Menchi

Un abrazo sin palabras con el artista incomparable que murió esta semana

 

Recuerdo nuestra última conversación. Me llamó para contarme que Clarín publicaría una infamia inventada para vincularme con la dictadura, le habían pedido un dibujo para ilustrarla y se había negado. “Yo soy un tipo agradecido. Les dije que no me iba a prestar a esa porquería”.  El otro que me avisó fue Isidoro Gilbert.

Quien debía estarle agradecido era yo. En 1970, con el mellizo Juan Carlos Algañaraz nos instalamos en una oficina en Florida y Paraguay que le prestó a Timerman Horacio Rodríguez Larreta, el padre del intendente porteño. Allí preparamos el proyecto del diario La Opinión. La oficina estaba a una cuadra de la que Timerman compartía con el Cadete Guiraldes, quien no quiso ser parte del proyecto. Cuando fuimos a ver el taller constatamos que la calidad de la impresión desaconsejaba el uso de fotografías, aun en el precario blanco y negro de la época. A Timerman no le preocupaba, porque seguía el modelo del francés Le Monde, con sábanas y sábanas de tipografía abigarrada.  Le propusimos que Sábat ilustrara las notas con sus dibujos en tinta china y sólo aceptó a regañadientes, sobre todo cuando Menchi puso como condición que no hubiera texto en los dibujos, garantía de que no serían manipulados.  En pocas semanas Jacobo pasó de la resignación al entusiasmo. Tenía un émulo del gran David Levine.

El diario apareció en mayo de 1971. Para diciembre yo ya estaba afuera, por cuestionar los acuerdos con Lanusse y la salida electoral con la que intentó embretar al peronismo. Me refugié en Clarín que por entonces no tenía cable, televisora, fábrica de papel, agencia de noticias ni financiera. Era apenas un diario más, pobre en información política, lleno de quioscos que proliferaron desde la muerte de su fundador, Roberto Noble, y de diseño anticuado. Después del golpe del '55, El Tapir (como todos le llamaban a Rogelio Frigerio, por razones obvias) había reabierto la revista Qué, clausurada en la década anterior por el peronismo, como soporte intelectual para la candidatura presidencial de Arturo Frondizi y el Pacto con Perón que la haría viable. Los dos secretarios de redacción eran mis tíos, Gregorio Verbitsky y Marcos Merchensky, cuyo apellido materno era el mío. Frondizi ganó la elección, hace ahora 60 años, y desde el gobierno junto con Frigerio amarró una relación especial con Noble, que les concedió el manejo de la línea política del diario. Frigerio designó como jefe de redacción a su hijo Octavio. Para aligerar el diario contrataron a Pablo Piacentini, Luis Guagnini, Leopoldo Barraza y yo, que ingresamos en 1972, al mismo tiempo que Magneto y los hermanos Aranda, el núcleo de lo que llegaría a ser la Banda de los Cuatro. Frigerio había escrito el documento “La única verdad es la realidad” y se preparaba para el regreso de Perón, a quien imaginaba controlar, con la misma ingenuidad que tuvimos desde las formaciones especiales, como Perón llamaba a la guerrilla.

El Tapir me pidió que sondeara a Sábat para saber si le interesaba dejar La Opinión por Clarín.  El trato se cerró en una mesa de la Italcantina, un bodegón abundante y primitivo que estaba en la esquina de Chile y Tacuarí. En una mesa próxima comía Juan José Taccone, el dirigente participacionista de Luz y Fuerza, que tenía su sede y la proveeduría en el barrio. Cuando estuvimos a solas, Menchi comentó la impresión que le había causado el choque los cinco de Frigerio, que no se parecía en nada a su nieto homónimo, cuyas facciones delicadas son herencia de su madre, Sisí Adam. El abuelo tenía manos como bifes de lomo pero nada tiernas, y al saludar apretaba hasta que te doliera. Yo me fui de Clarín en el '73, para participar en el lanzamiento del diario montonero Noticias pero Menchi se quedó en Clarín hasta esta semana, cuando murió a sus 85 años después de entregar su último dibujo, sobre la corrida cambiaria y los altibajos del dólar.

Durante los años negros nos cruzamos una vez en la calle. Yo caminaba y él iba en un auto. Nos miramos a los ojos, sin gestos ni palabras y cada uno siguió su trayectoria. Menchi no le contó a nadie que yo no estaba en Perú, como había hecho creer en Clarín a través de compañers. Pero me lo recordó después de la guerra de las Malvinas, cuando pude reasomar la cabeza y le pedí un dibujo de Juan Gelman, para ilustrar un artículo de la revista de Pérez Esquivel, Paz y Justicia, sobre el primer libro suyo que se publicó en años. Lo sacó de memoria en quince minutos.  También me hizo uno a mí, al que me llevó décadas parecerme. Hasta el futuro veía Menchi.

