Los putos amos de BlackRock

El Leviatán de las finanzas que influye en las decisiones políticas se llama BlackRock

 

La anécdota la cuenta una ex empleada de BlackRock; se trata de un comentario de esos que se refieren en la máquina de café. Larry Fink, el dirigente del fondo mundial más poderoso, viajaba en su avión con destino a Europa. Cuando sobrevolaban el Atlántico, le pidió al comandante que pusiera rumbo a Alemania. Telefonea al dirigente de la compañía en Frankfurt y exige una entrevista con Angela Merkel. Si es posible, en cinco horas, cuando aterrice.

El empleado actúa presto, pero no logra la esperada cita. A cambio le propone un premio de consolación: el vicepresidente del fabricante de BMW, sólo para él. La entrevista empieza, las palabrerías se suceden, pero en ese momento Larry Fink saca de nuevo su teléfono y prepara su próxima cita; dejó sin palabras a su interlocutor.

Semejante forma de actuar del fundador ilustra el poder de la empresa. Hijo de un vendedor de zapatos y de una profesora de inglés, fundó su empresa hace 30 años, junto con una decena de colegas, después de entrenarse en un banco de negocios neoyorquino. A los 65 años, es multimillonario. Y su fondo gestiona 6,2 billones de dólares en activos, un tercio de ellos en Europa.

Fundamentalmente, este dinero procede de los fondos de pensiones, sobre todo de los funcionarios californianos y neoyorquinos. Todos tienen pensiones de jubilación por capitalización y esperan ver cómo fructifican sus propios ahorros, que completa el empleador con una gestión activa de BlackRock en los mercados financieros.

El fondo da empleo a 13.900 personas en una treintena de países, encargados de vender productos financieros y de invertir en nuevas empresas. Pero con el paso de los años, sobre todo desde la crisis financiera, ha aumentado su poder más allá de la gestión de activos: es auditor de bancos –por petición de las autoridades de regulación– y asesor de Estados en privatizaciones. En otoño de 2017, el gobierno francés le invitó a participar en el “comité de Acción Pública 2022” (CAP 2022), una especie de segunda comisión Attali, pensada para dibujar el futuro del Estado. Y en las bambalinas europeas, se mueve mucho para oponerse a cualquier tentativa de regulación.

En Europa, BlackRock es un nombre que no dice nada fuera del mundo financiero. El universo de los gestores de activos y sus oscuros fondos indexados parecen reservados a los iniciados. Pero su poder impresiona: hablar de BlackRock con los actores de las finanzas, ya sean administradores, pequeños y grandes partícipes o gestores patrimoniales, supone correr el riesgo escuchar infinidad de negativas por respuesta (más o menos corteses).

Sólo en Francia, este fondo tiene acciones en numerosas filiales; posee un porcentaje variable (de entre el 5 y el 10%) de Eiffage, Danone, Vinci, Lagardère, de Renault, Peugeot, Société Générale, Axa, Vivendi, Total, Sanofi, Legrand, Schneider Electric, Veolia, Publicis, etc. BlackRock es el accionista, a menudo principal, de al menos 172 de las 525 empresas francesas que cotizan en Bolsa. Y de 17.000 empresas en el mundo. Y no olvidan votar en cada asamblea general.

“Tan pronto como BlackRock aparece entre los accionistas, la empresa deja de ser del montón y logra prestigio”, resume el periodista Grégoire Favet, acostumbrado a ver pasar al mundo de las finanzas francesas por el plató de su programa de BFM Business. “Cuando eres Larry Fink, puedes hablar de tú a tú con la directora del FMI o con un jefe de Estado”. Desde que Emmanuel Macron es presidente, Fink ya ha sido recibido dos veces en el Elíseo.

 

Rescatador durante la crisis financiera

BlackRock, compañía creada en 1988, consiguió su poder actual gracias a la crisis financiera de 2008. Con el hundimiento de Lehman Brothers, Wall Street entró en caída libre: nadie sabía cuáles eran los miedos de las miles de carteras financieras; lo que se ocultaba detrás de los derivados; lo que era o no tóxico; peligroso o no.

