Masacre en Plaza de Mayo

El objetivo más importante de la agresión no fue la Plaza, fue el pueblo

 

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Una encuesta casera que hicimos para medir el nivel de conocimiento, entre sectores populares, sobre el bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, dio resultados sorprendentes: casi el 90% desconocía los hechos.

Esa mañana el cielo estaba encapotado, por eso, aquellos pioneros vuelos de la muerte empezaron tarde y se le complicaron las cosas a los comandos civiles que se aprestaban a entrar armados a la Casa Rosada. Sin embargo, pudieron tomar Radio Mitre —que todavía no era de Clarín— y mientras las bombas caían sobre la gente una voz marcial decía: “Argentinos, escuchad este anuncio del cielo volcado por fin sobre la tierra argentina. El tirano ha muerto. Nuestra Patria hoy es libre. Dios sea loado (…) En estos momentos, las fuerzas de la liberación económica, democrática y republicana han terminado con el tirano. La aviación de la Patria al servicio de la libertad ha destruido su refugio (…) Ciudadanos, obreros, estudiantes: la era de la libertad y de los derechos humanos ha llegado”. No lograron matar a Perón y tampoco volcar a una mayoría de las FFAA a su favor, el golpe fracasó, y los pilotos volaron a Montevideo a buscar refugio. Dejaron atrás 9.500 kilos de bombas republicanas que cayeron sobre la población indefensa. Más de 300 muertos y 1250 heridos.

La construcción del olvido empezó de inmediato. El 17 de junio los diarios Clarín y La Nación, entre otros, presentaron los hechos con fotografías que mostraban los daños materiales pero escamotearon las imágenes que exponían los cuerpos quemados y mutilados. Con una especie de pudor transversal, se tardó mucho tiempo, años, en referir la explosión de un micro escolar colmado de niños; como si la barbarie desatada no pudiera ser nombrada con la ilusión de aplacarla.

El objetivo declarado por los responsables de la masacre argüía la voluntad de matar a Perón, matar “al tirano”. Muy dudoso que ese haya sido el objetivo, al menos el único. Si así fuera, podrían haber acudido a métodos más quirúrgicos. El entonces Presidente frecuentaba muchos lugares públicos, un francotirador hubiera alcanzado para ese fin. El objetivo, podemos conjeturar, era bombardear el escenario simbólico de donde fluía el poder peronista con sus actores adentro. La herejía de llenar de sangre “la plaza de Perón” y cortarle, de ese modo, su base de sustentación.

Los aviones que descargaron las bombas llevaban inscriptos, como se marca al ganado, la leyenda “Cristo vence”, esa misma noche militantes peronistas enardecidos salieron a quemar iglesias.

En ese contexto, a nadie le convenía exponer a los muertos. Desde los sectores opositores al peronismo se trató de minimizar los hechos por miedo a las represalias. Se hizo hincapié en los daños materiales para pintar un clima de caos y desgobierno. Por el lado de los medios oficialistas, la operación fue en el mismo sentido, pero por razones opuestas. Lo que Perón no quería era mostrar una imagen que exhibiera la humillación y lo dejase en una situación de debilidad. No quería aparecer como una víctima. Desde el 17 de junio en adelante se comenzó a articular el discurso que presentaba al Presidente en funciones, ocupado, anunciando la reconstrucción. La orden que llegó a los medios oficialistas fue ocultar los muertos. Desde la Secretaría de Informaciones y Prensa, Raúl Apold dejó instrucciones claras de no mostrar esas imágenes. La televisión apenas estaba en pañales, pero en los cines podían verse los informes de Sucesos Argentinos. Por lo menos seis cámaras estuvieron ese día en la plaza registrando los hechos, pero no eran transmisiones en vivo, debían ser editadas para luego proyectarse. El registro fílmico de los bombardeos y de sus víctimas, que sólo en el caso de Sucesos Argentinos incluía, al menos, unos 120 minutos de imágenes, fue definitivamente descartado para la exhibición en los noticiarios. El gobierno estaba en guerra con los golpistas y no quería mostrar ese material porque suponían que podría generar desmoralización y miedo. Es decir que, por un motivo o por otro, casi nadie vio a los muertos.

Tres meses después los militares lograron derrocar al gobierno peronista y obligaron al Presidente Perón a empezar un exilio de casi dieciocho años. La dictadura que lo sucedió no tuvo el menor interés en mostrar esas imágenes y comenzó a hacer circular el mito, que aún muchos repiten, de que la culpa de esos bombardeos la tuvo Perón.

 

 

El obrero defendiéndonos de los aviones a lo King-Kong, según Daniel Santoro.

 

 

Pero no solo los diarios y noticieros ocultaron a los muertos, también los historiadores. Tulio Halperín Donghi, en 1960, relata así la historia: “El 16 de junio a la protesta desarmada siguió la tentativa de golpe militar: una parte de la Marina y la Aviación se alzó contra el gobierno, bombardeando y ametrallando lugares céntricos de Buenos Aires. Esa noche, sofocado el movimiento, ardieron las iglesias del centro de la ciudad, saqueadas por la muchedumbre e incendiadas por equipos especializados que actuaron con rapidez y eficacia: en San Francisco, en Santo Domingo, el fuego se llevó todo, hasta dejar tan sólo el ladrillo calcinado de los muros; las cúpulas, levantadas y rotas por la presión de los gases de combustión, dejaron paso a llamaradas gigantescas”. Preocupación meticulosa por las iglesias quemadas, ni una palabra sobre los cuerpos asesinados. Por la misma época, y con el mismo tono, se expresaba José Luis Romero: “Repentinamente, la vieja conspiración militar comenzó a prosperar y se preparó para un golpe que estalló el 16 de junio de 1955. La Casa de Gobierno fue bombardeada por aviones de la Armada, pero los cuerpos militares que debían sublevarse no se movieron y el movimiento fracasó. Ese día grupos regimentados recorrieron las calles de Buenos Aires con aire amenazante, incendiaron iglesias y locales políticos, pero el Presidente acusó el golpe porque había quedado a descubierto la falla que se había producido en el sistema que lo sustentaba” [1].

Hay un equívoco en la forma en que nombramos aquellos sucesos. En lugar de referirnos al bombardeo a la Plaza de Mayo, que no hace alusión a seres humanos, deberíamos contar aquella jornada como la Masacre de Plaza de Mayo. El objetivo más importante de la agresión no fue la Plaza, fue el pueblo. Hubo más muertos y heridos que durante el bombardeo a Guernica por parte de la aviación de Hitler y Mussolini. El Guernica de Picasso quedó como símbolo mundialmente conocido de ese crimen de lesa humanidad.

En Argentina lidiamos con el olvido en una batalla cuerpo a cuerpo. La memoria y el olvido no tienen nada de naturales, tampoco son fenómenos regidos por el azar, son construcciones sociales. Por eso están atravesados por tensiones e intereses en pugna, son escenarios de una batalla que el presente resignifica a cada paso. Y no estamos hablando de un pasado sin consecuencias sobre nuestras vidas. La dictadura que se impuso tres meses después de la matanza en la plaza fue la que trajo por primera vez a la Argentina al FMI.

 

 

 

 

 

[1] Citado en el libro: 16 DE JUNIO 1955, BOMBARDEO Y MASACRE, Juan Besse y María Alejandra Rodríguez.

 

 

 

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