Macri reza para que pase lo imposible

Los moderadores del debate van del antikirchnerismo militante al light

Antes y después del 27

La dinámica política y social se acelera al calor del desastre económico provocado por el gobierno de Cambiemos.

El tiempo que nos separa del 10 de diciembre consta de dos segmentos económicos muy diferentes: hasta el 27 de octubre seguiremos con un escenario productivo y laboral pésimo en el que el gobierno intenta con algún éxito disimular la increíble fragilidad financiera y bancaria que ha provocado; después del 27 de octubre, cuando quedará absolutamente claro que ha sido barrido del escenario político y por lo tanto que está vacío de poder, será imposible maquillar el desgobierno realizado.

No sólo destacados analistas de la derecha ya descuentan la victoria del Frente de Todos, sino que verdaderos prohombres del sector financiero, como Ricardo Arriazu, anticipan ese resultado. En una reciente reunión en el IAEF (Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas), Arriazu recordó su propia experiencia como negociador ante el FMI, donde comprendió que dicho organismo tiene el criterio de hablar sobre el futuro con las autoridades futuras, y agregó: “Por eso es que el Fondo solo va a hablar con Fernández, ese fue el mensaje, ese es el criterio del organismo. El desembolso es tema del próximo gobierno”. Es notable la grave discrepancia que existe entre la gente de derecha bien informada y con análisis realista del cuadro de situación y la base social macrista, a la que se mantiene en un limbo de fantasías incumplibles.

Al mismo tiempo, la calificadora de riesgo Moody's cambió hace una semana la perspectiva del sistema bancario argentino en su totalidad, de “estable” a “negativa”, esgrimiendo “el debilitamiento de las condiciones de financiamiento y la alta vulnerabilidad a los shocks externos, reflejados en los retiros significativos de los depósitos”. Moody's toma nota: vienen cayendo rápido los depósitos y se van al dólar. Hay límites a la complacencia de las instituciones del capital global con el gobierno argentino, y las calificadoras de riesgo están en peligro de caer –una vez más— en el descrédito, si siguen tapando los desaguisados financieros realizados por un gobierno “amigo de los mercados”. Moody's justifica su decisión en el “deterioro de las condiciones operativas que están afectando los perfiles de riesgo de activos, el capital y las ganancias ajustadas por inflación”. Lo que está describiendo esta empresa es cómo el extremo deterioro financiero argentino, que ya llevó a establecer controles cambiarios y postergación de pagos de bonos locales, se está trasladando al sector bancario sin prisa pero sin pausa.

Y esto antes del 27 de octubre.

A partir de esa fecha, es probable que el gobierno deba tomar nuevas medidas —como siempre tarde y a desgano—, para evitar posibles descalabros bancarios que agudicen la ya grave situación económica del país.

Hasta el 27 de octubre, el aparato comunicacional y político que le responde a Cambiemos seguirá insistiendo en la posibilidad de “dar vuelta” el resultado de las PASO. Esa actitud de negación de la realidad tiene efectos muy perversos sobre los propios adherentes de la Alianza, ya que viven una ensoñación destinada a estallar el día de las elecciones.

A los daños psíquicos provocados por la ingestión masiva de publicidad tóxica durante años, se sumarán las reacciones destempladas frente al resultado que todos esperan, aquí y afuera del país, menos ellos.

Entre otras, las reacciones económicas de ahorristas y depositantes en shock, que le pueden complicar seriamente la vida al gobierno, y en especial el frente bancario.

La ensoñación preelectoral cambiemita –“se puede dar vuelta el resultado”—, para la cual se están gastando (dilapidando) enormes recursos, sirve para minimizar transitoriamente la debacle y llegar a la fecha de los comicios con una pretensión de normalidad y consolidar un piso electoral importante.

Una normalidad extraña, en la cual uno de los pilares del actual gobierno, el campo, sigue retaceando la venta de soja y se demora la liquidación de divisas por parte de las empresas exportadoras. Una normalidad en la cual el BCRA se ve obligado a reforzar las medidas que estableció hace unas semanas para parar la fuga de divisas, situación que lo llevó a denunciar a los que decidieron ignorar las limitaciones publicitadas –que se revelaron voluntarias— para la compra de más de 10.000 dólares.

La denuncia del Central es un tanto ridícula en el marco de las bases ideológico-culturales de este gobierno. La sociedad argentina en un porcentaje significativo no considera un disvalor ni la compra de dólares ni la violación de las disposiciones oficiales. Es más, esos son parte de los valores centrales de la coalición social macrista, que considera un pilar fundamental de la libertad la adquisición libre –al Estado— de moneda extranjera para cualquier fin, sin restricciones.