BlackRock comprende de inmediato el rédito que le puede sacar a esta situación. Desde su creación, la firma desarrolló internamente su propia herramienta de gestión de riesgos, Aladdin. “Es capaz de analizar los riesgos de inversión en cualquier acción; de ver dónde hay que vender obligaciones para obtener los mejores precios, de hacer seguimiento a todas las transacciones, combinar todos los datos para encontrar las informaciones esenciales para los inversores”, explica The Financial Times.

Gracias al pánico desatado, BlackRock pone a disposición de otras compañías financieras su herramienta de gestión de riesgos. Aunque no de forma altruista, claro. Pero el fondo también ofrece sus servicios a las autoridades financieras. Estas recurren a él para elevar la salud de grandes entidades bancarias consideradas sistémicas: el banco de inversiones Bear Stearns, el gigante de los seguros American International Group y el holding financiero Citigroup. BlackRock también consigue un contrato para vigilar a Fannie Mae y Freddie Mac, los organismos públicos estadounidenses especializados en crédito hipotecario que el Gobierno federal acababa de rescatar.

En 2009, los políticos comienzan a hacerse preguntas. “¿Cómo es posible que una única empresa se encuentre cualificada para gestionar estos activos recuperados por el gobierno?”, cuestionaba entonces el senador republicano Charles Grassley. Auditar para lo público e invertir en el privado; dos labores a priori incompatibles... pero una mezcla de géneros que BlackRock reproduce sabiamente por toda Europa.

Macri con Michael Hasenstab, de Templeton, el otro fondo que hizo el negocio de los botes. Al lado de 

Hasenstab, Gabriel Martino, del HSBC y enfrente de Martino, Horacio Reyser Travers.

Asesor de los bancos centrales europeos

En 2011, el Banco Central de Irlanda decide recurrir, sin licitación ninguna, a BlackRock Solutions, la división del consejo de administración de fondos, con el fin de evaluar el estado de los seis principales bancos irlandeses. Tres de esas entidades acababan de ser rescatadas por el Estado para evitar la quiebra. Lastrada por las deudas, Irlanda tuvo que recurrir a Europa y al FMI para solicitar un plan de “rescate” de 85 millones de euros y quiere someterse a los stress tests para comprobar la solidez del panorama bancario por si surgen nuevos problemas.

Más tarde, ante diputados irlandeses algo reacios, el ministro de Finanzas de la época explicaba que había recurrido a BlackRock presionado por las instituciones internacionales que le habían prestado dinero a Irlanda, es decir, la famosa troika de la crisis del euro (BCE, la UE y el FMI). Fue una “misión gigantesca”, reconoció Larry Fink, “la mayor que nos ha confiado nunca un Gobierno”.

BlackRock Solutions, la delegación asesora, logra así nuevas referencias. Y en 2012 y en 2013 requirieron de nuevo sus servicios para evaluar las necesidades de capital de los bancos irlandeses. El 4 de noviembre de 2013, el fondo BlackRock compra el 3% de uno de estos bancos, Bank of Ireland, y señala que tiene 162.000 millones de euros de activos domiciliados en Irlanda.

 

Larry con Federico en Buenos Aires.

 

En Grecia, también bajo la presión de la troika, el Banco Central de Grecia recurrió a BlackRock Solutions para diseccionar las carteras de préstamos de 18 bancos en 2011 y después de cuatro mayores en 2013. Prudente, BlackRock empleó un nombre falso, Solar, alquiló oficinas modestas en un barrio residencial de Atenas y puso escoltas armados a sus empleados. En 2015 llevó a cabo una última misión. Hoy, el gestor construye en Atenas un centro comercial por importe de 300 millones. Y posee participaciones en dos bancos, en el principal proveedor de energía y en la lotería nacional, en vías de privatización.

“Nada lleva a pensar que los empleados de BlackRock que vinieron a testear nuestros bancos transmitieran informaciones a otros de sus equipos”, dice un inversor en Atenas que pide permanecer en el anonimato. “BlackRock no habría corrido el riesgo de echar por tierra su reputación por tan poco”. Para él, el problema está más arriba. “Cuando asciendes en la escala jerárquica, terminas por llegar a un nivel donde accedes a informaciones de toda la empresa, lo mismo que al consejo de inversión”. Entonces, cuando Larry Fink se entrevista con un jefe de Estado griego, español o irlandés, ¿qué decide tratar, la parte de auditoría o la parte de inversión? ¿Y por qué no ambas, en función de sus intereses?

