LOS MONETARIOS MODERNOS

Ecos globales sobre el dólar del debate político norteamericano

 

El gatomacrismo —cada vez más, y de la peor manera— deja a la Argentina colgada de un pincel en la economía mundial. Rehabilitar la economía argentina es todo un embrollo en sí mismo. Sí la economía global se enrarece, a la tarea se le agregan más dificultades de las grandes que ya tiene. Como el dólar es la moneda mundial, de la salud de la divisa norteamericana depende buena parte del ritmo al que marche la economía ecuménica y una parte de nuestra suerte.

Son estos ecos los que llaman a prestar atención a lo que está sucediendo al respecto en el debate político estadounidense. Los demócratas de izquierda se han empezado a llamar así mismos socialistas. Raro, para los estándares norteamericanos. Rompieron un tabú. Claro que no se trata del fin del capitalismo a manos de la economía planificada, ni mucho menos, sino —genéricamente hablando— de restaurar las glorias perdidas en la distribución de ingreso y del Estado de Bienestar. Esto cae en momentos en que, de acuerdo a los análisis de opinión pública, la economía de mercado recibe menos respaldo popular desde 1930. No debe ser ajeno a este clima social el gran deschave de los sobornos de los ricos para que sus hijos accedan a las universidades de la llamada Ivy League.

El columnista del londinense Financial Times, Janan Ganesh (13/03/2019), aborda la situación muy imbuido de la tradición política de los aristocráticos conservadores ingleses. Ante las encrucijadas, tales conservadores dicen poco como antes y hacen lo que haya que hacer ahora en función de los intereses del conjunto. Si bien los conservadores norteamericanos actuales –muy diferentes a Dwight Eisenhower y Richard Nixon— no se caracterizan precisamente por ese sentido nacional en el comportamiento,  bien vale considerar las observaciones de Ganesh porque no va a ser ni la primera ni la última vez que una hacienda baguala caiga al jagüel en la seca.

Ganesh aconseja a los encendidos capitalistas estadounidenses abrazar el socialismo (según incolora acepción yanqui), a efectos de “contener la ira hacia el sistema de mercado haciendo concesiones pragmáticas”. Lo considera más lúcido que la alternativa de responder al resentimiento ahondando la conducta despiadada. Ganesh cree que Donald Trump ganó la presidencia enancado en el enfoque lúcido pero ha gobernado de manera desconcertante con el despiadado. La preservación del capitalismo a través de su moderación es lo que exige la hora en vista de que es “mejor una explosión controlada que una aleatoria que lo involucre todo”, dice Ganesh, y advierte con cínico pragmatismo que “si los republicanos se han vuelto peligrosos para la causa, es porque creen demasiado en ella”, atendiendo que “la prioridad de los capitalistas no es la elección de los republicanos. Es el mantenimiento del respaldo de la gente al capitalismo”.

 

Presupuesto 2020

A todo esto, el lunes 11 de marzo Donald Trump remitió al Congreso su propuesta de presupuesto para el año fiscal 2020. El monto del mismo asciende a 4 billones 750.000 millones de dólares, casi 10 PIBs argentinos. El proyecto supone déficits de un billón de dólares para los próximos cuatro años y la continuidad del desequilibrio presupuestario por los próximos 15 años. Asume que el crecimiento no decae en los tres próximos lustros y no se registran recesiones. La Environmental Protection Agency (EPA), organismo encargado del medio ambiente, tiene proyectado un presupuesto 31% menor y baja del 70% para el financiamiento para la investigación de energía renovable. El Pentágono recibe 5% más de lo que solicitó y la salud pública un recorte que la despluma: 845.000 millones de dólares. Las críticas de falta de realismo en las proyecciones y liviandad reaccionaria en las asignaciones presupuestarias van y vienen.

El ala socialista de los demócratas, con perspectivas nada desdeñables de alcanzar una mayoría, aboga por la financiación monetaria de un déficit fiscal más voluminoso, sin perjuicio de patrocinar una mayor presión impositiva sobre los que más tienen. Los republicanos se resisten a lo uno y lo otro, pese a los reparos que les despierta el presupuesto de Trump. De acuerdo al credo de la visión conservadora –demócrata y republicana— la financiación de la política fiscal ahora alcanza la mayor importancia porque con la tasa de interés rondando cero, si se declara una recesión, la política monetaria tiene poco y nada que hacer. Los socialdemócratas dicen que con o sin tasa cero, la política fiscal siempre es lo realmente efectivo. Recordar que Daniel Bell dijo que desde la posguerra el presupuesto público es el hecho político más importante de todos, sugiere a partir de la iniciativa presupuestaria de Trump y el clima político y económico reinante que la pelea va a ser considerable, más allá de la coyuntura. Observa Ganesh: “No hay un futuro plausible en el que otra ronda de inadecuada economía del lado de la oferta haga lo mismo”.

