Tantas declamaciones teñidas de ideología sobre los problemas argentinos han generado una espesa bruma que cada día nos aleja más de entender la problemática nacional, llegando a confundir al respecto a la ciudadanía, a decepcionarla, al punto de alcanzar a desacreditar la política como actividad, en medio de batallas de noticias falsas y slogans con descabelladas soluciones y propuestas. Mientras tanto, observamos cómo los problemas del país se agravan, la población sufre por todos los costados, el territorio también se enferma, es enajenado y termina esquilmado de todos sus recursos naturales.
La deliberada escasez de financiamiento del sistema de salud pública nacional —porque “no hay platita” (Milei dixit)— ha iniciado una grave crisis, aún en progresión, habiéndose ya cerrado reconocidos hospitales en salud mental y hospitales de alta complejidad, luego de haber echado a personal profesional, técnico y administrativo; afectando la provisión de medicamentos, insumos esenciales y despidiendo a gran parte de equipos médicos profesionales, lo que dejó servicios muy precarios. Mientras tanto, los pacientes que se arreglen: “No hay platita”.
Asimismo, se afectó severamente a diversos equipos médicos específicos que trabajaban en el Ministerio de Salud. Entre otros, merece enfatizarse el mazazo dado a la dependencia responsable de las vacunas para enfermedades prevenibles —en total eran 46 personas para los 46 millones de argentinos— en medio de brotes de enfermedades como sarampión y hepatitis A y bajas tasas de vacunación, como en la segunda dosis contra el sarampión, que apenas pasa el 50%. Luego de los crueles despidos de comienzos de año, a principios de marzo renunciaron varios trabajadores de las áreas de vacunas y enfermedades transmisibles del Ministerio debido a las insalvables dificultades encontradas para trabajar con responsabilidad en un servicio que no contaba con el mínimo necesario de profesionales. En esa dirección se despidió al 30% de los trabajadores, y al 40% en el área de enfermedades infectocontagiosas. De 11 profesionales médicos despidieron a cuatro; quedaron siete, de los cuales renunciaron cinco. Entre aquellos, echaron a los líderes de la campaña de VIH-sida, rabia, coqueluche, fiebre hemorrágica argentina y referentes en sarampión, justo cuando reaparecen casos en el país por la insuficiente vacunación. “Sin un plan de contingencia, que todo se empiece a caer es solo cuestión de tiempo”, dice una infectóloga renunciante, y agrega que “no es poco ni menos importante lo simbólico de la salida del país de la Organización Mundial de la Salud (OMS): es sacarnos de integrar ese lugar que ponía en agenda ciertos temas de salud relevantes y que ayudó a apuntalar al programa de vacunación; todo muy desolador”. Pero “no hay platita”.
Todo lo expuesto ocurre en un contexto en que, por la crisis económica, el porcentaje de población que recurre al sistema público de salud se ha acrecentado, ya que muchas personas han tenido que desertar —por no poder pagar— de obras sociales y prepagas.
Al respecto, anuncia la palabra oficial: “El tema de los hospitales es un tema que tenemos que clarificar como política nacional. ¿Tiene sentido que Nación tenga a su cargo hospitales o no? La salud es una responsabilidad de las provincias”, planteó el jefe de Gabinete, Guillermo Francos.
Más allá de la cuestión de las aludidas competencias jurisdiccionales relacionadas con la salud pública que son discutibles, no parece adecuado que el Estado nacional se desentienda tan olímpicamente de dicha función como implica aquella afirmación, ya que si así hiciera, tendría que responsabilizarse, más temprano que tarde, de una población disminuida, grandemente discapacitada y enferma, necesitada de cuidados intensivos junto a largos y costosos tratamientos. Asimismo, quedarían bastante menos individuos aptos para las actividades productivas, lo cual redundaría en pérdidas económicas. Por otra parte, el desprecio explícito vociferado por las máximas autoridades políticas, la precarización del trabajo, el despido masivo de compañeros y la falta de condiciones materiales para el buen desempeño laboral han afectado profesional y anímicamente a los trabajadores de la salud pública, lo que les generó un fuerte impacto emocional. Por esto, empiezan a procurar otros trabajos, con lo cual para el país es un despilfarro de recursos humanos formados y con experiencia. En suma, en el mediano plazo, los costos totales de desentenderse de la salud pública para el Estado nacional serán mucho mayores que si se ocupara directamente de la salud de toda la población.
El Hospital Garrahan es un nosocomio pediátrico de alta complejidad que atiende a niños de todo el territorio nacional, ya que los casos más difíciles de las provincias son derivados allí. Los trabajadores del hospital tienen que convivir cotidianamente con el padecimiento, la agonía y muerte de niños [1]. A su vez, el área de vacunación del Ministerio se ocupa de esquemas de vacunación clave para el cuidado de las criaturas. La gravedad en que se encuentran ambas instituciones, según pudo verse, pone en alto riesgo la salud de nuestra descendencia, comprometiendo por ello el sano desarrollo de los más pequeños, o sea, el futuro del país.
Con la excusa de que “no hay platita”, el gobierno actual está hipotecando el futuro argentino, al tiempo que otorga subsidios y exenciones fiscales a grandes empresas nacionales e internacionales. Dicho brevemente, el gobierno ensaya nuevos grandes negocios para unos pocos privilegiados mientras hipoteca el futuro del país: los niños. La conclusión (que resulta hasta emocionalmente difícil de formular) es que los únicos privilegiados en esta nueva Argentina son los grandes mercaderes del extractivismo, tanto vernáculos como foráneos. Resuena entonces con fuerza el interrogante por el futuro del país (¿qué están destruyendo y construyendo?; ¿hacia dónde nos lleva todo esto?), cuando lo más preciado de los argentinos es tan maltratado por los gobernantes mientras la sociedad no alcanza a frenar semejante atentado al futuro.
Por el presente y futuro de nuestros hijos, no nos dejemos distraer con globos de llamativos colores mientras se nos escapa el elefante, sin llegar a verlo siquiera, delante de las narices. De una vez por todas hagamos un frente común entre todos los que apreciamos la vida y la libertad en serio, depongamos el internismo divisivo, levantemos la mirada para otear hacia dónde nos llevan y luchemos desde hoy mismo por el futuro de nuestros niños, que es nada más y nada menos que el futuro de la Argentina.
[1] Una muestra de la crueldad gubernamental es que el área de trabajadores sociales del Hospital Garrahan —una de cuyas principales funciones es contener a los padres de los niños internados, muchos de los cuales vienen solos de las provincias, quedando sin relaciones en la CABA— ha sido seriamente afectada en la cantidad de personal.
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