Macri lo garantiza

Virajes inesperados en la pendiente argentina

                      Gustavo Grobocopatel: nada contra Cristina

 

En las recientes semanas se pudieron observar una serie de movimientos de los principales actores políticos y económicos que no se pueden entender sino en el grave contexto productivo y financiero de los últimos meses, y el que se anticipa para el próximo semestre.

Nadie que no sea un propagandista oficial se confunde sobre la precariedad y fragilidad del esquema actual: continúa atenuada, pero constante, la fuga de capitales que pone en crisis el frágil equilibrio externo de ingresos y pagos de divisas para 2019.

Si “lo que entra tiene que ser igual a lo que sale” en materia de dólares para no correr el riesgo de caer nuevamente en default, la persistencia de la salida diaria de un promedio de 160 millones de dólares para atesoramiento refleja la indiferencia de una reducida minoría social –la que compra sistemáticamente— en relación al destino político del actual gobierno.

Movimientos bruscos, inesperados en la cotización del dólar reflejan lo que han logrado tres años de neoliberalismo, desregulación y transferencia al sector privado de mecanismos fundamentales de control. El hipersensible clima social está sujeto a constantes rumores y a los sobresaltos provocados por cualquier noticia económica proveniente del exterior. Una economía con arrebatos de euforia y depresión, viviendo al segundo, sin ninguna perspectiva de mediano plazo. Ningún sesudo análisis resiste tres días, y cualquier pronóstico tiene alguna posibilidad de acertar en el corto plazo.

El Banco Central continúa acumulando una serie de nuevos riesgos, como con las LELIQ (Letras de Liquidez), títulos que se mezclan peligrosamente con la cartera de depósitos de los bancos, generando el riesgo de que movimientos inesperados en relación a estos instrumentos generen suspicacias entre el público depositante.

Para no hablar de la economía real, en la cual se perdieron 20.400 puestos formales en septiembre, marcando una fuerte aceleración de la destrucción de puestos de trabajo en relación a los meses previos.

El deterioro no se limita sólo a los trabajadores y capas medias. Hoy las malas noticias llegan crecientemente de las grandes empresas, que están sufriendo pérdidas considerables. Incluso algunas como Mastellone o Arcor que no deberían sufrir deterioros severos en sus balances, dados los rubros de consumo básico en los que operan.

 

Quejas, dudas y reacomodos

La olla a fuego no tan lento que es la realidad argentina empieza a mostrar transformaciones. La sociedad siempre es lo suficientemente compleja para que la lógica convencional no alcance a determinar todas las reacciones posibles. Pero en un período de degradación, los actores no se pueden quedar en el mismo lugar donde pensaban estar, y en algunos casos sorprendentes, empiezan a abandonar la ubicación que los caracterizó en los primeros dos años y medio de la gestión macrista.

Recordemos brevemente: el canon, la Biblia, el juramento sagrado de pertenencia al bloque neoliberal al comienzo de esta gestión, partía de la base del repudio más profundo y definitivo a Cristina Kirchner y al kirchnerismo. Nada de ese espacio político debía quedar en pie.

No era un capricho: el rechazo ideológico y cultural al kirchnerismo era la contrapartida del amor al nuevo país neoliberal que se avecinaba, a los nuevos negocios que se podrían hacer, a los nuevos dólares que se podrían atesorar y enviar al exterior, al gobierno sin molestas interferencias sociales que se podría realizar a medida que se afianzara el proyecto.

Era el nuevo país, con un sistema político basado en un nuevo bipartidismo neoliberal, con una centro derecha y un centro peronismo al servicio de las empresas, un país reconciliado con el mundo (Estados Unidos y la Unión Europea), donde se restaurarían las jerarquías sociales y se establecería claramente una particular meritocracia basada en el tamaño del patrimonio.

Para construir ese país de negocios, debía ser erradicado el kirchnerismo y destruida su gran figura aglutinadora, Cristina Kirchner. Se avanzó con bastante persistencia hacia esas metas, y el poder judicial fue un protagonista relevante de la gesta aprisionadora, junto con los principales medios y todo el aparato político e institucional de la derecha argentina.

Sin embargo, el insólito desbarajuste financiero y patrimonial provocado por el propio programa económico oficial apoyado por las empresas conmovió hasta los cimientos los planes del nuevo proceso de reorganización nacional.

Se comenzaron a observar desplazamientos, reencuentros y cambios de rumbo que tienen el trasfondo del desorden que desde la Casa Rosada se ha generado.

 

Cristina dejó de ser la lepra

Crecientes sectores que habitaban el amplio espacio que respondía a la hegemonía liberal, o que habían contribuido al triunfo macrista empezaron a sentirse incómodos con la pertenencia a un experimento calamitoso, fuertemente agresivo para amplias franjas poblacionales y empresarias. Por ahí empezaron las reconciliaciones de Moyano y otros sindicalistas, de intendentes que se habían alejado oportunistamente del kirchnerismo, de gobernadores peronistas que fueron y vinieron.

De pronto se podía volver a aparecer en una foto junto a la ex Presidente, dejar trascender que se había conversado con ella, cesar de referirse a ella como una figura delincuencial para empezar a evaluarla políticamente y a abandonar el libreto en blanco-negro propuesto por la estrategia duranbarbista (honestos/corruptos; transparentes/opacos; modernos/retrógrados).

Periodistas empezaron a desadjetivar su verba incendiaria anti kirchnerista, y se pudo acceder a análisis y versiones de la realidad menos sesgadas hacia el macrismo, o al menos un poco más matizadas.

Y hasta peronistas que hicieron de la beligerancia anticristinista su eje argumentativo central y la piedra fundante de su alianza con el poder real, como Massa, empezaron a suavizar sus diatribas.