Esta ambivalencia termina por dar problemas. En España, cuatro de los principales promotores inmobiliarios tienen a BlackRock entre sus inversores, lo mismo que los seis principales bancos. En mayo de 2012, el Gobierno acudió a la compañía para evaluar los créditos dudosos y los activos inmobiliarios de sus entidades de crédito y sus necesidades de recapitalización. Diputados españoles vieron que podía existir un eventual conflicto de intereses, llevando al entonces ministro Luis de Guindos –hoy vicepresidente del BCE– a dar un giro total y a optar por la consultora alemana Roland Berger.

Algo similar sucedió en los Países Bajos cuando, en diciembre de 2012, el banco central recurrió a BlackRock Solutions para que analizase la cartera de préstamos del gigante bancario nacional ING y, después, en julio de 2013, el patrimonio inmobiliario del conjunto de bancos holandeses. Entonces BlackRock contaba ya con más del 5% de ING, a través de una veintena de filiales. A preguntas de un diputado, el ministro de Finanzas Jeroen Dijsselbloem –entonces también presidente del Eurogrupo– se justificó aludiendo a la existencia de una muralla infranqueable entre las actividades de asesoría y de gestión de fondos en BlackRock. Ironías de la suerte, para evitar cualquier conflicto de intereses, el banco central holandés había decidido en 2007 confiar la gestión del fondo de pensiones de sus asalariados a... BlackRock.

 

Puertas giratorias y lobby

Para ampliar su influencia en Europa, BlackRock se rodeó de personalidades conocidas. George Osborne, 46 años y ministro británico de Finanzas de 2010 a 2016 con David Cameron, dirige hoy la redacción del diario The Evening Standard y va una vez por semana a BlackRock como asesor. Su remuneración está a la altura de su fama: 650.000 libras (739.600 euros) anuales.

En los dos últimos años en el Ministerio, George Osborne se entrevistó en cinco ocasiones con responsables de BlackRock... mientras que reformaba las pensiones y permitía a los gestores de activos acceder a un mercado anual de 25.000 millones de libras. Rupert Harrison, su jefe de gabinete, también se dejó pervertir por el fondo. “Habida cuenta de su experiencia en la creación de la reciente reforma de las pensiones en Reino Unido, goza de una posición única para ayudarnos a desarrollar nuestra oferta a los jubilados”, decía sin ambages la empresa americana en un comunicado.

En Alemania, Friedrich Merz, ex jefe de la Unión Cristiano Demócrata en el Parlamento, el partido de Angela Merkel, gestiona actualmente la delegación local del gestor de activos de BlackRock. En Suiza, Philippe Hildebrand, ex director del banco central de Suiza, también fue contratado por la empresa y, en Grecia, BlackRock optaba por Paschalis Bouchoris, ex responsable de un programa gubernamental de privatización.

En cuanto a Francia, el presidente local se llama Jean-Francois Cirelli, ex asesor económico de Jacques Chirac, después director adjunto del gabinete de Jean-Pierre Raffarin. Dirigió Gaz de France, desde 2004, llevando al grupo a la privatización. En las últimas elecciones presidenciales, volvió al comité de campaña de Alain Juppé, lo mismo que el actual primer ministro Édouard Philippe.

¿Y en Bruselas? En 2010, BlackRock se estableció en 35 de la Plaza de Meeûs, frente a un parque donde se dirigen, a la hora de la comida, de lunes a viernes, cuando luce el sol, los funcionarios europeos. Según el registro de transparencia de la UE, BlackRock declaró haber gastado en 2012 unos 150.000 euros en actividad en Bruselas. En 2014 gastó diez veces más.

Entre noviembre de 2014 y marzo de 2018, el gestor norteamericano se dirigió en 33 ocasiones –y logró– una entrevista con miembros de la Comisión Europea. Según una fuente del Parlamento Europeo, BlackRock organiza también “jornadas informativas” destinadas a asistentes parlamentarios. “Para explicarles el funcionamiento de un producto o cómo fondos pasivos pueden servir para mejorar el crecimiento económico. A fin de cuentas, estos asistentes parlamentarios sabrán asesorar a los diputados de la mejor forma”, precisa dicha fuente.

 

Lagarde, con Justin Trudeau y, a la derecha, Larry Fink.

