Mentiras y creencias

Falacias, más allá de Javier Milei

 

El discurso ultraliberal ha sembrado la idea de que la dolarización, la atracción de capitales y la ausencia de la intervención estatal generarán mayor riqueza y futuro para el pueblo. Muchos claman por un país normal. Estas reglas de oro del capitalismo —que también predica el FMI—, en la experiencia argentina, no resisten el análisis empírico. En la siguiente figura se compara la evolución de la deuda externa y del stock o acervo de capital, que se conforma de las inversiones anuales y de la depreciación del capital pre-existente. Estos datos muestran que entre 1980 y 2001 el stock de capital sufrió unas mínimas variaciones, mientras que la deuda externa creció en 139.110 millones de dólares, de los cuales el 75 % se produjo entre 1992 y 2001, durante la vigencia del Plan de Convertibilidad. Esto es un crecimiento de deuda del 512 % en ese último lapso, para obtener un incremento del stock de capital del 5 % y del PBI por habitante del 6 % en diez años. Como contraste —y sin negar el importante papel que jugaron tanto la buena situación internacional entre 2003 y 2008/9, o hasta 2012/2015 inclusive, como algunas de las políticas implementadas—, el stock de capital se incrementó entre 2001 y 2015 en un 52 %, con una variación de la deuda del 0,7 % y del 36 % del PBI por habitante. Pero gracias a una campaña de opinión desfavorable a las gestiones públicas de este período, que seguramente tuvo aciertos y errores —y la crisis de divisas a partir de 2012 como hecho innegable—, a partir de 2016 la deuda volvió a empinarse para crecer entre ese año (2016) y 2019 en un 66 %. En ese mismo lapso, el stock de capital creció solo un 6 % y el PBI por habitante lo hizo en menos 7 %. Es fácil concluir que la entrada de capitales a la Argentina tiene un carácter especulativo y que el grado de complicidad del FMI es enorme, pues viene a rescatar el dinero de los supuestos inversores que harían de la Argentina un país próspero. Nunca ha ocurrido. Los datos son contundentes y los informes independientes del propio Fondo reconocen a regañadientes parte de su responsabilidad en estos rotundos fracasos (Shinji Takagi 2004, Evaluation Report, The IMF and Argentina, 1991–2001).

 

Endeudamiento externo y crecimiento del acervo de capital en la Argentina entre 1980 y 2021. Fuente: elaborado con datos de la CEPAL e INDEC.

 

Pero es claro que amplios sectores de la sociedad suponen, pero también experimentaron, que en los períodos en los cuales hay dólares a un tipo de cambio único y accesible al público en general, la vida es más fácil. No hay restricciones para viajar, para importar y aun para convertir el ahorro en dólares como un resguardo para aquellos que pueden. El comportamiento de los precios es más previsible. Pocos se preguntan si esto es sustentable y sostenible o por qué motivo, si ese plan era tan bueno, fracasó. ¿Pero por cuál motivo se preguntaría un insultador serial como Milei, que ha afirmado: “Entre la mafia y el Estado prefiero a la mafia. La mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite”? Le faltó agregar que también mata.

Y, aparte de una ciudadanía angustiada y desconcertada que espera “al Mesías”, también cuestionar por qué Milei lo sabe tan bien; ¿será porque a ella pertenece mientras involucra a “la casta”, término que utilizó Hitler? Efectivamente, el vínculo entre la angustia y el pensamiento mágico se ha vuelto colectivo. Nadie desconoce que la hiperinflación en Alemania, tras la carga de una deuda impagable, hizo emerger al Führer y facilitó su prédica contra el pueblo judío. Y un personaje como Milei no surge de un clima de estabilidad económica y de consenso acerca de valores. Su continuo chicaneo acerca de los que buscan “carguitos” en puestos públicos aunque se aplica también a sus seguidores y diputados hace mella, pues forma parte de una realidad percibida. Sin embargo, el daño de ello no es comparable en magnitud al que producen los endeudamientos masivos y la consecuente fuga de divisas. Cuando califica a la Argentina como defaulteador serial (sumándose a lo que se dice en Washington), oculta las perversas deudas contraídas por los economistas que le son simpáticos precisamente a los que capitanean el sistema financiero internacional y lo benefician. Pero con ello también insulta a millones de compatriotas que trabajan duro, a veces más que en el sector privado.

En la gráfica siguiente —que es un poco más compleja— se muestra cómo el país se ha empobrecido, mirando el PBI por habitante expresado en dólares corrientes, aun cuando la riqueza media expresada como PBI por habitante en términos constantes sufrió alteraciones relativamente menores. Ello porque el impacto de las devaluaciones hace que el PBI por habitante caiga a niveles que producen espanto. Por caso, el PBI por habitante en 2001 era casi idéntico al de 1980; el de 2001, apenas superior al año de inicio de la convertibilidad; el de 2019, 33 % inferior al de 2015, y el de 2020 —año de la pandemia— un 42 % inferior al de 2017. Por supuesto que estas cuestiones no son las que le interesan a la gente de a pie —y menos a un vasto sector de la sociedad que carece de ingresos para acceder a consumos básicos—, pues esta realidad acentúa la percepción de empobrecimiento, de frustración, de que somos un país mediocre. Esta percepción sesgada sí es posible ratificarla con datos, pues somos capaces de parecernos a un país desarrollado de clase media o a uno bastante pobre, aunque nunca tanto como Ecuador o Zimbabwe, por motivos muy vinculados a nuestra estructura económica.

