Mensajes en la oscuridad

Nota de descargo que se transforma en invitación

 

La crítica, a diferencia de lo que muchas veces se supone, no es un oficio sencillo, sobre todo en estos tiempos en los que la figura del crítico de arte fue borrada por completo de los grandes medios de comunicación. En una de las primeras notas que publiqué en esta revista intenté analizar la situación, estudiando los desplazamientos que los diarios argentinos sufrieron en los últimos 40 años. En ese texto aludí a la escena protagonizada en 1997 por el crítico David Viñas, en la que se lo ve discutiendo con los invitados de un programa de televisión, artistas e intelectuales entusiastas de la naciente Alianza de De la Rúa y Álvarez que le recriminaban a Viñas su “negatividad”, algo análogo a eso que ahora algunos llaman “crítica destructiva”. En esa ocasión Viñas estaba solo contra todos, pero estaba ahí, y con él la posibilidad de un contrapunto al discurso oficial: no sólo describía el servilismo político de sus interlocutores, sino que criticaba sus producciones intelectuales, algo esencial para el desarrollo de esto que damos en llamar “cultura”. Porque sin contrapuntos –se sabe– la tensión se pierde, y cuando eso sucede las nuevas ideas, que nacen de la resistencia entre un polo negativo y otro positivo, como la electricidad, también tienden a perderse. En pocas palabras: sin esa tensión que provoca la crítica, no puede haber luz en el lenguaje. Y sin luz en el lenguaje el mundo se oscurece.

 

 

 

 

 

 

La escena de Viñas siempre me pareció el final de una película sobre la gran prensa y la crítica argentina: lo que vendría después iría prefigurando lo que tenemos ahora, esta tierra oscura y baldía en donde la pauta publicitaria y los vínculos con el poder se imponen, invariablemente, sobre la obsoleta y querida “línea editorial”, sobre la ética y la estética y sobre esa entelequia en la que se va transformado el término “libertad de prensa”. Actualmente el crítico, corrido de los grandes diarios, quedó relegado en la academia y en pequeños medios de escasa circulación: para la mayoría de ellos nada de televisión, ni de Clarín, Página/12 o La Nación. Ni, mucho menos, La Capital de Rosario, ciudad que ahora nos compete.

Hoy en día, y alcanza con abrir cualquiera de los suplementos culturales de estos diarios para comprobarlo, el ejercicio de la negatividad brilla opacamente por su ausencia; esta situación le da lugar a una oscuridad en donde sólo parecen prosperar aquellos discursos que se erigen en una aparente positividad: los elogios, los homenajes, los mimos, los favores entre la prensa y el poder de turno, y entre el poder de turno y algunos artistas afines a los oficialismos, son moneda corriente, y así las obras, buenas o malas, tienden a devaluarse: ¿si todo es rico, cómo distinguir lo dulce de lo amargo?, ¿si todos son genios y valientes, grandes artistas, cómo distinguir al que, a pesar de escribir épicos homenajes al Che, por ejemplo, es también un buchón de las patronales?, ¿si no hay discusión, cómo saber qué piensa el que tenemos al lado?, ¿si todo es positivo, cómo medir el valor de una obra?, ¿si todo es dulce, qué hacer cuando mordemos un grano de sal?

La cuestión, claro, es mucho más compleja y su análisis excede ampliamente los límites de esta nota de descargo. Sin embargo creo que, tal vez, resulte necesario discutir sobre el lugar del crítico en la prensa y el devenir de la “cultura”; que se impone, en una época de profundas crisis, la necesidad de analizar a fondo, intensamente, qué lugar ocupan el artista, el periodista y el crítico en el complejo entramado de lo real. Si los medios más prestigiosos de nuestro país perdieron la línea, ¿por qué deberíamos perderla los lectores o los que en los últimos 30 años fueron desplazados de esos medios?, ¿por qué dejó de ser común revisar los valores éticos de una obra y de un autor?, ¿cuándo asumimos que para hacer nuestro trabajo teníamos que comernos cada sapo que saltara a nuestro plato?, ¿cuándo se terminó el ideal de que, a partir del hecho cultural, se pueden combatir las injusticias?, ¿cuándo y por qué le dimos lugar al cinismo, a la obra como máscara de nuestras miserias, a la idea del artista como un ser sacralizado y con la obligación de mantenerse ajeno a las grandes discusiones de su época?

