Mamá luchona

Una nueva forma de la estigmatización

 

Qué es una mamá luchona. Según un usuario joven de Internet una mamá luchona es una “villera sin marido, que deja a sus críos con sus madres y con la asignación de sus hijos se va a comprar un shortcito 2 talles más chico”. El concepto apareció hace un par de años en México y llegó a la Argentina poco después. El patriarcado lo dio vuelta, de la autopercepción reivindicativa pasó a la estigmatización. Sobre las madres jóvenes recae toda la responsabilidad de la ma(pa)ternidad, la mamá luchona es madre y padre a la vez, es una mamá leona, sostén de familia, es resiliente y frente a la adversidad construye una madre todoterreno. Las luchonas son madres adolescentes, de sectores populares, sin pareja con quien compartir la crianza y, el rasgo que más enfurece al patriarcado: son jóvenes que no declinaron sus ganas de salir de noche y de divertirse. La persecución a las mamás luchonas, la burla y el estigma circula entre pibes y pibas usuarios de Internet, en canciones, en memes, un indicio de una nueva inquisición que no viene de arriba. Los pibes y pibas que acusan a la luchona, sin embargo, lo hacen en el mismo tiempo y lugar que se expanden las campañas contra la ideología de género, que se limitan los derechos sexuales y reproductivos, que ganan incidencia política las Iglesias católica y evangélica, que se cuestiona la Educación Sexual Integral y se reduce el presupuesto público destinado a políticas orientadas al género. Crece una ofensiva misógina que tiene en los jóvenes la alianza menos esperada. Y la mamá luchona, piba y pobre, es otra vez la más perjudicada.

 

Luchona madre adolescente

Según datos de UNICEF en la Argentina el 15% del total de nacimientos de 2016 (111.699 de 770.040) son de madres adolescentes. Ese porcentaje se eleva al 20% en provincias de NOA y NEA. Los contextos de vulnerabilidad y el nivel educativo son determinantes centrales: 75% de las madres adolescentes de 18 y 19 años no había terminado la escuela secundaria. Pero no todos los embarazos adolescentes no son planificados, un 39,2% sí lo son. Se estima que América Latina es la segunda región del mundo con mayor cantidad de embarazos en niñas y adolescentes, luego del África sub-sahariana. En la Argentina contar con un panorama completo es difícil porque las mediciones estatales no incluyen embarazos que no llegan a término por abortos voluntarios o involuntarios, sí se sabe que solamente el 43% de las mujeres y 28% de los varones adolescentes tienen acceso gratuito a los métodos anticonceptivos que utilizan.

Según el mito de la mamá luchona, las jóvenes madres llaman a sus hijos “bendiciones”. La maternidad aparece asociada a la máxima realización de la mujer o a una bendición divina. Una aceptación redentora incomprensible para quienes no habitan esos cuerpos. La representación religiosa de la maternidad como milagro, presente en muchas creencias populares y en especial en el catolicismo funciona en estos casos borrando los conflictos y las faltas del Estado. Una mamá luchona de 16 años tiene dos templos: el baile y la Iglesia, que si bien ha funcionado como barrera para el acceso a educación sexual, contiene en los barrios a las pibas desesperadas.

 

 

Luchona sin ESI ni aborto legal

Agustina no llegó a mamá. Murió en un hospital de El Sauzal, en Chaco, después de haber cursado siete meses de embarazo, tenía 13 años, era wichi y no iba a la escuela. Agustina vivía con sus abuelos hasta que supo de su embarazo. Cuando se enteró, se mudó con el novio, de 18 años. Agustina fue 3 veces al hospital más cercano a controlar su embarazo. Nadie le informó sobre la legalidad del aborto en caso de que la vida o la salud de la persona gestante corra riesgo. Ella volvió al hospital con neumonía, desnutrida y con una infección. Le hicieron una cesárea, murió el bebé y ella al día siguiente. Según la Multisectorial feminista de Chaco, “el caso de Agustina se encuadra perfectamente en el término de feminicidio, por la inactividad del Estado para la prevención de esta muerte evitable. Porque a Agustina, desde su hambre y desnutrición, hasta su derecho a interrumpir su embarazo, sufrió una cadena de violaciones a sus derechos, y la privaron del primer derecho humano, el derecho a la vida”.

Agustina se fue de la casa de sus abuelos cuando mostró su panza. Aun con 13 años, la maternidad prometida la convertía en mujer. ¿Sabía que podía evitar ese embarazo? ¿Quería? Según el informe Rompiendo Moldes, elaborado por Oxfam en 8 países de la región, el 72% de mujeres y hombres entre 15 y 25 años creen que es incorrecto que una mujer interrumpa un embarazo no deseado y el 77% de las mujeres y hombres jóvenes están de acuerdo con que todas las mujeres deberían ser madres.

A los pocos días, en Tucumán más de la mitad de los legisladores respaldó un proyecto de ley que contradice el Código Penal y pretende eliminar una de las causales del aborto no punible mediante la prohibición “de la discriminación al niño por nacer gestado por causa de violación”. Es decir que esta iniciativa intenta eliminar en Tucumán el derecho de niñas, adolescentes, personas trans y mujeres adultas a no continuar un embarazo producido por una violación.