Después de eso, se nos fueron volando treinta años de democracia, en un país duro pero nunca aburrido, en el que compartimos la pasión por el tango y por el jazz.  Cuando Dromi desmintió haber dicho que el país estaba de rodillas ante los acreedores externos y le contesté dando a conocer la grabación, me mandó este dibujo.

 

 

De tanto en tanto repitió el gesto, siempre acompañando el dibujo con una dedicatoria cariñosa. Lo imaginaba escribiéndola con su gesto típico, la cabeza inclinada y mirando de abajo hacia arriba.

 

Era una travesía en busca del tiempo perdido verlo en su taller, que recorría con un guardapolvo oscuro encima de su impecable saco y corbata, verificando como progresaba el trabajo de sus jóvenes alumnos. Igual que su ciudad de Montevideo, Menchi te ubicaba en la Buenos Aires de la década de 1950. Nunca le faltaba tiempo para charlar y contaba historias deliciosas.

En 2005 propuse en el Consejo Rector que la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano le concediera su premio de honor en reconocimiento a la trayectoria de toda una vida. Hasta bailó con Blanca, la noche en que se lo entregó Gabriel García Márquez. Era una delicia verlo dejar de lado el humor ácido y gozar como un chico.

Con Alfonsín y Menem no hubo diferencias entre nosotros, a pesar del antiperonismo bien oriental que caracterizaba a Menchi y de mis recelos con el progresismo liberal. La prueba ocurrió cuando llegaron los Kirchner, y Clarín fue pieza central del dispositivo destituyente. En plena ofensiva de la Sociedad Rural, Cristina le atribuyó carácter mafioso a una caricatura, donde aparece con una venda en la boca y Kirchner en su cerebro. Escribí que eso era equivocar el enemigo, que “rozar con la sombra de una sospecha al gran maestro del periodismo, que desde hace cuarenta años regala excelencia y ética, a una persona exquisita, que cuestionó las peores atrocidades cuando nadie se animaba, es una tontería indigna de quien la cometió. Sábat no es Clarín, como antes no fue La Opinión, ni Primera Plan, ni Atlántida. Es un artista maravilloso y el mejor analista político del país. Su obra admirable requiere de un esfuerzo de interpretación. CFK entendió que era un mensaje para que no dijera algo. Pero, ¿por qué dar por sentado que el autor del mensaje es Menchi y no que, gracias a su impresionante sensibilidad para detectar corrientes profundas de la sociedad, interpretó con ese dibujo la intolerancia de las patronales rebeldes, que intentan silenciar a quien apenas lleva cien días de gobierno? La obra de un gran artista no es obvia ni unívoca. En cualquier caso, Sábat tiene derecho a opinar lo que quiera sin que nadie ponga en duda que lo hace de buena fe, como cada acto de su vida, de trabajador austero y obsesivo. Por eso, éste sí es un mensaje mafioso. Los admiradores incondicionales del Maestro decimos: ‘No se metan con el Menchi’”.

En una entrevista para un libro de Sandra Russo, Cristina dijo que “ahí tuvimos una diferencia con Horacio Verbitsky, que salió a decir ‘no, con Menchi no’. ¿Y por qué Menchi conmigo sí? ¿Por qué no puedo opinar sobre un dibujo que me ofende? ¿Por qué esos excelentes caricaturistas nunca han retratado a la señora Ernestina Herrera de Noble dándole la mano a Jorge Rafael Videla? ¿Eso no se puede decir, no se puede observar, hay que callarse?”

Ese “tuvimos una diferencia” es muy generoso de su parte: recién me enteré leyendo el libro, porque durante tres años tuvo la delicadeza de no reprochármelo. Escribí que “a la señora de Noble no hace falta dibujarla con Videla, porque abundan las fotos y las filmaciones en los archivos. El tema es que en aquel excelente discurso Cristina no criticó el dibujo: dijo que era un mensaje mafioso y formaba parte de la ofensiva de los generales multimediáticos, que acompañan a la Sociedad Rural en lugar de los tanques de 1976”. Ahora que todos hablan de él me entero que en el reportaje que le dió a Gente hace dos años contó que "hubo alcahuetes que se pusieron la camiseta, intentando defender los altos valores de la Cristinidad. Y al mismo tiempo, cercanos a ella que me bancaron". 

–¿Verbitsky?

–Horacio Verbitsky- especificó. 

Menchi y yo encontramos una forma poco común de surfear la profunda división de la sociedad argentina, sin resignar nuestras respectivas convicciones, por más que yo admire a Cristina y él a Julio María Sanguinetti.

Días después de ese topetazo de Cristina nos encontramos en Alcalá de Henares, ambos invitados por Juan Gelman para la recepción del Premio Cervantes.

Menchi me dio un abrazo muy largo y sin palabras, que evoco hoy con tristeza y emoción.

 

 

 

La imagen principal es un autorretrato de Sábat, incluido en su libro "Rebelde Ileso".

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