 

MMT

El debate acerca de cómo mejorar la distribución del ingreso –vía gasto fiscal— en la nación más latinoamericana del mundo desarrollado, según califican sus más ácidos críticos, se galvanizó en torno a la llamada Teoría Monetaria Moderna (Modern Monetary Theory, identificada por sus siglas en inglés: MMT). Es una reacción al monetarismo ofertista vigente desde hace décadas, en el que se entreveran fundamentos teóricos muy diferentes de la MMT sobre el dinero, con recomendaciones políticas emanadas de esa estructura conceptual, a contramano de la sabiduría convencional.

Los neoclásicos, en general, tienden a creer que hay una oferta y demanda de dinero. Están necesitados de proceder así porque en su mundo todo tiene precio. El problema es que el dinero no tiene precio (tiene paridad: 100 pesos compran 100 pesos, paridad uno y así). Se vieron y se ven obligados a inventar modelos donde el dinero funciona como si tuviera precio. Por esta vía el monetarismo fue más lejos y creyó que se podía controlar la cantidad de dinero. En jerga: el dinero resultaba exógeno, fijado por la autoridad monetaria. Cantidad de dinero bien calculada: cero inflación.

En realidad, se trataba de una racionalización de una actitud política a priori: la ilusión de que se podía manejar la lucha de clases desde un banco central independiente, bastión intérprete de la racionalidad del sistema. Funcionó tan mal y por tan poco tiempo en el mundo desarrollado que un banquero central bromeaba que no era que ellos habían abandonado fijar la cantidad de dinero, sino que la fijación de la cantidad de dinero los había abandonado. En un reportaje del Financial Times (07/06/2003) el pater familiae de este ideario, Milton Friedman, admitió que "el uso de la cantidad de dinero como objetivo no ha sido un éxito […] No estoy seguro de que hoy pujaría tan fuerte como lo hice una vez". El vínculo monetarista entre el dinero y la inflación ha sido tan completamente desacreditado que incluso los banqueros centrales lo han abandonado. Los rústicos monetaristas argentinos, con los insignes Nicolás Dujovne y Guido Sandleris al frente, no se han dado por enterados aún hoy.

La MMT que recoge un debate de hace un siglo y medio reapareció en los '90, previo paso por la formulación orgánica en 1924 de Frank Knapp. Considera que el dinero es endógeno, esto es que lo determina el funcionamiento de la economía. El dinero es una simple unidad de cuenta de aceptación general pues lo emite el Estado y se usa en función de las necesidades de la acumulación y reproducción del sistema que tan adecuadamente resumió la fórmula de Marx: D-M-D’ (dinero-mercancía-dinero ampliado, pues suma la ganancia). Se usa dinero porque la acumulación lo necesita para ganar más dinero y cuando se cae la actividad económica es cuestión de inyectar medios de pago mediante el gasto fiscal. Incluso, endeudarse en la propia moneda no es ningún inconveniente, dado que el Estado por definición no quiebra.

La política de la MMT indica que un seguro de empleo (aludido por su sigla en inglés, JG: Job Guarantee) y un sistema impositivo progresivo ayudan a estabilizar la demanda agregada, los salarios y los precios, pero si eso no es suficiente, el gobierno todavía tiene a su disposición los métodos habituales para combatir la inflación. Todos excepto el desempleo. Explican que el déficit fiscal es causa de la inflación saliendo al cruce de la explicación monetarista de que demasiado dinero causa inflación. Las severas restricciones de la oferta pueden hacer subir los precios, aumentando la cantidad de dinero, tanto pública como privada, que se debe crear para financiar las compras. Los ingresos fiscales se quedan atrás del gasto, por lo que se abre un déficit a medida que el gasto trata de mantenerse al ritmo de la inflación. Como dice Larry Randall Wray, uno de los sostenedores del enfoque MMT: “No hay magia monetaria involucrada. Si la política fiscal afecta los precios es a través del gasto, no de la creación de dinero”.

Una de las paradojas es que el inconfundible aroma de la tradición keynesiana es percibido por los más connotados keynesianos como un vaho fétido. Larry Summers, Kenneth Rogoff y Paul Krugman, entre otros, salieron muy fuerte a desprestigiar a la MMT y sus cultores por el auge que están teniendo en la dirección política de los demócratas. Resumidamente, sostienen –con más o menos claridad— que el remedio tradicional keynesiano –déficit más controlado, algo más de impuesto, mejora marginal en la distribución del ingreso— alcanza. Esgrimen que la política inspirada en la MMT descontrola el déficit y hace que el dólar y los bonos en dólares se debiliten peligrosamente.

