Los próximos tres meses

La parafernalia heterodoxa que se está desplegando en los países centrales sorprende y estimula

 

Irrumpió el peligro de muerte y cambió el orden de prioridades en el mundo.

La velocidad de expansión de la pandemia está dando vuelta las percepciones, las agendas, las reacciones y las relaciones de poder.

Si algo hoy se sabe es que las proyecciones de la pandemia son pavorosas, salvo que se actúe con suma resolución.

El actual gobierno se encontraba remando en una economía debilitada y endeudada, mientras sufría el asedio de acreedores externos con gran apoyo local. En ese contexto explotaron dos bombas en cuestión de semanas: la expansión mundial del Covid-19 y el estallido de la última burbuja financiera que había comenzado a inflarse luego del estallido de la anterior, en 2008.

La estrategia principal de confrontación con el virus, que se viene adoptando a nivel internacional, es “aplanar la curva”. La acción del Estado apunta a administrar la cantidad de contagiados para que se adapte, más o menos, a las capacidades de tratamiento del sistema hospitalario local. Eso no es lo mismo que liquidar la pandemia, lo que sólo se logrará finalmente con una vacuna, sino estirar el impacto para que quede la menor gente posible en el camino, por la imposibilidad de darle el tratamiento adecuado.

Aprendiendo de la catástrofe italiana y del mal pronóstico español, el gobierno nacional viene tomando rápidamente medidas en una doble dirección: ralentizar el desarrollo local de la pandemia minimizando las oportunidades de contagio masivo y fortalecer al máximo nuestro golpeado sistema sanitario, para poder hacer frente en mejores condiciones el pico de la enfermedad.

Por eso la rápida evolución de las medidas hacia una paralización de numerosas actividades sociales, cuyo objetivo es debilitar el proceso de contagio. En esa estrategia, que fue probada en China y está siendo probada en otros países con mucho éxito, se acepta bajar el nivel de actividad económica a niveles mínimos, para “aplanar la curva”.

El éxito de las medidas dependerá de una serie de factores, que incluyen el comportamiento y la disciplina de la sociedad frente a la amenaza. Ya se pueden ver las dos tendencias sociales divergentes en acción, y cómo la parte más individualista de lxs argentinxs, en buena medida importadora del virus, no logra comprender que vive en sociedad, y que tiene que asumir alguna responsabilidad en ese sentido.

 

 

Hay otras lógicas

Aunque no sea muy confesable, hay dos formas de pararse frente a la pandemia, no una.

La mayoría de la gente común tiende a pensar que hay que priorizar la vida, aunque ello implique severos trastornos económicos. Pero no ha sido esa la visión de varios líderes neoliberales, como Trump, Boris Johnson o Bolsonaro. El líder conservador inglés deslizó en una entrevista que había quienes opinaban que frente a la pandemia, lo mejor era dejarla fluir y que pase de una vez.

¿Cómo se puede pensar así? Primero, con completa falta de empatía con el prójimo, sensibilidad en la cual nos entrena el neoliberalismo global. Segundo, calculando que la pandemia afecta especialmente a la gente mayor, a enfermos de otros males y a personas con organismos debilitados por diversas razones, entre las cuales la pobreza o malnutrición suelen jugar un papel importante.

Desde hace tiempo sabemos que en la globalización vienen molestando los viejos, porque tardan demasiado en morirse y sobrecargan los sistemas jubilatorios, así como los enfermos, que sobrecargan los sistemas sanitarios –que no están parar curar, sino para cobrar— y que vienen sobrando pobres por todas partes, porque no se está creando empleo debido a la atonía del sistema. La pandemia, en ese sentido, puede ser vista como una bienvenida “limpieza” de costos innecesarios y superfluos en el proceso de acumulación mundial. Y al mismo tiempo, dejarla fluir sin interrumpir el funcionamiento económico, traería menos costos que dejar morir a unos cientos de miles de “descartables”. Varios lo han dicho: causará más muertes la recesión que el virus.

