Los mandatos y las víctimas

Los “ritos de iniciación”, la exigencia de masculinidad y sus trágicas consecuencias

 

En un país con una oposición de actitudes golpistas, donde la Corte Suprema perpetra sistemáticamente operativos de lawfare y en el que comer es cada día un poco más inaccesible, se torna difícil hablar sobre cualquier problema que nos sea precisamente esos. Sin embargo, siguen pasando otras cosas. Hechos que para las familias que los padecen son la tragedia de su vida, un dolor que será recordado por generaciones, mientras que para la opinión pública son un titular que dura algunas horas. La muerte del subteniente Matías Chirino y el grave estado de salud del cabo Michael Verón vibran en esta sintonía. Los hechos ocurridos en el marco de sus respectivos “bautismos” ubican a las Fuerzas Armadas lejos de la legitimidad que tanto les ha costado construir.

 

 

 

Los hechos

El flamante egresado subteniente Matías Chirino tenía 22 años. Llegó a Paso de los Libres, Corrientes, porque el domingo 19 de junio debía comenzar a desempeñarse en su función. Pero le comunicaron –de manera extraoficial– que se presentara un día antes, el sábado, para su bautismo. Un rito de iniciación en que “el nuevo” es humillado, vejado, violentado. La familia de Matías ha afirmado que él sentía miedo por ese encuentro. En los días previos le indicaron, mediante un grupo de WhatsApp, lo que debía comprar: carne, determinados cigarrillos para cada uno de sus jefes, vinos y whiskies de marcas específicas: tenía que pagar la fiesta de sus superiores. En el marco de ese evento, Matías murió ahogado por su propio vómito. Unas semanas después, en Misiones, otro bautismo demostró ser escenario de lo más deplorable de la masculinidad. El cabo Michael Verón, de 26 años, resultó gravemente herido. Actualmente se encuentra en coma inducido, con pronóstico reservado. Mónica Rosalino, su madre, ha expresado ante la prensa que estos días recibió una gran cantidad de mensajes de otras personas que también sufrieron abusos de autoridad en sus respectivos bautismos. Episodios que no habían salido a la luz porque, ya se sabe, hasta que no muere uno, nadie mueve un dedo.

El pasado lunes se informó oficialmente que el ministro de Defensa, Jorge Taiana, prohibió la autorización y realización de festejos, ritos y ceremonias de iniciación, así como el consumo de alcohol en el ámbito de las Fuerzas Armadas. Por su parte, el titular del Ejército, general Guillermo Pereda, ordenó el relevo del jefe de la unidad militar, teniente coronel Patricio Trejo. También fueron apartados el segundo jefe, mayor Sebastián Notaro, y el suboficial mayor Ireneo Suárez. Además se abrió una instrucción disciplinaria por presunción de “faltas gravísimas y abuso de autoridad”, a partir de la cual fueron suspendidos dos oficiales subalternos y diez suboficiales de diferentes jerarquías que se desempeñaban en el regimiento. En el caso de Corrientes, los once oficiales que participaron del bautismo fueron suspendidos por “presunta falta gravísima”. Las acciones antes descriptas ocurren en el marco de la esfera militar. Esto sucede en paralelo a las investigaciones y actuaciones propias de la Justicia Federal.

 

 

Pedagogía(s)

En el primer semestre de este año, en la Argentina hubo un femicidio cada 31 horas. La violencia machista que recibimos a diario las mujeres se estudia, se mide, de categoriza, se combate. Lo que no está estudiado ni mesurado son los homicidios cometidos por hombres contra otros hombres en el marco del despliegue explícito de la propia masculinidad. Matías Chirino es un caso, Fernando Báez Sosa, en un contexto completamente diferente, otro ejemplo de patrones similares. Estos hechos no están contabilizados porque no se separa el homicidio que un hombre puede cometer dándole un tiro a otro para robarle de los homicidios donde lo que opera es una cuestión de género, no porque haya una mujer implicada, sino porque también los hombres son víctimas del patriarcado.

La antropóloga Rita Segato ha hecho un enorme trabajo al investigar las violencias que los hombres ejercen sobre las mujeres y ha definido lo que ella llama “pedagogía de la crueldad”, partiendo de que la crueldad se aprende. Los conceptos desarrollados en su teoría son excelentes lentes para mirar el asunto del que versa el presente artículo. Dice la autora: “Llamo pedagogías de la crueldad a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. En ese sentido, estas pedagogías enseñan algo que va mucho más allá del matar, enseñan a matar de una muerte des-ritualizada, de una muerte que deja apenas residuos en el lugar del difunto”. Qué interesante hablar de una muerte des-ritualizada justamente en el marco de un ritual, un rito de iniciación. Agrega Segato: “La masculinidad está más disponible para la crueldad porque la socialización y entrenamiento para la vida del sujeto que deberá cargar el fardo de la masculinidad lo obliga a desarrollar una afinidad significativa entre masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, entre masculinidad y distanciamiento, entre masculinidad y baja empatía”.

