Los últimos días de Tosco

Del Navarrazo a las batallas para cuidar su salud en la clandestinidad

 

En la noche del 27 de febrero de 1974 la policía provincial comandada por el coronel Antonio Navarro irrumpió en la Casa de Gobierno y secuestró al gobernador Ricardo Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López. De ese modo, Córdoba se adelantaba dos años a lo que ocurriría a nivel nacional a partir del golpe de Estado. Los amotinados llevaron a Obregón Cano y a López hasta el Comando Radioeléctrico, donde los mantuvieron cautivos durante dos días. En lugar de hablar de golpe de Estado se definió lo ocurrido como acefalía, el presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia asumió como gobernador interino y se inició una oleada de detenciones de dirigentes políticos y sindicales. Luego el gobierno nacional dispuso la intervención de Córdoba para subsanar el “vacío de poder” y designó como interventor a Duilio Brunello, quien meses más tarde sería reemplazado por el brigadier Raúl Lacabanne.

Las bandas parapoliciales que ya actuaban en el país empezaron a perfeccionar la maquinaria de terrorismo estatal. La denominación de Alianza Anticomunista Argentina –Triple A– se transformó en Comando Libertadores de América en los operativos cordobeses. Junto a las intervenciones y los apresamientos más o menos formales comenzaron a crecer los secuestros, desapariciones y asesinatos. Los sindicatos combativos y clasistas serían los primeros en ser intervenidos, los dirigentes de esas organizaciones gremiales fueron llenando las cárceles y los campos clandestinos de detención. Una burocracia sindical asociada a los golpistas se presentó para reemplazar a los dirigentes encarcelados o perseguidos. Que a pesar de ese acoso se haya conseguido estructurar la Mesa de Gremios en Lucha fue una muestra de resistencia verdaderamente extraordinaria.

Entre los sindicatos perseguidos se encontraba el de Luz y Fuerza. Su secretario general fue uno de los que consiguió eludir el primer golpe, pero a partir de ese momento se convirtió en el principal objetivo de la represión. Agustín Tosco debió tomar múltiples medidas de seguridad, rodearse de compañeros que lo resguardaran en cada una de las actividades militantes que siguió desarrollando. Al mismo tiempo, creció la solidaridad con uno de los hijos más queridos del pueblo cordobés: durante más de un año y medio contó con el amparo de todas las fuerzas progresistas, democráticas y revolucionarias de la provincia y de todo el país. En condiciones de acoso permanente se vio obligado a cambiar de casas, a moverse entre la ciudad y las sierras, a descuidar su salud.

Cuando Alicia Sanguinetti dijo que conocía al médico que había atendido a Agustín en aquellos días de 1975, le pregunté si yo podría hablar con él. Habían pasado diez años desde entonces y en el medio estaban la dictadura más feroz de la historia moderna argentina, la CONADEP, el juicio a las juntas militares, recuerdos y temores todavía en carne viva. Muchos comenzaban a hablar, pero también eran muchos los que preferían callar, por eso mi pregunta. Ella me contestó que si él había arriesgado su seguridad y hasta su vida atendiendo a Tosco, seguramente no tendría miedo de hablar. Y no se equivocó: unos días después pude conversar con el doctor Juan Azcoaga.

Pero antes de continuar es mejor brindar algunos datos complementarios.

 

 

La escalada represiva

El Navarrazo, un “putsch policíaco-burocrático-fascista” según lo definiera Tosco, fue el método implementado en Córdoba para remover a un gobierno ligado a los intereses populares. En otras provincias como Buenos Aires, Mendoza, Salta, Formosa o Santa Cruz los desplazamientos adquirieron otras formas. Independientemente de la metodología, lo concreto fue el creciente accionar del golpismo y su correlato, la ferocidad fascista. La Seccional Villa Constitución de la UOM estuvo entre las organizaciones sindicales que sufrieron el ataque de las fuerzas represivas más o menos oficiales, coligadas con las parapoliciales y la burocracia sindical. En marzo de 1974, apenas unas semanas después del Navarrazo, la burocracia sindical quiso desconocer el resultado electoral en la seccional metalúrgica de Villa Constitución. Una verdadera pueblada, el Villazo, impidió que pudiera concretarse ese golpe. A pesar de los riesgos que corría su vida, Agustín se trasladó hasta la localidad santafesina para llevar su mensaje solidario. En un acto multitudinario realizado el 26 de abril diría: “Compañeros y compañeras, asistentes a este plenario antipatronal y antiburocrático. Todos los que estamos aquí, en primer lugar los compañeros metalúrgicos de ACINDAR, MARATON y METCON, y todos los compañeros y compañeras que desde distintos lugares del país hemos venido a brindar nuestra solidaridad a esta lucha, decimos (…) que aquí en este plenario se reafirma la unidad combativa del movimiento obrero frente a la burocracia traidora, frente a las patronales y frente al imperialismo”.

A medida que transcurría el tiempo, Agustín se fue convirtiendo en un verdadero “blanco móvil”. Para entonces muchos otros dirigentes populares habían sido asesinados por las bandas parapoliciales. El 16 de septiembre el derrocado vicegobernador Atilio López y Juan José Varas fueron acribillados a balazos en la localidad bonaerense de Capilla del Señor. Ambos habían viajado a Buenos Aires para entregar el balance de su gestión en la UTA nacional; el primero en su carácter de dirigente del gremio, el segundo como contador de la institución. Días después de ese crimen atroz, antes de finalizar septiembre, el diario Mayoría, órgano de la derecha peronista y vocero más o menos oficioso de la Triple A, divulgó una nueva amenaza de muerte contra Tosco, quien contestó: “No es la primera vez que se me amenaza, ni será la primera vez que se intenta asesinarme. Ya el 16 de julio del año pasado un grupo de 15 personas fuertemente armado, en medio de intenso fuego, quiso copar el local del sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba y ‘ejecutarme’, según lo había anticipado 48 horas antes un comando clandestino. La decisión y valentía de un conjunto de trabajadores del gremio impidió que se consumara tal objetivo”.

