Los Ezeiza de Verbitsky

Cada reedición de su libro fue contestada por voceros oficiosos del poder en diferentes etapas

 

 ¿Qué nuevos desafíos ha de enfrentar esta reedición de un libro señero del periodismo de investigación? A medio siglo del episodio de mayor violencia interna en el movimiento político más grande de Latinoamérica, nuevos embates discursivos cuestionan a la vez que reconocen como “paradigma” lo que Horacio Verbitsky instaló en los albores de la democracia.

Las reediciones de Ezeiza desde 1985 concitaron halagos o diatribas según los momentos políticos. Eso ratifica que se trata de un hito periodístico, entendido como oficio que ayuda a comprender el presente.

 

 

Cómo lo hizo

Verbitsky era redactor en Clarín desde 1972, voló junto a Juan Perón y lo entrevistó luego de su regreso del 17 de noviembre. Estuvo en el Devotazo que liberó a los presos políticos el día que asumió Héctor Cámpora. Redactó el apabullante discurso del ministro del Interior ante la plana mayor policial en contra de la represión. A partir de esa cercanía accedió a documentos de la Casa Rosada.

La militancia en la célula de seis que integraba con Rodolfo Walsh, Pirí Lugones y sus respectivas parejas (ver capítulo 3 de Vida de Perro) le permitió acceder a los audios que ella grabó de quienes modulaban en los móviles del dispositivo armado para frenar a los peronistas revolucionarios. Después de informar a las postas telefónicas, a las seis de la tarde se marchó hacia Clarín.

La edición de la tapa, a cargo de la empresa, se propuso relegar el conflicto: “Perón está en Olivos”. Armando Vidal cuenta que después de haber estado todo el día en Ezeiza, no pudo escribir ni un recuadro, ya que el grupo de Verbitsky estaba al cuidado de las páginas de Política. La apertura de esa sección destacó que fue la más importante movilización de masas de la historia argentina. Esa cobertura echó la primera luz sobre lo que pasó.

 

 

Después

Ese mes viajó a Perú y, en septiembre, hacia Caracas, para seguir la Conferencia de Ejércitos Americanos. Para noviembre, pasó a conformar el diario Noticias, con que los Montoneros planeaban seguir la guerrilla por otros medios. Esa experiencia editorial fue clausurada luego de una nota suya sobre un negocio del gobierno con la multinacional Montedison, cuando terminaba agosto de 1974.

Al año siguiente publicó su primer libro, Prensa y poder en Perú, allá escribió Ezeiza. Como extrañaba, regresó, enfrentó el Golpe y la clandestinidad, en allanamientos perdió algunos papeles. Aunque reconstruyó el original, a la salida de la dictadura se preguntaba si a alguien le interesaría. Era más urgente hablar de Malvinas, tema de su libro de 1984. Por entonces, Eduardo Luis Duhalde leyó Ezeiza y le animó a publicarlo, cosa que harían desde Contrapunto en 1985, año en que editó otros dos títulos y realizó la mejor cobertura del juicio a las Juntas.

El éxito editorial fue inmediato: tres ediciones entre el 25 de noviembre y el 22 de diciembre. En dos años sumó once tiradas.

Por entonces fue reseñado por Sylvina Walger como una investigación de “asepsia y contundencia” (Entre Todos, n.º 13, diciembre de 1985, p. 42).

“Este libro es una gran nota” —consideró el diario de Jacobo Timerman—, mientras aclaraba que “no cabe exigirle la objetividad reclamada a un tratamiento histórico” (Raúl Ruiz de Alegría: “Ezeiza, según Verbitsky”, La Razón, 27 de enero de 1986).

Hacia marzo, ya por la quinta edición, el libelo de una hoja llamada Boletín Peronista se salía de la vaina por hacer lo que nunca, una crítica de libros: “Si todo fue como Verbitsky cuenta, el accionar de las formaciones especiales en pleno gobierno constitucional podría interpretarse como un derecho a la subsistencia. Esto es falso y las nefastas consecuencias fueron parte del prólogo político a la dictadura” (Santiago Hynes; Eduardo Moreno; Héctor Bueno y otros: “Ezeiza. Medias verdades y mentiras totales”, Boletín Peronista, 24 de marzo de 1986).

 

 

Comparaciones

Verbitsky, el primero en rescatar la memoria del desaparecido Walsh (revista El Periodista, 1984), sacó el 2 de septiembre de 1985 su libro Walsh y la prensa clandestina. Tal vez esa cercanía le diera lógica a que las primeras críticas a Ezeiza incurrieran en comparaciones.

Según la publicación del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, “tanto por la índole de la investigación como por el brillante estilo literario, reconoce un antecedente insoslayable: el Walsh de Operación Masacre y Quién mató a Rosendo” (Revista Acción, abril de 1986).

