el aula el placer de aprender conjuntamente, el placer de aprender juntos, el placer en sí. Tenemos que poder mostrarles a los chicos que en el consumo no se encuentra. El placer de aprender es siempre descubrir cosas nuevas. Aprendiendo juntos se aprende mejor; nos enriquecemos entre todos, nos ayudamos y descubrimos que somos más felices cuando somos solidarios”.

En La hora de clase, por una retórica de la enseñanza, Massimo Recalcati pregunta y afirma: “¿Qué es entonces una hora de clase? Es un encuentro con el oxígeno vivo del relato, de la narración, del saber que se ofrece como un acontecimiento”. Si pensamos la hora de clase junto con las palabras relato y narración, es necesario contar historias para establecer un vínculo entre lxs docentes y lxs alumnxs. A mayor empatía mayor posibilidad de transmitir conocimientos. La empatía permite saber qué les pasa y qué sienten. La escritura y la narración son formas de canalizar esas emociones. Si logramos que la hora de clase sea un espacio de conocimiento y respeto mutuo, motivaremos a lxs estudiantes y lxs reconoceremos como lo que son: sujetos con historias para narrar.

En El estigma del fracaso escolar, nuevos formatos para la inclusión y la democratización de la educación, Patricia Maddonni vuelve a poner el eje en la relación docente-alumnx: “El vínculo tejido entre profesores y estudiantes es central a la hora de hacer efectiva la práctica escolar y de revertir una construcción subjetiva que los aleja no solo de la escuela sino de una buena disposición al aprendizaje y al conocimiento. Una y otra vez los estudiantes repiten que los docentes que saben enseñar son los que se involucran en la tarea y promueven procesos de motivación. Con la categoría agregarse explican cómo los adultos entran en su mundo adolescente, joven, y se animan a conocer sus necesidades y expectativas, dejan de temerles, los consideran personas antes que estudiantes y, en este camino, les otorgan autoridad para aprender”.

Reflexionar sobre la escuela de hoy me lleva a pensar en la que transité como estudiante. Al respecto, Meirieu, en Recuperar la pedagogía, dice: “Lo que está en juego es asimilar lo que nos hizo lo que somos hoy para poder hacernos nosotros mismos mañana. Articular, desarticular y rearticular nuestra propia historia”. La tarea es reflexionar sobre la institución educativa que tuvimos y nos formó. La que tenemos y la que debemos construir para lxs que vendrán.

Quienes cursamos la escuela primaria inmediatamente después de terminada la dictadura recordaremos la formación con distancia en el patio o a nuestrxs maestrxs llamándonos por el apellido –que era el modo de distanciamiento que proponía la escuela de entonces– o pidiéndonos que habláramos bien, como lo establece la norma. Ustedes y yo sabemos que no hablamos ni bien ni mal. Hablamos. Y lo hacemos con diferentes registros para adecuarnos al contexto de situación. Esto hay que explicar a lxs adolescentes en el aula. Sin embargo, muchas veces vemos que la escuela mantiene determinadas formas sociales para repetir ¿hasta cuándo? una determinada manera de enseñar. Seguramente la escuela de ahora no es igual a la de los años ‘80, transcurridos 40 años de democracia. Convoco a pensar de qué manera introducimos en el salón las transformaciones político-sociales y en qué lugar ubicamos a lxs estudiantes. No alcanza con decirles “tienen que estudiar porque es su derecho”. Es necesario acompañarlxs en toda su escolaridad, ayudarlxs a encontrar un espacio para la reflexión que posibilite su formación como sujetos críticos, comprometidos y solidarios con conciencia social y ciudadana. Al respecto, aporta Meirieu: “Muy a menudo la escuela da respuestas sin ayudar a formularse preguntas, da respuestas sin preguntas… el niño aprende buscando respuestas a las preguntas que se formula. Y creo que es necesario restituir esto a la escuela, un saber vivo, es decir, un saber que no está osificado, fosilizado, sino un saber dinámico, que aporta algo, y en tanto que aporta algo es emancipador. No es un objeto del que el alumno se tiene que apropiar para devolverlo el día del examen, no es esto en absoluto. Es un saber que rige el deseo de saber todavía más. El aprendizaje genera nuevas preguntas. Y el objetivo de la escuela es hacer emerger esas preguntas”.

