Mar del Plata, en estado de cine

Un festival que nació en 1954, pero apenas cumple 35 años

 

¿Por qué, si se inauguró en 1954, el festival de cine internacional de Mar del Plata este año recién llega a su edición 34 y no a la 65 como el calendario estipula? No hay que llamar a Adrián Paenza para resolver este dilema. Es sencillo: los años que faltan se los deglutieron avatares políticos, económicos, sociales bien ajenos a la cultura cinematográfica que durante décadas fue institución respetable en la Argentina.

Desde ayer, y hasta el 18 de noviembre, se lleva a cabo en esa playa un encuentro que tendrá de todo, empezando por la exhibición de 500 películas de metraje diverso, procedentes de 31 países. Planteado como merecido homenaje a José Martínez Suárez, que estuvo al frente del festival desde el 2008 y falleció en agosto último, la película de apertura será una suya, estrenada en 1976, Los muchachos de antes no usaban arsénico.

 

José Martínez Suárez.

 

Después de las competencias nacionales e internacionales (que buscarán con un premio Astor, en recuerdo a Astor Piazzolla), entre panoramas y work in progress, retrospectivas y master classes, talleres y presentaciones de libros, capítulos como Generación VHS y cine argentino restaurado, en la clausura se verá The Irishman, de Martín Scorsese. Durante esos diez días, con sus noches, la ciudad estará tomada por entendidos y fanáticos de la pantalla grande y atravesada por un auténtico “estado de cine”.

El que se realiza en la otrora Ciudad Feliz de la costa bonaerense es uno de los 13 festivales del mundo de categoría “A”, equivalente a los de Venecia o Berlín, o como lo soñó su impulsor, Raúl Alejandro Apold, “El Cannes del Cono Sur”. Integrante del gobierno peronista desde 1947, el 8 de marzo de 1954, cuando era un poderoso subsecretario de prensa y difusión, a Apold le tocó cortar las cintas del festival inaugural. La idea empezó a trabajarla un año antes. El segundo gobierno peronista estaba tironeado por dificultades importantes y Apold le planteó al Presidente que una “exaltación del cine mundial” como esta podía convertirse en una plataforma que mejoraría la imagen del gobierno y, de paso, estimular la situación del cine argentino. Aunque la cinematografía nacional no había perdido presencia en el ámbito local, venía algo jaqueada por cuestiones como la escasez mundial de película virgen que retrasaba rodajes y fastidiaba a la industria y por el avance innegable del cine mexicano en el mercado hispano hablante.

 

 

A aquella convocatoria respondieron con su presencia en vivo y en directo más de cincuenta actrices y actores, realizadores y productores de primerísima línea: Edward G. Robinson, Joan Fontaine, Mary Pickford, Walter Pidgeon, pero también la francesa Jeanne Moreau, el italiano Alberto Sordi y el español Fernando Fernán Gómez, además de montones de argentinos como Laura Hidalgo, Luis Sandrini, Mirtha Legrand y Hugo del Carril. En esa oportunidad se exhibieron 101 cortos y largometrajes. Ingmar Bergman presentó Juventud, divino tesoro; Luis Buñuel trajo La ilusión viaja en tranvía y Anthony Mann ofreció Música y lágrimas, la biopic del director de jazz Glenn Miller. Luis César Amadori, con El grito sagrado y Ernesto Arancibia, director de La calle del pecado, defendieron los trapos de nuestro cine. Pero no hubo ganadores y perdedores porque todavía el festival no era competitivo.

 

Toda la carne al asador

Que la Argentina, en ese tiempo en que brillaban las estrellas y nadie pronunciaba la palabra farándula, fue un anfitrión ejemplar que no escatimó recursos, lo revelan ciertos datos.

Durante el festival, el influyente funcionario Jorge Antonio les habilitó a los invitados unidades marca Mercedes Benz de color negro con chofer; mientras duró el acontecimiento, los asistentes extranjeros recibieron enormes atenciones y lujosas cortesías; uno de los rumores, nunca terminado de conformar, fue que enterado Perón de que el actor Errol Flynn, algo pasado de copas, había perdido una suma importante en el Casino, ordenó la inmediata restitución de ese dinero. Esa clase de asistencia personal a los visitantes contribuyó a recalentar el ideario antiperonista de la época, que, con pruebas y habitualmente sin ellas, interpelaba al gobierno por su estilo de actuar como manirroto con los bienes de todos.

