Moisés y Atucha

El peronismo debe encontrar el camino para sacar a las mayorías del desierto

 

En septiembre del 2021, cuando era candidato a diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires, el futuro Presidente fue invitado al programa de Viviana Canosa. El resultado fue una de esos reportajes sin concesiones en los que el entrevistado corre serios riesgos de ahogarse en la baba del entrevistador. Entre llantos y desbordes emocionales, el padre de Conan confesó cual era el verdadero lazo que lo unía con su hermana Karina: “Moisés era un gran líder, pero no era bueno divulgando y entonces Dios le mandó a Aarón para que divulgue. Kari es Moisés y yo soy el que divulga. Nada más. Soy sólo un divulgador”.

Un año después, en otra entrevista con Canosa, volvió a referirse al profeta bíblico, esta vez para anunciar un cambio drástico en la política exterior de nuestro país: “Si yo soy Presidente, la Embajada Argentina en Israel la mudo de Tel Aviv a Jerusalén, porque cuando el Uno le hizo romper las tablas de la ley a Moshé, a Moisés, la primera palabra que pronunció fue Jerusalén”.

Cuando la ley Ómnibus fue frenada en la Cámara de Diputados y el oficialismo decidió regresarla a comisiones, el ya Presidente de los Pies de Ninfa volvió a recurrir a Moisés. Desde Israel, transcribió en su cuenta de Instagram un fragmento del Éxodo, el segundo libro de la Biblia: “Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel. Y dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo, que has traído sobre él tan gran pecado?”

El pueblo argentino, como el hebreo hace unos 3.400 años, no parece estar a la altura de su líder.

Hace unos días, en una entrevista con el comentarista político conservador Ben Shapiro, el Presidente fue aún más allá en su fervor mosaico: “Sin lugar a dudas, el máximo héroe de la libertad de todos los tiempos es Moisés”. La elección de dicho profeta como máximo héroe de la libertad, por encima de sus referentes más cercanos, como Friedrich Hayek, Margaret Thatcher o Alberto Benegas Lynch hijo (padre de Alberto Benegas Lynch hijo hijo), es un hecho que puede parecer asombroso, aún para el generoso estándar del líder de La Libertad Avanza, pero que no carece de cierta coherencia.

En efecto, el hermano de Aarón fue un líder peculiar, que condujo a su pueblo desde Egipto a Canaán, la tan esperada tierra prometida, luego de deambular durante 40 años en el desierto. Ambas regiones están a unos 400 kilómetros de distancia, un trecho similar al que separa Buenos Aires de Mar del Plata. Caminando cuatro horas diarias, los israelitas hubieran llegado a destino en un mes.

Debemos reconocer que el viaje fue complicado desde el principio. El pueblo no dejó de reclamar por agua y alimentos, además de quejarse por un derrotero que parecía infinito y lamentar amargamente haber dejado Egipto. Cada vez, la dupla conformada por Moisés y Aarón debía interceder frente a Yahvé, quien, comprensiblemente fastidiado por la falta de entusiasmo del pueblo elegido, a veces le hacía llegar el escarmiento, mientras otras, apiadado por tanto sufrimiento, ofrecía maná del cielo. Estas vituallas celestiales conseguían calmar los ánimos, al menos hasta la próxima rebelión. Ofendido por lo que consideraba una pérdida de fe hacía Él, Yahvé decidió que ninguno de los hebreos que salieron de Egipto llegara a Canaán, incluyendo al máximo héroe de la libertad y a su hermano. Sólo llegarían sus hijos.

Golda Meir, ex Presidenta de Israel y única mujer que firmó el tratado de creación de dicho Estado, solía bromear sobre el liderazgo de Moisés: “Nos arrastró 40 años por el desierto, para traernos al único lugar en todo el Medio Oriente donde no hay petróleo”.

