SIEMPRE LUCHA

La música que escuché mientras escribía

 

La semana pasada escuché una serie de valses peruanos, citados por Mario Vargas Llosa en su última novela Le dedico mi silencio. El último tema fue Mi última canción, por Lucha Reyes, la inigualable cantante, de la talla descomunal de Edith Piaf o Billie Holiday. Como ellas, su vida fue tristísima, de miseria, explotación y amores desdichados. entre hombres golpeadores, consumos problemáticos y mujeres prostituidas, como ya te conté hace un par de años. Ese es el mundo que reflejan las letras que las tres cantaron, hecho de abandonos, soledad e incomprensión. Ninguna necesitó formación musical porque eran fuerzas prodigiosas de la naturaleza.

Una diabetes juvenil mal tratada la cegó, le destruyó el corazón y las arterias y la obligó a constantes internaciones hospitalarias, en las que no acertaron con la enfermedad ni el tratamiento. El realizador, novelista y psicólogo clínico Javier Ponce Gambirazio dedicó tres años a investigar la historia de la mayor artista popular de su país. Apasionado por la marginalidad, también dedicó un film a Sarita Colonia, la santa de los migrantes provincianos, de los lisiados, de los negros, de los ladrones, las travestis y los traficantes, de la cultura andina, de lo que el historiador Jorge Basadre llamó "la choledad", como principal aporte peruano al mundo. Otro tanto hace Vargas Llosa en su novela. El cholo, el vals y la huachafería. Como ejemplo, te mostré el vals de Felipe Pinglo Alva, cantado frente a su tumba en el cementerio de Lima.

 

 

Si tenés tiempo y ganas para profundizar, en su podcast el director cuenta detalles de su investigación y añade reflexiones valiosas sobre el Perú, sus clases sociales y su racismo. Dice por ejemplo que a partir de Lucha Reyes y el acuerdo general sobre que como ella no hay nadie, que se trata de un personaje común a todos, es posible empezar a construir la nación peruana, un pensamiento afín al que desarrolla Vargas Llosa.

 

 

 

Uno de los entrevistados enumera todas las desventajas que Lucha Reyes debió remontar: ser mujer, pobre, negra y fea, en este orden.

Lucha cantaba mientras fregaba los platos en un restaurante popular de uno de los barrios más pobres de Lima. Le pidieron que lo hiciera entre las mesas del salón. Un comensal la invitó a un programa de aficionados en una radio y de allí pasó a la grabación de singles en 45 rpm. Bastaba con que la escucharan una vez.

Una foto de Lucha durante una de sus internaciones muestra que tenía en la habitación una imagen de Sarita Colonia, a quien le pedía por su salud. También visitó su tumba en el cementerio.

 

Lucha en el hospital, con la imagen de Sarita.

 

 

Lucha en la tumba de Sarita.

 

Lucha se convirtió en un ídolo popular de la noche a la mañana, con el vals de Augusto Polo Campos, Regresa. Escuchala y vas a entender por qué. Con esta versión desgarradora, su voz portentosa taladró el cerebro del Perú, de una vez y para siempre. Como cantó sin conocerla Homero Manzi: No habrá ninguna igual.

 

Como corresponde a un mito, ya muy enferma le pidió al compositor amigo Pedro Pacheco que le escribiera un tema. Fue justamente Mi última canción y murió poco después de grabarla. Es impresionante que ya en las últimas, conservara esa potencia expresiva.

Durante muchos años hubo problemas de derechos que impedían conseguir sus pocos discos y de desidia por la que no se editaba todo lo que había registrado en radio y televisión. Hoy es distinto, de modo que te dejo con ella, para que te regocijes.

 

 

De yapa, el hermoso documental de Ponce Gambirazio sobre Sarita Colonia, que ayuda a entender al pueblo peruano más pobre y marginado y a valorar mejor a Lucha Reyes.

 

 

Y para que el homenaje sea completo, escribí estas líneas mientras comía un ceviche y tomaba un pisco peruano, que es el único que merece ese nombre, aunque Chile le haya ganado un pleito por la denominación de origen y sea tan difícil conseguirlo fuera del Perú.

A la salud de quienes leen estas divagaciones y a la memoria de la grandiosa Lucha Reyes.

 

En el vaso, tallado el mapa de América de Joaquín Torres García, otro genio de la Patria Grande.

 

 

Para que lo veas bien, es este, que Jauretche usó en la tapa de uno de sus libros de pedagogía anticolonial.

 

 

 

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