Esa es la única forma de entender el comportamiento inicialmente displicente e irresponsable de los tres mandatarios mencionados, hasta que los líderes del norte comprendieron la magnitud de la catástrofe –política— a la que se arriesgaban y empezaron a actuar. El único que persiste en una negación criminal es el Presidente de Brasil, poniendo a la población de su país en un peligro difícil de exagerar.

Mientras tanto estalló la burbuja bursátil prolijamente alimentada durante la última década por la Reserva Federal y el Banco Central Europeo. Las pérdidas son descomunales en el mundo financiero (se ha perdido más del 33% del valor de las empresas cotizantes en Nueva York, a pesar de los sucesivos paquetes gigantes de socorro que lanza Trump), y empezaremos a ver en las próximas semanas el tendal de empresas y entidades financieras en quiebra o clamando por rescate. Se suman a otro tendal conformado por todos los sectores impactados por la pandemia, desde los industriales afectados por la disrupción de la producción china, hasta líneas aéreas, turismo y sectores de servicios vinculados. Y se agregan al listado las compañías petroleras, especialmente las norteamericanas volcadas a la explotación de petróleo shale, viable antes del choque entre Rusia y Arabia Saudita, que hundió el precio del barril. El parate económico inducido en varios países para frenar la pandemia afecta también a la industria automotriz y otras vinculadas a la dinámica de los mercados internos. Es una situación completamente excepcional.

Tan excepcional que el Ministro de Economía conservador del Reino Unido, Rishi Sunak, afirmó en una conferencia de prensa que “no es tiempo de ideologías ni de ortodoxias” y que "no hay límite de financiación disponible" para sostener el empleo y los salarios de los trabajadores ingleses.

La parafernalia heterodoxa que se está desplegando en los países centrales sorprende y estimula: congelamiento o exenciones en el pago de servicios públicos y alquileres, cheques directos a todos los ciudadanos, evaluación de la posibilidad de efectuar nacionalizaciones, créditos ilimitados para que las empresas pasen el pésimo momento. Voló por el aire cualquier restricción monetaria, crediticia o fiscal.

Es razonable que sea así: la pandemia está en pleno desarrollo y todavía no se expresó con toda su potencia en Estados Unidos, que está tratando de tapar el enorme boquete financiero generado por el derrumbe bursátil y evitar que su tan admirado mercado laboral flexible le entregue en pocas semanas millones de desempleados, cuyos ahorros jubilatorios se licuaron al ritmo de las acciones de la Bolsa.

 

 

 

¿Y por casa, cómo andamos?

Es claro que el gobierno argentino adoptó un enfoque humanista de la pandemia, priorizando claramente la protección de la vida de la gente, lo que implicará duras restricciones a la actividad económica en sectores que ocupan mucha población. Aplanar la curva no será una cuestión de semanas y se jugará en los próximos meses. Abril y mayo, de acuerdo a la progresión de contagios y de medidas para frenarlos. Estamos hablando de larguísimas semanas de contracción de la actividad y del movimiento de las personas para minimizar muertes. Pero el impacto económico es ineludible, y la sabiduría estará en reducir los daños para los sectores más vulnerables.

Se debe entender que la situación es completamente novedosa, ya que tiene el efecto de privar a cientos de miles de trabajadores informales de ingresos elementales a partir de una decisión meditada y racional para preservar centenares de miles de vidas.

El paquete lanzado esta semana por los ministros Guzmán y Kulfas, totalmente positivo desde el punto de vista de la intención expansiva y multiplicadora que muestra, parece diseñado para una situación recesiva normal, que probablemente será muy útil para después de los próximos 3 meses. Pero la obligación de la mayoría de permanecer inmovilizados en sus domicilios impedirá que muchos actores a los cuales apuntan estas medidas puedan aprovecharlas en este momento.

El cuadro hoy es otro, de literal desaparición de ingresos y ventas para miles de trabajadores y pequeños empresarios producto del aislamiento forzado y el torniquete sobre todo tipo de actividades que impliquen sociabilidad. Requerirá, seguramente, de un tratamiento más contundente y osado, acorde a la excepcionalidad de la situación. Sólo con ver las “locuras” que están haciendo en el capitalismo central, hay para inspirarse y concebir nuestras propias heterodoxias. En el mismo clima de completa novedad ideológica, el FMI salió a promover el incremento del gasto público y de las transferencias directas a la población para evitar catástrofes sociales.

