Macri en el espejo de Dorian Gray

A tres años del debate presidencial entre Macri y Scioli

 

¿Qué sucede con el tiempo en la política? ¿Hasta dónde tiene sentido su devenir cuando la realidad se aparta tanto de la expectativa previamente comprometida? ¿Qué lugar le cabe a la traición cuando nos sentimos convidados de piedra en un pacto electoral con aroma a embuste? Si los artistas mienten para decir la verdad, los políticos lo hacen para ocultarla.

El joven y apuesto Dorian Gray, un joven de la alta aristocracia, heredero de una gran fortuna, queda fascinado al ver el retrato que le ha pintado con enorme dedicación su amigo Basilio. El motivo de dicha fascinación no es la pintura, sino su propia y cautivadora belleza, inmortalizada en esa obra. Atrás parecen haber quedado los días de ingenuidad de Dorian, quien a partir de ese instante vivirá en la pendiente que dicta la filosofía hedonista, una férrea predisposición al disfrute de los placeres sensoriales, un camino ideológico en la vida que le ha trazado su amigo Lord Henry.

Sin embargo, mientras observa el lienzo, un acceso de cólera e impotencia se interpone: "¡Qué triste resulta!”, exclama Dorian. “Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. Nunca dejará atrás este día de junio… ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! Daría… ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!"

Lo que viene es harto conocido. Dorian Gray pierde paulatinamente la conciencia de sus actos y decisiones.Con las semanas y meses, el óleo con sus propias facciones se va deformando, mutando, envejeciendo y afeándose, y ese dibujo acaba convertido en un monstruo, mientras él, el Dorian de carne y hueso, sigue conservando la lozana apariencia de la juventud y la belleza. De alguna forma, Dorian entiende que no sólo su pacto con el diablo funcionó y que el paso de tiempo actúa dramáticamente sobre las delicadas líneas en la pintura en lugar de hacerlo sobre su persona, sino que las consecuencias de sus decisiones y actitudes, la crueldad, el cinismo, la falta de sensibilidad que apenas se anima a reconocer, generan un deterioro mucho más pronunciado en ese retrato, que pronto estará escondido en la sombra más absoluta de un subsuelo. Para los lectores de esta magnífica obra de Oscar Wilde, también hay premio: comenzamos a entender que el poder condensado por el aristocrático señor Gray no lo hace más sabio, sino más desalmado.

Se cumplen tres años del debate presidencial que enfrentó a Mauricio Macri y Daniel Scioli. Esa pieza mediática impar es una rara avis de la política: su importancia no ha parado de crecer por la distancia ineludible que existió entre las promesas allí anunciadas por el entonces candidato a Presidente de Cambiemos y la siempre pavorosa realidad. Macri, un empresario devenido político que había sacado chapa de “gestor prolijito”, enhebró públicamente un listado de promesas, ahora deshonradas, que incluían desde ecuánimes metas inobjetables como la “pobreza cero” hasta medidas de un carácter más puntual como la eliminación del impuesto a las Ganancias para los trabajadores.

Si se lo piensa, la promesa política de Cambiemos en el debate terminó edificando un andamiaje de expectativa que fascinó y convenció a una parte de la sociedad, de la misma manera que la pintura realizada por Basilio logró esa fascinación sobre Dorian Gray. Probablemente esto sea así, porque lo que hizo un candidato como Macri fue proyectarle a su electorado una imagen de ellos mismos, de nosotros mismos, como parte de una sociedad más justa, inclusiva, eficiente, preocupada por erradicar la pobreza y la indigencia que resultaría del fruto de la aplicación de políticas públicas que venía a incorporar. Nos creímos esa promesa, en parte, por la promesa en sí misma, su efecto siempre vital sobre la expectativa social.

Hay quienes dicen que en estos días que vivimos sólo puede ser optimista un gran cínico. Las promesas del Presidente no sólo hablaban de “pobreza cero” y “unir a los argentinos”; también de que era menester ineludible desarrollar la actividad, “hay que expandir la economía, no ajustar”, apostar a “la creación de dos millones de puestos de trabajo”, a partir de la estabilidad que iba a generar la confianza en la moneda, la inclusión social para la que reservaba el compromiso de construir “los 3.000 jardines de infantes que faltan” y el acceso a la vivienda con el lanzamiento de “un millón de créditos hipotecarios a 30 años con fondos de la ANSES”. Para ello se partía de la decisión de Cambiemos de no devaluar, “en nuestro país no tenemos problemas de dólares: este país produce dólares”. Ese texto enunciado incluía además el compromiso de atacar de plano la inflación, porque “la inflación es la demostración de la incapacidad de gobernar. Va a ser el problema más fácil de resolver” y “duplicar la inversión en ciencia y tecnología”.