En diálogo con El Cohete, el psicoanalista Iván Chausovsky reflexiona acerca de estos conceptos: “Es interesante poder pensar la masculinidad como una performance, como algo que no tiene una verdad, sino que más bien son ficciones construidas social y culturalmente. Nos educaron en términos de que un hombre es el que no llora, el que tiene fuerza, el que coge, el que gana más plata, bebe y soporta más. Todo esto nos viene dado de un modo inconsciente y es un problema. Por eso es importante pensar cómo se adoctrinaron nuestras maneras de ver y sentir. Efectivamente hay una pedagogía sensitiva, perceptual, que va en esa línea”.

Hay algo de lo que sucedió en los bautismos que es del orden del show: hacer que el nuevo tome hasta vomitar, meterle chimichurri en la boca y reírse de que ya no pueda consigo mismo, obligarlo a meterse a la pileta una y otra vez, no importa cuánto frío haga. Toda una puesta en escena que mezcla espectáculo con desprecio. Sobre esto, plantea Segato: “Masculinidad y potencia son sinónimos. Entreveradas, intercambiables, contaminándose mutuamente, seis son los tipos de potencia que he conseguido identificar: sexual, bélica, política, económica, intelectual y moral. Esas potencias tienen que ser construidas, probadas y exhibidas, espectacularizadas”. El espectáculo es para los otros, para los pares, para poner bien en lo alto la propia virilidad, por eso existe “la necesidad de dar cuentas al otro, al cofrade, al cómplice, de que se es potente, para encontrar en la mirada de ese otro el reconocimiento de haber cumplido con la exigencia del mandato de masculinidad: ser capaz de un acto de dominación”.

Es mucho el camino que hace falta recorrer para sedimentar otras formas de habitar el mundo, respecto a lo cual Chausovsky plantea: “¿Qué lugar tenemos las masculinidades para poder pensar en hacer otra cosa con lo que hicieron de nosotros? Tenemos que reflexionar sobre el imperativo de violencia, mirá si nos apiolamos y nos percatamos de que hay otras maneras de habitar la masculinidad”. Y ante la pregunta acerca de cómo alcanzar esas otras maneras, sostiene: “Estamos interconectados, somos interdependientes. Acá el problema es colectivo, estructural, no depende de sujetos aislados. Hay una continuidad entre los otros y yo; sin esa continuidad, el otro es aquello a lo que hay que eliminar, devorar, vencer. Entonces hay un camino que es la interdependencia, darse cuenta de algo tan básico como que el otro sufre, que el otro tiene alma. Estos militares habrán sido unos desalmados, que se reían disfrutando del malestar del nuevo. ¿Qué pasa ahí? ¿No podemos ver y habitar la pena de los otros? Justamente quizá esta idea del alma es poder percibir a los otros. Poder entender y sentir el sufrimiento del otro y que eso a uno no lo empodere, porque ahí está el problema”.

 

 

 

Monstruosos

Los sucesos descriptos no ocurrieron en otro planeta, ni en otro país, ni en otro tiempo. Han ocurrido en el seno del conjunto social al que todas y todos pertenecemos. Hay algo de todo eso que también habita en nosotrxs. El psicoanalista consultado señala: “En principio es clave admitir la propia violencia, porque si no uno siempre dice ‘yo no’ o ‘hay hombres que no’. Pero no se trata sólo de decir ‘el otro se la mandó’. Si yo estoy con mi amigo y se emborracha y hace cualquier cosa, yo también tengo que ver con eso. Está bueno mirarse a uno mismo y bancarse esa incomodidad, son procesos de dolor y de pérdida súper necesarios”.

Y agrega: “Por otro lado, es importante poder diferenciar precariedad de vulnerabilidad. Todes somos seres sociales, requerimos de los demás, hay una vulnerabilidad común, esto es constitutivo. Pero una cosa es saberme vulnerable y otra es vivir en un estado de precariedad. Esto ya es más del orden político, hay gente que no tiene acceso a una vivienda, al agua potable, entonces si somos seres sociales en una organización social injusta, hay unas condiciones que también deben observarse para comprender las cosas que pasan”.

