mmm: 100% barrani

Reflexiones sobre el incipiente fascismo liberticida argentino

 

La historia de las relaciones entre las mafias y el fascismo es larga. Existen puntos de contacto históricos entre la derecha fascista –que ahora en la Argentina se contrabandea como libertaria, cosa que no podemos permitir por el contenido emancipador inherente a las corrientes anarquistas– y las mafias. Estos contactos tienen una emergencia en la Argentina que nos es contemporánea. Javier Milei lo demostró sin reparos en una entrevista televisiva en un canal chileno el 5 de noviembre pasado: “Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la mafia compite”.

 

 

 

Esta es la explicitación discursiva de un pacto –entre Avanza Libertad y la esfera cambiemita/macrista– que posiblemente se fragüe con toda su potencia en 2023. Tanto para las mafias como para el fascismo, la violencia (y sus formas) son un factor ordenador y de regulación social. La violencia es el elemento central sobre el cual se monta la ideología de esos poderes lóbregos. Para ella no todos son iguales. Están aquellos capaces de ejercer violencia, de dominarla, refinarla y convertirla en un método confiable de poder, de orden, y de regulación de la sociedad. Estos sujetos se autoperciben como integrantes de una élite. Más allá, están los débiles: los no-mafiosos y los no-fascistas. Sobre la base de este binarismo se articulan todas las formas imaginables de la desigualdad.

Este constructo ideológico que repongo aquí lo explicó Luciano Liggio, un mafioso siciliano (de Corleone) ligado a Cosa Nostra y uno de los mayores imputados del maxi-proceso de Palermo (1986-1987). Parafraseándolo: estamos nosotros, los mafiosos, los fascistas, los fuertes y del otro lado están lxs débiles: “los moluscos” (aquí no hay paráfrasis). Las explicaciones de Liggio, por más paradójico que parezca, tienen una terminación nerviosa en la Argentina, en las intervenciones de un influencer sostenedor de Milei y Avanza Libertad: Carlos Mas latón. Además de insinuar un saludo nazi en un programa de televisión, desarrolla una filosofía antimoluscos: “Yo no soy como ese 30% de la población que es débil y que siempre necesita que le digan qué hacer, yo me gobierno a mí mismo. Así como están los que tienen miedo, los que se sienten débiles, [...] están los que no tienen miedo, los que se sienten fuertes [...]. Yo estoy en este grupo”. En esta entrevista, publicada en Anfibia, Mas latón agrega un pasaje relevante: “Necesito tener enemigos, lo vivo como una necesidad”. Si se hurga en el arcón de frases epigramáticas de Mussolini encontramos: “Molti nemici, molto onore”. Y la honorabilidad es otro punto de coincidencia entre las mafias (l’onorata società) y el fascismo.

 

El influencer Mas latón saluda a su público.

 

 

En la historia de Italia hay una serie altamente significativa de entendimientos ocultos, relaciones de intercambio, servicios recíprocos entre mafias y fascismo, inconfesables complicidades e intereses. Daré algunos ejemplos ubicados entre la finalización de la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores de vida de la República italiana. El 22 de febrero de 1945, la unidad de incursores de la Marina militar italiana, la Xa Flottiglia MAS, comandada por Junio Valerio Borghese –militar, príncipe e integrante de la Repubblica Sociale italiana: la Repubblica di Salò– activó varias células en Calabria y en Sicilia con el objetivo de hacerse del poder de manera violenta para “impedir que Italia cayera en manos comunistas” (Vincenzo Macrì, “‘Ndrangheta e destra eversiva”, Atlante delle mafie, Rubbettino: Soveria Mannelli, 2013, p. 253). La ‘ndrangheta integró esa escena entrelazando relaciones con los marò [marinos] de Borghese. También Mas latón en la entrevista de Anfibia agita el “peligro comunista” que estaría condensado en el gobierno del Frente de Todxs: “Yo fui el primer militante contra el encierro comunista”; “Fui un violador serial de las imposiciones de una dictadura maoísta”; y “se la pasó despotricando contra la ‘mentira’ del virus y criticó la ‘dictadura comunista’ de Alberto Fernández”.

