Los peligros de la fiebre amarilla

¿Existe la 'derecha democrática moderna' o no es más que humo y espejos?

 

La caracterización del macrismo como violador serial del Estado de Derecho es una aproximación. A mi juicio no da cuenta de ciertos caracteres de la criatura necesarios para la comprensión del proceso en marcha, que también implica una referencia al kirchnerismo. El Estado de derecho pleno es un horizonte difícil de alcanzar; pero no es lo mismo buscarlo que ignorarlo o directamente rechazarlo. Un Estado podría no respetar algunos de sus requisitos por negligencia, otro por impotencia. El Estado macrista es autoritario: lo transgrede activa y deliberadamente tras el velo de una fachada institucional cuya esencia ha sido distorsionada hasta la desnaturalización; persigue a la auténtica oposición política apelando a ardides como convertir en ilegales hechos que son no judiciables; instiga con el chantaje y otras vejaciones el quiebre de las organizaciones sociales que se le oponen; “confunde” paz con “orden público” y pretende imponer el “orden público” para gobernar en lugar de gobernar para atenuar el conflicto social, etc. Macri no encabeza una dictadura, pero la arbitraria y cruel detención de Milagro, la desaparición forzada de Santiago Maldonado, el asesinato de Rafael Nahuel o el encubrimiento de responsabilidades de las “fuerzas de seguridad”, niegan que estemos frente a una “derecha democrática”.

Uno de los rasgos sobresalientes del autoritarismo macrista es el irracionalismo. Su desprecio por la razón alcanzó una cumbre en estos días, cuando el Gobierno exaltaba la “paz” y pedía “tranquilidad” mientras insistía con el despojo en el Congreso y reprimía salvajemente las manifestaciones que se oponían. No todo irracionalismo es autoritario, mas siempre es autoritario cuando alcanza el poder: irracionalismos como el estético o el literario pueden lograr formas de belleza y tener efectos terapéuticos; el irracionalismo político lleva indefectiblemente a la arbitrariedad, como enseña la historia nacional, para no hablar de la europea o del presente en Estados Unidos.

Que con todo esto y después de dos años de deterioro de todos los indicadores sociales haya reaparecido la convalidación electoral por parte de las víctimas del ajuste, sugiere que es una ingenuidad suponer que los oprimidos están naturalmente inclinados a votar contra la derecha. Tal vez porque lo peor nunca está a la vista: el avance de la restauración conservadora tiene consecuencias cuya percepción inmediata está bloqueada para buena parte de la población. Por ejemplo, cuando se plantean objeciones por la falta de “independencia del Poder Judicial”, un observador inadvertido dirá que nunca hubo tal “independencia”, y tendrá razón. Sin embargo, si ahí termina su razonamiento habrá subestimado el problema, agravado por el cuadro en el que se presenta: el dato relevante es que el poder económico, que viene protagonizando un proceso de concentración y centralización creciente desde hace años, después haber logrado la conducción política directa en 2015, con el sometimiento de jueces ha consumado una alta concentración de poder dentro del Estado y una importante fragmentación de la oposición social y política.

En este esquema, el capital financiero se ha convertido en la forma más acabada del poder económico y político detentado por el eje oligarquía autóctona-actores imperiales, contexto que permite hablar sin exageración del gobierno de las corporaciones. Y en esto lo importante no es saber si el “liderazgo” lo tiene o no Macri; sino si esas decisiones corresponden a los intereses de las altas finanzas y el gran capital, y si sólo pueden ser concebidas desde la lógica de la defensa del modo de acumulación impuesto y del ataque sistemático a los trabajadores.

La ley según la cual la acumulación proviene y se desarrolla a partir de la expropiación de los más vulnerables no fue inventada por Macri, él la aplica con la violencia constitutiva del poder económico que no ha venido a protegerse ante la amenaza de una revolución proletaria, sino sólo a satisfacer su insaciable voracidad por incrementar la tasa de ganancia, reduciendo salarios, destruyendo conquistas de los sectores populares y —si fuera posible— los sindicatos y la oposición política combativa. Dado que pocos países exhiben los antecedentes del nuestro en luchas sociales que reaparecen frente a cada agresión, los sectores dominantes pretenden demoler ese activo; por eso la flexibilidad táctica que el Gobierno se ha visto forzado a practicar no debe ocultar su imperturbable rigidez estratégica, que apunta a propinar una derrota definitiva a los sectores populares. La función histórica del macrismo es concretarla modificando las condiciones de reproducción del capital en favor de los poderosos.

Las dificultades para coronar con éxito ese mandato no son pocas; sin embargo, que se deban más a las limitaciones de la oligarquía —que exhibe intacta su capacidad para autodesestabilizarse— que a la capacidad de los sectores populares para recuperar poder y avanzar en las transformaciones que imponen sus intereses, es otro dato relevante. Si la eliminación de cuadros políticos que cumplían un rol en la organización de los sectores subalternos fue un aporte fundamental de la última dictadura a los sectores dominantes, y si durante el menemismo se intensificó la cooptación non sancta de buena parte del sistema político por el bloque de poder (Basualdo, 2001), con el macrismo se ha realizado la subordinación ideológica lisa y llana de una porción de la superestructura política. Factores que se agregan al cuadro de argentinísimas singularidades; porque si bien el avance desenfrenado de la fiebre amarilla ha activado aquella histórica capacidad de resistencia de los sectores agredidos, no hay un proyecto popular que sea visualizado como propio por una mayoría importante.

Así, otro dato relevante es que las únicas expresiones políticas que no tienen sus raíces en alguna fracción del bloque de poder y están en condiciones de asumir la construcción conjunta de un bloque nacional-popular son Unidad Ciudadana y agrupaciones de la izquierda como el FIP. Tarea que exige atender una urgencia de orden estratégico y por lo tanto ineludible: salvar el déficit actual de doctrina y programa en términos de la realidad contemporánea del país y del mundo. Hay razones suficientes para justificar este apremio, que no consiste en internarse en las profundidades de las filosofías políticas ni en los detalles técnicos de las recetas perfectas para los males del país, y menos todavía en replicar las típicas plataformas de los partidos políticos tradicionales que han sido y son una yuxtaposición de vaguedades, formulaciones fantasmales que no hacen ni bien ni mal porque nadie las lee y nunca gravitaron en actividad partidaria o de gobierno alguno.

La carencia de una doctrina y un programa que salven indeterminaciones en temas en los que se puede y se debe ser suficientemente preciso, es una de las causas de la inestable unidad del kirchnerismo; situación de alto riesgo por cuanto su atomización es un punto estratégico clave de la alianza entre los Clarín, los Shell, los grandes bancos y Cía.

No deberíamos olvidar que el kirchnerismo tiene un significado: no fue un producto del azar, sino la última expresión de la nacionalidad contra sus adversarios internos y externos vertebrado en torno de los sectores populares y capas medias,que representa la vocación del país por ser totalmente libre; pero tampoco que no está poseído de alguna calidad sobrenatural que le confiera una vigencia eterna, ni tiene otros valores que los que derivan de su acción.

El pueblo argentino encontrará, más temprano que tarde, los caminos de su liberación, que es la liberación de la Patria; pero si el kirchnerismo no está a la altura de ese desafío, otras conducciones aparecerán para reemplazar su vigencia desaparecida con la consecuencia de que se habrá demorado la hora de la victoria.

Mario de Casas es ingeniero civil y docente en la UNCuyo. Ha sido director del Ente Nacional Regulador de Electricidad (ENRE).

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