Mafia y fascismo

Urge decir “no” para poder pensar sin las coacciones que pretende imponer el terror

 

Las mafias son organizaciones criminales y violentas que se balancean entre lo ilegal y lo legal, en el mercado y en la política. El fascismo es un movimiento contradictorio, de afirmación y negación, que es posible pensar bajo la forma de una interpelación reaccionaria de las multitudes y como una organización que despliega terror. Fascista no es una categoría caduca en la lengua política popular; tiene vigencia y es pertinente para definir a sujetos que políticamente piensan y operan de modo antidemocrático –ahora estando contenidos, paradójicamente, dentro de las fronteras de la propia democracia–, que remiten a la experiencia histórica del fascismo (rememorando sus acciones, sus símbolos: un sol negro vuelto tatuaje, por caso) o que recuperan la experiencia fascista como un modelo a imitar, incluso en ausencia de discursos enunciados con nitidez. En cuanto a su vertiente europea clásica, puede ser pensado como el triunfo de la revolución. De la revolución bolchevique y de los conatos sagrados de la completa emancipación política y económica en Italia y Alemania, y en España también. El fascismo encuentra serias dificultades para surgir allí donde la emancipación es débil.

En la Argentina la emancipación no está en su momento de mayor lustre, es cierto. Y sin embargo no declina. Su corazón sigue latiendo. Sabemos por qué. Ha optado por la retaguardia y una intervención discursiva propia de la tensa andadura folletinesca del suspenso. Son modos de la política y de la lucha emancipatoria para resguardar una apuesta popular igualitaria en un frentismo que ha elegido una práctica de debilidad que construye debilidad. También sabemos que una organización regida por lógicas mafiosas desde la cumbre del Estado no logró detener el corazón emancipatorio nacional en el cuatrienio negro y por eso ahora se ha aliado con el fascismo tecno/neo para volver a arremeter contra ese corazón, cuya expresión nacional estuvo empalmada con un potente latinoamericanismo. Ese corazón estuvo ubicado en un amplio tejido populista integrado a un organismo mayor: el de la democraticidad radical latinoamericana.

El atentado al corazón de la emancipación apuntó a un lugar corporal sintomático, el centro de la razón –se puede decir de la razón nacional– y tuvo las características del fusilamiento (acción realizada por un individuo en la que se dispara contra la cabeza). ¿Por qué se precipitó el atentado? Para interrumpir la fiesta popular que cual retozón neumático hecho multitud se arrojó sobre un barrio de “impropia politicidad” luego del alegato de Lucky Luciani para revitalizar con su soplo la emancipación nacional latente. Atentar con el terror y la violencia contra el orden democrático tiene el objetivo de hacer entrar el impulso emancipatorio en una zona de dificultad reflexiva (conmoción y confusión), imponer una situación brumosa de inmovilismo al campo popular y nacional, y apunta, también, a restaurar un poder que se pretende indiscutible e incuestionable. Si se quiere intervenir en la reproducción de este poder unívoco (indiscutible e incuestionable) debemos estar dispuestxs a pensar de manera distinta.

Mafia y fascismo están presentes en el territorio nacional. Históricamente, son fuerzas concurrentes y en la Argentina de esta parte del siglo XXI también. (De paso, dato sugerente: el próximo 28 de octubre se cumplirá un siglo de la marcia su Roma de Mussolini). Tienen un denominador cultural común: violencia/terror. Ambas, además, tienen una aversión por la democracia, que consideran una especie de cáscara formal que pretenden vaciar y capturar a través del despliegue del terror, precedido por la amenaza. Recordar: antes fueron los piedrazos contra un despacho en el Congreso. Luego, el atentado. Ambas organizaciones, el fascismo y la mafia, son solidarias también porque piensan y practican la cultura patriarcal. Y el atentado tiene también ese sesgo nítido de género.

