Los rescatistas  

Sorpresas para la historia en el Juicio a Ford

 

Entró sigilosamente, a pesar de la tensión. El cuarto de delegados había sido clausurado unos día antes, cuando se produjo el golpe. No se demoró más de dos minutos en guardar el libro de actas y una carpeta repleta de documentación. Después de 42 años, llega al encuentro pautado. Camina columpiando  la historia dentro de una bolsa. “Vi que ustedes estaban investigando y que pueden saber usarlo”, dice.

Una decisión difícil y gestos simples en el contexto de la represión ilegal, orgullo de una historia colectiva y voluntad de hablarle al futuro. El héroe prefiere mantener el anonimato. Aquí le llamaremos Teófilo. A poco de instalada la que sería la dictadura más sangrienta de nuestra historia y cuando algunos de sus compañeros ya habían sido secuestrados, a Teófilo le funcionó el instinto de rescatar documentación de enorme trascendencia para reconstruir la historia de la clase trabajadora argentina. También, a poco de alcanzar un veredicto, para confirmar con nuevos relatos la responsabilidad de la empresa Ford en los delitos de lesa humanidad cometidos contra 24 de los trabajadores de su fábrica durante el Terrorismo de Estado.

 

La dignificación

Ojeamos la documentación sentados en la mesa de un bar. El investigador trata de no babear para evitar arruinar los papeles. Teófilo parece no darse cuenta que es oro lo que lleva encima.

Lo primero que observamos es el cuaderno de actas de la Comisión Interna de Reclamos de los empleados de la Ford, los mensualizados. Hay casi cien páginas escritas por distintas manos que registran minuciosamente la forma en que se organizaron sindicalmente los empleados y administrativos de la Ford entre 1974 y 1976. Su primera misión era afiliar a la mayor cantidad posible de personas entre los más de 2200 empleados de la Administración central y de las oficinas administrativas en cada planta productiva (Motores, Estampado y Montaje), todxs ellxs en el predio de la automotriz en General Pacheco.

Las actas dan cuenta de las negociaciones y tensiones con numerosos altos directivos de la empresa. Uno de ellos, Luis Pérez, declaró en el juicio. La querella lo definió como un “testigo reticente”. Teófilo pudo prescindir del vocabulario procesal: “Se hizo el boludo”. El registro de las actas se corta abruptamente el 10 de marzo de 1976. Llevaban escritas 98 páginas. Las restantes 102 quedaron en blanco.

 

 

Hay una parte de esta historia que las actas no registran. El salto hacia el sindicato de lxs administrativxs. Durante el juicio, se refirieron a ella los delegados secuestrados del comedor. Teófilo profundiza.

1974: había un acuerdo bastante extendido de sindicalizarse y ponerse espalda con espalda junto a los operarios jornalizados. Se reunieron voluntades. Tuvieron conversaciones en el SMATA. “Orlando Armentano, desde la seccional de San Isidro, nos da el apoyo, nos sugirió los pasos a seguir, nos dijo que había que juntar más de 100 fichas y que después él caía a Ford para avisar que desde ese día se iban a producir elecciones y todo eso. Cuando eso pasó, despidieron a dos compañeras, pero Armentano que llevaba siempre un portafolio muy pesado nos dio un apoyo bárbaro y dijo a la empresa que si no solucionaban el problema a la brevedad iban a comenzar los paros por turno”. Los delegados se eligieron por primera vez el 4 de noviembre de 1974. Sobre Armentano, agrega uno de los trabajadores-víctimas de Ford: “Al principio era un buen delegado y después después se acomodó en el sindicato y se hizo matón de la guardia de José Rodríguez”. Armentano usaba la palabra “erradicar”.