 

Contra cualquier regulación

La profesora de macroeconomía de la Universidad del Oeste de Inglaterra (UWE) en Bristol, Daniela Gabor, ha seguido numerosos debates sobre la regulación de las finanzas desde 2013 cuando el comisario europeo de mercado interno y servicios Michel Barnier prometía reforzar las reglas del sistema financiero. “El comisario británico quería que la Comisión trabajase mano a mano con el sector financiero y cada vez que se organizaba un debate o una audición, allí estaba la gente de BlackRock”, recuerda Daniela Gabor.

“Entonces comprendí que ya no eran los bancos los que tenían poder, sino los administradores de fondos. Se nos repite a menudo que un gestor está ahí para colocar nuestro dinero, para la vejez... pero es mucho más que eso”, prosigue. “En mi opinión, BlackRock refleja la renuncia al Estado del bienestar. Su auge va parejo a los cambios estructurales en curso: cambios en las finanzas pero también en la naturaleza del contrato social que une a los ciudadanos y al Estado”.

Daniela Gabor explica que el Banco Central Europeo, que recurre a BlackRock para auditar a los bancos, no tiene poder alguno sobre esta empresa. “El argumento de BlackRock es sencillo: no realizamos financiación externa, no actuamos como los bancos por lo que no necesitamos ser regulados como una institución sistémica”. De hecho, BlackRock supera todos los radares. “Pueden ser regulados por razones consideradas microprudenciales, para proteger a sus clientes, pero no como institución financiera dirigida a garantizar una estabilidad financiera global”.

 

AMF y BlackRock, dos compañeros de ruta

En Francia, como cualquier gestor de activos, BlackRock debe declarar a la Autoridad de los Mercados Financieros (AMF) que supera cierto umbral –del 5% y después del 10%– de participación en una empresa que cotiza en la Bolsa de París. Además, la AMF comprueba la documentación comercial de sus productos financieros que se dirige a potenciales clientes. Y nada más. Un responsable de la Bolsa se sorprende ante nuestras preguntas sobre la debilidad de los controles al gestor. “Para sus actividades en Europa, BlackRock tiene su sede en Inglaterra, hay que dirigirse a ellos. Nosotros sólo ponemos el sello”.

Cuando, por ejemplo, BlackRock declara a la AMF que cuenta con el 5,16% del grupo Casino a través de dos filiales y, por otro lado, la base de datos financieros Thomson One, del grupo Thomson Reuters, dice que es del 9,66% a través de seis filiales diferentes. Lo mismo sucede con Safran (que figura en la AMF con un 6,22%, es decir, menos que el 9,03% indicado por Thomson One). Ante esta incoherencia de cifras, el regulador francés no responde. La misma rareza sucede con el regulador alemán con relación a empresas como Deutsche Wohnen, Vonovia, Deutsche Post, Bayer AG. Eso sí, la autoridad promete una “clarificación”.

Mientras la AMF parece poco exigente respecto a BlackRock, este no se priva de darle algunos consejos. “Invitamos a la AMF a reducir las barreras jurídicas” o “estaremos encantados de ayudar a la AMF a desarrollar un enfoque adaptado”, son algunas de las fórmulas que figuran en una carta dirigida en 2013 a las autoridades bursátiles. El objetivo es simple: evitar cualquier regulación.

Habitualmente, en las publicaciones de la AMF figuran investigaciones de BlackRock. La Carta mensual del Observatorio del Ahorro ofrece sondeos de BlackRock sobre el comportamiento de los ahorristas franceses. Los franceses, ¿son suficientemente confiados para invertir (junio 2016)?  Las francesas, ¿ahorran más que los franceses (abril de 2016)? Los franceses, ¿preparan más las vacaciones o la jubilación (diciembre de 2013)? BlackRock tiene respuesta para todo.

En noviembre pasado, la AMF organizó una mesa redonda con el presidente de BlackRock France entre los participantes. Jean-François Cirelli subrayó: “Queremos que los reguladores nacionales mantengan esta proximidad al terreno. […] ¿Cómo se puede reforzar la idea ante nuestras autoridades públicas, ante nuestros clientes, de que hay que invertir en los mercados de capitales para la jubilación? ¿Cómo se puede sacar partido del post Brexit? La AMF publicó un informe sobre [la manera de] invertir a largo plazo en acciones y esto va en ese sentido”.