Aunque roza el masoquismo más peregrino, huelga decir que nada de todo esto llegó a cumplirse. Es más: en muchos aspectos, las decisiones que se tomaron en el poder buscaron muchas veces generar resultados a contramano de esas premisas.

La flamante ley de Presupuesto que anticipa un recorte de más de $ 400.000 millones solicitados por el FMI se parece más a la vieja ley de déficit cero que, como toda legislación parecida, estará destinada al fracaso más rotundo. En esta línea, el gobierno nacional asume que no sólo 2018 tendrá recesión cercana al 2,5%, sino que en 2019 esa recesión seguirá tallando duro. Esto no hará más que aumentar los niveles de pobreza e indigencia: si bien a junio de este año la pobreza pasó del 25,7 al 27,6 por ciento en forma interanual, al aislar los datos del trimestre abril-junio ese dato trepa a 29,1 por ciento y las estimaciones de la UCA arrojan guarismos superiores para los próximos periodos. Incluso de los 2 millones de puestos de trabajo, solamente se crearon cerca de 60.000 por encima de los datos de 2015 y un número cercano a los 200.000 que incluye a además incluye a monotributistas y trabajadores de casas particulares.

Por supuesto, la devaluación ha sido estremecedora. El tipo de cambio trepó casi 290 % en el gobierno de Cambiemos y el endeudamiento sumó cerca de U$S 100.000 millones. En rigor, desde esta semana Argentina es el país que mayor deuda pública registró para Latinoamérica y el Caribe en simetría al tamaño de su economía. Según el Banco Mundial, la cifra equivale al 80% del PBI, en la punta del ranking. Lejos de haberse aplacado, la inflación fue de 41 por ciento (2016), 24,8 por ciento (2017) y una estimación de 44 por ciento (2018). En cuanto a los contribuyentes de cuarta categoría (jubilados, asalariados, autónomos) que pagan Ganancias, su número total creció en cerca de 700.000 personas, hasta un tope de 1,9 millón de personas.

Mi hipótesis es que, así como las actitudes, decisiones y actos de Dorian Gray generaban un efecto demoledor y nocivo sobre su propia figura retratada en el lienzo por su amigo Basilio, así también las decisiones y actos del Presidente Macri terminaron actuando con naturaleza destructiva sobre el tejido social y productivo que somos. Es decir que quienes formamos parte de la sociedad, pero especialmente los sectores más vulnerables, acabaron siendo permeables a la falta de sensibilidad y compromiso de Cambiemos en el poder, de la misma manera que el retrato de Dorian Gray mutaba dramáticamente por la ignorancia, la negligencia, la corrupción generada a partir de una vida oculta de perversiones y vicios, desprovista de todo sentimiento y respeto hacia los demás, que profesó el propio Dorian en su existencia. En el fondo, Dorian es como Wilde: una inteligencia sensible y subversiva.

Es obvio que en estas circunstancias no hay margen para pedirle al Presidente “menos promesas y más realidades”, porque eso significaría que queremos una sociedad que acumule derechos a los ya existentes, que los mejore, que promueva debates sobre cuestiones profundas y no sobre las materias más básicas, porque estas no sólo son lo importante, sino también lo urgente.

Sin libertad no hay política. Sin política, no hay libertad. La promesa en la política es una forma de ejercer ambas. Pero traicionar esa promesa es quebrar, darle la espalda a la política. La corrupción, la ignorancia disfrazada, la manipulación de los instrumentos que sirven a la democracia, la negligencia en el cargo público, la opacidad de las instituciones, la justicia parcial, los favores a los grupos corporativos amigos, todo es traición a la promesa en la política.

La antipolítica, esa mentira tan ampliamente difundida, también lo es. En rigor, no existe la antipolítica: la familia, la escuela, la pareja, el club, una reunión de consorcio, el ámbito laboral, un movimiento social, todo es un ámbito político por una razón: las decisiones que allí se toman son decisiones políticas. Si se lo piensa, desconfiar de la política sería, entonces, como una especie de reducción de nuestro campo de acción, del campo de batalla como sociedad. Si la diversidad es innata a nuestra especie, lo más natural será siempre que existan ideas, intereses, opiniones y creencias distintas. La política es el lugar por excelencia para debatirlas. Es el debate, no el consenso, lo que refleja la acción política. Pero las sociedades deben definir su esfera de discusión, no negarla como si se tratase de algo que va en contra de la práctica democrática.

Las líneas de la cara que conforman lo social se deterioran sin pausa. Oscura, condenada, atea, frívola, realista, prosaica, genial, El retrato de Dorian Gray y por ende nuestra realidad política admiten la lectura más casta y también la más perversa, porque Oscar Wilde era ambas cosas y, en muchos aspectos, quienes nos gobiernan también lo son.

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