En Revista Belbo seguiremos pensando respuestas a estas preguntas. Lo haremos investigando y escribiendo, traduciendo, buscando testimonios, textos olvidados y, sobre todo, oyendo a los otros, grabador en mano. Y, claro, criticando y recibiendo de brazos abiertos las opiniones que nuestros textos despierten, sobre todo aquellas que vengan cargadas de pasión, de enojo, incluso de rabia: acá estamos, esperando que eso suceda, para tener una verdadera discusión y no un placebo de lo que alguna vez fueron las grandes discusiones en torno a la cultura, la prensa y la política.

De forma extremadamente austera, en nuestros dos años de existencia buscamos generar un polo negativo que lograra echar luz sobre algunos fragmentos de nuestra cultura. Y simplemente logramos hacer una pequeña chispa que, mal que mal, nos permite, cada tanto, ver mejor algunas formas tapadas por las sombras, ejercitarnos en el sano oficio de la crítica, ejercer nuestro derecho a decir “no”. A pesar de que nos hayamos visto obligados a desechar, después de dos años de infructuosas búsquedas, la ilusión de recibir pautas oficiales u otro tipo de apoyo público, seguimos intentando que esta chispa encienda una lámpara que no se apague. Para eso ajustamos el cinturón, como tantos, y seguimos laburando, usufructuando nuestro trabajo únicamente a través de las donaciones voluntarias de un puñado de generosos lectores.

Y en eso estábamos, simplemente haciendo nuestro trabajo, cuando nos llegó la noticia de que un “alto funcionario” del gobierno provincial, alertado por la rápida viralización de una crítica de Andrés Maguna a la exposición Guiso de Artistas, no tuvo mejor idea que llamar a algunas personas que habían compartido nuestro artículo en sus redes sociales para manifestarles su malestar. Ese alto funcionario quería –y lo consiguió– que nuestra nota dejara de circular con tanta fruición entre los lectores. Quería, en resumen, que la negatividad se apagara y que las palabras siguieran inscribiéndose en el gran polo positivo en donde todas y todos tienen el mismo valor, pero no las mismas oportunidades ni los mismos derechos. Que la Cultura siguiera siendo un concepto cerrado y no un término abierto en constante construcción y debate.

Gracias a una fuente que prefiere seguir anónima descubrimos que ese “alto funcionario” era la vicegobernadora de la provincia de Santa Fe, la ex jueza Alejandra Rodenas, aludida junto a su esposo, el ministro de Cultura, Jorge Llonch, en la nota que publicamos y que dimos en llamar Mimo y a la olla. Sí, la vicegobernadora de una de las provincias más importantes de la Argentina, con su tiempo como recurso público, llamó a trabajadores y profesionales autónomos de la cultura y el periodismo independiente para que dejaran de compartir el artículo de una pequeñísima revista digital.

Lo curioso es que, al tiempo que nos enterábamos de esta situación, nos llegaban decenas de mensajes de trabajadores de diversos sectores dependientes del Ministerio de Cultura en los que nos aportaban datos y críticas a esta gestión provincial: varios fotógrafos denunciaban que la muestra Guiso de Artistas no los había incluido en los créditos; algunos músicos denunciaban la ausencia del Estado en muy diversas problemáticas cotidianas; artistas pertenecientes al colectivo LGTBIQXYZ PLUS mostraban su incomodidad ante “la falta de diversidad” en el guiso. La lista de reclamos que recibimos es más extensa, pero estos ejemplos quizás nos permitan tomar conciencia de la importancia de la crítica en la prensa. Cientos de personas vieron que, por un momento, se encendió una pequeña chispa. Y que era posible que un medio, por más pequeño que sea, instalara un debate, que abriera la pregunta, que recibiera las respuestas.

Pero, como venía diciendo, la honorable vicegobernadora decidió intervenir: no compartan más, dijo, córtenla con esa nota. Y así muchos, tal vez movidos por el miedo a que su trabajo se viera perjudicado, le hicieron caso y borraron la nota de sus redes sociales, dejaron de hacer sus propias críticas, de glosar con sus reclamos el link de nuestra revista. Así se cortó la difusión sobre la que se sustenta nuestro trabajo y, lo que resulta más alarmante, así muchos se privaron de seguir narrando públicamente las problemáticas que enfrentan día a día como trabajadores culturales.