Para Mujeres X Mujeres, Católicas por el Derecho a Decidir, Amnistía Internacional, CELS, ELA, Redaas, CEDES y Espacio Intercátedra de la Facultad de Derecho de la UNT, el proyecto forma parte “de estrategias políticas destinadas exclusivamente a confundir a la ciudadanía e imponer un mensaje acorde con una moral sexual restrictiva —propia de sectores fundamentalistas— que se oponen a la secularización de los planes de vida auto-gobernados y a la construcción de una ciudadanía plena para todas las personas. Y contribuyen al mismo tiempo a que los efectores de la salud denieguen ilegalmente abortos que son legales”, según expresaron en un comunicado conjunto.

 

Mamá luchona con asignación y sin derechos

El Estado fabrica embarazos adolescentes. Mientras se restringe el acceso a información sobre derechos sexuales y reproductivos, en el presupuesto de 2019 hay una caída de 19,1% del total asignado a programas que contienen políticas destinadas a género en comparación con el presupuesto vigente de 2018. Pero además de bajar el gasto, lo adjudicado no se ejecuta: en lo que va de 2018 sólo se ejecutó el 24,2% del presupuesto del Programa Desarrollo de la Salud Sexual y la Procreación Responsable de la Secretaría de Gobierno de Salud.

Además, en 2019 el programa que ayuda a completar los estudios y capacitarse en algún oficio, Hacemos Futuro Juntas (anteriormente Ellas Hacen), tendrá una pérdida de un 24% en términos nominales mientras que en términos reales implica una pérdida del 44%.

Pero la mamá luchona, que le gusta la fiesta y andar suelta de ropa, cobra asignación por cada bendición. Según la ANSES en diciembre de 2018, aquellas que reciben ayuda por hijx o embarazo van a cobrar $1.826 por cada niñx. Este es el punto que más indigna a los detractores de la mamá luchona, que se divierte con “la plata de los impuestos”. Una actualización en clave de género y de raza del desprecio por “los planeros”, la mamá luchona sufre un estigma sobre otro: pobre, negra y mujer.

Sin autonomía económica, sin educación sexual integral ni general, sin información sobre acceso a abortos seguros, sin presencia del Estado, las adolescentes madres dependen únicamente de sus madres, y en el menor de los casos de sus parejas varones. En este contexto, ¿cómo no ser una mamá luchona que sale de joda?

 

Luchona de joda es mala madre

Melina Romero tenía 17 años cuando fue asesinada. Es una de las 277 mujeres víctimas de femicidio en la Argentina durante 2014. “Una fanática de los boliches”, así la describió el diario Clarín cuando aún no había aparecido su cuerpo envuelto en dos bolsas de basura. Al editor del diario le pareció apropiado dar cuenta del estilo de vida de la chica recientemente desaparecida, que era fanática de los boliches, que abandonó la secundaria. La noticia construyó así una “mala víctima”, que a diferencia de la “buena víctima”, algo hizo para merecer su tragedia. Melina se la buscó. Tiene culpa por no ir a la escuela, por salir de noche, por buscar expandir su sexualidad, emborracharse y drogarse, salir del espacio doméstico y todo el rosario de culpas que recaen también sobre las mamás luchonas. Sobre ellas se pronuncia un juicio moralizador que viene de todos lados, de la Iglesia, de los medios de comunicación y también de sus pares.

Gayle Rubin identificó jerarquías de valor sexual y un pánico moral a la “sexualidad mala, anormal, antinatural, maldita”. Ya en 1989 decía que la relación que las derechas establecen entre "la sexualidad fuera del matrimonio y el comunismo no es nueva". El pánico moral y sexual reprime, recorta lo aceptable. Una piba no debería usar su cuerpo como instrumento de valorización social porque eso la convierte en estratega comercial de su cosificación, ni debería buscar su propio placer. Y si una piba suelta no debería, menos debería hacerlo una que es madre. “La mama luchona se destaca por ser villera, y le gusta chupar todo tipo de cosas, tanto pijas como vinos”, dice un usuario de Taringa. Villera, puta, borracha: mala madre, todo lo que está mal.

 

Luchona es soltera

Mamá luchona anda de joda y se gasta los 2.000 pesos de la asignación en divertirse. Anda por su barrio, que es la extensión de su casa. Cuando sale se cruza al vecino que la tocó de piba, al padrastro que la entregó, al amigo que vende, al primo que es chorro. Un territorio donde todos son respetados menos ella. La mamá luchona es soltera. Los espacios donde se dan las violencias machistas de forma privilegiada en adolescentes son espacios públicos y de esparcimiento: los bares, boliches y la calle misma. Muchas mujeres jóvenes encuentran a su agresor en su mismo barrio, podría ser su vecino, el tío de una amiga. En los barrios muchas veces la división entre la vida privada y la pública se difumina y la plaza, la vereda, pasa a ser espacio común y a la vez espacio primario. Son chicas que están expuestas a una trama de violencias que se asienta en un continuum comunitario y en un pacto machista. Esas pibas, dispuestas, engreídas, vulnerables, son propiedad comunitaria de los machitos de la barriada. Ser madre, joven, sin querer o queriendo, y querer aun así divertirse es blanco perfecto para el desprecio que esconde el chiste: mamá luchona. Ahora, ¿cuál es la forma despectiva para nombrar al pibe que abandona a una chica embarazada?

Sin ESI, sin acceso a abortos seguros, sin trabajo, con asignación que apenas alcanza para gastos accesorios, pobres entre los pobres, las mamás luchonas son blanco de mandatos patriarcales que salen de abajo de las piedras. Las madres adolescentes deberían estar en la casa sacrificando su vida a una maternidad bendecida. Sin embargo constituyen fugas del estigma y, en muchos caso, levantan el mamá luchona como bandera.

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