 

Evolución de la deuda externa y del producto por habitante en dólares corrientes y en dólares constantes de 2015.  Fuente: elaboración propia con datos del Ministerio de Economía y UNCTAD.

 

Es que seguramente es más fácil recordar “lo bien que estábamos” como sinónimo de verdad, que ir tras la verdad. Y la verdad es que como mercado emergente que somos, los capitales vienen por uno de estos tres motivos:

  1. a especular en el sector financiero a corto plazo;
  2. a expropiar riquezas ya creadas (privatizaciones), o
  3. a explotar nuestros ricos recursos naturales, para lo cual las regulaciones estatales son una amenaza respecto a cuánto de esa renta van a poder llevarse al exterior.

Esta entrada y salida de capitales no desarrolla al país. Lo saquea. Pero la costumbre de echarle la culpa a la política, al Estado y a la clase política corrupta, hace de estas acusaciones una supuesta verdad, que se convierte en creencia compartida por muchos. El ciudadano de a pie no interpreta gráficas ni posee marcos teóricos. En su mayoría sufre y quiere soluciones simples. Ojalá existieran dichas soluciones simples. Si la costumbre de pensar no se hubiera atrofiado tanto, se preguntarían qué ganan los políticos con sus fracasos si les conviene más tener éxito. La prédica liberal —en su extremo Milei— lo expresa con groserías tales como: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes, con los nenes encadenados y bañados en vaselina”. Como propulsor de obscenidades e ignorancia, hace creer que nuestros problemas no tienen vinculación alguna con ambiciones desmedidas ni con quienes manejan el poder tras el poder del Estado, ni con disputas geopolíticas que Laura Richardson (jefa del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos) hizo explícitas a principios de 2023: “Esta región está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios aprovechándose de eso. Pareciera que están invirtiendo cuando en realidad están extrayendo” (BBC News Mundo, 12 abril 2023). La picardía es que al afirmar que son los chinos quienes nos saquean y no invierten, hacen suponer que eso mismo no lo harían ellos, aun cuando está claro que lo hacen como con los fondos buitres tan amigos de Milei y también de varios otros. La primera gráfica es elocuente. Mucha deuda, poca inversión, poco crecimiento, muchas fuerzas que empujan al empobrecimiento.

Al sostener: “Soy el general AnCap [anarcocapitalista]. Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre (…). Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta”, Milei pone en boca propia lo que vino a hacer en verdad con su candidata a la vicepresidencia. A intimidar en el corto, mediano y largo plazo a quienes osen discutir cuestiones sobre la apropiación de la renta de los recursos naturales. A reivindicar precisamente lo que más daño ha hecho tanto a la cultura como a la economía de nuestro país.

Este lenguaje espantoso lleva a preguntarse si Milei no habrá sido víctima de maltratos o violaciones, pues hablar de niños encadenados (violados sistemáticamente), de patadas, etc., sería muy compatible con su oposición radical a la autoridad paterna que sublima hacia la autoridad del Estado. Si fuera así, merece mucha compasión, como le sucede al espectador con El Guasón. Pero ello no quita que produzca miedo, uno que en su perversidad le atribuye al adversario.

Lejos de esas inaceptables groserías y exabruptos, la interpretación perversa puede hallarse también en el libro de Daron Acemoglu y James Robinson Por qué fracasan los países (Planeta, 2012), que al ser escrito por académicos de cierto prestigio, parece serio. Crean percepción, aunque el contenido discursivo no sea más que un relato sesgado de casos bien escogidos que ocultan quiénes son realmente los expropiadores de nuestro esfuerzo cotidiano. Pero Milei dice sin desparpajo: “Los que tenemos dólares”, frente a millones que jamás podrán ahorrar en esa moneda. De ser un “don nadie” ha llegado a ser candidato presidencial. Vaya éxito que ahora creo que asusta hasta al establishment, aunque tal vez no. Lo no dicho es de cuánto sería un salario medio en dólares y cuál el precio de los productos. Tampoco qué sucedería si la base monetaria se contrae como ocurrió con la convertibilidad. Que con un PBI más pequeño en dólares, los pagos a los acreedores también se vuelven casi imposibles e incompatibles con niveles de vida dignos. Si, por el contrario, los dólares llegan, el peso se apreciaría en un sistema de competencia de monedas. O cómo piensa mantener la red vial argentina, que por sus características no es privatizable dada la baja densidad de tránsito en la mayor parte del país. Y ni que hablar del tema coparticipación y tantos otros que implican desde el vamos un gasto público alto debido sencillamente a nuestra historia de poblamiento territorial.