El fundamentalismo neoliberal ha mostrado en estos años su capacidad para generar desastres económicos y sociales innecesarios, y al mismo tiempo su plena funcionalidad para la naturalizada práctica de la fuga masiva de capitales hacia afuera de la economía nacional.

 

 

Lo viejo no muere y mata a lo nuevo

En la semana que pasó, la Cámara Nacional Electoral designó a los periodistas que tendrán a su cargo la moderación de los debates presidenciales.

Ya la propia instancia del debate, organizada como un espectáculo donde no se realiza un análisis político profundo, sino que se le ofrece al espectador un conjunto de expositores que tratan de manera tensa y acelerada de convencerlo sobre las bondades de su producto, no parece un aporte real a la discusión política genuina. La “justa del saber” político es tributaria de la espectacularización de la política y su transformación en un consumo más, de un televidente pasivo y en pantuflas.

Pero las características de la decisión de la Cámara Nacional Electoral (CNR) son un signo político de algo más profundo y trascendente, que signará los próximos tiempos y los cursos de acción política de la derecha gobernante y del amplio campo opositor.

El perfil político de los periodistas designados por la CNR para “moderar” el espectáculo abarca un abanico que va desde los antikirchneristas militantes y furiosos –no precisamente moderados—, a los antikirchneristas más light o sofisticados, que hasta hicieron algunas críticas al macrismo, aunque nunca equivalentes a la virulencia desplegada contra Cristina Kirchner y su fuerza política.

El proceso por el cual se seleccionaron estos nombres tiene que ver con las discrepancias entre las fuerzas políticas que van a participar en el evento televisivo, que no se pudieron poner de acuerdo en cuales debían ser los periodistas a designar. Entonces, la CNR optó por decidir sola, “en base a las sugerencias de los equipos de campaña y los nombres de los profesionales propuestos por los propios canales de aire, en su mayoría caras emblemáticas de sus noticieros”.

Reaparece aquí un problema democrático central: la persistencia del control sobre parte del aparato del Estado y sobre los principales medios de comunicación, del sector social que puso al macrismo al frente del país. Sólo así puede explicarse el irrepresentativo sesgo de los periodistas seleccionados en relación a la composición y relevancia de las fuerzas políticas que acaban de mostrar su poder de apelación electoral. Se acaba de ningunear en forma completa al sector al cual todas las encuestas y factores de poder fundamentales observan como el que quedará a cargo del Poder Ejecutivo a partir de diciembre de este año.

Nada de esto es gratuito ni espontáneo. Se trata de una verdadera exhibición de poder –arbitrario— destinado a afectar exclusivamente a uno de los candidatos. Todos los otros pueden estar tranquilos, que no serán sometidos a ningún destrato por parte del periodismo seudo independiente encargado de la “moderación”.

Poder, o prepotencia de poder, que continúa inmutable ante las reiteradas expresiones de Alberto Fernández sobre la necesidad de deponer actitudes confrontativas y volver al diálogo y al intercambio de buena fe.

La respuesta del régimen dominante es enviarle periodistas de guerra, o de retaguardia, mostrando los resortes de los que aún dispone el aparato conservador.

La excusa de la consulta a los principales canales de televisión no puede ser más grotesca. Se finge que se está tratando con medios “independientes” o profesionales, que antepondrían el sagrado deber de informar a sus relaciones políticas y a los negocios que vienen tejiendo con el poder macrista.

En realidad se trata de canales especializados en ser consistentemente opositores –antes y después del 2015— del kirchnerismo. Que aportaron todo su arsenal comunicacional para la remoción de Cristina Kirchner –y de todo lo que ella representaba— del poder, y que luego trabajaron al unísono con el gobierno de Cambiemos hasta hoy, y con los jueces que trabajaron para Cambiemos, para estigmatizar y vilipendiar a una fracción no menor de la vida política argentina.

Se puede discutir todo del kirchnerismo, pero no se lo puede tratar como si fuera una mera banda de delincuentes sedientos de poder, como ha sido la versión unificada y difundida hasta la náusea de la derecha gobernante. Cuando complementariamente se observa qué tipo de régimen político colaboraron a entronizar esos medios a los que la CNR considera neutrales, queda claro que la preocupación que los animaba en su colaboración con el poder hegemónico no era la moral pública, ni las instituciones republicanas, ni la transparencia de la gestión de gobierno, ni el diálogo, ni la tolerancia, ni la eficiencia.

Puede sospecharse a esta altura del proceso político argentino, a medida que se van desmoronando las causas judiciales destinadas a dar “fundamento” al relato de la decencia de las corporaciones, que al kirchnerismo se lo ha perseguido por sus características socialmente democratizantes y su apelación patriótica a la autonomía nacional, que están en las antípodas ideológicas del poder que sostiene al macrismo.