Las actas están llenas de historias. El resto de los papeles contienen no menos de cien volantes donde esta comisión interna o el cuerpo de delegados de la fábrica se dirigen a sus compañeros en relación a afiliaciones, paritarias, recategorizaciones, guardería y otras demandas de condiciones de trabajo. En uno de estos papeles, el 19 de agosto de 1975, los delegados le hablan a sus compañerxs: “Queremos llevar claridad y tranquilidad a los compañeros de Ford Motors y simultáneamente dar una respuesta a la empresa y a ciertos sectores. A la empresa que recientemente nada hizo para evitar el desorden, y que ahora se preocupa de que todo esté ‘en su orden’, usando en ambas oportunidades a sus ‘cuadros medios’ — capataces, gerentes, superintendentes, supervisores, etc., y recurriendo a sucias prácticas (...) que buscan atemorizar con el fantasma de la inestabilidad a los compañeros trabajadores de Ford”.

En otro documento, al impulsar la afiliación, la Comisión Interna de Reclamos de los Mensualizados sostenía: “Creemos que ha terminado el tiempo de la soberbia insolente frente al empleado aislado o inerme ante el patrón todopoderoso”. En un balance a un año de su fundación, la comisión caracterizaba la afiliación como un acto de “dignificarnos como trabajadores” porque “somos seres humanos que vivimos de nuestro trabajo, y por tal motivo llevamos bien alta nuestra cabeza”.

Esta comisión tuvo que rebuscárselas para afiliar a los trabajadores del comedor, de jardinería, de control de calidad e incluso a los guardias de seguridad. Sobre estos abunda información en las actas. Teófilo cuenta que “eran casi todos milicos”, que “había un referente, peronista del '45, que era líder natural y alineó a un montón de guardias para afiliarse al SMATA y participaba de las asambleas”.

“Había recelos”, aclara. Las actas mismas registran que “en planta, a los de ORPI no se los quiere”. Recuerda Teófilo, sin embargo, que cuando secuestraron a Guillermo Perrota (“el más capaz de esta comisión”), este “milico que era el líder hacía colectas entre los guardias para llevarle la plata a los padres”. Quizás allí y en la decisión de la agremiación radicaban los enconos que —cuenta Teófilo— tenía este milico con Héctor Sibilla, entonces jefe de seguridad y hoy uno de los imputados por los crímenes de lesa humanidad.

 

Inteligencia empresarial

Teófilo estaba presente junto al delegado Juan Carlos Sluvis cuando las patotas represivas interceptaron a Perrota en el estacionamiento de la fábrica. Se asustó. No sabía qué pasaba y dejó de ir a la Ford. Sus padres hicieron averiguaciones con un general casado con una prima. Les dijeron que no estaba en ninguna lista, pero que era conveniente que se fuera de la empresa. Teófilo volvió —rescató los documentos— y arregló su retiro.

“Empecé a buscar trabajo —cuenta—, y me iba bien en las entrevistas, pero al final se pinchaba. Le dije a mi jefe que cuando llamaban a la empresa les pasaban antecedentes malos. Él me dijo que lo arreglaba y a la primera entrevista nomás entré, empecé a trabajar en Gillette”. Casi como si precisara de un antiguo papel de conchabo, Teófilo pudo eludir las “listas negras” que el Ejército elaboraba con las empresas y que se recomendaban utilizar en las directivas militares.

Teófilo recuerda a la compañera delegada Selma Ocampo. Selma era secretaria del gerente de Relaciones Públicas y Gubernamentales, Alberto Salem, que trabajó durante más de 15 años en Ford y alcanzó a ser un reconocido consultor de empresas —para referirnos sólo a la necrológica de La Nación y no a su intrincado historial que presenta el buscador de Google—. En la oficina de Salem colgaba un gigante organigrama de todos los funcionarios del gobierno nacional, con sus datos personales, teléfonos, nombres de familiares. Teófilo cuenta que un día Selma vino con una foto de ese organigrama. La misma —agrega— salió publicada en una revista relacionada con Montoneros. Selma fue despedida. Tiempo después, el 11 de agosto de 1976, fue secuestrada. Es uno de los casos de la Masacre de Fátima, la más brutal de la dictadura.

