LOS ORÍGENES DEL PEDIR

El vivir holgado por explotar el trabajo de otros y pedir prestado es un vicio que exige la virtud del no dar

 

“Lo malo se le antoja bueno a aquel a quien un dios va llevando a la perdición y poco tardará en dar con su ruina”. Sófocles, Antígona.

 

 

Un holograma de Mauricio Macri inició una cabalgata de treinta días. En el final no le espera nada heroico, ni por su personaje ni por sus actos, aunque es razonable imaginar su destino de derrota. Se irá en la plenitud de sus daños después de sólo pedir y pedir: sus estadísticas indican hoy que el país está más endeudado que nunca por su política pedigüeña y que el 34.5 % de la población es pobre y el 7.7 % es indigente. Pero antes de que su esperable y esperanzador alejamiento llegue, se calcula que habrá hundido al 40% de los habitantes del país en el mundo para él invisible de las necesidades básicas insatisfechas. Y habrá negado con su candidatura hasta su propia sentencia adelantada por causar tanta pobreza. Por eso es que lo que transitará por las treinta ciudades no será más que la imagen de su cuerpo vacío de sensible responsabilidad hacia los otros.

 

Pedir en el nombre del padre

Macri y su equipo de gerentes corporativos son hijos de los patrones contratistas. A diferencia de estos, no llegaron para hacer negocios con el Estado, sino para hacerlos desde el Estado. Esa diferencia era inimaginable hasta para quienes sabían de los vicios de quienes llegaban. Pero esto les permitió aumentar la escala de sus cláusulas abusivas y la magnitud de su corrupción, para una explotación hasta la última gota del producto de la Nación como comunidad. Ya no se trató de expoliar el dinero que tenía el Estado en el presente, sino de arrebatarle en modo de endeudamiento todo el que tendría en el futuro por el trabajo de millones de habitantes. Un equipo de “los mejores” que reformuló el viejo dicho de “Padre mercader, hijo caballero, nieto pordiosero”, para hacer que los nietos de los ricos sean aún más ricos y el común de los nietos viva en la incertidumbre de llegar o no a ser pobres pordioseros.

El pedir es una conducta humana que, cuando se asocia a la necesidad, da lugar a la virtud de la generosidad en el dar. Pero el pedir de ese endeudamiento contratista neogerencial de los paraísos fiscales, originado en una ambición sin límites y sostenido en la explotación generalizada de la población, es un vicio que debiera haber exigido y exige la virtud del no dar. Pero ya se sabe: el FMI les dio más que a ninguno. Es el vicio de la conducta de un estrato social que persiste en el tiempo, mudando en sus formas, y que ha dado lugar a una cultura dañina para la población y las instituciones. Una cultura del pedir corrupto sobre la que interesa reflexionar en su decurso histórico, porque bueno sería ponerle fin.

 

Pedir el trabajo de los otros

Antes que nuestro Estado y los patrones contratistas fueron el Rey y los indianos. Entre estos se contrataba. Y se lo hacía a través de una institución mayor del Imperio: la Casa de Contratación de Sevilla. Así fue el primer gran contrato para estas tierras, el de don Pedro de Mendoza, que financió la expedición más cara hasta entonces (1536) para fundar una ciudad en el río de Solís: 16 barcos con 1600 hombres, cuando Cortés había llevado 700 hombres para conquistar México y Pizarro 200 para conquistar Perú. Pero los 6.000 kilos de oro y los 12.000 kilos de plata pagados por los incas para el rescate de Atahualpa, y exhibidos en Sevilla dos años antes, habían despertado en don Pedro altos sueños de codicia.

Sin embargo, tempranamente supo el adelantado en su desengaño agravado por la sífilis que aquí sólo se comía si los indios les acercaban comida. Como diría Ramírez de Velasco, gobernador de Tucumán, en carta de diciembre de 1586 al Rey de España: “En esta tierra no come sino el que tiene indios”. Por eso el nudo de las capitulaciones entre la Corona y los particulares, para venir a estas tierras sin el oro y la plata del Perú o el Potosí, fueron las encomiendas de indios. Lo que el Imperio tenía en abundancia para dar por sus servicios a quienes le servían, eran indios que trabajaran para los conquistadores, pobladores y evangelizadores. Y así lo ofreció Juan de Garay en nombre del rey, a quienes quisieran bajar desde Asunción a refundar Buenos Aires. En 1583, 48 vecinos de Santiago del Estero tenían 12.000 indios, el mismo número que tenían en Córdoba 40 vecinos encomenderos. Y en 1677, en Buenos Aires se contaban 26 encomiendas.

 

José María Carbonero: "Fundación de Buenos Aires por Garay", 1910 y 1923.