Otra cuestión fue objeto de aprovechamiento político por la oposición. En el marco del festival, Perón arribó a Mar del Plata por primera vez en su vida, pero no solo. Se dijo que había estado acompañado por Nelly Rivas, una joven militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (la UES) a la que en no pocas ocasiones se lo vinculó sentimentalmente. Dos trascendidos más marcharon a la papelera. Se afirmó que el Presidente había estado en el estreno de la primera película en Cinemascope. Pero esa proyección nunca se realizó, por un problema insalvable en la pantalla. Lo que sí se estrenó, pero más allá del período festivalero en un auditorio de la Capital y con Perón como espectador, fue el documental Buenos Aires en color, la primera película argentina en tridimensión. Lo atestigua una fotografía en donde casi todos calzan anteojitos especiales que aseguran la visión en 3D y el presidente tiene puestos unos Ray Ban de vidrios oscuros. Invitada como protagonista de la película Pan, amor y fantasía, la actriz Gina Lollobrígida nunca llegó a la cita. Sin embargo, inmediatamente finalizado el encuentro al que ella no concurrió por motivos personales, comenzaron a circular unas postales truchas donde la estrella italiana aparecía paseando por la Rambla marplatense, desnuda, alrededor de una comitiva en la que estaba Perón. El chisme concluía en que las tomas habían sido registradas, por encargo de un pícaro Perón, con una cámara tan especial que tenía el poder de ignorar la ropa, incluso la interior.

 

 

La cuestión no tenía ni medio de amor. Respecto del pan, fue comidilla opositora que circuló durante largo tiempo. Es posible que Perón y Gina se hayan reído de semejante fantasía.

 

Fade out

En varias ocasiones los acontecimientos políticos lastimaron la continuidad del festival. Tras la ditirámbica apertura del año '54, de 1955 a 1959 la celebración quedó en suspenso como parte de la tirria antiperonista generada en los militares y reinstalada en la sociedad civil. De 1959 a 1966 lo tuvo a su cargo la Asociación de Cronistas Cinematográficos, en una época en que la crítica de cine calificaba como ritual prestigioso.

(Una digresión curiosa. En 1963, un año en que los argentinos llenaron salas presenciando joyas como 8 y medio, de Fellini, Los pájaros, de Hitchcock o El silencio, de Bergman, en La Gazeta del Festival trabajó a las órdenes del crítico Héctor Grossi un muy joven Horacio Verbitsky. En la foto aparece con la periodista Enriqueta Muñiz, que ya había participado en la investigación de Rodolfo Walsh sobre la matanza de militantes en José León Suárez en 1956.)

 

Enriqueta Muñiz, con el director de El Cohete, en 1963,

 

De 1970 a 1995 el festival volvió a brillar por ausencia, hasta que Julio Márbiz, presidente del Instituto de Cine en la época menemista, lo recuperó con una edición soñada que en materia de invitados compitió ventajosamente con la inicial. Participaron, entre otros grossos robacámaras, Peter Fonda, Alain Delon, Jacqueline Bisset, Kathleen Turner, Gian Carlo Giannini, Geraldine Chaplin y Alain Robbe-Grillet.

(Una nueva digresión. Todavía hoy se le reprocha a Apold su obstinada negación a un antecedente importante del festival. En 1948, por iniciativa del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Domingo Mercante, el cineasta Arturo S. Mom organizó un encuentro del mundo del cine, también en Mar del Plata.)

Más allá de dimes y diretes, de internas y grietas, el festival le resultó muy propicio al cine nacional, porque le abrió puertas de otros festivales y porque incentivó aportes de producción internacional. En los últimos años, realizadores e intérpretes argentinos disputaron muchos cetros y lauros en festivales extranjeros. Los distintos momentos de crisis económica, que acotaron las visitas de famosos, justificaron un slogan que tiene algo de eufemismo: “Las estrellas son las películas”. Un fenómeno importante —con medida de acontecimiento— es, para quien esto escribe, el público cinéfilo que en esa decena de jornadas y en centenares de exhibiciones trata de no perderse ni un fotograma y seguir aprendiendo. Los próximos días de Mar del Plata tendrán la responsabilidad de honrar un dicho de Martínez Suárez: “Hacer cine es hacer vida”.

 

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