Al finalizar septiembre, exactamente el día 30, se promulgó la llamada Ley Antisubversiva. Cinco semanas más tarde se estableció el Estado de sitio en todo el territorio argentino, cientos de militantes políticos, sindicales y estudiantiles fueron encarcelados, y antes de terminar el año Raimundo Ongaro, el histórico dirigente de la CGT de los Argentinos, fue detenido y puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Fue un verano caliente y no sólo desde el punto de vista climático: los preparativos de nuevas atrocidades parecían percibirse en el aire.

Estaba por comenzar el otoño cuando se lanzó la Operación Serpiente Roja del Paraná. La relectura de un testimonio de la época sigue causando escalofrío: “En la madrugada del 20 de marzo de 1975, Pedro Alfaro, repartidor de soda, debió detenerse en uno de los accesos a Villa Constitución. Un operativo detenía el tránsito para permitir que entrara a la ciudad una enorme caravana de autos sin patente que venía de San Nicolás y de Rosario. Los contó: eran 105, la mayoría Ford Falcon”.

La operación represiva se realizó con la presunta finalidad de abortar un plan terrorista para paralizar la actividad industrial desde el norte bonaerense hasta la localidad santafesina de San Lorenzo. Al mismo tiempo que se ponía cerco a Villa Constitución, centenares de obreros fueron apresados, mientras otros eran secuestrados, torturados y asesinados. Entre los detenidos se contó la Comisión Directiva de la Seccional de la UOM con su secretario general a la cabeza. Refiriéndose a ellos, diría Agustín Tosco: “Al nombre del compañero Alberto Piccinini, al que queremos y respetamos mucho, junto al Comité de Lucha y al Cuerpo General de Delegados, se asociaron los conceptos de firmeza y decisión para defender los derechos de los trabajadores”.

 

 

Enfermo en la clandestinidad

El doctor Juan Azcoaga, además de un médico de enorme prestigio, era un militante comprometido con los problemas sociales. Cuando Agustín enfermó se encargó de asistirlo y diez años después no tuvo inconveniente en contarnos la historia.

Después del Navarrazo, el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba quedó en la mira de la represión. El 9 de octubre de 1974 el local sindical fue tomado por las fuerzas policiales acompañadas de civiles armados; quienes se encontraban en el interior del edificio fueron sacados a golpes y tendidos boca abajo en el suelo. El jefe del operativo, comisario García Rey, se abrazó con el interventor de la Provincia, brigadier mayor Lacabanne, y luego se mostró a los periodistas las armas plantadas durante el allanamiento. Ese mismo día se realizaron operativos similares en los locales de los Partidos Comunista y Socialista de los Trabajadores.

Siguieron varias semanas de creciente hostigamiento: la represión se extendía por toda la provincia, por todo el país. Tosco empezó a sufrir fuertes dolores de cabeza, era posible suponer que la tremenda tensión nerviosa a la que estaba sometido fuera la causante de ese malestar. Sedantes y analgésicos resultaron inútiles, había que hacer estudios más profundos. Pero cada salida al médico era una apuesta de riesgo. Una radiografía o una simple extracción de sangre podían significar la detención y la muerte. Aunque había personal sanitario dispuesto a jugarse la vida para asistirlo, visitarlo en su lugar de alojamiento implicaba un operativo del que tomaban parte los compañeros de seguridad, en tanto el médico debía llegar y retirarse tabicado. El doctor Azcoaga me explicó que en las difíciles condiciones de la clandestinidad cordobesa los médicos hicieron cuanto pudieron. Había que encontrar un lugar de internación seguro, y ese lugar no existía en la provincia. Después de discutirlo mucho se llegó a la conclusión de que lo mejor era trasladarlo a Buenos Aires.

Para esa tarea, el Partido Comunista puso a disposición un buen número de cuadros. El traslado fue confiado a Alberto Caffaratti, miembro del Comité Central del partido. Fue uno de los que arriesgó la vida para que Tosco llegara a Buenos Aires. El equipo médico dirigido por el doctor Azcoaga comenzó a realizar los estudios. En algún momento se había pensado que podía haber un tumor, pero tras los primeros estudios la posibilidad fue descartada: lo que había era una infección bacteriana. Jorge Canelles, el dirigente cordobés del gremio de la Construcción que acompañó a Tosco hasta último momento, me explicó que en otros tiempos la septicemia era una enfermedad mortal, pero asistida a tiempo podía curarse. La infección debía ser tratada con antibióticos. El doctor Azcoaga me dijo: “Los antibióticos deben ser manejados con responsabilidad, algunos funcionan bien inicialmente pero después hay que reemplazarlos”.

Agustín empezó a mejorar, el progreso resultó evidente. El equipo médico se mostró optimista. Si todo seguía así en un tiempo prudencial podría dársele el alta. Pero el medicamento dejó de ser efectivo, nuevamente comenzó a deteriorarse su salud y hubo que recurrir a otros antibióticos. Esta vez no se consiguió recuperarlo, la batalla para salvarle la vida terminó en derrota.

 

 

 

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