¿LOS INOCENTES SON LOS CULPABLES?

DIgamos todo: la Ministra nos dio motivos para la esperanza

 

No sabe el alivio que sentí, ministra, cuando leí que celebró el fallo que declaró inocente al carnicero que persiguió, arrolló, pateó y mató al pibe que le había robado cinco lucas.

Ojo, a mí ese fallo de un juicio por jurados me parece una cagada, ¿eh? Por más garra que le pongan, no hay forma de dibujar que el carnicero se dejó llevar por una emoción violenta. Cuando ya había sido robado y el culpable se había alejado de su local, decidió subirse a su auto, perseguir al ladrón de manera demencial por las calles —arriesgándose a matar a transeúntes—, arrollarlo en vez de derribar la moto y, finalmente, patear al moribundo que había quedado prensado entre las ruedas y el chasis. Más que emoción violenta, eso es arrogarse el derecho a dispensar la pena de muerte que este país no reconoce entre sus leyes. Y todo por cinco lucas. Que quizás fuesen las últimas cinco lucas del carnicero, qué sé yo. Pero el gobierno del que usted forma parte viene quitándole a esa guita mucho de su valor y el tipo no salió a perseguirlos con su auto, ¿o sí?

Últimamente me confundo mucho. Que el carniza haya sido exonerado es un horror (ninguna vida, por descarriada que sea, debería valer cinco lucas o menos), pero desde que ustedes empezaron a cambiar todo de signo trato de encontrar la vuelta al asunto. A ver si entiendo: lo que proponen es que pongamos de cabeza todos los valores, hacer que lo blanco sea luto y lo negro esperanza. Un poco a la manera de la canción de Charly, ¿no?: Los inocentes son los culpables / dice Su Señoría / el Rey de Espadas.

Debo estar pescando la nueva lógica, ministra, porque su celebración del fallo me dio esperanzas. Si a usted le parece bien que uno castigue a quien lo chorea sin dilaciones ni intermediarios, eso abriría un abanico de posibilidades para aquellos que venimos siendo esquilmados desde que su gobierno asumió. Podríamos castigar a los culpables, recuperar lo que nos afanaron y además la frutilla de la torta— ¡ser celebrados como héroes!

La cuenta de lo que llevo perdido en estos años es brava. Quiero decir: difícil de calcular, para uno que no anda en eso de las matemáticas. Lo más fácil sería estimar cuánto se depreció mi sueldo a causa de las devaluaciones y la disparada del dólar. Pero, para que la cifra fuese realista, debería incluir también lo que perdí de ganar por el hundimiento del mercado. Más lo que se llevan las tarifas anabolizadas. Más lo que afeitaron de mi futura —si es que llega— jubilación. Y eso es inconmensurable. (Lo cual significa: que no se puede medir. Una palabra complicada, ya sé. Pero si el Presi puede inventar el término in-hablable —leí en un diario que describió así a Rosenkrantz, el futuro capo de la Corte, sugiriendo que no se lo podía melonear—, debería asistirme al menos el derecho de emplear una palabra existente, ¿o no?)

Tendría que tirar una cifra pero se me complica. Eso sí: puedo asegurar que estaría muy, pero muy por encima de las cinco lucas. Lo que en todo caso puedo hacer es listar otras cosas que me consta que perdí por el robo del que venimos siendo objeto desde que ustedes cazaron la manija.

Por ejemplo: la alegría que se me desangra a toda hora. No voy a pretender que yo era un cascabel, pero vivía en un estado de felicidad filosófica —un equilibrio razonable entre lo que obtengo y lo que pierdo por el hecho de vivir— que fue reemplazado por una angustia kierkegaardiana. (Sí, ya sé: Kierkegaard también es in-hablable.)

Y asimismo: el tiempo para alimentar la relación amorosa con mi compañera. Por un lado, trabajo seis días a la semana de 7 de la matina a 12 de la noche o más, para ganar lo elemental. Por el otro, aun cuando estoy con ella no estoy, porque mi alma y la suya están (pre)ocupadas por cuestiones imperiosas, vinculadas a nuestra supervivencia como individuos, como célula familiar, como parte de una comunidad. También perdí la disposición a contemplar la belleza: me pasa por delante de las narices y no puedo verla, estoy ciego a sus encantos. Y qué decir de la (no) relación con mis hijos: papá no está ni siquiera cuando está. ¿Cómo explicarles que ahora vivimos en territorio salvaje, cuando no nos movimos del depto de siempre?

...Pero no. Prefiero no seguir listando cosas que desaparecieron de mi vida, porque hay gente que perdió mucho más. ¿Qué tendría que reclamar Milagro Sala, por ejemplo? ¿Qué pedazo de choreo denunciarían los Maldonado? ¿Qué hacemos con las vidas afanadas del Rafa Nahuel, de los pibes baleados por la espalda por la gorra, del Ismael de 13 años que murió para proteger unos yogures, una yerba y un paquete de nachos? ¿Cuánto valdría la salud de Corina de Bonis, mellada por la violencia de unos tipos envalentonados por la chocobarbarie que ustedes festejan?

Igual no se preocupe, que no voy a salir a perseguir a nadie con mi auto. En primer lugar porque es una verga vieja, y si choco se desintegraría sin dañar más que su triste carrocería. Pero, ante todo, porque no soy violento y porque no la odio ni odio a sus colegas. Y lo mismo digo respecto del resto de los que nos sentimos choreados: ninguno quiere lastimar a ninguno de ustedes. Lo que queremos es recuperar lo que nos afanaron. Así que sepa disculpar si los incomodamos, persiguiéndolos con marchas, con demandas, con denuncias periodísticas, con gritos de indignación a cada lugar donde vayan a comer, a comprar, a celebrar, a rezar, a mostrarse. Esa es toda la emoción violenta que fingiremos. Le aviso para que llegado el momento nos demande y venga la instancia del juicio por jurados y la votación nos absuelva, como al carnicero de Quilmes.

Porque acá nadie quiere planes ni flanes ni choripanes. Queremos justicia, nomás. Por eso mismo, aunque sigo confundido, entiendo que usted nos alentó a pisar el acelerador para recuperar lo que es nuestro y aún merecemos.

Guarde algo de papel picado, para cuando la gente como uno pele la calculadora y pase en limpio cuánto le quitó este gobierno.

Y si encuentra algún container enterrado lleno de guirnaldas y espuma loca, joya.

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