Lamentablemente, la frase de Goebbels: “Repetir, repetir una mentira hasta que se torna verdad”, produce percepción y reafirmación de la mentira. Y este peligro es tan grande que impide afirmar que Zimbabwe tiene un PBI por habitante de solo 1.700 dólares, que Qatar tiene un PBI por habitante de 84.329 dólares, es decir superior al de los Estados Unidos que es de 74.900 o de Alemania que es de 48.904. Aun si dividiéramos nuestro PBI por habitante por el valor del dólar paralelo —lo que sería una verdadera catástrofe y que Milei toma de referencia—, nuestro PBI sería similar al de del G-77, que está conformado por 134 países miembros, incluyendo a China, que no se considera un miembro pleno. El problema de comparar países tan diversos por una variable como esta no nos dice mucho, pero pega en la opinión y en la intención de volver ignorante a la gente. Es efectista para una población que experimenta frustración y bronca. En un mundo que se está nazificando a partir de las estrategias de las nuevas derechas, tanto en el área de la OTAN como por fuera de esa alianza; donde ya no hay experiencia como respaldo de la narrativa, sino una avalancha de noticias; donde al estar las personas dotadas de unas estructuras mentales que conforman nuestro particular modo de ver el mundo, nuestro modo de razonar —y lo que cada cual entiende por “sentido común”—, es casi imposible de modificar sobre la base de una racionalidad constructiva.

Dentro de esos marcos hay palabras que tienen especial relevancia porque estructuran cadenas de pensamiento. "Libertad" es una de ellas. Pero también “tiranía”. No importa si Victoria Villarruel quiso referirlo a Sergio Massa o a lo que de algún modo ella cree que es la solución. Ello en tanto que resulta obvio que reivindica la última dictadura —y con ello a las políticas que implantó Martínez de Hoz en contra de nuestra soberanía y autodeterminación— y que en general esta última también reivindicó la del 1955 (que logró abolir por la fuerza bruta una de las constituciones más avanzadas del mundo) y proscribir al peronismo por casi dos décadas. En las cuales hubo solo dos gobiernos electos que fueron derrocados. Donde siquiera pudieron gobernar a través de golpes militares. Donde el FMI apareció jugando un papel creciente y frustrante. Donde la inflación llegó a niveles similares y peores a los actuales. Donde el concepto de “Comunidad Organizada” fue abandonado a fuerza de palos y olvido. Pero de eso no se habla. Es una suerte de omertá (la ley del silencio). Frente a ello, en sus desquiciadas palabras y gritos, quiere arrasar con 100 años de historia (a pesar de lo cual no le impide afirmar que Menem fue el mejor Presidente de la Argentina). Costará mucho salir de esta pesadilla que ha creado con un pensamiento falaz que él, como toda persona de estas características, proyecta en los demás y enferma a los argentinos y argentinas de bien. Donde será capaz de hasta victimizarse. A pesar de ello, el problema no radica en Milei sino en nuestra poca autoestima como Nación soberana. En la que ha ganado un terreno político que obstruirá los esfuerzos para que la Argentina pueda superar estos graves momentos. En la que en el lenguaje soez y sin filtro nos quiere convertir en verdaderos brutos incivilizados, diría que con una intencionalidad que va mucho más allá de ganar votos. Es un “rompan todo” versión 5.0.

Así las cosas, el gran desafío que experimenta la Argentina es implementar políticas que permitan aprovechar la renta de los recursos naturales para consolidar una industrialización posible, crear empleos y reforzar la cultura del trabajo con un reparto más justo de las riquezas que son comunes. Fomentar el conocimiento, nuestra enorme creatividad tecnológica, la educación para el trabajo y para la vida, las artes y las ciencias, la cultura y retomar una concepción del ser humano más integradora y multidimensional en tiempos de groserías, insultos, brutalidad, animalización y deshumanización, donde la creencia de que sólo cuidar la propia quinta, puede ser compatible con construir valores y sociedad. Y sí reafirmar que deseamos una patria libre, justa y soberana, sin tener temor a ser juzgado despectivamente como “peroncho”, “creadores de pobreza”, de cuyas causas se invierte el cargo de la prueba. De que conceptos como el de la "Comunidad Organizada" cayeron en desuso. Donde nadie ya siquiera lee las encíclicas, porque Milei insulta hasta al papa y los fieles dejaron de escucharlo cuando lo que dice los interpela como personas. Cuando por desgracia la pedofilia que practican muchos enfermos mentales ha contribuido a minar la fe de gente buena y sencilla y por ello mismo el papa Francisco no le cae bien ni a muchos en las jerarquías eclesiásticas y menos a aquellos que frecuentan los círculos anarco-capitalistas.

En la Argentina coexisten desigualdades sociales intolerables, desequilibrios territoriales que requieren de una mirada integral del país posible y deseable. Ello, como nación joven, no ha sido construido. El regreso de ideas acerca de “una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre” significa exterminio y un retroceso feroz en término de valores compartidos.

 

 

*Roberto Kozulj es economista, ex vicerrector de la Sede Andina de la Universidad Nacional de Río Negro.

 

 

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