Las Madres de Plaza de Mayo le reconocieron “el más noble estilo de Walsh” y “un verdadero arsenal probatorio irrefutable” que debía ser saludado por “la valentía de desmitificar un oscuro lapso de historia” (Daniel Schapces, “Ezeiza, una masacre que sentó doctrina”, Revista de las Madres, abril de 1986, p. 13).

En Unidos, una revista-libro de intelectuales dirigida por Carlos “Chacho” Álvarez antes de llegar a ser Vicepresidente de la Nación, fueron más puntillosos:

Déficit de historicidad podría adjudicarse al relato que hace Verbitsky, discípulo de Walsh. Mientras Walsh imaginaba los diálogos y la acción rompiendo una cotidianeidad mítica en la que aún no había irrumpido la historia —Operación Masacre—, Verbitsky presenta una cotidianeidad empobrecida por oposiciones políticas que de antemano han absorbido a los personajes (…). El Troxler de Verbitsky es apenas un policía de carrera que hace un informe técnico de los acontecimientos del 20 de junio. Lo vuelve al mundo neutro del que Walsh lo había sacado” (Horacio González; Víctor Pesce: “Crítica y documentos”, Unidos, p. 341).

No obstante, su investigación pasó a ser la única fuente certera de lo que pasó y nutrió a otros libros y programas de televisión como Yo fui testigo, cuyo guion se editó en 1986, con una entrevista a Verbitsky.

En Cuba guardan una grabación en estéreo dolby-A con 40 minutos de lectura de este libro, archivada por la Casa De Las Américas en 1987.

Ese año, luego de los levantamientos carapintadas, el agudo crítico Jorge Asís opinó que el “sangriento tiroteo fue formidablemente tratado en el mejor libro de Verbitsky”, cuando sólo llevaba editados seis (“Cortesanías de la Corte”, El Informador Público, 14 de agosto de 1987, p. 20).

 

 

Los ‘90

Durante el menemismo, el autor fue blanco de muchos políticos que consiguieron financiamiento para editar críticas contra el periodista más crítico del gobierno.

A diez años de la edición original, un intento por desmerecerlo adoptó forma de otro libro, de tamaño y título similar, aunque con tapa azul —en lugar de la roja del original— con un subtítulo que lo resume: Cuando quisieron matar a Perón. Fue escrito por Horacio Poggi, director de El Nuevo Informador (sucedáneo del ultraderechista El Informador Público) quien desde su periódico El Progreso, en Mariano Acosta, una localidad rural al oeste del Conurbano, me confirmó hace años que —nacido en 1961— al momento del tiroteo con sus 12 años no podría haber pertenecido a Guardia de Hierro, aun cuando su libro cerrara con la Oración de GH. Ese libelo no fue editado en el aniversario de la masacre, sino en el del libro de Verbitsky, por la ignota Estrella Federal, en 1995.

Por entonces, para la reedición a cargo de Planeta, el periodista adosó otro prólogo: “Me basta con que se sepa que los protagonistas de los años posteriores a la primera edición (López Rega, Osinde, Iñíguez, Milosz Bogetic) no refutaron un solo detalle del libro. Tampoco los que siguen vivos”.

Complementaria a esa difamación por derecha, intentaron achacarle por izquierda que le había robado a Walsh la investigación; según profería la inclasificable agrupación Quebracho. Las declaraciones del polo maderero recibieron eco en un artículo en Ámbito Financiero firmado por Rodolfo Nadra (redactor de discursos de Carlos Menem), en una época en que todos ellos eran funcionales al gobierno.

Fueron desmentidos por Lilia Ferreyra, la compañera durante la última década de la vida de Walsh, en una carta que el diario habría de publicarle al mes siguiente. Esa versión siguió siendo la misma quince años después, como me la repitió en su casa, ante un grabador, en la que sería su última entrevista.

Quien no se dio por enterado fue “el vicepresidente ejecutivo de Montoneros SA” (Verbitsky dixit) quien replicó la mentira en sus memorias (Roberto Perdía, 2013:374).

 

 

Legado

Ezeiza ha sido de lectura imprescindible para asomarse a los ‘70; es obligatorio en las Facultades de Periodismo; fue considerado por los encuestados del diario Clarín, entre los mejores ejemplos de investigación periodística (Liliana Moreno, “Efímeros y perdurables”, Zona, 19 de agosto de 2001) y figura en incontables citas bibliográficas, incluso en una novela (Cristina Mucci, Divina Beatrice, Norma, 2002).

Siguió siendo considerado uno de los primeros que inauguraron “el rastreo objetivo de esos años, que obligó a sacar conclusiones de aquel enfrentamiento feroz(Daniel Muchnik: “Libros para entender”, La Gaceta, Tucumán, 22 de diciembre 2013). 