 

La encomienda era un derecho concedido por merced real a los beneméritos de las Indias para cobrar los tributos de los indios que se les encomendaren por su vida y la de un heredero (dos vidas), con la obligación de cuidarlos en lo espiritual y temporal, proveyendo a la defensa de las provincias de sus encomiendas. Pero, dice Levene, “los encomenderos, atendiendo a su provecho, pusieron a los indios en todos los trabajos, explotándolos como esclavos”. Y si bien la encomienda no otorgaba derecho jurídico sobre la tierra de los indios encomendados, la realidad ampliamente documentada es que esas tierras pasaban a ser propiedad territorial del encomendero.

Ese vivir holgado por la explotación del trabajo de otros, primer antecedente de una cultura viciosa del pedir al Estado, es lo que explica que hasta el último siglo de dominio colonial siguiera el reclamo de privilegios de los “beneméritos”, acreditando sus hazañas militares contra los indios y pidiendo confirmación real de sus encomiendas. Así consta en las confirmaciones “por dos vidas” de las encomiendas de Juan Dávalos y Mendoza (1707) de indios originarios de la provincia del Paraguay; Bartolomé de Lezcano (1721) de indios de Itatí en Corrientes, provincia del Río de la Plata; y Joseph de Molina (1771), de indios de Catamarca en la provincia de Tucumán, dadas en Madrid “por mandado del Rey nuestro señor”, a cuyos originales tuve acceso.

 

Confirmación de Encomienda a don Joseph de Molina, 1771 (detalle).

 

Obedézcase pero no se cumpla

En ese pedir colonial, las Leyes de Indias mandaban “que los Encomenderos hagan juramento judicial ante el Governador, y con fee de Escrivano, de que tratarán bien a sus Indios, y conforme á lo que está dispuesto, y ordenado”, debiendo defenderlos y darles “Doctrina” para tocar al bien de sus almas y cristiandad, “…y cuando los frutos y rentas de la encomienda no bastaren para la Doctrina, y Encomendero, prefiera la Doctrina aunque el Encomendero quede sin renta”. Pero aunque las leyes protegían a los indios en la letra, los encomenderos explotaban su trabajo y abusaban de ellos en los hechos. Por eso se agitaban las denuncias de algunos religiosos.

 

Diego Rivera: "La explotación del indio". Mural del Palacio Nacional, México DF, 1930 (detalle).

 

Por el público conocimiento de esas felonías es que, entre 1692 y 1694, Antonio Martínez Luján de Vargas, oidor de la Audiencia de Charcas, auditó a los indios de las encomiendas de la gobernación del Tucumán. La rebelión calchaquí ya había sido sofocada y se había desnaturalizado (arrancado y trasladado de sus lugares de origen) a los indios sobrevivientes. Pero el triunfo militar de los encomenderos había fortalecido su poder y habían forzado la extensión a “tres vidas” de sus encomiendas así como sus abusos. Por eso es que, también en 1693, el gobernador Martín de Jaúregui emitió en Santiago del Estero el Auto “Repartición de los indios calchaquíes en 1693”, no sólo para pedir que se acreditaran las confirmaciones de todas las encomiendas, sino también para verificar “que no conste de oprecion o maltratamiento de dichos indios”.

 

La metamorfosis

Los indianos explotaban a los indios y se quedaban con sus tierras, y los más ricos ponían sus excedentes a buen resguardo en España, haciendo vieja costumbre el llevarse la plata afuera. Pero la independencia terminó con esa figura colonial de los contratos de encomiendas con los que una clase ociosa vivía parasitariamente de los indios a los que explotaba y maltrataba. Sin embargo, muchos de los encomenderos ya se habían convertido en hacendados y con los nuevos aires liberales reperfilarían sus formas del pedir.

Empréstito Baring, 1824

 

La historia cercana ya es más conocida. Es sabido que el 1° de julio de 1824 Rivadavia introdujo con el empréstito con la casa financiera inglesa Baring Brothers esa nueva forma que hoy llamamos endeudamiento. Fue el primer movimiento. El segundo vendría con la Generación del '80. Pero en 1947 Perón terminaría de pagar toda esa deuda y declararía la independencia económica. En 1976 llegó el tercer gran endeudamiento, que cancelaría Néstor Kirchner. Y con Macri el último que habrá de pagar el gobierno próximo y los que le sigan. Así como Dorrego tuvo que enfrentarse a la deuda de Rivadavia cuyos servicios equivalían al 120% de la recaudación, el próximo Presidente deberá enfrentarse a una deuda que pronto equivaldrá al 100% del Producto Bruto Interno (PBI).

Es por todo lo anterior que ya es suficiente con el vicio de ese estrato social de nuestro país que se reproduce en generaciones y ha convertido en rasgo cultural: el pedir, endeudar y apropiarse del trabajo de los otros. Ya está bien de esos movimientos que hacen de nuestra democracia una dialéctica del vivir en ciclos de expoliación de todo excedente por unos pocos que condenan a la población a ciclos subsiguientes de desigualdad y pobreza. Ya es tiempo suficiente para que la política termine con el daño de esa condena perpetua.

 

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