Mejor no hablar de ciertas cosas

Mientras los medios bombardean con el coronavirus, el dengue causa estragos

 

Comencemos con dos preguntas sobre las redes de medios monopólicos: ¿cuándo una epidemia se vuelve noticiable? Y, ¿por qué desde hace un mes sus agendas están dominadas por el coronavirus?

El antropólogo Eduardo Menéndez encuentra características recurrentes para que una epidemia se vuelva noticiable:

  • Se trata de enfermedades nuevas cuyo tratamiento aún no se conoce.
  • Ocasiona graves consecuencias económicas.
  • Afecta a países desarrollados y a los conjuntos sociales de ingresos más altos.
  • Despierta interés en la industria farmacéutica y genera incertidumbre tanto en la población como en quienes integran el campo de la salud.

El coronavirus cumple todos estos atributos, por ello ha irrumpido en los medios de comunicación hace más de un mes, dominando las discusiones sobre cuestiones sanitarias y ocultando la existencia de otras epidemias recurrentes en América Latina y la Argentina. Como muestra la tabla, la cantidad de casos notificados de dengue es superior a la de coronavirus y de mayor letalidad, incluso considerando el año en curso.

 

 

 

 

En la Argentina, entre 2015 y 2018 hubo un promedio de 31.000 muertes por neumonía e influenza que no fueron noticiables. Sin embargo, ahora las redes de medios que monopolizan el mercado de la información se ocupan de la epidemia de coronavirus de manera alarmista y catastrófica, lo cual se refuerza con la posición que transmiten los funcionarios de organismos internacionales con una sentencia recurrente: “No estamos preparados”. Los discursos “expertos” son retomados por los medios como certezas, aunque el conocimiento epidemiológico que lo sustenta se basa en probabilidades, las cuales son una cuantificación de la incertidumbre.

En los medios de comunicación la lógica de lo noticiable se impone más allá de la real dimensión de la epidemia de coronavirus. Un ejemplo de esto se evidenció en el programa de Mauro Viale del 26 de febrero, en el que participamos y donde vimos la imposibilidad de la reflexión, ya que la conducción del programa estaba más preocupada por los pasajeros del crucero MSC Meraviglia, por un caso potencial de coronavirus a bordo, que por la realidad sociosanitaria argentina.

 

 

 

 

¡Había que hablar del coronavirus! Pero no analizando las reales implicancias nacionales, sino promoviendo mensajes alarmistas y contradictorios. A la vez que se seguía el minuto a minuto de la situación en el crucero, fomentando el pánico y la violencia, se señalaba con asombro la reacción del dueño de un supermercado de origen chino que se defendía de un repartidor que le había dicho: “¡Qué hacés, coronavirus!”. En síntesis, la red de medios que monopoliza el relato a partir de acciones sensacionalistas construye representaciones sociales sobre el coronavirus que lo asocian a ideas de catástrofes, miedos y alarmas, que terminan configurando un espectáculo mediático.

Las epidemias también ocultan muertes poco noticiables. Esto se puede ver en la amplia difusión que recibió esta semana la posible infección por coronavirus de una turista italiana en El Calafate (Santa Cruz), frente al silencio que acompañó la muerte por dengue de Isidro Segundo, cacique chorote que residía en la comunidad El Cruce, en Tartagal, provincia de Salta, y a las dos muertes por dengue en la provincia de Buenos Aires. Pero sí está siendo noticiable el primer caso de coronavirus en México.

Históricamente, las epidemias se vuelven noticiables cuando comienzan a afectar a las clases medias y altas o se concentran en ellas. Algunos ejemplos al respecto son la epidemia de poliomielitis en nuestro país en la década de 1950, la de meningitis meningocócica en San Pablo (Brasil) en la década de 1970 y el inicio de la epidemia de VIH-sida a partir de la década de 1980. El coronavirus también está afectando a personas de los estratos más altos de la población mundial, muchas de ellas vinculadas con actividades transnacionales, como el comercio, la industria, el turismo y la diplomacia.

Todo lo que hemos dicho no es algo nuevo. Desde la década de 1960 se sabe que los medios de comunicación influyen en la opinión pública, delimitando el qué hablar y el cómo hacerlo. A pesar de esto, la noticiabilidad, el alarmismo y la espectacularización de las epidemias continúan sucediendo tal como observamos con la gripe aviar, la gripe A y el ébola. ¿Cómo es posible que conociéndose el rol de los medios y las consecuencias en la calidad de la información no pueda romperse con su matriz hegemónica? Y es que los medios producen su propia epidemia, la “infodemia”, es decir, la sobreabundancia de información que genera una paranoia colectiva. En Argentina, mientras el coronavirus es trendic topic de nuestras redes, en Buenos Aires hay una sobredemanda de barbijos, precaución desmedida porque su uso solo está indicado para las personas infectadas. La noticia se dirige a interpelar a nuestro bien más preciado –la vida– y eso hace que tengamos reacciones emocionales más que racionales.

El tratamiento mediático de la epidemia impacta en las relaciones interpersonales. En un contexto de alarmismo generalizado provocado por una enfermedad que se transmite de persona a persona, los vínculos con otras personas se ven severamente afectados. El miedo al contagio puede levantar barreras discriminatorias con quienes se infecten, lo que promueve el control sobre las personas y no sobre las enfermedades. Pero, además, el miedo puede subrayar la estigmatización y segregación de conjuntos sociales en virtud de su procedencia nacional, grupo etario, género, raza o prácticas. El discurso hiperpreventivista que culpabiliza a quien se infecta y que atemoriza por la posibilidad de contagio, actualiza también tensiones sociales, culturales, económicas y políticas preexistentes.

La epidemia de VIH-sida nos enseñó que las primeras reacciones potenciaron la discriminación sobre la comunidad homosexual, hemofílica, usuarios y usuarias de drogas intravenosas, personas de Haití, de África y aquellas denominadas promiscuas. Todos fueron concebidos como grupos de riesgo, sobre los que se levantaron barreras que deterioraron el lazo social. ¿Es impensable suponer que la imagen de las personas de nacionalidad china, en particular, o aquellas cuya apariencia física los asimila a la región asiática pueda verse deteriorada? Pero, además, ¿no es posible que se genere un movimiento en el que las personas infectadas puedan ser responsabilizadas por su enfermedad debido a que su comportamiento poco precavido facilitó el contagio?

Al inicio de una epidemia, la culpabilización del contagio se focaliza en un otro distante, que no puede acercarse a nosotros. Pero a medida que se propaga y comienza a visualizarse la amenaza como inminente, se redirige la sospecha a grupos locales y a la caza de casos “cero” o “superdispersadores”. Ante el desarrollo de una posible epidemia, las prácticas preventivas disponibles cuestionan algunas bases sobre las que se conforma nuestra sociedad. Si la exaltación al individualismo y la acción autorreferencial, construidas por el neoliberalismo, dominan los comportamientos cotidianos, debemos preguntarnos: ¿qué tan dispuestos estaremos a permanecer aislados, si es necesario, en pos de obtener un beneficio colectivo?

 

 

 

* Este trabajo fue realizado por el Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús, que Spinelli dirige.

 

 

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