El propio hundimiento de las finanzas globales pone en otra perspectiva la negociación de la deuda externa argentina. La oferta que estaba haciendo nuestro país hace unas semanas, sea cual sea, es cada día más atractiva en términos del castigo que todas las inversiones financieras están recibiendo. Los financistas están rogando para que no continúe el derrumbe. Pero las “expansiones cuantitativas” y los recortes de impuestos parecen hoy soluciones arcaicas que no entusiasman a nadie ni generan ninguna recuperación.

 

 

Lo que se viene

La crisis formalmente asociada al Covid-19 ha puesto inesperadamente en el centro de la escena a la bestia negra de la globalización neoliberal: el Estado.

De un día para el otro se quemaron todos los manuales de neoliberalismo para nerds, y los gobiernos salieron al salvataje desprejuiciado de sus economías. Nadie osa levantar un dedo contra medidas masivas que se sabe sirven para evitar el hundimiento completo del sistema, porque los mercados no están para liderar salvatajes. Cuando empiecen las reactivaciones promovidas a costa de gigantescos gastos por los Estados, volverán a aparecer.

La experiencia del aislamiento en la Argentina será una dura prueba para la sociedad, para las familias, para cada uno limitado severamente en sus rutinas. Y en el terreno público será un experimento novedoso, que pondrá en tensión las capacidades políticas y de gestión del Estado, que es hoy el único instrumento con el que contamos para sobrevivir y salir a flote. Ningún empresario, ni siquiera el más chanta o ideologizado, pretende hoy disputarle ese lugar fundamental. Hoy sólo se dedican a reclamar subsidios.

La situación del país no es sencilla por la combinación de problemas internos y externos, pero paradójicamente es una situación de inesperada libertad: se han aflojado los durísimos correajes de la ideología dominante en los últimos 40 años. Hoy hay que dar de comer, proteger, sostener y promover a la sociedad, al mismo tiempo que se evita la muerte masiva de ciudadanxs.

En los próximos tres meses, el gobierno nacional deberá abandonar toda inhibición para actuar en defensa del bien común. Se requerirá una combinación de racionalidad y firmeza, que no siempre goza del apoyo de sectores sociales acomodados. Se necesitará hacer respetar el abastecimiento de productos, los precios máximos, la no circulación innecesaria por el espacio público, y se deberán atender todo tipo de nuevas necesidades que surjan a partir de un período absolutamente especial.

Hasta el Fondo Monetario comprende que no pueden haber restricciones presupuestarias cuando se trata de rescatar a los ciudadanos de la desesperación. La situación es transitoria, muy dura y finalmente será superada. Pero todos deben entender que en los próximos meses nadie debe quedar atrás ni afuera.

Hoy el Estado ha sido puesto en el centro de la escena, y el gobierno está reaccionando en forma inteligente y oportuna, a pesar de que nuestro aparato estatal y sanitario adolece de muchos problemas, agudizados durante cada gestión neoliberal.

Ese neoliberalismo también impregna los comportamientos antisociales de un sector que pretende sostener prácticas individualistas que hoy rozan la criminalidad al contribuir a propagar la pandemia. La tradicional anomia menefreguista se debería encontrar con un Estado capaz de sancionar creíblemente la irresponsabilidad ciudadana.

Ningún otro actor social que el Estado puede aportar orden, certeza, protección y alivio en este momento. Pero el Estado no es tal si no está en condiciones de hacer cumplir las leyes, aún más en esta situación de grave emergencia.

Si el gobierno se saca de encima el corsé ideológico introducido por los sectores dominantes desde la dictadura cívico-militar, y se anima a gobernar con firmeza y a pensar sin inhibiciones –como están haciendo hoy en los países soberanos—, el país, a pesar del momento muy difícil, volverá a tener futuro.

 

 

 

 

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