 

Un giro cualitativo

Sin embargo, la novedad que marca un giro cualitativo en esta mutación del escenario ha sido la aparición de representantes de diversas fracciones económicas concentradas que han reestablecido contacto tanto con Cristina como con el “marxista” Kicillof. Empresarios de diversas áreas productivas, pero también financistas globales, han solicitado entrevistas para consultar puntos de vista de los referentes kirchneristas en relación a las perspectivas de corto plazo de la economía argentina, la viabilidad del acuerdo con el FMI, la eventualidad de una renegociación de la deuda, y las posibles líneas de acción de una nueva gestión encabezada por Cristina u otro dirigente de similar orientación.

Muchos de los mismos empresarios que suscribieron la ideologizada versión de que vivimos 12 años en un régimen chavista, y que finalmente habíamos salido de la esclavitud de la mano de Mauricio Macri y Cambiemos, han quedado pasmados por el desmanejo macrista que llevó a la economía argentina en menos de dos años y medio al borde del default y a un derrumbe de la actividad sólo comparable con el catastrófico 2001.

"No soy antiperonista, me preocupa que haya un Gobierno peronista de mala calidad. No me preocupa que vuelva Cristina, esperemos que lo haga con otro entorno" afirmó el empresario sojero Gustavo Grobocopatel, quien hace poco tiempo evaluaba pésimamente todo lo que oliera a kirchnerismo. El presidente actual de la Sociedad Rural Argentina salió a enmendarlo: “Sería un retroceso que volviera el gobierno que no sólo impulsó políticas que destruyeron buena parte de las actividades del agro sino que además tiene una mirada de enfrentamiento al campo” dijo Daniel Pelegrina. Grobocopatel es uno de una serie de empresarios empujados al realismo en el marco del actual desastre, lo que indirectamente los obliga a revisar todo el esquema discursivo previo. En cambio la SRA insiste en el invento de un pasado horroroso (¡”destruyeron buena parte de las actividades del agro”!) y en la beligerancia aprendida desde el intento golpista en ocasión de la Resolución 125.

La tensión se ha instalado en el bastión central de apoyo del macrismo, el gran empresariado.

Y amenaza con contagiar a todo el elaborado relato macrista de un pasado tan insoportable, que hasta tiñó de penurias este presente (que siempre es promisorio).

Queda para el anecdotario argentino el lamento del empresario inmobiliario Eduardo Costantini, que confesó haber pasado de “billonario” en dólares (mal expresado en castellano: quiso decir dueño de más de mil millones) a simple y empobrecido dueño de menos de mil millones verdes. Superada la sonrisa, es significativo el dato real de que muchos grandes propietarios, por el descalabro cambiario y accionario provocado por su gobierno, han visto recortado su patrimonio en porcentajes que jamás acontecieron bajo la aborrecida dictadura cristino-chavista. Más bien lo contrario.

Políticamente lo que está ocurriendo es una dinamización del escenario discursivo precedente, que refleja el pase a un estado líquido del férreo alineamiento empresario previo, atizado adicionalmente por la ruleta grosera de la causa de las fotocopias de los cuadernos.

La habilitación a un Poder Judicial faccioso hasta hace poco era festejada y consentida en tanto se ocupara de meter presos a los corruptos, que en la versión unificante del bloque neoliberal eran exclusivamente los kirchneristas. Ahora se abrió un espacio de indeterminación tan complejo, que puede provocar todo tipo de reacciones y enfrentamientos entre empresarios, empresas y ramas.

En la trituradora económica en marcha, la vieja expresión “prefiero perder el 10% pero que no vuelva la yegua” quedó desactualizada. ¿Qué pasa si en realidad perdés el 40%? ¿Y qué pasa si perdés todo? Una cosa es que los trabajadores queden sin empleo, o que caigan en la pobreza. Hasta ahí el ajuste era bienvenido. Pero ahora estamos hablando de un nivel superior de crisis, que afecta grandes negocios y patrimonios, y sacude el confortable mundo que reposaba en el axioma de un kirchnerismo presentado como depósito de todos los disvalores nacionales.

El gobierno limosnea por el mundo aprovechando el G20, y esperando swaps chinos, inversiones francesas e inglesas, y al menos 250 millones de dólares de Estados Unidos en construcción de obras públicas, indispensables para lograr algo de reactivación pre electoral.

Mientras tanto protagoniza bochornosos episodios de ineptitud (final Boca-River, recepción del Presidente Macron, confusión del líder chino Xi Jinping), que demuestran la falsedad del autobombo de eficiencia de la derecha argentina realmente existente.

Gracias a la acción del gobierno macrista, el discurso duranbarbista de la Argentina honesta, eficiente y emprendedora, frente a la Argentina bruta, delincuente y cerrada al mundo se vuelve cada vez más insostenible, y hasta sus más fervientes repetidores empiezan a sentir cierto pudor ante un relato cada día más inverosímil.

La salida provisional que encuentran en la derecha es la denigración total de la sociedad argentina, y la acusación masiva por los problemas generados por su gobierno. Muchos sectores medios, educados en el autoflagelamiento nacional, compran esa versión para continuar solidarios con el gobierno que les sigue contando cuentos sobre un futuro venturoso.

Falta ver cuáles serán sus reflexiones cuando sus ídolos, los hombres de negocios y sus fuentes de información —los medios hegemónicos—, ya no puedan tapar el vendaval con la mano ni suministrarles un relato confiable para explicar sus propias desventuras.

Entre tanto, la capacidad de comprensión política del gran empresariado parece sólo activarse a golpes de caída de la rentabilidad. Cosa que el macrismo garantiza.

 

 

 

 

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