Incluso fuera del país, las efemérides de los diarios reproducen los datos de “13 muertos y 365 heridos” aportados por Verbitsky.

La precisión no ha sido desmontada por nadie, a pesar de las pretensiones de menoscabarla. Lo intentó Gina Álvarez en La Izquierda Diario: “Según estimaciones entre 50 y 100 militantes de la Tendencia fueron asesinados. No hay datos oficiales, un caótico informe sólo lista 13 muertos y 365 heridos. Perón condenó, sin embagues (sic), a la izquierda de su movimiento”. Aquella nota ya no está en línea, aunque en otro aniversario LID hizo suya la definición de “emboscada organizada por la derecha peronista. Verbitsky habla de 13 muertos y 365 heridos”. Ezeiza: “bautismo de fuego” de la derecha peronista.

 

 

Paradigmas

Desde Ezeiza, aunque no sólo con él, Verbitsky estableció un modelo de análisis y relato que no ha tenido parangón en ningún campo ideológico. Hubo que esperar a la emergencia del periodo kirchnerista para que desde las derechas se organizaran discursos que lo confrontaran, uno de cuyos voceros, Ceferino Reato, admitió de modo explícito en varias entrevistas que se postulaba como su contracara a partir de haber consignado: “Ezeiza, de Verbitsky, es el paradigma compartido por casi todos los historiadores y periodistas que han estado escribiendo sobre la década del '70. La primera edición es de junio de 1986 (sic). Ezeiza nació con vocación de paradigma”.

Otros, como el peronista de centro-derecha Julio Bárbaro, dieron cuenta de que “en el nacimiento de la democracia los libros de Verbitsky imponían su mirada, eran tiempos de reivindicar a los desaparecidos; la sesgada mirada de los derrotados” (“Una mala lectura de Perón”, Clarín, 9 de julio de 2010). Este ex diputado le endilgó una actitud intrigante para reprocharle “no salir de la ficción que intenta definir todo en la responsabilidad del genocida, y liberar a la guerrilla de responsabilidad. La anti-teoría de los dos demonios, un intento de definir a la violencia ejercida por el Estado como la única. Las dos violencias no eran equiparables, pero tampoco para imponer el relato donde una expresaba al Mal y la otra a la Virtud” (“Héctor Leis y la violencia de los 70”, Infobae, 14 de septiembre de 2014).

Así pasa factura Bárbaro en muchas entrevistas contra las pocas líneas que Verbitsky le dedicara en alguna nota. Aquel vocero contrario al progresismo no nada en un lodazal carente de intereses.

En la última década, conforme las denuncias contra Jorge Bergoglio se amplificaron desde las investigaciones de Verbitsky, el Papa contó con nuevos aliados. Tal el caso de Aldo Duzdevich, quien en el aniversario de 2019 negó en Infobae que hubiera “masacre”. Tomó la cifra de 13 muertos aportada por Verbitsky para identificar a cuatro de la JP; tres custodios del palco más seis “simples asistentes” y calculó que “si hubo cuatro y tres muertos, es forzado caracterizarlo como emboscada”, aunque admitió que “la confusión e impericia de los custodios los llevó a atentar contra su bando”.

Rendido ante la evidencia, también aceptó que “el mito de la masacre se agigantó y hoy casi nadie discute ese paradigma”. No obstante, él también quiere desmontar “esa versión de buenos y malos” en su libro La Lealtad, los montoneros que se quedaron con Perón (2015), previo a Salvados por Francisco (2019), donde defiende al Papa porque “durante la dictadura, Bergoglio arriesgó mucho más que los que lo critican”. Así transparenta mayor interés por el periodo iniciado en 2013 que por el de 1973.

Con el mismo “objetivo disruptivo”, Juan Pedro Denaday editó Partisanos y plebeyos, una historia del CdeO (2022), donde afirma que “el jefe de la inteligencia montonera, Walsh, intervino las comunicaciones de los custodios y confeccionó un informe. Este habría sido usado por Verbitsky para su célebre libro”. Intenta minimizar su aporte de planos, al rebajarlo al nivel de “dibujos con fines persuasivos” propios de la narración walshiana.

La mentira de “jefe de Inteligencia” es ya menospreciada hasta por Reato, quien pasó a referirse a Walsh como “persona clave de Inteligencia”. Denaday repite de Quebracho que “habría” tomado un informe.

Ahora, releer Ezeiza es una oportunidad para buscarle un verbo condicional que se compare con estas épocas en que grandes diarios argentinos titulan con “habrías” o donde periodistas estrella desglosan decenas de potenciales, para corroborar cómo Verbitsky adelantó décadas en la práctica del mejor periodismo.

 

 

 

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