Jonathan Morel militó la candidatura de Macrì y luego fundó la agrupación Revolución Federal, dentro de cuya atmósfera están contenidxs Brenda Uliarte y Fernando Sabag Montiel (nacido en San Pablo, Brasil). Gran parte de la violencia que promueve la reacción se pretende ocultar en el uso de la figura del extraño, del extranjero, del lobo suelto, del electrón perdido. Esta versión se basa en un supuesto antiguo: que la violencia proviene de los intrusos. Complementariamente, cuando el campo popular expone la violencia, cuando devela las tramas ocultas del terror, pasa a ser sindicado como violento, como si la violencia, el terror del que hablamos se originara en su seno. Nada que ver. Uno de los financistas de Morel –según sus declaraciones publicadas en un artículo sinuoso entre la apología y la crítica, Que tengan miedo de ser kirchneristas– es el grupo Caputo –integrado por “el hermano del alma” y el ex ministro de Finanzas, parientes entre sí–, que le encargó muebles por casi 2 millones de pesos. Una de las características de las organizaciones mafiosas son los lazos de parentesco y de amistad entre sus integrantes. Respecto de esta última palabra, vale recordar un discurso que en 1925 un ex primer ministro italiano, político liberal-democrático, pronunció en Palermo. Se trata de Vittorio Emanuele Orlando: “Ahora les digo (oh, palermitanos) que si por mafia entendemos el honor llevado a la exageración, la intolerancia contra toda prepotencia y atropello, llevada hasta el paroxismo, la generosidad que enfrenta al fuerte pero que es indulgente con el débil, la fidelidad a las amistades, más fuerte que todo, incluida la muerte, si por mafia entendemos estos sentimientos y actitudes, aunque con sus excesos, entonces en este sentido son marcas indivisibles del alma siciliana y me declaro mafioso y estoy feliz de serlo” (Giuseppe C. Marino, Storia della mafia, Newton Compton, 2012, p. 128).

En el atentado está involucrado también Gabriel Carrizo. Es asistido por dos letrados que comparten buffet y con terminaciones nerviosas en Juntos por el Cambio: Gastón Marano y Brenda Salva. Marano revistó hasta hace un puñado de días como asesor del senador cambiemita chubutense Ignacio Torres, integrante de la Comisión Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia; anteriormente, trabajó en la Oficina de Ciudadanía de la Embajada de Estados Unidos y más recientemente asesoró a Ramiro Marra, legislador de la Ciudad de Buenos Aires por la Libertad Avanza. En cuanto a la otra letrada, Salva, trabajó como asesora de Karina Bachey, diputada por San Luis, que revista en el bloque PRO y en el interbloque de Juntos por el Cambio.

Tal como la mafia, que ya no se presenta con gorra y escopeta al hombro, tampoco el fascismo se presenta ya con los antiguos rituales de los años ‘20 y ‘30 del siglo pasado. Esas estructuras violentogénicas han evolucionado. Cambiaron (“Cambiemos” propone su lema) sus formas, pero el peligro y las desmesuras que son capaces de descerrajar sobre la existencia popular siguen intactas. Ambas se han transformado pero sus prácticas ancestrales quedan: empresariedad violenta y politicidad del terror. Mafia y fascismo son fenómenos distintos y sin embargo coincidentes, que en nuestra Argentina se han anudado. En Italia también lo hicieron.

Hipótesis para una sociedad convulsionada, para recomponer la autonomía social: decir “no” es empezar a pensar, como afirmaba el viejo David Viñas; sugerencia implícita también en el discurso político-poético del presidente Gustavo Petro en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Decir “no” para pensar sin las coacciones que nos quiere imponer el terror, porque para intervenir en la reproducción de un poder oscuro se precisa pensar de manera distinta. Movilización popular para activar una atmósfera festivo-reflexiva (un libertarismo de espíritu colectivo practicado por un proletariado anímico) para imaginar alternativas. Empalmarla con el corazón emancipatorio resistente en el tejido de una internacional latinoamericana.

Cuando esta hipótesis devenga tesis, acontecerá lo justo y lo bello de nuestra Argentina. Una revolución ética y estética.

 

 

 

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