Hace unos días, durante un encuentro con banqueros del JP Morgan en los Estados Unidos, el ministro de Economía Luis Caputo, el Toto de la Champions, afirmó: “La inflación continuará. Y la única razón es porque los argentinos están con esta tendencia a pensar que todo va a salir mal”. Podemos percibir reminiscencias bíblicas en la amargura del funcionario frente a un pueblo que persiste en no comprender los designios divinos. Así, la inflación dejó de ser un fenómeno monetario que se resuelve dejando de emitir, para transformarse en una calamidad de orden psicológico. La culpa es del pueblo y está vez no habrá maná del cielo.

Así como la elección de Moisés como líder y del Éxodo como hoja de ruta de su gobierno es coherente con el personaje que Milei ha construido en estos pocos años, en los que pasó de panelista de televisión a Presidente de la república, también es coherente haber tomado como anatema al peronismo.

Ocurre que el peronismo es lo contrario de una doctrina mesiánica. Salvo durante la presidencia de Carlos Menem, cuando el neoliberalismo de rigor preconizaba “cirugías mayores sin anestesia”, los liderazgos peronistas nunca fueron proclives al dolor redentor, ni a proponer una travesía de décadas que podría resolverse en días. El peronismo no cree en futuros venturosos que requieran de presentes calamitosos. Considera, al contrario, que para mejorar el futuro de los hijos, el primer paso consiste en mejorar el presente de los padres. Pero, además de las mejoras inmediatas, es un movimiento que apuesta siempre a la construcción de un futuro de desarrollo. Los planes quinquenales de los gobiernos de Juan Domingo Perón, como los acuerdos de largo plazo lanzados por los gobiernos de Néstor Kirchner y CFK son ejemplos de esa planificación que excede la urgencia del presente. No es casualidad que el Presidente de los Pies de Ninfa haya decidido demoler dichos acuerdos, desde el ingreso de la Argentina a los BRICS, espacio que concentra el 42% de la población mundial y supera el 30% del Producto Interior Bruto (PIB), hasta el freno tanto de las represas de Santa Cruz financiadas con fondos de la República Popular China como de los reactores CAREM y RA 10, obras que llevaba adelante la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNAE). Sin el primer peronismo no existiría la CNAE y sin el kirchnerismo, nunca se hubiera terminado Atucha II, la tercera central nuclear del país.

Nuestros Moisés y Aarón libertarios no se interesan por centrales nucleares, represas, rutas, escuelas o universidades. Al contrario, se vanaglorian de la motosierra, un instrumento de destrucción que, gracias a la intervención divina o a la ayuda de algún perro inmortal, nos llevará a la tierra prometida. Nos piden 40 años, mientras nos convierte en un desierto, para transformarnos en Francia, Alemania o, últimamente, Irlanda. Tres países con mayores regulaciones estatales, mayor presión fiscal sobre los sectores más ricos y mayor inversión pública que el nuestro.

Por supuesto, el desierto no es para todos. Reunido hace unos días en el lujoso hotel Llao Llao con los empresarios más poderosos del país, el Presidente consideró que “el que fuga es un héroe” ya que logró “escaparse de la garras del Estado”. Frente al robo de un celular, el gobierno tolera el balazo por la espalda. Frente a la fuga, es decir, la pérdida de divisas por el equivalente de millones de celulares que compromete el desarrollo del país, aplaude. Al parecer, delito es lo que cometen los pobres; si se trata de multimillonarios, es heroísmo.

 

 

 

Para la mayoría de los argentinos que no tomó la precaución de nacer rica, nuestros profetas de pacotilla proponen una travesía dolorosa, con un final que ni siquiera es incierto porque ya lo conocemos de antemano: cuando el país vuelva a estallar por el aire, quienes aplaudieron al Presidente en el Llao Llao, los mismos que exigen dolor sin haberlo padecido jamás, nos explicarán que la culpa fue nuestra, por no haber estado a la altura del sufrimiento esperado.

Ya es hora de que el peronismo vuelva a encontrar el camino para sacar a las mayorías del desierto.

 

 

 

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