A fines de 1902, Venezuela –que salía de una guerra civil y padecía una profunda crisis financiera– suspendió los servicios de pago de su deuda externa. Gran Bretaña, el Imperio Alemán y el Reino de Italia exigieron el pago inmediato de las deudas contraídas con sus Estados y sus empresas, y, en un encomiable ejemplo de diplomacia de la cañonera (gunboat diplomacy), bloquearon y bombardearon puertos y buques venezolanos.
Venezuela pidió ayuda a los Estados Unidos y al resto de los países de la región, invocando la Doctrina Monroe (principio establecido en 1823 por el que Estados Unidos se comprometía a no intervenir en los asuntos internos de Europa y, a cambio, exigía que las naciones europeas no intervinieran en los asuntos de las Américas). El Presidente Theodore Roosevelt prefirió mantenerse al margen del conflicto y ofreció apenas la posibilidad de una intermediación. El único país latinoamericano que denunció la intervención extranjera fue la Argentina. Su canciller, Luis María Drago, consideró injustificable el bloqueo, el bombardeo de los puertos y la destrucción de la flota venezolana como procedimiento de los países acreedores para obtener el pago de la deuda soberana.
Drago le hizo llegar al gabinete de Roosevelt una carta en la que manifestaba su rechazo al método de las potencias europeas: “El acreedor sabe que contrata con una entidad soberana y es condición inherente de toda soberanía que no puedan iniciarse ni cumplirse procedimientos ejecutivos contra ella, ya que ese modo de cobro comprometería su existencia (...) En una palabra, el principio que quisiera ver reconocido es el de que la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea”.
Los argumentos del canciller fueron retomados por varios países latinoamericanos y luego, ya como Doctrina Drago, fue incluida en la III Conferencia Panamericana desarrollada en Río De Janeiro en 1906.
Por su parte, Roosevelt establecería otra doctrina, un corolario a la Doctrina Monroe, de un intervencionismo eufórico: Estados Unidos se otorgaba la potestad de inmiscuirse en los asuntos internos de los países latinoamericanos si cometían “faltas flagrantes y crónicas”.
Su primera aplicación práctica ocurrió en 1905, cuando Estados Unidos asumió la administración de las aduanas de la República Dominicana para garantizar el pago de deudas reclamadas por Francia, el Imperio Alemán, el Reino de Italia y los Países Bajos; países que, como en el caso de Venezuela, habían enviado algunas cañoneras para ilustrar su voluntad de diálogo. En pocos años, Estados Unidos se transformó en el único acreedor extranjero de la República Dominicana. Se convirtió así en el cajero de la región, rol que ampliaría al mundo occidental a partir del Acuerdo de Bretton Woods de 1945, que a la par que crearía el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial establecería el dólar como moneda de referencia.
Hace unos días, Donald Trump anunció el envío de fuerzas navales cerca de la costa de Venezuela “para combatir el narcotráfico”. No sin cierta premura, el Presidente norteamericano anunció una primera victoria: “En los últimos minutos, literalmente, destruimos un barco cargado de drogas, con mucha droga. Salieron de Venezuela”. El video difundido, sin mucha información más allá de la imagen de una lancha, fue cuestionado por las autoridades venezolanas, que lo consideraron un montaje. Dejando esas dudas de lado, es interesante preguntarse cómo supieron los militares norteamericanos que llevaba droga y por qué consideraron tener el derecho de hundirlo, asesinando a sangre fría a una tripulación que no representaba riesgo alguno hacia las tropas norteamericanas. Se trata de otro ejemplo de la Doctrina Irak: “Si lo mataron los marines, era terrorista”.
El Presidente colombiano, Gustavo Petro, consideró que, de ser cierto, el operativo –que presuntamente dejó un saldo de once muertos– fue una ejecución extrajudicial. La Argentina, en cambio, dio un entusiasta apoyo a la política de la cañonera de Trump. Antes del envío de tropas, la Cancillería, encabezada por Gerardo Werthein, anunció la incorporación del “Cártel de los Soles”a la lista de organizaciones terroristas, como parte de “los compromisos internacionales asumidos por la Argentina en materia de lucha contra el terrorismo y su financiamiento”.
En el mismo comunicado denunció que “este grupo criminal trasnacional es encabezado por miembros de alto rango de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela, incluidos Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, según un informe del Departamento de Justicia de los Estados Unidos”.
— Oficina del Presidente (@OPRArgentina) August 26, 2025
El gobierno de la motosierra justifica así cualquier acción militar futura contra un país históricamente aliado, a partir de una denuncia vaporosa del Departamento de Justicia. En realidad, asimilar narcotráfico a terrorismo es un viejo truco de los Estados Unidos para abrir la puerta a cualquier intervención de sus Fuerzas Armadas en la región contra gobiernos no amigables. Es interesante señalar que según informes oficiales de la ONU y de la Administración de Control de Drogas (DEA), Venezuela no es un centro relevante del narcotráfico internacional. Al contrario, el mayor tránsito de estupefacientes desde el Sur hacia Estados Unidos se lleva a cabo a través del océano Pacífico. Pero tiene la principal reserva de petróleo del mundo y la cuarta reserva de gas. Digamos todo.
La prédica interna de matón de barrio del gobierno de la motosierra cohabita con una diplomacia de felpudo que se aleja de la mejor tradición de nuestro país. Cualquier funcionario de segunda línea del Pentágono o el Departamento de Estado logra en nuestro Presidente un paroxismo que no consiguen ni los ladridos de sus perros celestiales ni la habilidad de su hermana para las comisiones.
En todo caso, es bueno recordar que Luis María Drago no era un discípulo de Kropotkin, sino un conservador de tendencia liberal, además de ministro de Relaciones Exteriores del segundo gobierno de Julio Argentino Roca. No deja de ser paradójico, en ese sentido, que Javier Milei y su entorno de lunáticos –cuya sumisión a los Estados Unidos es casi perruna– se vean reflejados en aquellos políticos que crearon ese Estado que prometen destruir en nombre de unas psicotrópicas fuerzas del cielo.
Son liberales imaginarios, pero cipayos genuinos.

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