Claro, está en disputa la interpretación de todo lo acontecido. La derecha fue buena en su campaña de instalación masiva, gracias a los medios “independientes”, del falso recuerdo de un pasado cuasi insoportable hasta 2015, que había que superar.

El problema para continuar la actividad manipuladora es que el camino seguido por Macri, el PRO, la UCR, Carrió, junto con las corporaciones, terminó empujando al país al default, al deterioro económico y social, a la crisis cambiaria y bancaria y al hundimiento económico de las grandes mayorías.

El sector social que lideró la lucha contra el kirchnerismo, y que arribó al poder de la mano de Mauricio Macri, pretende no sólo no hacer ninguna autocrítica sobre el daño colectivo que ha causado, sino salir absolutamente impune del desastre que ha generado. Tan impune como para poder criticar desde el primer día al gobierno de los Fernández, subido al púlpito de la pureza inmaculada. Tan impune como para generar escenarios de confrontación pública completamente sesgados, para debilitar al gobierno entrante en todo cuanto se pueda.

Parte de la continuidad del relato derechista es esta acción grosera de la CNR, que actúa como si el país estuviera en 2016, con la derecha “democrática y moderna” flamante y ensoberbecida, y el kirchnerismo aturdido y lleno de contradicciones y reproches.

Pero nada de lo que pudo haber hecho el kirchnerismo es grave en comparación de lo que hoy están pasando los argentinos.

Algo de la reacción social ante el descalabro macrista empezó a aparecer el 11 de agosto, pero aún es muy leve, si se considera la magnitud del daño provocado. La superestructura institucional de la sociedad prefiere no darse por enterada. Por supuesto que hay reacomodamientos, y los sectores más lúcidos que sostuvieron al actual gobierno ya trabajan en condicionar o directamente vaciar al gobierno de Alberto Fernández de todo contenido popular sustantivo, más allá de un imprescindible alivio social inmediato.

Muchos adherentes del Frente de Todos se sienten sumamente confiados en las capacidades argumentativas de Alberto Fernández en los debates televisivos por venir. Efectivamente, el candidato del Frente ha sido capaz de incursionar en los programas más hostiles, sorteando las preguntas más envenenadas y pudiendo mantener una actitud de equilibrio emocional y de control de lo que se proponía comunicar. Por supuesto que siempre contó con una válvula de escape, que es su salida temprana del gobierno kirchnerista y sus posteriores críticas públicas con Cristina, a quien viene defendiendo honrosamente frente a los ataques más salvajes.

 

 

Cuando se despertó, el gorila seguía allí

Pero el tema no es el resultado del espectáculo llamado “debate presidencial”, o la capacidad de Alberto para arreglárselas en situaciones comunicacionales hostiles.

El tema es la persistencia de un entramado mediático que no refleja los movimientos existentes en la sociedad, sino la capacidad de un sector social completamente fracasado en cuanto a su propuesta para el país, para continuar manipulando la conciencia de las mayorías. Este sector mantiene una actitud provocadora, agresiva y excluyente, como si el país estuviera en 2016. No habrían pasado cosas.

También Macri se comporta como si estuviera en 2016, haciendo propuestas como si acabara de nacer de un repollo. En él se entiende más, porque debe minimizar la derrota y sostener una fuerza política amenazada de extinción. Pero los poderes permanentes exhiben aquí su herramental para intervenir en la conformación del escenario político. Ese herramental no ha sido ni derrotado, ni neutralizado.

Las fuerzas que constituyen el Frente de Todos, y que aspiran a constituir no sólo una administración  que venga a sofocar el incendio del país dejado por la derecha neoliberal, sino un gobierno que ponga en marcha un modelo inclusivo y soberano, deben tomar nota de que la victoria electoral será sólo una parte de la construcción de un poder político capaz de operar más allá de los límites ideológicos y comunicacionales que el poder real está marcando.

Se nos pide que disimulemos el autoritarismo político y comunicacional actual, aceptando la ficción de un periodismo ecuánime sólo preocupado por la verdad. Es el primero de muchos otros disimulos, más serios y más graves, que se le demandarán al próximo gobierno so pena de ser agredido por este aparato conservador trans-institucional que aún sigue en pie.

Decir la verdad sobre lo que pasa, exponer las tramas de poder, arrojar luz sobre los intereses sectoriales que operan sobre los principales resortes y decisiones del Estado, no debería ser sólo la obsesión de un puñado de dirigentes políticos, de periodistas corajudos expulsados de casi todos los medios o de intelectuales sin poder, sino una necesidad política para sustentar la credibilidad y autonomía del próximo gobierno popular.

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí