Los tuyos, los míos, los nuestros

El referéndum por la reforma constitucional en Chile

 

En 2011 estallaba en Chile lo que, luego, los medios de comunicación llamaron “La rebelión de los pingüinos”. Estudiantes del ciclo secundario, con uniformes colegiales —de ahí lo de “pingüinos”— salieron a la calle a protestar sobre lo caro e inequitativo, aparte de autoritario, que era el sistema educativo chileno. Detrás de esa protesta se interpretaron dos cuestiones: la primera, que la protesta estallaba por el tema educativo, pero, de forma inmanente, representaba el malestar con el orden económico y social en Chile, es decir, el status quo de la vida chilena. Por la segunda, la idea que esa primera gran protesta colectiva solo podía provenir de una primera generación de jóvenes nacidos en democracia y haciendo sus primeras presentaciones en el espacio público.

Recién en su segunda presidencia, Michelle Bachelet acometió algunas incipientes reformas del sistema educativo, las más importantes trasladadas a un futuro próximo. Mientras tanto, las figuras prominentes de esa protesta estudiantil —el caso de Camila Vallejos es emblemático— fueron cooptados por el sistema político y subsumidos en la lógica en que este se despliega y que tiene, como resultado, un escaso “poder de fuego” para alterar las coordenadas de la vida social chilena.

En octubre de 2019 estalló, esta vez de manera más súbita, una fuerte y violenta protesta social en las principales ciudades chilenas, cuyo despliegue guardó sustanciales diferencias con la del 2011.

En primer término, porque los objetivos de la misma fueron inespecíficos, es decir no originados por una situación concreta. Quedó claro prontamente que los motivos del enojo —rabia— era ya definitivamente un orden económico, social, cultural y político que se viene reproduciendo en Chile desde el fin del pinochetismo, que es herencia estructural de los 17 años de la dictadura y que solo se modificó muy leve y casi imperceptiblemente en los 30 años de democracia que le sucedieron. Concretamente, nunca se alteró ninguno de los vectores que cristalizan el poder de dominación social.

En segundo término, porque los sujetos de la protesta no se reconocieron en una representación funcional —universitarios, trabajadores, desocupados— sino que transversalizaron la parte de la estructura social chilena que, claramente, es el sector dominado, mayoritario pero desplazado en la posibilidad de hacerse escuchar por el sistema de representación y, a partir de eso, modificar sus carencias. Obviamente la fuerza de la protesta provino del carácter juvenil que la protagonizó de manera más persistente.

Por último, en que el tenor de la protesta —acción colectiva— fue difusa, inorgánica, resiliente en el tiempo, y, básicamente, violenta. Expresó ya un punto de no acuerdo. De irresolución en los términos hasta ese momento clásicos de la política institucional chilena. Mostró rabia y hartazgo. Fue definitiva.

Pues bien, ¿qué hacer —tanto gobierno, factores de poder, sectores de clase dominante como establishment— ante la sorpresiva aparición pública de descontento y odio? Ya ni la fuerza represiva del gobierno, entrenada y cebada por años en el uso de la violencia institucional, fue puesta en la calle con todo su poder de disuasión dado el temor a generar más odio, más violencia. Por primera vez, el duelo en las calles no pudo mostrar como claro ganador a las temidas fuerzas de seguridad chilenas.

Entonces apareció un gran bombero, como los que apagan el fuego pero no pueden lograr que no se vea la destrucción post incendio. La pandemia.

La pandemia le dio al gobierno de Piñera lo que no logró con la represión: sacar la protesta —la gente— de las calles por tiempo indefinido.

Pero decíamos de la destrucción después de apagado el fuego. Todos, o casi todos, quedaron convencidos de que, luego de la pandemia, va a ser muy visible lo que quedó definitivamente roto en la sociedad chilena. Y especialmente lo vio el gobierno y, muy hábilmente, operó sobre ese escenario futuro de destrucción y necesaria reconstrucción.

Utilizó, ofreció más bien, un arma muy cara a sus intereses. Un arma que sostuvo en los 30 años de democracia las relaciones de dominación que los tornó en dominantes; indiscutiblemente dominantes aún en democracia. Ofreció, como prenda de paz —al estilo pax romana— la posibilidad de reformar la Constitución. Quede claro, no la reforma de la Constitución, solo su posibilidad. Concretamente, un referéndum a fin de evaluar si los chilenos quieren reformar su Constitución.

La Constitución chilena hoy día vigente es la que el régimen pinochetista reformó en 1980. Con modificaciones, pero ese es el texto constitucional tras 30 años de democracia.

Queda claro que la inequidad y los niveles de desigualdad económicos y sociales en Chile fueron y son posibles a partir de una arquitectura jurídica —derecho laboral, derecho comercial, derecho civil— enmarcada en la Constitución de 1980. Queda claro también que la imposibilidad de modificar ese estado de cosas a partir de la política representativa está en relación a la sobrerepresentación política de la derecha en el Congreso —ese que Pinochet llevó a Valparaiso para desconcentrar el poder político y todavía no volvió—, representación que es un producto del sistema electoral respaldado constitucionalmente.

Pero el poder en Chile no tuvo más remedio, ante la virulencia y formato social de la protesta de octubre, que ofrendar la posibilidad de reformar el núcleo central que sostiene y reproduce su capacidad de dominio.

Ante este evento, pensado para mayo y pospuesto por ahora hasta octubre debido a la pandemia, surgen tres posturas:

  1. La que emana de los factores de poder, el establishment y los sectores sociales no dominantes pero incluidos en las relaciones de producción y consumo con cierta generosidad, que rechazan la reforma. El slogan acuñado para votar “No” en el referéndum es la idea del país exitoso en el contexto latinoamericano y que, por lo tanto, torna innecesaria la reforma del marco político institucional —Constitución—, que precisamente hizo y hace de Chile un país moderno y pujante
  2. Quienes niegan la posible reforma constitucional alegando que es solo una distracción del poder económico y político para calmar la protesta de octubre y que, aunque el referéndum se apruebe y se forme la constituyente, nada va a cambiar de fondo dada la correlación de fuerzas existentes en todos los ámbitos de la vida social chilena. Su planteo es la continuidad de la protesta hasta modificar el orden de las cosas por la fuerza de la rabia social.
  3. Gran parte de la ciudadanía, sobre todo en los sectores medios, que simplemente cree que, dada también la historia como paso del tiempo que consolidó situaciones que hacen de Chile un país con salida económica, el resto es posible ir modificándolo de a poco, sin conflicto, sin violencia, con la previsibilidad que puede otorgar otro ordenamiento constitucional.

Y ahí van…. Los tuyos, diría el General; los míos, señalaría el Señor Presidente; los nuestros, dicen las generaciones que hoy protagonizan a Chile.

 

 

 

 

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