MONSTRUOSIDADES DEL OLVIDO

Un guía turístico en los campos de concentración rompe preceptos ideológicos en la novela de Yishai Sari

 

“Yo les daré en mi casa y dentro de mis muros un nombre permanente (Yad Vashem) que nunca será olvidado”. Son las palabras del profeta Isaías que inspiran la institución monumental erigida en el bosque que puebla la ladera del monte Herlz (del Recuerdo) en Jerusalén. Un museo, una galería de arte, un centro educativo y un instituto de investigación componen el Yad Vashem, dedicado a mantener viva la memoria de la Shoá. El Yad Vashem es también uno de los lugares de trabajo del protagonista casi sin nombre de El monstruo de la memoria, quinta novela —primera en español, publicada simultáneamente en España y Argentina– de Yishai Sarid (Tel Aviv, 1965).

 

El autor, Yishai Sarid.

 

 

Buen ciudadano del Estado de Israel, cumplido con honores su servicio militar en un regimiento de tanques, el joven guarda con orgullo su compromiso con el pueblo judío. Doctorado en Historia, “fiel heraldo” de la institución que le cobija, “representante oficial de la memoria” del pueblo judío aniquilado durante la Segunda Guerra Mundial. “Especialista en los campos de exterminio de Polonia”, el protagonista del relato tiene por tan macabra como indispensable misión guiar los contingentes de estudiantes, militares, funcionarios, jubilados y grupos religiosos que viajan a los campos de trabajo, tortura y exterminio europeos, especialmente los polacos. Dura faena que adopta con rigor y entusiasmo, convirtiéndose en un sagaz observador de las distintas idiosincrasias que componen su público. Labor interna, paralela a sus funciones específicas que, lejos de mantenerlo impávido, hace que el permanente contraste con los horrores lo arrastre a formular una sucesión de preguntas que imprimen giros concéntricos al discurso programático oficial.

Por lo pronto, interroga sobre la pasividad de los prisioneros: “Treinta alemanes (incluidos los que estaban de permiso), ciento cincuenta ucranianos y seiscientos judíos, ese era el personal que ejecutaba el exterminio en Treblinka (…) Esas eran las proporciones también en los demás campos  (…) Si los judíos se hubieran rebelado enseguida negándose a colaborar, no habría sido posible poner en marcha la operación con tanta facilidad, les decía. Los alemanes habrían tenido que emplear muchos más recursos humanos y quizás se habría podido retrasar todo un poco”. Consciente de que reemplaza “nazis” por “alemanes”, el guía subraya en toda explicación el detalle de los horrores hasta arrancar gestos de espanto. Por momentos, algunos traducen el estilo como una forma de sadismo, pero el hombre persiste para que el propio devenir vaya construyendo en forma colectiva los interrogantes que le sacuden de los sesos a las tripas.

 

 

Yad Vashem.

 

 

¿Cómo se explica tanta saña y la crueldad de los nazis sobre hombres, mujeres y niños? “Abrí los brazos y dije que los seres humanos son capaces de cualquier cosa y sobre todo de asesinar. Durante los últimos siglos ha sido más el asunto del nacionalismo. Pero en realidad, lo que sucede, es que a la gente le gusta ver morir a los hijos de los demás. También nosotros, en la Biblia, asesinamos a mujeres y niños, les recordé, y lo hacíamos siguiendo las órdenes expresas de Dios”. Pues Dios también comienza a caer en la volteada: “No sentía nada que me surgiera del alma y la imagen de Dios que se me apareció ante los ojos tenía el aspecto de un andrajoso mercader venido a menos, con las gafas escurridas hasta la punta de la nariz y esforzándose en vano por poner orden en los libros de cuentas…”. Durante la oración de rigor frente a los hornos crematorios por parte de los visitantes, le surge la idea de unírseles, “pero Dios no estaba allí, de eso estaba seguro, y si estaba, era un dios de mierda, mierda de padre que estás en los cielos, mierda padre, y al final sólo contestaba con ellos, amén”.

Ambigüedad, contradicción y pregunta que se trasladan desde sí mismo hacia sus feligreses contemporáneos: “¿Por qué os cuesta tanto odiar a los alemanes?” Y describe cómo los adolescentes y jóvenes israelíes que guiaba “odiaban mucho más a los polacos. Cuando daban vueltas por las ciudades y los pueblos y tenían contacto con la población local, la insultaban entre dientes, por los pogroms que habían llevado a cabo, por su colaboracionismo, por su antisemitismo. Pero a las personas como los alemanes nos cuesta odiarlas. Obsérvense las fotografías de la guerra. En honor a la verdad tenían un aspecto glamoroso con sus uniformes, montados en sus motos (…) A los árabes no les perdonaremos jamás el aspecto fue tienen, el que nunca luzcan un afeitado perfecto, que lleven esos pantalones pardos y acampanados, que tengan casas sin escalar, que las aguas fecales fluyan por sus calles y que los niños estén siempre con lagañas en los ojos. El aspecto europeo, en cambio, es tan lucido y pulcro que dan ganas de imitarlo”.

Estupendamente traducida al español por la salamanqueña Ana María Bejarano, El monstruo de la memoria es una narrativa trabajada al detalle que se entrecruza con un panorama social donde los dispositivos de construcción ideológica van generándose en la diversidad que se sumerge en un océano de impugnaciones. Relato atrapante, continuo, Sarid lo construye bajo la fórmula epistolar como una extensa misiva dirigida al presidente de Yad Vashem, con el propósito de dar cuenta de un final que, al mismo tiempo, lo condena y lo reivindica. En ese transcurso surgen las figuras que dan cuerpo y lógica interna al quiebre por donde surgen los puntos ciegos del discurso políticamente correcto. Un adolescente que en un momento dice: “Creo que para sobrevivir también tenemos que ser un poco nazis”; la changuita del guía en la elaboración realista de un videojuego escenificado en un campo de concentración en el que se podía “ser un judío y después un alemán”. Luego, la pregunta de su pequeño hijo acerca del trabajo que realizaba, a lo que responde: “Hubo un monstruo que mataba gente, dije. ¿Y tú estás luchando contra él?, se entusiasmó el niño. Ya está muerto, intente explicarle, es el monstruo de la memoria”.

No tanta distancia se yergue entre la Shoá y la dictadura cívico-eclesiástico-militar (1976-1983) en materia de genocidio; más allá de los números de víctimas, claro. Secuelas y interpelaciones persisten, marcando con su fuego indeleble a las generaciones. Por estos lares se desatan un par de ideas. Por un lado, que no fuimos somos ni seremos como ellos. Por el otro y en consonancia, vuelve esa melodía que entonamos en las calles: “Como a los nazis/ les va a pasar/ A dónde vayan/ los iremos a buscar”. Entre el recuerdo, la Justicia, la Verdad y el negacionismo se interpone una Memoria que crece y, en el camino, se alimenta.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

El Monstruo de la memoria

Yishai Sarid

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2020

138 páginas

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