MANUALCITO DEL ESPÍA PRIMITIVO

Víctor Serge, el periodista que se hizo revolucionario y sistematizó los registros de los servicios secretos rusos

 

Bien al fondo del ranking de la cinta azul de la popularidad, los espías argentinos vuelven a ser noticia como herederos directos y dilectos de los métodos dictatoriales. Por más que, aparentemente, a fin de obtener información hayan reemplazado el expeditivo y poco confiable sistema de la tortura física por el husmeo en la correspondencia electrónica privada y aledaños, conservan incólume el carácter mafioso, extorsivo, mercenario y espurio de perseguir tanto al adversario político como al cofrade dudoso. Como le placería decir al epistemólogo ítalo-norteamericano Vito Corleone, llamarlos agentes de inteligencia sería un insulto a la inteligencia.

Pero no siempre fue así. Alguna vez, escuchar los mensajes y descifrar los códigos secretos sirvió, por ejemplo en 1961, para frustrar en la misma playa la invasión de los esbirros de la CIA en Bahía de los Cochinos, que pretendían derrocar el flamante gobierno revolucionario cubano. Ese fue Rodolfo Walsh, con un manualcito de criptografía adquirido en una librería de viejo. Con mayor sofisticación, el espía soviético Leopold Trepper comandó los grupos que infiltraron a los nazis en la misma Alemania y territorios ocupados, conocidos como la Orquesta Roja. Hay un libro memorable de Gilles Perrault que novela la hazaña; no casualmente, era uno de los favoritos de Walsh. También se puede encontrar la crónica original, El Gran Juego, del propio Trepper.

 

 

El autor, Víctor Serge.

 

En este contexto resulta tan oportuno como ilustrativo el librito (11x17 cm, 128 páginas) de bolsillo, pequeño y poderoso, recién llegado desde México, Lo que todo revolucionario debe saber sobre la Represión. Víctor Serge (Bruselas, 1890-México DF, 1947), su autor, arribó a la vieja Petrogrado en 1919 como periodista y no tardó en sumarse (como Walsh, como Masetti) a las filas revolucionarias. Su compromiso lo llevó a hacerse cargo de los gigantescos archivos de la Ojrana, policía secreta del zarismo, encargada de la represión a los grupos socialistas, anarquistas, bolcheviques y, dale que va, a todo aquel opositor a la autocracia. Texto que se inicia con un estudio de la estructura de la Ojrana, comprende detalles sobre el instructivo de reclutamiento de sus agentes, métodos de seguimiento, tácticas de infiltración mediante “provocadores” (en la traducción disponible), artilugios de encriptado y apertura de correspondencia, construcción de organigramas de células, una lombrosiana antropometría, hasta los honorarios de los agentes, todo debidamente ilustrado mediante breves historias verídicas.

Con ese delicioso lenguaje panfletario que corresponde a la época y a la difusión propagandística, Serge dedica un capítulo específico al funcionamiento militante en la clandestinidad, redondeado con un manojo de prudentes consejos dedicados al activismo. Un colofón político teoriza sobre la legitimidad de la violencia revolucionaria y los alcances de la represión, esta vez encarada por los nuevos funcionarios del poder soviético. Prodigioso en volumen y contenidos, el material recabado por Serge y sus camaradas sirvió para la creación, el 7 de diciembre de 1917, de la Comisión Extraordinaria para la Represión de la Contrarrevolución y de la Especulación, la Cheka, por su abreviatura en ruso, antecesora de la KGB, ambas de tan mala prensa. Más colorido y folclórico resultó el Museo dotado de “cierto número de piezas particularmente curiosas., tomadas de los archivos secretos de la Seguridad del Imperio”, la Ojrana, en una de los más bellos salones del mismísimo Palacio de invierno, donde “los visitantes podían hojear, junto a una ventana situada entre dos columnas de malaquita, el libro de registro de la fortaleza de Pedro y Pablo, la tenebrosa Bastilla del zar, sobre cuyos viejos torreones se veía, del otro lado del Neva, ondear la bandera roja”.

 

 

Serge, el autor, con Benjamin Peret, Remedios Varo y André Breton.

 

 

Relevamiento que cubre los rubros más dispares y consigna aspectos hoy por hoy anacrónicos pero no por ello menos pintorescos, como las técnicas para abrir cartas: “Despegar las cubiertas con vapor, despegar sellos lacrados —que en seguida eran repuestos— con una hoja de afeitar calentada, etc. Lo más corriente es que las esquinas del sobre no estén bien pegadas. Se introduce entonces por la abertura un aparato hecho de una varilla metálica, alrededor del cual se enrolla suavemente la carta, que así resulta fácil de sacar y de retornar al sobre sin abrirlo”.  Abundan asimismo mecanismos que han perdurado en el tiempo, como la utilización de seudónimos por parte de los agentes y la adjudicación de apodos a los objetivos enemigos, como “Durazno” por el color de la cabellera, “Ramona” por la similitud a un personaje de historieta, o “Punto Cero” para el personaje central de una red, mutatis mutandis.

Prácticas que el tiempo fue corroborando e hicieron escuela. Como la infiltración de provocadores al concluir una pacífica concentración opositora al solo fin de armar quilombo, justificar una brutal represión y, en especial, para que los diarios al día siguiente puedan incluir “violentos” en sus titulares. Las acciones canutas “no vigilan solamente a los enemigos de la autocracia. Se consideraba bueno tener en la mano a los amigos, y sobre todo saber qué pensaban (…) estudiaba muy especialmente las cartas de los altos funcionarios, consejeros de Estado, ministros, cortesanos, generales, etc. Los pasajes interesantes de estas cartas, ordenadas por temas y fechas, formaban cada semestre un grueso volumen mecanografiado que leían solo dos o tres personajes. La generala Z… escribe a la princesa T… que desaprueba la designación de M. Cierto personaje del Consejo Imperial que se burla del ministro Z… en todos los salones. Esto es anotado. Un ministro comenta a su modo una propuesta de ley, un deceso, un discurso. Copiado, anotado”.

De lo frívolo a lo sádico, el relevamiento de Serge consigna casos específicos de tormentos. Tras recorrer el sistema en los Estados Unidos y Europa, señala que “se ha generalizado después del recrudecimiento de la lucha de clases” y después “de 1905, la Ojrana poseía cámaras de tortura en Varsovia, Riga, Odesa y, según parece, en la mayoría de los grandes centros urbanos”.

De relativa vigencia práctica, Lo que todo Revolucionario debe saber… es un compendio de experiencias históricas que como tal ha de ser valorado. Del detalle hoy divertido a la sanguinaria crónica de la tragedia, releva la actividad de muchos militantes que cayeron en las mazmorras zaristas y los pocos que lograron sobrevivir para cumplir con su destino revolucionario. En este aspecto constituye un imprevisible reservorio de tramas idóneas para inspirar la escuálida imaginación de los narradores preocupados acerca de qué contar. No sólo historias de espionaje; también retazos de la condición humana, de la más heroica a la más abyecta, capaz de alimentar los géneros más disímiles. Por sobre todo, un capítulo de la Revolución Rusa durante los albores de la difunta Unión Soviética y de cómo fue posible hacer reversible el poder del adversario en favor del movimiento popular. Al mismo tiempo, el camino que va de la brutalidad a la inteligencia. Y sus fronteras.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Lo que Todo Revolucionario debe saber sobre la Represión

Víctor Serge

 

 

 

 

México, 2019

128 págs.

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