Melodías del exilio

El legado de músicos judíos en la Argentina

Imagen del afiche de la película “El exilio de los músicos”.

 

Las mujeres se enjugan las lágrimas, pasan los pañuelos por sus rostros: son las imágenes icónicas de Sinfonía de un sentimiento, el descomunal filme de Leonardo Favio. En el siguiente plano, unos hombres pasan por el funeral y posan sus manos en el cajón. Cuando falleció Evita, al músico Víctor Schlichter no le preguntaron. Directamente le dijeron: “Maestro, usted tiene que componer la música”. Así lo cuenta su hijo en el documental El exilio de los músicos, dirigido por Iván Cherjovsky y Silvia Glocer. No había tiempo que perder: la música para uno de los velorios públicos más masivos de la historia, con una duración de 16 días, diferentes homenajes y una inmensa peregrinación de más de dos millones de personas, necesitaba un compositor que resolviera rápidamente, en el curso del fragor político. “Mi padre tomó cosas de su música y así, con lo que sintió de ese momento y con lo que tenía ya trabajado, compuso una música triste. Al poco tiempo, lo quisieron afiliar al partido. Y él respondió: ‘No, soy extranjero’”. Y el hijo de Víctor Schlichter dice que ahí nació su mote de “ser extranjero en todas partes”, a lo Witold Gombrowicz. 

 

 

Víctor Schlichter forma parte de los 140 músicos que, en su investigación, Silvia Glocer llegó a contabilizar hasta el momento en una suerte de diccionario de músicos judíos exiliados en la Argentina. Es un trabajo aún inconcluso y en constante crecimiento, que empezó hace unos años con 20 casos, luego se amplió a 60 y siguió engordando, parte de su tesis doctoral en Historia y Teoría de las Artes en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que luego se publicó en el libro Melodías del destierro (Gourmet Musical) y tomó forma en el documental El exilio de los músicos, de reciente estreno y que sigue recorriendo diferentes circuitos de exhibición. La próxima presentación será en el Museo del Holocausto el lunes 30 de junio. El trabajo de Glocer se concentra en recuperar la huella de los músicos que llegaron a la Argentina expulsados por el nazismo, muchos de ellos artistas de prestigio mundial que habían estudiado en universidades europeas. Compositores, intérpretes, musicólogos y críticos que arribaron con nuevas técnicas y pedagogías, de las más avanzadas de la época. Algo que en la historia de la música argentina apenas si se había reconocido, ni como artistas judíos ni como exiliados. 

 

Tapa del libro de Silvia Glocer.

 

Schlichter no sólo participó de la música del funeral de Evita, sino que escribió obras para cine argentino, como Una mujer sin cabeza, protagonizada por Niní Marshall; también música para niños, de teatro —sobre todo para su hermana, la directora Hedy Crilla—, foxtrot y canciones; hizo arreglos de operetas de músicos europeos y trabajó para radio El Mundo, donde dirigió la orquesta. Fue en 1936, para escapar de la persecución política de los nazis, que emigró a la Argentina junto a cuatro compañeros de la orquesta “Los Bohemios Vieneses”. Schlichter acompañó musicalmente en programas radiales a actores cómicos como Pepe Iglesias “El Zorro”, Los Cinco Grandes del Buen Humor, el chileno Tato Cifuentes “Tatín” y al uruguayo Juan Carlos Mareco “Pinocho”, y a cantantes como Gregorio Barrios, Fernando Albuerne y Hugo Romani.

El Tercer Reich había forzado el éxodo de artistas e intelectuales de una manera sin precedentes en la historia europea. Entre ellos, también en el campo musical, fueron perseguidos, torturados, asesinados o conducidos al exilio gran cantidad de compositores, directores, instrumentistas y musicólogos. Como cuenta en su libro Melodías del destierro, algunos de los exiliados tomaron la Argentina como lugar de paso, mientras que otros la adoptaron, en forma definitiva, como país de refugio. Glocer enfocó su estudio en la inserción profesional de los artistas y el impacto de su presencia en la cultura nacional. El crítico y escritor Esteban Buch, su director de tesis, supo guiarla con claridad y precisión. Todo comenzó cuando vio a Ljerko Spiller en su departamento de Barrio Norte. El nonagenario violinista croata fue el lenguaraz que abrió los caminos y acercó nombres para configurar un mapa. Con otros músicos del grupo de exiliados, Silvia Glocer estableció contacto por correo electrónico: Bárbara Civita, León Spierer, Juan Krakenberger, Vicente Ptchelnik Goussinsky, Ana María Tedeschi. Y por el tradicional correo de sobres y estampillas, con Michael Gielen, desde Austria.

Esas vidas fueron formando redes y el bagaje documental cruzó las experiencias migratorias. Los puntos en común armaron las historias: los músicos se insertaron en el mundo cultural de Buenos Aires en torno a las radios, al Teatro Colón, a la música de vanguardia, a las orquestas, a las universidades públicas, a los teatros y al cine. En el documental El exilio de los músicos, Glocer cruza pistas y fichas de un complejo rompecabezas, se involucra con su historia familiar, aparece en cámara yendo a buscar materiales a las bibliotecas y archivos o entrevistando a los personajes. A Tedeschi, por caso, la pudo visitar en su departamento de Belgrano y revisar junto a ella su carpeta con recortes periodísticos y programas de concierto. A otros, como al austríaco Guillermo Graetzer, que no pudo conocer en persona, lo destacó por la variedad de campos en los que desarrolló su profesión: composición, docencia, dirección, musicología y gestión cultural, con creaciones innovadoras como el Collegium Musicum de Buenos Aires.

Por el documental también pasan el violinista y director de orquesta Dajos Bela, que llegó a la Argentina para firmar un contrato con radio Splendid —es otro hallazgo del filme mostrar cómo las estructuras de las radios argentinas tenían recursos, logística, programación y orquestas propias capaces de seducir a músicos extranjeros de destacada trayectoria— y firmaba autógrafos a la salida de cada audición. Músicos judíos de formación clásica y de cámara, con pergaminos en orquestas sinfónicas, pero que también tocaban jazz o tenían sus orquestas de música klezmer, con las que ganaban un dinero extra, además de por sus clases con alumnos particulares. Hay quienes trabajaban en hoteles, o cursaban de día en la universidad, como Gerardo Cahn, que estudió Medicina en La Plata y de noche trabajaba como músico. “Tu papá me casó”, cuenta Adrián Suar que le dijeron cientos de personas sobre su padre, Leibele Schwartz, considerado el mejor cantante de ceremonias de la música judía.

Muchos de los músicos judíos provenían de familias acomodadas y con buen poder adquisitivo; en el exilio argentino tuvieron que renunciar a sus comodidades y casi empezar de cero. Otros ocultaban su idioma ante la propia familia y, en la dictadura militar, por miedo a la persecución, les decían a sus hijas: “No digan que son judías”. También aparece el extrovertido bailarín y coreógrafo Otto Werberg, que huyó de un campo de concentración nazi gracias a un contrato en el Colón, autor del libro Yo, Otto Werberg, chistólogo: autobiografía de un bailarín, con alumnos destacados como Nélida Roca y José Neglia. Músicos del exilio, víctimas del nazismo, músicos de la comunidad judía con notable arraigo y legado en la cultura argentina. 

 

 

 

*Próxima función de El exilio de los músicosMuseo del Holocausto, lunes 30 de junio. 17:30 hs, gratis, con inscripción previa.

 

 

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