Macri, o la pesadilla de los jóvenes

Se los estigmatizó para justificar su expulsión de un modelo oligárquico de país

 

¿Se acuerdan de esas películas en las que Freddy Krueger atacaba a los más jóvenes mientras soñaban? El símil puede parecer descabellado, pero es el mejor que encontramos para explicar lo que ocurrió con el macrismo porque, de hecho, fue un largometraje de terror sin intervalos que duró cuatro años. No puede ser considerado uno de los pochocleros, tampoco de los que dan sueño. A diferencia de ellos, este fue real y su parecido está en que la víctima fue el más vulnerable.

Es necesario dejar de discutir con el humo que nos vendieron durante cuatro años y preocuparnos por el reverso de la trama, que son esas cosas importantes que siempre estuvieron pero que nunca pudimos ni nos dejaron ver. Recordemos que el periodo 2015-2019 es el que más padecieron nuestros pibes, dado el retroceso de la vulneración de sus derechos, como consecuencia de un Estado Nacional y Provincial que no estuvo a su servicio, sino al de para los sectores adinerados.

La desigualdad en términos económicos que dejó Mauricio Macri da la pauta de que el gobierno de Cambiemos fue un proyecto con características de régimen oligárquico que, según los datos de la Cátedra Unesco en base a la EPH del 2019, permitió que los más ricos fuesen los que más ganaron. Este sector concentró el 31,9% de los ingresos, mientras que el más pobre solo recibió el 1,6%. Es necesario politizar la distribución de las riquezas, porque es la única forma posible de entender que si existen expulsados es porque alguien que los expulsó, que los dejó de lado, que tomó esas decisiones, sabiendo que los más vulnerables son nuestros jóvenes porque allí es donde más golpea la pobreza.

Estos porcentajes ilustran la destrucción de los sueños de tener un proyecto de vida. Pero además debemos sumar las representaciones construidas por los medios hegemónicos que construyen sentido común, a partir de opiniones como: “Si son pobres, es porque quieren”. Los medios masivos tienen un papel fundamental en la reproducción cultural que se hace de la pobreza, principalmente porque la presenta como un estado natural y no como un proceso (Raiter, 2008). Según esa lectura, el actor social es pobre por elección y no porque existió un modelo económico que lo empujó a esa condición.

Hoy los jóvenes son los que más expuestos están al desempleo, al trabajo precario y la uberización de la economía. No se necesita ser técnico, estadista o especialista para darse cuenta, basta con prestar atención a las largas colas de jóvenes buscando trabajo en una estación de servicio u observar quiénes son los que traccionan a sangre los deliveries. Ser joven pobre en un país en las condiciones heredadas del macrismo no solo posibilita la existencia de lo obvio, que es una alta tasa de desempleo, sino también el abandono de las instituciones de las que formaba parte, entre ellas la escuela y la universidad. Esto fue lo único que supo hacer el gobierno de Mauricio Macri: daño. Pero nadie sufrió tanto como ellos, porque no se los condenó ―únicamente― al ostracismo de un proyecto colectivo de país que nunca los incorporó, también se los estigmatizó para justificar su expulsión.

El problema es que cuando se los expulsó y arrojó fuera del tejido social, se amontonó a los jóvenes en hogares donde se transformaron en la tercera generación de desempleo. Y allí no les quedño otra que quedarse viendo una película de terror, en la que día tras día se les iban cerrando cada vez más las puertas de la libertad y la posibilidad de la emancipación.

Tenemos en nuestras manos la posibilidad histórica de que los jóvenes puedan volver a soñar. No la desaprovechemos.

 

 

 

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