Que lo hiciera la ex jueza Rodenas, claro, no justificaría la presente nota; pero que lo haga la vicegobernadora de la provincia, con el poder que le confiere su cargo, resulta un hecho de extrema gravedad, un oscuro precedente para el desarrollo de futuros proyectos que intenten la crítica, una alerta que no hace más que empobrecer una discusión que, desde un primer momento, propusimos en términos simples, sin golpes bajos, movidos únicamente, como se dijo, por la necesidad de ejercer nuestro derecho a compartir nuestras opiniones en instancias colectivas y públicas, haciendo eco de nuestras ideas como sujetos políticos con una clara perspectiva de derecho.

En ningún momento nuestra crítica fue dirigida a los centenares de personas que figuran en la muestra Guiso de Artistas, muchos de ellos amigos del autor de la nota, familiares y colegas amados de quien suscribe, colaboradores habituales, incluso, de esta revista. Lo que se criticó, ¿hace falta decirlo?, fue una puesta en escena que causó malestar en un periodista. Se recurrió a la sátira, sí, para ilustrar la figura del ministro Llonch y la vice Rodenas, pero, ¿de verdad eso puede impulsar una réplica política de los personajes satirizados? ¿Qué la molestó tanto, señora vicegobernadora, para que levantara el teléfono y se decidiera a ir en contra de la difusión de una crónica a una exposición en un momento sumamente delicado en nuestro país y nuestra provincia? Usted habla de la necesidad de generar empleo: permítame decirle que su intervención generó para nuestro medio todo lo contrario.

¿Tiene idea de lo difícil que resulta para un trabajador de la palabra que no pertenece a un gran medio conseguir empleo, que le compren una nota, que le encarguen una corrección? ¿Lo difícil que resulta para una revista conseguir pautas oficiales? ¿Puede imaginarse el efecto de su intervención en los futuros ofrecimientos de trabajo hacia quienes usted apunta el dedo? Las listas negras, tan comunes en la prensa santafesina, empiezan con este tipo de gestos.

 

Rodenas prestando juramento ante la Asamblea Legislativa: «Vamos a gobernar para todos, piensen igual o diferente».

 

Sin embargo, y a pesar del daño que nos ha causado y seguirá causando su intervención, puedo ver que usted también sufre las consecuencias, como nosotros, de esta gran noche en donde todo tiene el mismo color; que la falta de crítica que perjudica a los escritores, por ejemplo, obligándolos a enfrentarse como en una pesadilla una y otra vez a los mismos elogios, también la perjudica a usted, alejándola de la gran diversidad de opiniones e ideas que circulan por una ciudad; puedo percibir que esta gran noche en la que estamos metidos también opera, como en todos, sobre su formación lectora. Por eso, viéndolo así, me gustaría recurrir a una tesis de Ricardo Piglia para entender su oscura intervención contra nuestro diminuto medio: un lector, decía Piglia, se transforma en el autor del texto que está leyendo. Así, todo empieza a tener sentido: usted, como muchos, hace años que está leyendo el mismo signo de apariencia positiva que todo lo oscurece, y a esa oscuridad se fue acostumbrando, y allí aprendió a vivir, alejándose de las chispas que encienden los sueños de una patria libre y soberana que, estoy seguro, en algún momento la impulsaron a la carrera política. ¿Será así? ¿Se transformó, como tantos, en co-autora de ese oscuro y positivo texto que todo lo confunde? ¿Se fue acostumbrando al signo positivo, al discurso único, a recibir elogios y desechar críticas? ¿A que le digan que todo está bien, que con buena voluntad se puede sacar adelante una provincia? ¿A que los trabajadores de la cultura no tengan dónde decir lo mal que se están ejecutando los programas culturales del Estado?

Viendo la situación de esta manera, me gustaría ofrecerle un espacio en nuestra revista para que pueda dar su parecer sobre estas cuestiones y para que empiece a hacer público lo que realizó en privado, de forma personal, ya que en sus obligaciones como funcionaria cumplir con sus deberes es primordial: su vida pública al servicio del Estado. Quizá no acepte mi genuino ofrecimiento; usted hará lo que crea conveniente, claro, pero le ruego que mientras siga siendo vicegobernadora no vuelva a interferir en nuestro derecho a opinar y a dialogar con los lectores.

 

 

 

* El autor es director de la revista-editorial Río Belbo.

 

 

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