 

 

 

La vida a la intemperie

Es difícil entender cómo la agresividad puede ser tal en un clima que se presupone de “camaradería”. A lo que Segato responde que la violencia deja de ser un misterio cuando se ilumina desde la actualidad del mundo en que vivimos, y habla de la situación de intemperie de la vida. Cosa que resuena con lo que Chausovsky venía llamando “la precariedad”, diferente del ser-vulnerable. Pero para que en esa intemperie asome lo atroz, esto tiene primero que existir. Dice Segato: “Esa ‘formación’ del hombre está fuertemente asociada y fácilmente se transpone a la formación militar: mostrar y demostrar que se tiene ‘la piel gruesa’, encallecida, desensitizada, que se ha sido capaz de abolir dentro de sí la vulnerabilidad que llamamos compasión y, por lo tanto, que se es capaz de cometer actos crueles con muy baja sensibilidad a sus efectos. Todo esto forma parte de la historia de la masculinidad, que es también la historia viva del soldado”.

En este sentido, la antropóloga sostiene que la primera víctima del mandato de masculinidad son los mismos hombres y que hay una violencia de género que es intra-género. En este sentido, añade que los hombres confunden su participación en el status masculino con la propia participación en el status de la humanidad, idea que dialoga con el concepto de performance que sugería Chausovsky. Dentro de esta construcción que supone el ser hombre, un elemento clave es la lealtad. En palabras de Segato: “La organización corporativa de la masculinidad conduce a los hombres a la obediencia incondicional hacia sus pares, y también opresores”. Es decir, se puede ser leal a un opresor incluso yendo contra uno mismo con tal de no dejar de pertenecer. ¿Pero cómo se rompen estas tramas? Como decía Chausovsky, es central poder saberse interdependiente: “La vulnerabilidad no se puede eliminar y es bueno que sea así. Entonces me pregunto: ¿cómo me puedo dejar afectar por el penar de un otro?”

 

 

También los hombres son víctimas del patriarcado.

 

 

Para Segato, su certeza acerca de que el patriarcado es una construcción histórica se basa en el hecho de que este necesita del relato mítico, de la narrativa, para justificarse y legitimarse. “Si el patriarcado fuese de orden natural, no necesitaría narrar sus fundamentos”. Esta idea contundente explica por qué promover la vulnerabilidad como signo de fuerza y no de fragilidad, es revolucionario. “Habilitar pequeños actos de ternura”, dice Chausovsky. Queda claro que apartar a los militares violentos es un paso ineludible, pero es sacar una gota del mar. Hasta que no se vaya al hueso del paradigma, estas dinámicas van a seguir operando.

 

 

 

Propietarios

Este texto comenzaba con la reflexión acerca de qué difícil es, en un país que está contra las cuerdas, hablar sobre temas que no sean los que específicamente tornan el presente tan acuciante. Esto requiere una rectificación: en términos conceptuales, esta nota definitivamente se ha referido en cada una de sus líneas a los problemas basales que espantan a este país. Rita Segato llega en una de sus más profundas reflexiones a abrir el panorama y escribir lo siguiente: “¿Cómo se acaba con esta guerra? Una guerra que no puede ser detenida por acuerdos de paz, la guerra del capital desquiciado, obedeciendo solamente al imperio de la dueñidad concentradora. Pensé, muy sorprendida, qué podría contestar. Y solamente una idea que hasta hoy me estimula y me ilusiona vino en mi auxilio: desmontando el mandato de masculinidad. Más tarde se me ocurrió, y todavía lo pienso, que desmontar el mandato de masculinidad no es otra cosa que desmontar el mandato de dueñidad”.

Lo masculino opera en el orden de lo propietario. El patriarcado y el capitalismo tienen la misma exacta matriz. Es idéntico el mecanismo que hace que un ser se sienta dueño del cuerpo de otro, del deseo de otro, de la posibilidad de comer de otro. Quienes hoy se sientan sobre sus silobolsas a esperar que los precios sean cada días más delirantes y se niegan a vender mientras la gente no tiene qué comer, se sienten los dueños de todo. Actúan como tales. Los militares que empujaron al subteniente Chirino hasta la muerte no dieron lugar a la empatía, ejercieron la crueldad. De la misma forma, a los dueños de todo no les duele el hambre de nadie. Que la epifanía de Segato se nos haga eco: “Desmontar el mandato de masculinidad no es otra cosa que desmontar el mandato de dueñidad”. Yo agregaría: y viceversa.

 

 

 

 

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