“Con la resonante victoria de anteayer, Mauricio Macri se encamina a consagrarse como un líder nacional fuerte de la democracia argentina, poniéndose probablemente en la nómina selecta que inició Yrigoyen, y continuaron Perón, Alfonsín, Menem y los Kirchner en el último siglo (...) Acaso pueda parecerle a algunos excesivo colocarlo en ese lugar por un triunfo, por más contundente que haya sido. Sin embargo, ese éxito marca un cambio de época en múltiples aspectos: generacional, profesional, programático, estilístico”. En octubre del 2017, Eduardo Fidanza saludó la victoria de Cambiemos en las elecciones de medio término con un ditirambo publicado en las columnas de La Nación. El conocido analista político consideraba que “Macri interpreta la juventud y el afán de cambio (...) y su estética new age rompe los moldes formales del hombre público”. Y concluía, ya en pleno frenesí: “Macri (constituye) una completa novedad. Su liderazgo, ahora convalidado por el país, es de otra galaxia”.
La tapa de Clarín reflejaba el mismo entusiasmo, aunque con un arrebato un poco más matizado: “Macri ganó en más de la mitad del país y venció a Cristina en Provincia”. El último dato era el más relevante: CFK había perdido en el territorio peronista por antonomasia frente a un candidato menor como Esteban Bullrich. Unidad Ciudadana, el espacio político liderado por la ex Presidenta, no llegó al 20% de los votos, lejos del 41,75% de Cambiemos. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Mentalista Carrió –candidata a diputada por Cambiemos– arrasó con más del 51% de los votos; una marca similar a la conseguida por la Ministra Pum Pum hace unos días como candidata a senadora por La Libertad Avanza. “¡No vuelven más!” coreaban hace ocho años los militantes en el búnker de Cambiemos.
Como ocurrió la semana pasada luego de la victoria de La Libertad Avanza en las elecciones del domingo, en octubre del 2017 Mauricio Macri convocó a los gobernadores para “la puesta en marcha de un gran acuerdo nacional tendiente a dar un plan de reformas profundas para la Argentina”. Dentro de ese gran acuerdo soñado se destacaban las reformas previsional, laboral y fiscal, cuyo objetivo era por supuesto “modernizar” la sociedad. Jorge Triaca, el ministro de Trabajo, anunció que se discutirían los convenios colectivos de trabajo para adaptarlos a los parámetros de “productividad y competitividad”, el eufemismo utilizado cada vez que se propone una nueva transferencia de recursos de los trabajadores hacia los empleadores. Según explicó el funcionario en aquel momento, los convenios “son de la década del '70, y están mirando procesos productivos que no existen más”.

El optimismo del gobierno era desbordante. El oficialismo de Cambiemos en su versión extendida (empresarios, jueces y adláteres mediáticos) tomó la victoria de medio término –un hecho habitual desde la vuelta a la democracia– como un cheque en blanco del electorado. El relato macrista repetido como un mantra señalaba que, por fin, los argentinos se habían dado cuenta que no era posible salir de tantos años de “decadencia populista” sin un gran esfuerzo. (“No hay otra forma de salir de esta situación que no sea con dolor”, afirmaría el petrolero Alejandro Bulgheroni, años después, luego de la asunción de Javier Milei.) Los inversores podían estar tranquilos: el kirchnerismo estaba terminado, los argentinos aceptaban por fin el ajuste eterno y había Macri para rato.
Pese al optimismo desbordante, a los votos y al apoyo entusiasta de los medios, Cambiemos sólo pudo avanzar con la reforma previsional; que logró hacer votar en el Congreso luego de una victoria pírrica en diciembre del 2017. A partir de esa fecha fatídica, perdió la iniciativa política y apenas unos meses después anunció el tan urgente como catastrófico acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que generó el rechazo incluso de uno de los pilares macristas, el periodista serio, independiente y apolítico Alfredo Leuco. No es que Leuco volviera a transitar su olvidado ideario de izquierda, sino que el operador mediático intuía, con acierto, que las exigencias del FMI para otorgar el préstamo harían inviable la reelección de Macri. El oficialismo intentó retomar la iniciativa, sin éxito. “En la Argentina nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno” afirmó en noviembre del 2018 el por entonces ministro de Hacienda Nicolás Dujovne, vanagloriándose de empobrecer a las mayorías. “Esto nos fortalece y muestra que la Argentina es capaz de afrontar una situación difícil sin apelar a soluciones mágicas, como hizo en el pasado y además han fracasado. Esto se va a plasmar en una recuperación de la actividad, que veremos el año que viene”. Con encomiable optimismo, aseguró: “Les digo a los inversores que se queden tranquilos. Cambiemos va a ganar las elecciones”.
El préstamo del FMI, el mayor aporte de campaña de la historia (al menos hasta ese momento) obtenido gracias al apoyo entusiasta de Donald Trump, sólo sirvió para que los socios y mandantes de Macri y Caputo salieran con dólares frescos de la bicicleta financiera. Un año después, el líder de otra galaxia perdía en primera vuelta frente a quienes no volverían más.

El oficialismo extendido de La Libertad Avanza, incluyendo al Presidente de los Pies de Ninfa, padece también lo que podríamos llamar el Mal de otra galaxia: considerar que una victoria en las elecciones de medio término equivale a un cheque en blanco. Como en “El Día de la Marmota”, asistimos a los mismos análisis definitivos referidos al final –otro más– del kirchnerismo. Por supuesto, existen grandes diferencias entre aquellas elecciones y éstas. Desde el punto de vista del bolsillo de los argentinos, el 2017 fue el mejor año de la era Macri; mientras que la caída estrepitosa del consumo caracteriza al segundo año de Milei. Por otro lado, el apoyo de Estados Unidos es mucho más explícito hoy, lo que le permitió al oficialismo presentarse como el garante de la estabilidad financiera frente a las supuestas turbulencias que podría impulsar una victoria opositora: “Vótenme si quieren evitar un lunes negro”, sería un buen resumen. Por último, la victoria tan notable como inesperada en las elecciones bonaerenses auguraba un triunfo peronista, lo que potenció aún más el triunfo del oficialismo. Pero, así como la supuesta derrota de CFK la posicionó en 2017 como líder del espacio peronista, hoy el peronismo derrotado se consolidó como única oposición efectiva, luego de que La Libertad Avanza se quedara no sólo con los electores del PRO y del radicalismo sino también con los de la supuesta opción “equidistante” de Provincias Unidas. El peronismo, con todos los dilemas que debe resolver, quedó luego de la derrota como la única opción real a un gobierno mantenido en carpa de oxígeno por el Tesoro norteamericano.
El Presidente de los Pies de Ninfa transita el mismo estado que Macri en aquellos años: está extasiado por la supuesta falta de respuesta popular a un ajuste aún peor que aquel. Siente que por fin los argentinos entendimos que debemos empobrecernos como haitianos para, en cuarenta o cincuenta años, ser ricos como alemanes.
El detalle que olvida, como lo olvidó Macri, es que la realidad también juega.
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