Antes de su despido, Selma había dejado de ser delegada. En las actas de la comisión interna quedó registrada la carta de renuncia a su rol gremial, a fines de marzo de 1975: “Los exclusivos motivos de la misma los constituyen problemas de índole personal y familiar. La presente no implica la renuncia como afiliada Nº 170724 al SMATA, y [implica] un reconocimiento a los cuerpos orgánicos del sindicato y un especial del cuerpo de delegados del personal de Ford”.

 

 

Una última anécdota surge de uno de los papeles que revisamos junto a Teófilo. En una de las habituales reuniones de trabajo y negociación con gerentes de la empresa, llegan a revisarle la carpeta a uno de ellos cuando se levanta para servirse un café. Al regresar, Perrota le dice, con evidente ironía: “Me estás debiendo una copia de este resumen que no tengo”. La copia les llegó y forma parte de este corpus documental. El título dice: “Cuadro de situación de las organizaciones gremiales”. El documento recorre los alineamientos, sindicatos, antecedentes, dirigentes, situación y lugar en el consejo de la CGT, que tienen al menos 21 de los más grandes sindicatos nacionales. En relación al SMATA, este documento en manos de los directivos de Ford destacaba la influencia maoísta de la seccional de Córdoba conducida por René Salamanca.

 

Documentos para la historia

Hace un tiempo, al investigar la historia de los trabajadores de La Forestal, los profesores de historia del norte santafesino David Quarin y César Ramírez me prestaron una documentación personal del mismo tenor que nos acercó en esta ocasión Teófilo. Antes de ser detenido y luego despedido de la fábrica, José Bernabé Vargas (comunista criollo y refundador del sindicato quebrachero en 1936, sobreviviente de la feroz masacre estatal-empresarial de 1921) rescató las actas con más de siete años de actividad sindical. Ese acto heroico hizo que hoy podamos conocer de primera mano las voces y nombres de al menos 150 trabajadores de aquella empresa y las luchas toda una clase que se le animó al poderoso pulpo británico del tanino.

Lxs historiadores de lxs de abajo encuentran no pocas dificultades para reconstruir los procesos históricos. Quizás la más seria sea la destrucción de archivos durante procesos represivos. También la falta de conciencia sobre la importancia de preservar esos materiales, como suele machacar la especialista en este tema Mariana Nazar. Las entrevistas orales, los documentos estatales —incluidos los de la inteligencia policial—, las autobiografías y la prensa contemporánea pueden complementar, pero no reemplazar la riqueza de las voces que emergen en documentos escritos directamente por los trabajadorxs y al calor de las luchas que llevan adelante.

Silvia Nassif, doctora en historia, despedida del CONICET por la anticientífica gestión macrista, es la directora junto a Oscar Pavetti del recién fundado Archivo Histórico de la Federación Obrera Tucumana (FOTIA). Cuando Silvia comenzó a investigar la historia de lxs trabajadorxs tucumanxs, la federación no tenía más que un cúmulo de papeles en mal estado. En el proyecto para reunir fondos, escribió: “Actualmente este acervo se encuentra en situación de riesgo dado que el espacio físico en que se encuentran alojados los documentos no reúne las condiciones ambientales mínimas para su conservación y el estado de estos es precario por la suciedad y ataque microbiológico que presentan”.

 

La inauguración del archivo de los trabajadores azucareros

 

Hace unos años, el obrero Omar Abdala, que frecuenta las audiencias del Juicio a Ford, se recibió de sociólogo con una tesis sobre los modos de acción y resistencia de los trabajadores de esta automotriz entre 1970 y 1985. Su investigación se basa en numerosas entrevistas que ha venido realizando desde hace casi veinte años. Ahora podrá contar con toda esta documentación que pasará pronto —de una u otra forma— al acervo histórico público.

Los investigadores —y cualquier persona con apetito de conocimiento— anhelan alcanzar este tipo de documentos que han sido arrancados a la represión y a la desidia. Como enseña Mariana Nazar, la mejor forma es que puedan ser preservados en archivos públicos que garanticen profesionalmente su acceso. Sólo así se transformarán en fuentes de la historia, como un derecho y una necesidad para la memoria y la verdad.

La clase trabajadora necesita muchos héroes como Teófilo.

 

 

 

 

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