El 25 de octubre de 1969 Junio Valerio Borghese estaba otra vez en la ciudad de Reggio Calabria con el objetivo de intervenir en una concentración en Piazza del Popolo. Obvio es decirlo, eligió ese lugar para disputar un símbolo popular y porque ahí estaba ubicada la sede de Federazione provinciale fascista. Las autoridades municipales no autorizaron el acto. Pese a la prohibición, a las cinco de la tarde 300 fascistas ocuparon la plaza, la destruyeron e hirieron a varixs transeúntes. Al día siguiente, en Cano di Montalto, el pico más alto del Aspromonte, se juntaron 100 capos mafiosos de la mayor relevancia. Entre ellos estaban zzu ‘Ntoni Macrì de Siderno, Giuseppe Zappia de San Martino di Taurianova, Giuseppe Zito de Fiumara di Muro, Giovanni Tegano de Archi di Reggio Calabria y Antonio Nirta de San Luca.

Stefano Serpa, un ex mafioso (con la dote de picciotto di giornata: sicario), informó a las autoridades –en tanto colaborador de la justicia italiana– que en esa reunión participó el príncipe Borghese. En el contexto de la operación “Olimpia”, los colaboradores de justicia informaron que en Cano di Montalto se debatió el “apoyo de la ‘ndrangheta de Reggio Calabria a los proyectos golpistas del príncipe negro [Borghese]” (Macrì, p. 256). Ese entendimiento tenía por finalidad hacer confluir a los hombres de ‘ndrangheta en las filas de las organizaciones fascistas para disponer de una masa militar que sirviera para dar un golpe de Estado. O como decían ellos: “reestablecer el orden” en la Italia democrática y republicana.

En la noche entre el 7 y el 8 de diciembre de 1970 se desplegó la tentativa de un golpe de Estado, conocido en la historiografía italiana como “golpe Borghese”. En Reggio Calabria, el marqués Felice Genovese Zerbi, el mayor exponente del fascismo regional, había obtenido varios uniformes de Carabineros para camuflar a una banda integrada por fascistas y mafiosos. Pretendía que interviniera conjuntamente con un grupo de Carabineros. La operación conducida por el príncipe negro consistía en una insurrección armada, penetrar en el Palazzo del Quirinale y arrestar al Presidente: el socialista Giuseppe Saragàt. La acción finalmente no se desplegó por orden de Licio Gelli –“maestro venerable” de la logia masónica P2– porque “el arma de los Carabineros retiró su participación” (Macrì, p. 271). Gelli fue investigado por la Justicia italiana por conspiración política, insurrección armada contra los poderes de Estado y atentado contra la seguridad del Jefe del Estado.

Apenas un repaso de algunas acciones tendientes a instaurar en Italia un gobierno autoritario imaginado por mafiosos, fascistas, masones y militares. Pero hay algo más, un símbolo religioso: el golpe Borghese es conocido también como “golpe de la Inmaculada”. En la estela que se traza aquí apreciamos cómo la ‘ndrangheta y el fascismo entre 1945 y 1970 (aunque la historia es más amplia) anudaron sus formas violentas, con las que tensaron la vida política y social italiana: “Avanguardia nazionale e Ordine nuovo [dos espacios fascistas], que disponían de material explosivo, lo usaban habitualmente en todo el país, lo recibían de la ‘ndrangheta” (Macrì, p. 266). Y si un emergente es un emergente, dos permiten adivinar una tendencia: el marqués Zerbi participó en enero de 1975 de los funerales públicos del hegemón de la ‘ndrangheta hasta su muerte (zu ‘Ntoni Macrì) y del capo Girolamo Piromalli de Gioia Tauro en febrero de 1979.

Entre el fascismo italiano de posguerra, con apoyaturas mafiosas, y el incipiente fascismo liberticida argentino la diferencia radica apenas en la pragmática. Allí, golpe seco para volver a instaurar el autoritarismo (que fracasó). Aquí, por ahora, asalto a los organismos representativos por vía electiva para violentarlos/nos desde adentro. El epigrama de Mas latón –100% barrani (en negro)– indica que el color de las camisas clásicas del fascismo (que Milei usa frecuentemente) envuelve siempre otros poderes tanto o más sombríos que el falso libertarismo. El fascismo –como recuerda Alejandro Kaufman– procede del olvido, engaña a las víctimas para que se repitan. Esto tampoco podemos permitirlo en la Argentina. Por eso mismo estos leves entramados memoriales dispuestos aquí. El rostro fascista –cuya historización nos descubre los puntos de contacto con las mafias, adosada a las declaraciones recientes de Milei– tiene un evidente reverso: el terror. Es para (pre)ocuparse porque esas emergencias, eficaces por cierto, son incompatibles con la convivencia democrática, cuyo complemento necesario es la convivencia pacífica y la confrontación popular de raíz libertaria, emancipadora, de izquierdas, siempre digna en la Argentina, siempre imponente. Pues la restitución del ánimo de lucha popular es la fuerza que descalabra la reacción.

 

 

 

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