 

Las fichas

Dado que Knapp explicaba el dinero como si fueran fichas, mantengamos esa figura para tratar de comprender el meollo de esta disputa y cómo nos repercute. Imaginemos un casino en una ciudad costera. A su llegada, los clientes se proveen de fichas en la caja y luego se les devuelve las que les sobran al salir. Al cierre el casino debe recuperar todas sus fichas. Sin embargo, debe notarse que una parte de las fichas falta regularmente durante el control. Los clientes apurados, aquellos a los que les sobran fichas de baja denominación, prefieren llevárselas ya que de todas maneras piensan regresar al día siguiente. Además les sirven para realizar compras pequeñas en la ciudad o para pagar la cuenta en algún café. Los comerciantes las aceptan sin problemas. Paulatinamente, estas fichas circulan conjuntamente con la moneda legal. Cuando un comerciante hace su caja, hace dos paquetes: uno para el banco con la moneda verdadera y el otro para el casino con las fichas. El casino lo reembolsa. Sin embargo, pese a esa dinámica una cierta cantidad de estas fichas continúa permaneciendo en los bolsillos o las cajas registradoras. El casino puede considerar la suma de dinero que le dieron a cambio de ese remanente de fichas como propia e invertirla donde quiera sin riesgo de que se la reclamen.

En parte a consecuencia del crecimiento demográfico de la ciudad y en parte por el desarrollo económico y el aumento general del movimiento comercial, la circulación crece constantemente. El casino se beneficia entonces de una renta perpetua además de la prima de emisión inicial. Esto podría continuar indefinidamente si no fuera porque se produjo un milagro. Un día estas fichas comenzaron a echar brotes y multiplicarse por fragmentación, como lo hacen algunos protozoarios, al ritmo de –digamos— un 10% anual. Por cada ficha de 1000 pesos se desprende una pequeña ficha de 100 pesos. Como el crecimiento de la circulación de fichas es solamente de un 5%, el reembolso de las fichas sobrepasa de ahí en más las salidas. El casino, entonces, no solo no puede contar con esa renta para cubrir una parte de sus gastos corrientes, sino que además debe dedicar una parte de sus ingresos corrientes para honrar ese excedente. La cantidad se transforma en calidad.

¿Los Estados Unidos, en tanto que fabricantes de fichas internacionales, se encuentran hoy en día en la misma situación que nuestro casino? Las fichas del casino son convertibles en las cajas, mientras que las de los Estados Unidos, no. Por el resto, sí. El punto es que todo dólar primario creado fuera de los Estados Unidos por el déficit de la balanza de pagos de este país es automática e inmediatamente un activo financiero, que tiene de monetario nada más que la apariencia. Es aquí donde aparece el papel clave de los intereses (la fragmentación de los protozoarios). En razón de que su tasa normalmente supera la tasa de crecimiento del comercio mundial. No sólo el mundo no necesita un nuevo aporte de dinero primario para cubrir el saldo representado por ese crecimiento, sino que este superávit de intereses hace que el mismo stock inicial se vuelva gradualmente superabundante, y por lo tanto reembolsable.

En ese momento, el privilegio de pagar las importaciones con la propia moneda desaparece. Esta no es una simple diferencia cuantitativa — es un cambio de la naturaleza donde la cantidad se transforma en calidad. El déficit de la cuenta corriente no representa más una entrada de valores reales sino de servicios financieros. El extranjero a los norteamericanos no les da más productos del trabajo por sus signos. Le da signos por signos. Y en la medida que los intereses en cuestión superen el déficit total de la balanza por cuenta corriente, compensado por el saldo positivo de la sub-balanza comercial, la situación se invierte completamente y ahora es el extranjero quien da signos por valores reales. Llegar a esa situación de la deuda externa norteamericana explosiva es lo que temen, pues en vez de usar al mundo para ajustar sus cuentas internas deberían negociar con el resto del planeta el equilibrio político interno. La izquierda niega que eso pueda pasar. La derecha que sí le hace lugar a la MMT va a pasar. Ambos no muestran disposición alguna para negociar con el resto del planeta. Y si acontece, sería una ingenuidad pensar que la van a entregar fácil.

A todos los efectos prácticos, nuestro único reaseguro es hacer todo lo que haga falta para de una vez por todas consolidar nuestro mercado interno. Por si no se tomó nota, estamos solos, absolutamente solos en la madrugada. No hay simpatía política que valga.

 

 

 

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