Atento a una reforma francesa del ahorro previsional de la que sacar provecho, BlackRock puede contar ya con Valdis Dombrovskis en el frente europeo. Este letón es comisario europeo para la estabilidad financiera, pero también uno de los vicepresidentes de la comisión. Está detrás del producto paneuropeo de capitalización individual (PEPP), una nueva categoría de productos de ahorro-jubilación anunciada para el próximo año en la Unión y actualmente en fase de experimentación ante los asalariados investigadores, del sector privado y del público. El programa, de aplicación voluntaria, se llama Resaver… y Valdis Dombrovskis confió a BlackRock la tarea de gestionar el ahorro de los participantes.

 

Conflicto de intereses

El poder de influencia que adquirió BlackRock en unos años sobre los Estados termina por plantear dudas. Sus múltiples papeles, también. Hay un aspecto que despierta más dudas: el poder “horizontal” que ha construido en algunos sectores –aeronáutico, construcción, licores, equipos eléctricos– a través de sus inversiones en las empresas. Encuentra rápido accionistas de todos los grandes del mismo sector. En química, por ejemplo, BlackRock domina a ambos lados del Atlántico con participaciones importantes –de entre el 5 y el 10%– en todos los grandes grupos mundiales de química: Bayer, BASF, DuPont, Monsanto, Linde y los franceses Arkema y Air Liquide. Estas empresas a priori competidoras se encuentran con un mismo accionariado que puede, en función de sus intereses, llevar a concentraciones, especializaciones, cesiones.

Esta situación no era objeto de debate hasta que dos economistas, José Azar y Martin Schmalz, de la Universidad de Michigan, publicaron un informe sobre el common ownership (propiedad común) en 2016. En su opinión, los clientes de BlackRock no tendrían nada que ganar si las empresas de las que es accionista se libra un combate sin cuartel. Los dos investigadores estudiaron el sector de la aviación comercial y constataron un acuerdo de alza del  precio de los pasajes entre las cinco principales compañías aéreas americanas, en las que BlackRock y su competidor Vanguard tienen participaciones.

En Alemania, las Autoridades Reguladoras de la Competencia manifestaron sus dudas. “Existe un riesgo potencial significativo de deformar la competencia a través de accionariados horizontales, entre empresas del mismo sector económico”. En Francia, la Autoridad de la Competencia tira la pelota fuera: “No tenemos ningún trabajo de reflexión concreto en curso relativo a este asunto en estos momentos”. Pero el pasado 16 de febrero, la comisaria europea de Competencia Margrethe Vestager pronunciaba un discurso sobre el asunto y prometió iniciar un estudio para medir la magnitud de este accionariado horizontal.

Naturalmente, BlackRock preferiría estar alejado de estas polémicas y ofrecer el rostro de una empresa comprometida por el bienestar de la humanidad. En una carta enviada el 12 de enero a los jefes de las empresas de la que es accionista, Larry Fink invitaba a trabajar más activamente al servicio del bien común.

Por su parte, Jean-François Cirelli es miembro del comité Acción Pública 2022, creado por el primer ministro Édouard Philippe para reflexionar sobre los servicios públicos del futuro. Cuando se le pregunta por la naturaleza de su contribución, apunta al servicio público para acceder al empleo y el mecanismo de financiación complementaria de las pensiones. “Reflexiono sobre dos puntos. 1) ¿Qué hay que hacer para que el servicio de empleo responda aún mejor a las evoluciones del empleo y permita orientar mejor a los desocupados. 2) Las cotizaciones Agirc Arrco deberían estar percibidas por la l’Urssaf  [organismo de la Seguridad Social] que recauda ya más de 400.000 millones en lugar de dejar que Agirc Arrco lo recaude por sí mismo”. Y añade: “Y confirmo, no hay nada de BlackRock en ello. Además, he escogido a propósito ocuparme de asuntos sin conflicto de intereses...”

 

  • Este artículo fue publicado en París por MediaPart el 9 de mayo de 2018. Jordan Pouille integra el colectivo Investigate Europe, grupo de diez periodistas freelance que realizan juntos investigaciones en Europa. Fue reproducido en España por InfoLibre, en traducción de Mariola Moreno)

 

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