Exijamos que las escuelas generen espacios de debate, discusión y participación en el marco de proyectos pedagógicos que consideren a la pedagogía como un modo de intervención política. Si así no entendemos a la enseñanza, ¿qué sentido tiene nuestra labor? No dejemos el futuro de nuestros jóvenes a merced de quienes incansablemente proponen una sociedad con menos derechos y una y otra vez atacan, degradan y desprecian la educación pública y gratuita, pilar fundamental de la Argentina para la formación político-ciudadana. Trabajemos para que el presente y el futuro de lxs adolescentes se desarrolle en el marco de una vida democrática que lxs motive a participar y comprometerse con la construcción de una sociedad más justa, equitativa y solidaria.

 

¿Quién se pone a prueba en la evaluación?

La evaluación es una de las instancias más difíciles de la docencia. ¿Cómo lo hacemos? ¿Con qué intención? Lo que antes era un número ahora son letras: TEA, TEP y TED para indicar si la trayectoria está avanzada, en proceso o discontinua. Una calificación que se utiliza hoy sin saber qué significará para lxs estudiantes mañana.

Evaluar resulta inquietante y complejo. ¿Quién se pone a prueba?, ¿quien enseña o quien aprende? Si lxs estudiantes “no aprueban”, ¿es porque no saben o porque no enseñamos y explicamos como correspondía? El resultado de la consigna, ¿refleja que lxs estudiantes aprendieron, conocieron y entendieron? En este tiempo tan complejo, tenemos por delante el desafío de innovar con estrategias que den cuenta de la manera en que hacemos posibles los avances y los progresos de lxs adolescentes sin recurrir solamente a preguntas esperando determinadas respuestas.

Para quien enseña y quien aprende, proponer un modo de evaluación es una manera de enseñar y significa una instancia de aprendizaje. “Hablamos de una tarea ardua, que condensa sentidos desde el sistema educativo y define la trayectoria escolar de los estudiantes. Esto implica un entramado que no siempre se encuentra visible a la hora de diseñar situaciones de evaluación”, explican Rebecca Anijovich y Graciela Cappelletti en La evaluación como oportunidad. Entienden que evaluar es “una oportunidad” para que “los alumnos pongan en juego sus saberes, visibilicen sus logros y aprendan a reconocer sus debilidades y fortalezas como estudiantes, además de cumplir la función ‘clásica’ de aprobar, promover, certificar”.

Si nos detenemos a pensar la instancia en la que decidimos qué evaluar y de qué manera hacerlo, tal vez lleguemos a la misma conclusión que Anijovich y Cappelletti: “Evaluar habitualmente conlleva decisiones que los docentes toman en soledad, en las cuales la prueba es casi la única evidencia. Y hoy sabemos que la complejidad y variedad de los aprendizajes que pretendemos de nuestros estudiantes exceden el trabajo con lápiz y papel”. Las autoras sostienen que “si se considera la heterogeneidad de los estudiantes que se encuentran en cada curso, cabe preguntarse por qué tendrían que resolver una misma prueba; y, si no fuera así, ¿cómo diseñar exámenes diferentes para evaluar un mismo contenido?”. Si el objetivo es trabajar a partir de la heterogeneidad, ¿es posible abordar cada caso particular en cursos numerosos? Maddonni plantea que el trabajo en escuelas con menor cantidad de estudiantes mejora las condiciones para “desplegar situaciones de enseñanza, agudizar los seguimientos y reparar en los diferentes tiempos y ritmos de cada persona”.

Teniendo en cuenta estas propuestas, el trabajo es pensar cómo logramos concretarlas en aulas con 30, 35 ó 40 estudiantes. Porque aun sabiendo que son muchos los desafíos que tenemos por delante, la escuela sigue siendo la institución base desde donde elegimos cada día construir democracia. Por eso, reflexionar sobre el vínculo docente-estudiante y cómo fortalecerlo tiene que ser la tarea de este presente para transformar el futuro.

 

 

 

* El autor es licenciado y profesor en Letras, UBA.

 

 

 

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